La gran cruzada
La gran cruzada
La novela coral de Gustav Regler sobre las Brigadas Internacionales
Georg Pichler |
“Para mí, la emigración ha terminado”[1], exclamó Gustav Regler, con los ojos llenos de entusiasmo, ante los amigos que le acompañaban la noche del 1 al 2 de mayo de 1937 en el palacio de Moraleja, al norte de Madrid, por aquel entonces convertido en un hospital ambulante: Werner Heilbrunn, el médico, Kurt Stern, el comisario político, Ernest Hemingway y Alfred Kantorowicz, el escritor que recoge la anécdota en su Diario de la Guerra española. Regler había caído en la cuenta de que ya no padecía de lo que Ovidio denominara “la mordedura del exilio”: la desesperación, el desasosiego, el abandono de quien había sido expulsado de su país.
Como tantos refugiados internacionales, en la Guerra Civil española el autor había encontrado un destino, un objetivo, incluso una suerte de patria. En España podía luchar contra las fuerzas que le habían hecho abandonar Alemania. Sin embargo, no era tanto a España en sí o a la República Española a lo que se refería Regler, sino a la posibilidad de cambiar su vida de refugiado y volver a luchar por una causa. Regler había encontrado una comunidad con la que combatir un enemigo común y a la que podía aportar su capacidad organizativa y sus habilidades oratorias; había encontrado, por encima de todo, una comunidad en la que podía tener fe y esperanza, palabras que hoy sonarán grandilocuentes y, a la vez, hueras, pero que entonces tenían un significado vital para los exiliados.
De esta comunidad trata La gran cruzada. Es quizá la novela en lengua alemana que mejor narra las vivencias de los hombres (y las mujeres) que se alistaron voluntariamente en las Brigadas Internacionales para luchar a favor de la República Española y en contra de un fascismo que había asolado sus propios países, un fascismo internacional que, en la versión ideológica del franquismo, amenazaba con arrollar también una España que cinco años antes se había convertido en una frágil democracia. La contienda se vivía como una hazaña compartida por todos los miembros de las unidades. Fiel a esta experiencia, La gran cruzada es una novela coral que relata las luchas de los combatientes de la XII Brigada desde diversos puntos de vista, y cuyo autor, uno de los escritores comunistas alemanes más activos en aquellos momentos, fue comisario político de esta misma Brigada.
Gustav Regler: un hijo pródigo sin retorno
Gustav Regler nació el 25 de mayo de 1898 en Merzig, provincia del Sarre, en el seno de una familia burguesa. El padre era propietario de una imprenta. La madre, ama de casa, trató de inculcar su ferviente fe católica a los hijos. En 1916, nada más terminar el bachillerato como el mejor alumno de su clase, Regler se presentó voluntario al servicio militar en consonancia con sus convicciones juveniles nacionalistas. Una grave enfermedad contraída por un envenenamiento por gas en el norte de Francia durante la primavera de 1917 le obligó a pasar una larga temporada en un sanatorio. En febrero de 1918 se licenció y comenzó sus estudios de Filosofía y Ciencias Políticas en la Universidad de Heidelberg, una de las más prestigiosas del país. En su diario expresa de forma enrevesada su credo político de aquellos años: “Muy influido por la conciencia nacional absoluta y tras días y noches de intenso estudio de escritos pangermanos y de sus antagonistas, me adhiero a una forma de pensar y actuar alemán-nacional y, con ello, antisemita y pangermanista”[2].
En primavera de 1919, el joven Regler se trasladó a Múnich, ciudad sacudida por los enfrentamientos entre los revolucionarios de la efímera Räterepublik –la República bolchevique– y el poder imperante, surgido tras la derrota alemana en la Gran Guerra. A raíz de estas experiencias y de algunas amistades que trabó en la capital bávara, Regler cambió de posición ideológica y pronto se adhirió al “Grupo de universitarios socialistas”. Después de haber concluido sus estudios en sendas universidades, defendió su tesis doctoral sobre La ironía en la obra de Goethe en julio de 1922, en la Universidad de Múnich.
Al año siguiente, Regler se casó con Charlotte Dietze, hija de un empresario bien acomodado, con la que tuvo un hijo, Dieter. Durante tres años, el joven doctor trató de adaptarse a una vida como padre de familia y futuro dueño de un pequeño imperio de ropa interior. Pero ante la perspectiva de una existencia carente de estímulos, Regler se divorció, empujado, además, por la infidelidad de su mujer con un antiguo compañero de estudios. Desde entonces, y hasta la prematura muerte de Charlotte a causa de un cáncer en 1941, apenas mantuvieron contacto. Regler tampoco mostró mucho interés por el destino de su hijo. Como prueba de su arrepentimiento, en 1940 le dedicó un largo relato autobiográfico: Sohn aus Niemandsland (“Hijo de la Tierra de Nadie”). En este texto sobre un “padre pródigo”, publicado de forma póstuma en 1994, Regler cuenta su vida a su hijo desconocido y trata de explicar a un niño educado en la Alemania nazi su propio devenir político e intelectual. Dieter murió de difteria en 1942, poco después de ingresar en el ejército alemán y sin haber retomado el contacto con un padre casi desconocido.
