XII BI Jarama
Febrero de 1937
El 6 de febrero de 1937 dio comienzo la batalla del Jarama con un fuerte ataque de las fuerzas franquistas sobre la línea republicana entre los Km. 17 y 27 de la carretera de Andalucía. El coronel Barroso, jefe de operaciones de Franco, anunció ese día a Faldella, jefe de alto estado mayor de las fuerzas fascistas italianas: “En cinco días estaremos en Alcalá de Henares”. Lo cierto es que en los cinco primeros días, y debido a la heroica resistencia republicana, solo consiguieron ocupar toda la línea de alturas que dominan la orilla derecha del valle del Jarama, desde el Espolón de La Marañosa, al norte, hasta Ciempozuelos, al sur. Y en los siguientes, a pesar de poder cruzar el Jarama, quedaron atascados en las colinas situadas al sur de Arganda y al oeste de Morata. Entre los factores que frustraron sus planes hay que mencionar la actuación de los tanques de Pavlov, la aviación republicana y la actuación de cuatro Brigadas Internacionales (la XI, XII, XIV y XV BI) que ayudaron a frenar el impulso ofensivo franquista, paralizado definitivamente el día 15.
Tres fueron las columnas que llevaron el peso de la operación de avance hacia Alcalá: la brigada Barrón, que debería avanzar hacia Arganda a través del vértice Pajares y las colinas situadas al sur de Arganda; la brigada de Asensio Cabanillas, que debía avanzar por la derecha hacia Morata y Perales de Tajuña; la brigada de Sáenz de Buruaga, que avanzaría por el centro hasta el alto de la Radio para, más tarde, llegar a Campo Real y Alcalá. Las fuerzas de Barrón consiguieron cruzar el Jarama en la noche del 10 al 11 y desplegarse en la mañana siguiente hacia el norte del valle del Jarama tratando de dominar las colinas donde se encuentra el vértice Pajares. Luigi Longo, inspector general de las BI, ofreció años más tarde la siguiente visión general de su actuación:
Entre el 11 y el 15 de febrero la batalla del Jarama adquiere su mayor intensidad. Es tan grande el ímpetu y la decisión de ambas partes que la lucha llega a los límites de ferocidad y dureza. Los fascistas desean a toda costa penetrar y ensanchar su avance inicial. Disponen de medios abundantes, que concentran sobre un frente máximo de seis o siete kilómetros de extensión. Su artillería, emplazada en puntos extremadamente favorables, dispara sobre nuestras primeras líneas, sobre la retaguardia, sobre nuestros puntos de concentración. Disparan sus ametralladoras en todas direcciones, sobre los olivares y los accidentes del terreno. Audaces patrullas de caballería mora, sobre todo durante los primeros días, cuando aún no contamos con una sólida línea de resistencia, se infiltran en los valles y localizan nuestros puntos débiles y sin defensa para que se dirija sobre ellos el grueso de las fuerzas fascistas. Pero los nuestros, una vez superados los primeros mementos de desconcierto, resisten con valentía y determinación, hasta morir sobre sus puestos para dar tiempo a que lleguen refuerzos. La calidad y el heroísmo de los hombres suplen con amplitud las fallas de una organización todavía incipiente. Los nuevos combatientes siguen los pasos de los veteranos de la defensa de Madrid; los españoles compiten con los internacionales. Los antiguos de la XI, de la XII y de la XIV brigadas luchan como es su costumbre, y los reclutas de la XV – ingleses, franceses, norteamericanos, balcánicos, y una compañía italiana – siguen también su ejemplo, pese a que por primera vez se encuentran en el infierno de la batalla y en el punto más duro y crítico de la lucha.[1]
LA XII BRIGADA INTERNACIONAL
La entrada en fuego de la XII BI se produjo el 9 de febrero, un día de intensa lluvia después de cuatro días de sol. Las tropas de Rada y Barrón estaban ultimando el dominio de la meseta de la Marañosa con la conquista del Espolón de Vaciamadrid: la carretera de Valencia, en el tramo del Km. 17 al 22, quedó así bajo el tiro de la artillería y fusilería franquista. Para impedir la progresión de ese avance el coronel Mena, jefe de la Agrupación de Arganda, ordenó contraatacar a la XIX brigada que pudo defender una de las puntas del Espolón. En esta acción parece que participó el batallón Dombrowski.