Tras el fracaso de su matrimonio, en 1926 Regler encontró empleo como redactor del periódico regional Nürnberg-Fürther-Morgenpresse, órgano del Partido Democrático Alemán, para el que trabajaría hasta 1928, un año decisivo para el autor. En Worpswede conoció a Marieluise Vogeler, Mieke, hija del pintor Heinrich Vogeler, con la que compartiría exilio hasta la muerte de ella en 1945. También en 1928, Regler publicó su primera novela que tuvo un éxito considerable: Zug der Hirten (“El éxodo de los pastores”), inspirada en los pasajes bíblicos del éxodo judío para ilustrar el nacimiento de una nación. La novela contiene ya muchas de las características que impregnan la totalidad de su obra: el análisis de la religión y de la religiosidad como elemento fundamental de la vida humana; la dicotomía entre el poder individual y el pueblo; los miedos originarios del ser humano y su superación, o la rebelión contra la injusticia y brutalidad humanas.
En 1929, el autor se trasladó con Mieke al “Bloque rojo” de la Colonia de Artistas de Berlín-Wilmersdorf. En esta urbanización, organizada por la Asociación para la Protección de Escritores Alemanes, dirigida por Heinrich Vogeler y bajo una fuerte influencia comunista, Regler convivía con Arthur Koestler, Erich Weinert, Alfred Kantorowicz, Ernst Busch, Erich Mühsam, Ernst Bloch, Theodor Balk o Wilhelm Reich, todos ellos destacadas personalidades del mundo cultural e intelectual del país. En aquellos años, en los que hizo las veces de “director de organización de la célula de artistas” de la colonia, ingresó en el KPD (Partido Comunista Alemán) y, además de su oficio como escritor, se dedicó a la lucha política contra los nazis.
Exilio
En la noche del 27 de febrero de 1933 se produjo un enorme incendio en el Reichstag, el parlamento alemán. El atentado nunca fue esclarecido, pero a los nacionalsocialistas, recién llegados al poder, les sirvió de pretexto para comenzar las purgas de los “enemigos del Reich”.
Regler tuvo que huir precipitadamente a Worpswede, donde le delató la esposa de un cura. Siguió huyendo hacia el Sarre para trasladarse posteriormente a París, centro del exilio literario-político alemán en esta primera fase del destierro alemán. En la capital francesa colaboró en la redacción del Braunbuch über Reichstagsbrand und Hitler-Terror (“El libro marrón sobre el incendio del Reichstag y el terror hitleriano”, 1933), empresa auspiciada por Willi Münzenberg, el gran organizador y propagandista del destierro comunista en París. Todavía en 1933, Regler sacó a la luz Der verlorene Sohn (“El hijo pródigo”) en la editorial Querido, de Ámsterdam, una de las editoriales más importantes para el exilio germano. Es una novela anticlerical en la que el autor trata de sobreponerse a la influencia de la iglesia católica y a los trastornos que por su causa había padecido en su infancia y adolescencia.
Desde París, Regler regresó a su patria chica, el Sarre. El 13 de enero de 1935 iba a celebrarse un referéndum para determinar el futuro del pequeño país. Los sarrenos tenían que decidir entre tres opciones: volver a formar parte de Alemania –como hasta 1918–, pasar a pertenecer a Francia o bien permanecer independientes bajo la tutela de la Sociedad de las Naciones, lo que se conocía como el “status quo” instaurado al final de la Primera Guerra Mundial. Regler participó de manera muy activa a favor de la última solución para, ante todo, evitar el ingreso del Sarre en el Tercer Reich. En esta batalla por el futuro del país, el autor publicó numerosos escritos propagandísticos en revistas o periódicos y una novela: Im Kreuzfeuer (“Fuego cruzado”, 1934). En un intento por emplear la literatura como arma en la lucha política, la novela narra cuanto ocurría en torno al plebiscito casi a la vez que se producían los acontecimientos. A pesar del gran esfuerzo de los partidos democráticos y de izquierdas por mantener el “status quo”, más del 90 % de los habitantes del Sarre votó a favor de la re-unión con Alemania. Gracias a su destacada participación en el referéndum, Regler tuvo el dudoso honor de figurar, en noviembre de 1934, en la tercera lista de expatriación nacionalsocialista, junto con otros escritores como Klaus Mann, Erich Weinert o Alfred Kantorowicz. Exiliado definitivamente, Regler regresó a París para reanudar su trabajo en la Asociación para la Protección de Escritores Alemanes.
Prueba de su creciente fama como escritor comprometido son las invitaciones que el autor recibió para participar en los dos congresos más importantes que se celebraron en los años 1934 y 1935: el Primer Congreso de la Unión de los Escritores Soviéticos (Moscú, agosto de 1934), y el Primer Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura (París, del 21 al 25 de junio de 1935). Regler no pronunció ninguna conferencia en Moscú, pero se quedó entusiasmado ante los progresos sociales que observaba por doquier en la aún joven Unión Soviética y que defendió con fervor; tanto, que otros participantes lo retrataron como un apologista convencido de Stalin y un “catequista” comunista[3]. En el congreso de París, en cambio, sí figuraba en la lista de conferenciantes. Aprovechó la ocasión para destacar entre los oradores y, de paso, romper la disciplina del partido. La organización del congreso había intentado mantener en un segundo plano el trasfondo comunista del acontecimiento con el fin de demostrar la unidad de los partidos de izquierdas, como primer intento de establecer un frente popular. Pero Regler pronunció un discurso tan incendiario que el público se puso de pie de forma espontánea para entonar la Internacional.
Estos años del exilio francés fueron de frenética actividad tanto literaria como política. Más allá de su trabajo periodístico, Regler colaboró en la preparación de textos de propaganda antinazi que se iban a introducir de forma clandestina en Alemania. En agosto y septiembre de 1936, el autor volvió a Rusia, de nuevo fascinado por el país y por su desarrollo político. Alabó a Stalin en los reportajes enviados desde Moscú calificando de certera “la política nacionalista del camarada Stalin”[4], y participó en la redacción final del primer proceso estalinista, un hecho que menciona de forma bastante ambigua en su autobiografía.[5]
España
En septiembre de 1936 regresó a París, y pocas semanas después siguió su camino hacia el sur: se dirigía a España en nombre de la Asociación de Escritores Antifascistas para la Defensa de la Cultura. Le acompañaban el poeta Louis Aragon junto con su compañera Elsa Triolet[6], el conductor Maurice Thuillier y el periodista alemán Kurt Stern, quien más tarde sería comisario político de la XI Brigada Internacional y editor de la versión alemana de Voluntario de la Libertad, la revista de las Brigadas Internacionales. Viajaban en un camión en el que llevaban un proyector de cine y una prensa tipográfica para la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura. Tras breves estancias en Barcelona y Valencia, el grupo llegó a Madrid el 21 de octubre. Cuatro días más tarde, Regler y Aragon participaron en una reunión de escritores en el Teatro Español, presidida por José Bergamín y junto con Rafael Alberti, el oficial alemán Ludwig Renn, Andrés Iduarte y Juan Chabas.[7] Un muestra de la gran implicación en la causa republicana de Regler es el retrato que ha dejado el escritor alemán Peter Merin. Describe una reunión de escritores que tuvo lugar en aquellos días en la sede de la Alianza, situada en el incautado palacio de los marqueses de Heredia Spínola en la Calle del Marqués del Duero, y en la que Regler conversa junto con escritores extranjeros como Renn, el holandés Jef Last o el británico Ralf Fox con autores españoles, entre los que están Rafael Alberti, Helio Gómez, Emilio Prados o Rafael Dieste[8].
No se sabe si Regler tenía previsto quedarse en España como corresponsal del periódico Deutsche Zentral-Zeitung de Moscú o si desde un principio pensaba unirse a la lucha contra las tropas de Franco. Sea como fuere, poco después de su llegada a Madrid continuó camino hasta el Cuartel General de las Brigadas Internacionales, establecido en Albacete, para alistarse en sus filas. Después de un extenso y desagradable interrogatorio en el que participó André Marty, jefe supremo de las Brigadas, se le admitió como comisario político de la XII Brigada a las órdenes del General Lukacz, nombre de guerra del oficial y escritor húngaro Máté Zalka, el general Paul de La gran cruzada. El carnet de Regler, firmado en Madrid, lleva la fecha del 9 de noviembre de 1936. Dos días antes, la XI Brigada, compuesta en su mayor parte por alemanes, había acudido a la capital española para frenar la ofensiva que las tropas franquistas habían emprendido desde la Casa de Campo sobre la Ciudad Universitaria. A ella se sumó poco después la recién creada XII Brigada, desorientada y diezmada a causa de un ataque sufrido en el Cerro de los Ángeles durante su marcha hacia la capital. Regler supo ganarse pronto la confianza de los soldados de la Brigada, formada por tres batallones: Garibaldi (italianos), André Marty (franceses) y Dombrowski (polacos). El autor participó en las batallas de la Ciudad Universitaria (noviembre de 1936), Las Rozas y Majadahonda (diciembre de 1936), en la primera batalla de Brihuega (nochevieja de 1936 y enero de 1937), en la batalla del Jarama (febrero de 1937), en la de Guadalajara –que pasaría a la historia como la última victoria sobre el fascismo (marzo de 1937)–, y en la batalla de Huesca (junio de 1937). El día 11 de este mes, en vísperas del ataque para liberar la capital de provincia, Regler fue herido gravemente. Una granada enemiga alcanzó de lleno el vehículo en el que su grupo se dirigía a Huesca desde Jaca. Dos de los ocupantes del coche murieron –el conductor y el general Lukacz–; Regler y Batow –Fritz Pablo, agregado militar soviético– sobrevivieron.
Regler fue trasladado al hospital de Barbastro[9], donde le operó su amigo Werner Heilbrunn, muerto a su vez al día siguiente por los disparos de la ametralladora de un avión que le alcanzaron en la carótida. La recuperación de Regler duró meses debido a la gravedad de sus heridas, cuyas secuelas sufriría el resto de su vida.[10] Al cabo de unos días lo trasladaron a un hospital madrileño, lo que permitió a Regler participar el 7 de julio de 1937 en el II Congreso Internacional de Escritores, convirtiéndose así en el único escritor alemán que había asistido a los tres congresos más importantes de los años treinta. Tal y como lo cuenta Ilia Erenburg en sus memorias, la intervención de Regler fue espectacular. Llegó apoyándose en muletas, y, como no podía mantenerse de pie, pidió permiso para sentarse en la mesa de los oradores, a lo que toda la sala, en su honor, se levantó.
Durante su estancia en España, Regler había adquirido cierta fama, no solo entre los miembros de su brigada. Según relata Kantorowicz, el general Lukacz lo calificó como “la persona más fotografiada de la España republicana”[11]. De hecho, existen varias fotos en las que aparece junto a los “famosos” de la Guerra Civil: Hemingway, Koltsov y Erenburg, entre otros. Y no es ninguna casualidad que apareciera como orador en el documental The Spanish Earth de Joris Ivens. No obstante, Regler supo combinar su vanidad con un fuerte compromiso por la causa republicana. Gracias a su realismo, su optimismo, sus habilidades psicológicas y sus firmes principios ideológicos, los brigadistas de sus unidades le tenían en gran estima. Muchos testimonios de quienes coincidieron con él en España le caracterizan como un ferviente comunista y defensor convencido de la política de Stalin. Según Clara y Paul Thalmann, voluntarios alemanes que colaboraban con el POUM, Regler apoyó sin fisuras “la política estalinista considerando los procesos de Moscú como un merecido ajuste de cuentas con los traidores y espías”[12]. Si en aquel momento Regler tenía dudas sobre los aciertos de la política soviética, se las guardaba para sí.
En verano de 1937, el escritor pasó unos meses en Benicàssim en compañía de Marieluise para recuperarse de sus heridas. Regresó a Madrid a principios de diciembre, donde participó en el homenaje a Hans Beimler en el primer aniversario de su muerte. Desde Madrid se dirigió a París donde reemprendió su labor en la Asociación para la Protección de Escritores Alemanes y comenzó a escribir su primer libro sobre la Guerra Civil. De finales de marzo a mediados de mayo de 1938, Regler viajó por Estados Unidos dando conferencias en Washington, Nueva York, Buffalo y Detroit sobre la situación en España, durante las que recaudaba fondos a favor de la causa republicana. Aprovechó el viaje para buscar un editor para la novela en la que estaba trabajando. Tras su regreso a Francia y gracias al apoyo económico de una beca concedida por la American Guild for German Cultural Freedom, que Hubertus Prinz zu Löwenstein, escritor conservador alemán, había fundado, Regler avanzó rápido con el libro, escrito sobre todo en Le Levandou, al este de Marsella, y en Brive-la-Gaillarde (Corrèze). En agosto tenía unas 400 páginas y en octubre más de 600: La gran cruzada estaba terminada en su primera versión.
El campo de Le Vernet, Nueva York y México
La declaración de guerra a Alemania por parte de Francia el 3 de septiembre de 1939 sorprendió a Regler en París. Como todos los refugiados extranjeros procedentes de países involucrados en la Guerra Mundial, el escritor fue arrestado en calidad de enemigo pese a su condición de exiliado, expulsado y perseguido por las autoridades alemanas. Primero permaneció detenido en el estadio deportivo de Roland Garros, y, junto con otros prisioneros, el 12 de octubre fue trasladado al campo de concentración de Le Vernet (Arriège), cerca de los Pirineos. Compartió esta experiencia con otros 234 alemanes, entre los que estaban autores como Arthur Koestler, Friedrich Wolf, Rudolf Leonhard y Bruno Frei, así como con la cúpula de la sección del Partido Comunista alemán en Francia y españoles como Max Aub y el fotógrafo Francesc Boix. Regler fue elegido representante del barracón 33. En su autobiografía describe Le Vernet como un “cementerio fantasmagórico”[13], y relata con detalle su estancia en el campo que, aparte de la miseria humana a la que les condenaban las autoridades francesas, obviaba la separación absoluta entre las bases y los dirigentes del partido, “pobres de valor y aún más pobres de espíritu que ya no importaban a nadie excepto a los de su propio círculo”[14]. Al igual que Koestler, fue allí, en el campo de Le Vernet, donde Regler tomó la decisión de romper con el Partido Comunista, aunque no iba a hacerla pública hasta 1942. Uno de los factores clave de esta ruptura fue el pacto sellado entre Hitler y Stalin en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, acontecimiento que traumatizó a muchos comunistas y provocó la ruptura con el partido de otros tantos.
Gracias a la intervención de amigos como Hemingway, Martha Gellhorn, André Malraux, Eleanor Roosevelt o el ministro británico Arthur Willert, Regler fue puesto en libertad a finales de marzo de 1940 y, junto con Marieluise, el 17 de mayo se embarcó en el puerto de St. Nazaire en el transatlántico Champlain, justo a tiempo de escapar a la ofensiva alemana y posterior ocupación de Francia. Unos diez días después, la pareja llegó a Nueva York, donde, como la mayoría de los inmigrantes, tuvo que pasar un tiempo en el centro de internamiento de Long Island. A pesar de numerosos intentos, en Francia había sido imposible obtener un visado para Estados Unidos; solo habían conseguido uno de tránsito. El único país que les concediera un visado fue México, gobernado entonces por Lázaro Cárdenas, quien acogió también a un gran número de exiliados españoles. Durante su estancia en Nueva York, Gustav se casó con Marieluise el 14 de junio. Hasta finales de agosto vivieron en casa de un amigo de Regler, el periodista Jay Allen, al que Regler dedicaría la edición inglesa de La gran cruzada. Tres meses después de su llegada, la pareja dejó atrás Nueva York y, pasando por Texas, viajó a su futuro país: “Los Estados Unidos de México nos han admitido en la medianoche del 17 al 18 de septiembre”[15], apuntó Regler en su diario al cruzar la frontera. Después de un mes en casa de Pablo Neruda, entonces embajador chileno, los Regler se trasladaron a una pequeña casa con jardín en la capital mexicana, en el tranquilo barrio de Coyoacán.
La ruptura
Durante algo más de un año, Regler trabajó en su libro autobiográfico Sohn aus Niemandsland y colaboró con las asociaciones políticas y culturales que los exiliados habían creado en México. Con cierto éxito logró ocultar ante sus amigos y camaradas un distanciamiento cada vez mayor del partido y de sus representantes, hasta que, por fin, en enero de 1942 se produjo la ruptura. En la revista Análisis, Regler, con el pseudónimo de “El Observador d’Artagnon”, publicó un retrato muy hiriente de André Simone, al que describió como agente estalinista, oportunista y demagogo. Simone, que en realidad se llamaba Otto Katz, era un comunista checo, muy activo en el exilio tanto en Francia como en México, adherido en cada momento a la línea oficial del partido. Su trágico destino quiso que, al volver a Praga, fuera condenado a muerte y ejecutado en 1952 durante los últimos coletazos del estalinismo.
Después de esta “traición” de Regler entró en funcionamiento una campaña de denuncia que siguió muy de cerca todo el exilio germano, repartido por el mundo entero, y que culminó en una frase de una persona que hasta entonces había sido un íntimo amigo, el “reportero veloz” Egon Erwin Kisch: “Regler es un escritor que se diferencia de sus libros por el hecho de que éstos no se venden”[16]. La enemistad iba a durar el resto de su vida. Regler se quedó completamente aislado de sus antiguos compañeros. La animadversión fue mutua: mientras los escritores comunistas atacaban a Regler como renegado, trotskista y traidor, éste, junto con Julián Gorkin, Victor Serge y Marceau Pivert –todos ellos críticos acérrimos del PC desde posiciones de izquierdas– publicó un libelo denunciando las prácticas del servicio secreto ruso: La G.P.U. prepara un nuevo crimen (México, 1942).
Este giro ideológico convirtió a Regler en uno de los renegados más notorios, aunque nunca alcanzaría la fama de un George Orwell, Arthur Koestler o Manés Sperber. Al contrario: en la República Democrática, sus declaraciones y escritos causaron algún que otro escándalo que le acarreó duras críticas y calumnias por parte de sus excamaradas, y hasta los años 80 quedó eliminado casi por completo de cualquier libro sobre la Guerra Civil española y el exilio editado en este país. Pero tampoco obtuvo la atención que reclamaba en la República Federal, sumida en el clima político conservador y anticomunista que había propiciado la Guerra Fría. Sus libros no se vendieron bien y Regler no consiguió convertirse en el personaje público que había sido antes de los años del nazismo o en el exilio.
Tras la separación de sus antiguos compañeros, el autor tuvo que buscarse nuevas amistades en México. Los encontró entre otros extranjeros o exiliados políticos como Leonora Carrington, Benjamin Péret, Alice Rohan o el pintor alemán Wolfgang Paalen, a quien dedicaría un libro en 1946. En septiembre de 1945, Marieluise murió de cáncer tras una larga convalecencia. Su muerte dejó exhausto al escritor. No obstante, se recuperó pronto, y en enero del año siguiente se casó con la pintora estadounidense Margaret Paul, Peggy. Con ella se retiró a una finca en el valle de Atongo, cerca de Cuernavaca, para alternar la escritura con la agricultura y horticultura. Poco a poco, Regler se fue alejando de la política y empezó a interesarse por el arte y la arqueología. A la vez comenzó a estudiar la historia y el presente de su país de acogida, cuya nacionalidad obtuvo el 13 de noviembre de 1945; hasta entonces había sido ciudadano de la República Española. Aparte de poemas y textos cortos, Regler escribió en estos años la novela Amimitl (1947), ambientada en el México precolombino, y publicó dos largos ensayos sobre el país: Vulkanisches Land (1947) y Verwunschenes Land Mexiko (1954), ambos reunidos en español en un volumen con el título de País volcánico, país hechizado[17].
Una posguerra sin retorno
Su primer viaje a Europa tuvo lugar en 1949, el año de la división de Alemania. A partir de entonces, Regler viajó a menudo a Europa y a Estados Unidos, pero siempre regresaba a México. Su éxito como escritor fue escaso, a pesar de las traducciones de sus libros al inglés o francés. Sus dos novelas sobre la Guerra Civil española, La Gran Cruzada y Juanita, no se publicaron hasta 1976 y 1986, respectivamente, debido, por un lado, al desinterés y desconocimiento que imperaba en la República Federal acerca de la literatura del exilio, y, por otro, al rechazo que en aquellos momentos suscitaban novelas políticas de renegados comunistas sobre acontecimientos históricos poco acordes con el clima ideológico de la Guerra Fría.
La novela Juanita, escrita entre 1938 y finales de 1941, retrata la vida de una joven criada que se enamora de un falangista y se convierte, sin quererlo, en miembro de la quinta columna en el Madrid de los primeros meses de la Guerra Civil. Esta obra, que demuestra los amplios conocimientos de Regler sobre los entresijos político-militares de la capital, aloja una historia de amor en un ambiente altamente político. En su intento híbrido de entreverar una novela de amor en una trama de espionaje ambientada en un momento histórico muy cargado, Juanita fracasa como novela, moviéndose en ocasiones por el peligroso terreno del folletín del que ni siquiera el rico trasfondo histórico-político logra salvarla. El origen de esta novela en busca de un público diferente se debe, quizá, al éxito de Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway, un éxito que Regler compara en su diario mexicano con el escaso número de ventas de la versión inglesa de La gran cruzada: “260.000 contra 1.500”[18].
El mayor éxito literario de Regler en la posguerra fue, sin lugar a dudas, la publicación de su autobiografía, Das Ohr des Malchus (“La oreja de Malco”, 1958), tanto en las versiones inglesa y francesa (The Owl of Minerva, 1959; La Glaive et le Fourreau, París 1960) como en la alemana. La recepción de sus memorias fue muy positiva; se alabó la calidad literaria y el “humanismo” del autor, si bien este éxito no conllevó un redescubrimiento de sus primeras novelas ni suscitó mayor interés por los numerosos textos que el autor tenía aún sin publicar.
En enero de 1963, Regler voló con Peggy a la India para realizar un viaje de estudios invitado por el gobierno de la nación. Los primeros días visitaron diferentes monumentos, celebraron reuniones con personalidades del país y tenían previsto un encuentro con el primer ministro Nehru. El 13 de enero, el autor se derrumbó en la escalera de su casa de Nueva-Delhi, víctima de un derrame cerebral. Falleció veinte horas después, a las cuatro y media de la tarde del 14 de enero. Siguiendo el rito budista, su mujer incineró el cadáver al día siguiente y lo trasladó en una urna de madera a su pueblo natal, Merzig, donde Gustav Regler fue enterrado el 9 de febrero de 1963.
Del “gran ejemplo” a la “gran cruzada”
El proceso de creación de La gran cruzada fue largo y complejo, debido a las complicadas circunstancias políticas y económicas del exilio así como a los cambios políticos mundiales y las mutaciones ideológicas de Regler en respuesta a tales acontecimientos. Regler empezó a trabajar en su novela en diciembre de 1937. Tras haberse dedicado intensamente a su escritura en el exilio francés, a finales del verano de 1938 el autor había redactado y mecanografiado las 600 páginas de la primera versión, casi definitiva y lista para ser publicada en una editorial del exilio y en traducciones al inglés y francés. Al fracasar estos planes, Regler volvió a modificar el texto e introdujo “profundos cambios en sus formulaciones, sobre todo en lo que se refiere a los debates acerca del compromiso soviético y la táctica comunista en España”[19]. Esta segunda versión constituye la base de la primera edición alemana, publicada en 1976 –trece años después de la muerte de su autor– en la editorial Kiepenheuer & Witsch, con el título de Das große Beispiel (“El gran ejemplo”) y el subtítulo de Roman einer internationalen Brigade (“Novela de una brigada internacional”). La edición en bolsillo, publicada por Suhrkamp en 1978, alteró el subtítulo: Roman aus dem spanischen Bürgerkrieg (“Novela de la Guerra Civil española”).
El manuscrito que constituyó la fuente de esta versión fue considerado durante mucho tiempo el texto original y definitivo de la novela hasta que, en 1985, apareció otro manuscrito, una tercera versión que hoy se conserva en el Archivo del Exilio de la Biblioteca Alemana de Frankfurt am Main. Esta nueva versión es posterior a la traducción inglesa, The Great Crusade, que se publicó en 1940 en la editorial Longmans, Green and Co., New York, Toronto, y que se basa en la segunda versión alemana en la que introduce pequeños cambios, sobre todo en relación a los aspectos políticos e ideológicos[20].
En algún momento de su exilio mexicano, Regler volvió a revisar el manuscrito de la segunda versión alemana y realizó unas cuantas modificaciones que reflejan ya su postura después de la separación del Partido Comunista, aunque no alteran casi nada las líneas generales del texto. El cambio más relevante es quizá la eliminación de una página y media, aproximadamente, al inicio de la novela. La segunda versión comienza con la sospecha del alsaciano de la traición del belga y con unas reflexiones de Karl sobre el exilio en Francia. Es bastante probable que Regler no quisiera empezar su novela sobre los hombres de las Brigadas Internacionales con unas sospechas de traición que, además, desempeñan un papel central en las páginas posteriores, por lo que eliminó esta primera parte. No obstante, tampoco esta última versión, editada por Michael Winkler en 1996 en el marco de los 15 volúmenes de las Obras de Gustav Regler, publicadas por la editorial Stroemfeld/Roter Stern, puede considerarse definitiva ya que, al no publicarse en vida, Regler nunca dio por concluida La gran cruzada.
La Guerra Civil en la obra de Regler y de otros autores alemanes
La Guerra Civil española es, sin lugar a dudas, el tema más importante en la obra de Gustav Regler y al que dedicó dos novelas (La gran cruzada y Juanita), capítulos largos de dos obras autobiográficas (Das Ohr des Malchus y Sohn aus Niemandsland), un gran número de artículos y otros textos, así como el Diario 1937. Este diario, escrito a vuelapluma entre el 18 de febrero y el 22 de mayo de 1937, aporta mucha información útil para desentrañar los trasfondos de La gran cruzada. En él queda patente la manera en la que Regler mezcla elementos reales para darles un formato literario, su estrategia de concentrar en un solo personaje actos de diferentes personas reales y, en general, la rigurosa fidelidad con la que se atiene a los hechos históricos vividos por él. En sus textos autobiográficos, la Guerra Civil y las experiencias en España destacan por la importancia que el autor les concede. Ambos textos amplían el panorama de La gran cruzada y sitúan los hechos en el marco de las vivencias personales y de los acontecimientos históricos de los años 30, sin cambiar apenas la visión de los acontecimientos que Regler aporta en la novela. Los textos autobiográficos son testimonios importantes de la época, aunque pierden en ocasiones parte de su valor documental debido a su afán de novelar el desarrollo ideológico del autor de forma más bien coherente y sin profundizar en las contradicciones y fisuras de esta evolución .
La gran cruzada es uno de cinco textos escritos por autores alemanes que, de forma novelada y desde una perspectiva autobiográfica, narran sus experiencias como miembros de las Brigadas Internacionales: Willi Bredel: Begegnung am Ebro (“Encuentro a orillas del Ebro”, 1939), Bodo Uhse: Leutnant Bertram (“El teniente Bertram”, 1943), Eduard Claudius: Grüne Oliven und nackte Berge (“Verdes aceitunas y montañas peladas”, 1944) y Ludwig Renn: Der spanische Krieg (“La guerra española”, 1956). A estos textos hay que añadir el Spanisches Kriegstagebuch (“Diario de la guerra española”, 1948) de Alfred Kantorowicz[21]. Estos libros se parecen en gran medida tanto en la temática como en el enfoque político debido a que los autores habían sido comisarios políticos de diferentes unidades (Renn llegó a ser comandante del Batallón Thälmann y jefe del Estado Mayor) y comunistas convencidos que seguirían siéndolo en la República Democrática alemana (con la excepción de Kantorowicz que huyó a la República Federal en 1957).
Los temas más recurrentes de estos libros son: la consciencia de los combatientes de luchar contra el fascismo europeo, no solo a favor de España, sino también contra el nacionalsocialismo alemán; su convicción de representar la verdadera Alemania en oposición al nacionalsocialismo; la contradicción con la que vivían muchos miembros de las Brigadas al considerarse pacifistas y hombres de letras y luchar en una guerra o, dicho de otra manera, la contradicción habida entre la pluma y la espada; los problemas ideológicos surgidos entre las diferentes corrientes políticas dentro de las brigadas y la sospecha omnipresente de traición y espionaje; el miedo a la muerte y la necesidad de matar al otro; la solidaridad manifiesta entre españoles y extranjeros que habían acudido a España para luchar contra un enemigo común, y los problemas que brotaron de la convivencia de tantas naciones y de tantas experiencias distintas, sobre todo entre los internacionales y los españoles.
Aun así, las diferencias entre la novela de Regler y los otros textos son grandes. Por un lado, Regler trata de diversificar la perspectiva introduciendo distintos puntos de vista, mientras que los otros autores, con excepción de Uhse, se limitan a un solo personaje central como protagonista. Este hecho va ligado al mayor talento literario de Regler, más acorde con los tiempos y alejado del realismo socialista, el cual introduce elementos literarios más modernos: una narración muchas veces cinematográfica, descripciones sinestéticas de las batallas, un lenguaje lacónico y preciso –influido seguramente por el estilo de Hemingway–, y secuencias de escenas rápidas y dinámicas gracias a los constantes cambios de perspectiva. Por otro lado, la novela de Regler reflexiona mucho más sobre el trasfondo político e ideológico de la guerra, cuestiona más la razón o el sinsentido de esta lucha. En ella se hace patente una duda existencial ante los hechos históricos que suscita cierto debate interno en el lector y, en consecuencia, mayor impronta que los otros libros más descriptivos, de escritura menos reflexiva.
La gran cruzada
El título de la novela de Regler le sonará raro a más de un lector español ya que “Cruzada” fue el término utilizado por la Iglesia católica y por Franco para designar y justificar el golpe asestado a la República. Como en casi todas sus obras, Regler estuvo dudando mucho tiempo acerca del título de la novela. Así lo muestra la primera hoja del segundo y último manuscrito, donde aparece escrito a máquina Das große Beispiel (“El gran ejemplo”), tachado minuciosamente y corregido por Der grosse Kreuzzug (“La gran cruzada), escrito a mano. Lo mismo ocurre en la versión inglesa, donde el autor sustituyó la palabra example por crusade.[22] Regler, que siempre había sido una persona religiosa en busca de una religión que profesar, prefirió al final un título con claras resonancias católicas, seducido, seguramente, por la mayor fuerza evocadora de esta opción, hecho que se refleja en aquellas páginas de la novela en las que menciona la necesidad de llevar a cabo una “guerra santa” para limpiar el mundo, páginas, por otro lado, en las que abunda un lenguaje e imágenes bíblicos.
La gran cruzada se centra en las luchas de la XII Brigada Internacional y relata acontecimientos, batallas, pero también los entresijos propios de la cotidianidad de sus protagonistas. La novela comienza de forma brusca en plena batalla de la Ciudad Universitaria de Madrid, en la que, gracias a la ayuda prestada por las Brigadas Internacionales a las unidades republicanas, se logró detener un ataque virulento de las tropas franquistas en noviembre de 1936. De forma cronológica, Regler aborda los sucesos más relevantes del “día a día” de la Brigada entre el 10 de noviembre de 1936 y el 13 de junio de 1937, centrándose en las batallas ya mencionadas en las que su Brigada participó.
Concebida como texto incendiario para el público de aquella misma época, la novela apenas ofrece información sobre la situación histórica, el contexto internacional, las dos partes enfrentadas o las circunstancias específicas de la República, pese a que todo ello se discute ampliamente en la obra. El lector tiene que aportar esta información para completar la imagen que Regler refleja de la Brigada. La novela va abriéndose paso a través de los puntos de vista de varios miembros de las diferentes unidades de la XII Brigada y expone sus biografías, sus opiniones políticas, sus posturas ideológicas.
Dentro de este conjunto de personajes procedentes de Francia, Italia, Alemania, Hungría, Polonia y los países del este de Europa –todos ellos basados en referentes reales–, destacan dos que podrían entenderse como los protagonistas antagónicos de La gran cruzad: Albert, el comisario, y Werner, el médico. Además de que “Albert” fue el nombre de guerra de Regler en el exilio, es fácil reconocer al escritor detrás del personaje. Autor y personaje comparten muchos datos biográficos, aunque no todos: Regler nunca fue profesor pero sí hablaba ruso. El personaje de Werner está basado en Werner Heilbrunn, el médico alemán amigo de Regler, de cuya vida poco se sabe. En España, los dos trabaron una amistad tan profunda que Regler afirma en su autobiografía que “nuestras vidas se fundían”[23]. De esta fusión real se produce un desdoblamiento en la ficción, estrategia que emplea el autor para presentar de forma contradictoria y dialogada los grandes problemas ideológicos de la Guerra Civil, y, sobre todo, dos temas: la posibilidad de creer todavía en la revolución rusa y el rechazo que suscitaba la constante caza de traidores y espías. En estos diálogos, Werner se muestra más consecuente e independiente en sus opiniones que Albert, quien, siendo comisario, sigue defendiendo las consignas comunistas oficiales a ultranza para mantener así su fe en la causa. No obstante, son precisamente sus afirmaciones más taxativas a favor de las teorías ortodoxas, contrarrestadas siempre por Werner, un probable indicio de la inseguridad ideológica a la que Regler se veía expuesto en la vida real, una inseguridad que al cabo de poco tiempo se resquebrajaría para dar paso a otra gran cruzada personal del autor, esta vez en contra del comunismo real existente.
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[1] Alfred Kantorowicz: Spanisches Kriegstagebuch. Frankfurt/Main: Fischer 1982, 293. Para la biografía de Regler: Ralf Schock: Gustav Regler – Literatur und Politik (1933-1940). Frankfurt/Main: R.G. Fischer 1984; Alfred Diwersy: Gustav Regler. Bilder und Dokumente. Saarbrücken: Saarbrücker Druckerei und Verlag 1983; Michael Winkler: Nachwort y Gustav Regler – Lebens- und Werkdaten. En: G.R.: Der große Kreuzzug. Tagebuch 1937 aus dem Spanischen Bürgerkrieg. Ed. por Michael Winkler. Basel, Frankfurt/Main: Stroemfeld 1996. (= Werke. 4.) 707-741, 758-760; Georg Pichler: Der Spanische Bürgerkrieg (1936-1939) im deutschsprachigen Roman. Eine Darstellung. Frankfurt/Main et al.: Lang 1991, 172-186.
[2] Diario de los años 1917 a 1919, citado en Schock, 5.
[3] Así lo caracterizó el escritor bávaro Oskar Maria Graf en su libro Viaje a la Unión Soviética. OMG: Reise in die Sowjetunion 1934. En: O.M.G.: Autobiographische Schriften. Ed. por Wilfried F. Schoeller. München, Leipzig: List 1994, 347-517, aquí 378.
[4] Gustav Regler: Das Fest beginnt. En: Deutsche Zentral-Zeitung (Moscú), 3.9.1936, cit. Schock, 320.
[5] Gustav Regler: Das Ohr des Malchus. Eine Lebensgeschichte. Ed. por Gerhard Schmidt-Henkel y Hermann Gätje. Frankfurt/Main, Basel: Stroemfeld 2007, 424-426.
[6] Elsa Triolet narra este viaje en su relato Dix jours en Espagne. Ed. por Marie-Thérèse Eychart, trad. del ruso de Gilbert Fisz. Bruxelles: Les Éditions Aden 2012.
[7] Winkler, 710, Triolet, 86.
[8] Peter Merin: Spanien zwischen Tod und Geburt. Zürich: Jean Christophe 1937, 264. El libro de Merin obtuvo cierta fama en España gracias al capítulo que le dedicó Herbert R. Southworth en su libro El mito de la cruzada de Franco. Spanica zwischen todnu gabriet, la transcripción errónea del libro de Merin, pasaba como cita sin contrastar de un libro pseudohistórico a otro, lo que le sirvió a Southworth para mostrar la falta de seriedad de la historiografía franquista.
[9] Kantorowicz, 290.
[10] En su prólogo a este libro, Ernest Hemingway describe con gran plasticidad la gravedad de las heridas de Regler. Cabe añadir la información aportada por Alfred Kantorowicz, quien, a finales de julio de 1937, habló con Regler a solas en un hospital madrileño. Según este testimonio, durante diez días extrajeron de su cuerpo hierro, jirones de la camisa y del traje militar, botones y tierra, todo ello sin anestesia alguna. Para limpiar las heridas y eliminar los últimos restos de suciedad, echaron agua salada a sus heridas –algunas del tamaño de un puño– para que cristalizara y limpiara la carne que, en otras partes de su cuerpo, le quitaban a trozos porque ya empezaba a pudrirse. Kantorowicz, 446.
[11] Kantorowicz, 292.
[12] Clara y Paul Thalmann: Revolution für die Freiheit. Stationen eines politischen Kampfes. Moskau/Madrid/Paris. Hamburg: Association 1977, 148.
[13] Regler, Das Ohr des Malchus, 543.
[14] Ibid, 569.
[15] Gustav Regler: Tagebuch 1940-43. En: G.R.: Sohn aus Niemandsland. Tagebücher 1940-1943. Ed. por Günter Scholdt und Hermann Gätje. Basel, Frankfurt/Main: Stroemfeld 1994, 381-670, aquí 447.
[16] Fritz Pohle: Das mexikanische Exil. Ein Beitrag zur Geschichte der politisch-kulturellen Emigration aus Deutschland (1937-1946). Stuttgart: Metzler 1986, 152.
[17] Gustav Regler: País volcánico, país hechizado. Trad. y prólogo de Gonzalo Vélez. México D.F.: Seix Barral 2003.
[18] Regler, Tagebuch 1940-43, 473.
[19] Michael Winkler: Zur Überlieferung und Textgestalt. En: Regler, Der große Kreuzzug, 545-577, aquí 559.
[20] Regler elimina, por ejemplo, unos pasajes en los que Mischka, el ruso blanco, habla de espías y sabotajes, o bien, como en el capítulo 7, modifica levemente las opiniones de Werner y Albert para hacerlas menos ambivalentes; cf. ibid, 568.
[21] Ninguno de estos textos ha sido traducido al castellano hasta el momento. En esta misma colección se publicará el Diario de la guerra española de Kantorowicz.
[22] Véase la reproducción de esta página en Regler, Der große Kreuzzug, 571.
[23] Regler, Ohr des Malchus, 474.