Las fuerzas de la XII BI fueron distribuidas de forma poco organizada, formando una débil línea a lo largo de la orilla oriental del río. El despliegue del batallón André Marty fue el siguiente: la 1ª compañía, mandada por el capitán Marchal, ocupó posiciones en el puente de Arganda; la 2ª compañía lo hizo en las casas de Pajares, con una sección vigilando el puente de Pindoque; la 3ª compañía aseguró la retaguardia desde la azucarera de la Poveda hasta las colinas de Pajares, sobre la margen izquierda del valle; la 4ª se situó en las casas del Porcal, entre la 1ª y la 2ª compañías. La situación el día 10 era incierta, pero no faltaba el optimismo, como afirma Luigi Longo:
Desde que cruzamos las primeras palabras con el Estado Mayor de la XII brigada nos enteramos que las cosas no marchan según lo preestablecido… Hay quienes afirman que hemos esperado demasiado para atacar, mientras que otros creen que es mejor esperar al enemigo y recibirlo como se debe… Se mira la situación con confianza e inclusive con euforia…
Por la tarde, bajé al río con Nicoletti y Camen. Llegamos en coche hasta los primeros edificios, pero no es aconsejable seguir adelante por la carretera descubierta. Debemos continuar a pie al lado de la carretera y escondernos entre los árboles. Desde La Marañosa los fascistas nos observan y disparan con sus cañones al más mínimo movimiento. La atmósfera es gris, el cielo esta cargado de nubes y el paisaje abandonado y silencioso. Los nuestros ocupan el puente y parte de la carretera, con pocas fuerzas en misión de vigilancia. No se percibe el acostumbrado movimiento del frente… Nicoletti y yo nos asomamos, detrás de un muro, para inspeccionar la otra orilla que desciende en talud hacia las aguas abundantes y tumultuosas. No vemos a nadie. Sin embargo, los que vigilan desde las alturas de enfrente deben haber observado nuestros movimientos y disparan sobre la carretera y sobre las tres o cuatro casas que hay a la salida del puente, muy cerca de donde estamos. Un verdadero desperdicio; lanzan una docena de granadas que no hacen ningún daño, algunas se hunden sin estallar en el terreno fangoso. Queda demostrado que el enemigo vigila con atención y no ahorra medios para responder a nuestros movimientos.[2]
Todos los malos augurios intuidos por Longo se cumplieron. En la noche del 10 al 11 de febrero el general Varela consiguió forzar el paso del río por el puente de Pindoque. La toma del puente fue ejecutada mediante un golpe de mano a cargo del Tabor de Tiradores de Ifni afecto a la III brigada de Barrón. Delperrie de Bayac describe así aquellos hechos:
La 2º compañía comprende una mayoría de nuevos voluntarios llegados de Bélgica. Su jefe, el teniente Martin, lleva en España unos pocos días… Han llegado al puente hacia las cinco de la tarde. El enemigo está en la otra orilla, pero no se ve nada. Todo está demasiado tranquilo… Los voluntarios se instalan en una trinchera natural paralela al río, todos en línea, tiradores y ametralladoras. Hay tres Maxim… una a la derecha del puente, otra a la izquierda y la tercera en el centro… La instalación dura hasta la caída de la noche. El furriel distribuye guisado, pan y un cuarto de vino para cada hombre. No encienden fuego. Lo comen todo frío…
La noche del 10 al 11 de febrero es muy fría y oscura… El Jarama chapotea y arrastra arbustos arrancados en las últimas lluvias. Se han previsto turnos de guardia en cada sección, pero no hay centinelas en el puente ni en la orilla de enfrente. Tampoco se ha hecho un reconocimiento del terreno. El voluntario Marc Perrin, de Lyon, es el tirador de la Maxim instalada en el centro. Se ha enrollado en su manta y duerme cerca de su pieza. Hacia las tres de la madrugada le despierta un ruido terrible. Estallan granadas, los hombres gritan, otros corren en la noche. Marc Perrin, de pie, no tiene tiempo de enterarse de lo que pasa. Su jefe de pieza, Pecqueur, le grita: “¡Pronto! ¡Dejamos el campo!” La Maxim es demasiado pesada para un solo hombre. Perrin quita la culata móvil y se la lleva. Camina sin dirección fija con Pecqueur y otros cinco o seis y se refugian en los edificios de una antigua azucarera a unos trescientos metros del Pindoque. Otros se unen a la 3ª compañía mandada por Boursier, excontramaestre de marina… De la 2ª compañía quedarán una veintena de supervivientes, en su mayor parte heridos.[3]
Martínez Bande, por su parte, ofrece la versión del otro lado:
En el vaivén de jornadas lluviosas y despejadas que era la característica de aquel invierno de 1937, el 10 de febrero fue un día espléndido, cualidad que se prolongaría a la noche y fechas inmediatas. A las tres de la madrugada, poco más o menos, las fuerzas del tabor de Ifni bajaron hasta el caserío de La Boyeriza, que se encontraba deshabitado, dirigiéndose desde allí al puente Pindoque. El pelotón de vanguardia consiguió llegar sigilosamente hasta el extremo Sur del mismo, sin ser descubierto, cruzándolo y lanzándose instantáneamente sobre los desprevenidos, si no dormidos, sirvientes de las armas automáticas y demás soldados. La lucha inmediata cuerpo a cuerpo y con granadas de mano resolvió favorablemente y de modo definitivo la situación para los atacantes y, acto seguido, los zapadores se apresuraron a cortar los cables de las minas encargadas de producir la voladura del puente; mas en la oscuridad de la noche dejaron alguno intacto. Sin pérdida de tiempo se lanzaron los soldados de Ifni en dirección a las casas de Pajares, oyéndose entonces una fuerte explosión. El tramo de puente contiguo a la orilla izquierda del río había cedido, hundiéndose en parte porque, sin duda, el encargado de manejar el artificio de dar fuego, artificio colocado en las casas de Pajares, accionó aquel, alarmado al oír el ruido de la lucha que acababa de tener lugar. El accidente, sin embargo, no impidió el avance de los tiradores que, al llegar a su objetivo final, hubieron de combatir con los defensores de éste, ya alertados, a los que redujeron muy pronto. [4]
Las malas noticias llegaron pronto al cuartel general de la XII brigada en Arganda y la reacción del mando republicano fue inmediata:
Al momento se dictan órdenes para movilizar a la brigada y enviar las fuerzas disponibles para detener el avance enemigo. Se refuerza la defensa del puente de Arganda, pero lo que más urge ahora es enviar fuerzas nuevas y organizadas a la orilla izquierda del Jarama para resistir ahí a los fascistas que avanzan desde la llanura aprovechando la brecha abierta… Con ese fin, se utilizan las compañías garibaldinas de reserva en Arganda que, en cuanto se reúnen, parten cantando directamente al punto donde la amenaza fascista es mas grave. En las casas de Porcales los garibaldinos encuentran a los combatientes del batallón franco-belga y a los sobrevivientes de la compañía sorprendida en el Pindoque. Sólo en ese momento conocemos los detalles de lo ocurrido durante la noche y los peligros que se ciernen sobre todas nuestras fuerzas… Los fascistas han logrado establecer una amplia y sólida cabeza de puente. Entre el puente de Arganda, todavía en nuestro poder, y el puente de Pindoque, en manos de los fascistas, hay tres o cuatro kilómetros de distancia… La parte más grave y apremiante es la llanura que separa el Jarama de los cerros que se elevan a su izquierda, a cuatro o cinco kilómetros de distancia. Desde ahí, a través del caserío de Porcales, la marea fascista podría avanzar por el valle hasta Arganda, cortar la carretera de Levante y proseguir hacia Loeches y Alcalá de Henares. También tendrían la opción de avanzar hacia Morata de Tajuña para, con un movimiento más amplio, alcanzar los mismos objetivos.
No hay tiempo que perder. A ambos lados de la brecha abierta hay fuerzas republicanas, pero de frente, en dirección a Morata de Tajuña, hay de momento un vacío que se ensancha a medida que la cabeza de puente enemiga es más amplia… Es necesario presionar sobre los flancos de la cabeza de puente y organizar la resistencia frente a él llenando el vacío en el sector de la brecha abierta. Al sur, la acción corresponde a Líster y a otras formaciones españolas; al norte, la situación está en manos de los internacionales. El batallón Garibaldi ocupa la llanura formando un dique capaz de contener a la creciente marea fascista. El batallón polaco, que estaba sobre el Manzanares, a la derecha de la brigada, es llamado con urgencia para que se posicione a la izquierda del “Garibaldi”; su misión es avanzar entre el valle y el monte y establecer contacto con el resto de las unidades republicanas. [5]
En el lado franquista se concentran todas las fuerzas posibles para aprovechar el éxito del cruce del río y lanzarlas a sus objetivos lejanos:
Durante la noche las fuerzas de caballería afectas a la III Brigada, su infantería, dos antitanques y la batería de acompañamiento de 6,5 se prepararon convenientemente, y a las cinco horas comenzaron su descenso desde las alturas de La Marañosa, por el barranco y camino viejo de Madrid a Chinchón, que llevan a la Boyeriza… Las tropas permanecieron, ocultándose en las arboledas, hasta las nueve horas en que se dio la orden de cruzar el Jarama por el puente Pindoque, que de ese punto apenas dista un kilómetro y medio. Lo hicieron primero algunas unidades de Caballería con grandes dificultades, dado el estado del puente… La claridad del día y la acción de los tiradores de Ifni había alertado al enemigo, cuyas baterías comenzaron a batir intensamente el punto de paso y sus proximidades, volando a la vez varios aviones y causando buen número de bajas en las aglomeraciones de tropas y, por supuesto, entre quienes cruzaban el Pindoque…
Ya los primeros jinetes al otro lado del Jarama, y hacia las diez horas, hicieron su aparición varios carros, que avanzaron de Norte a Sur, poniéndoles en situación difícil. Entonces el coronel Barrón dio orden de que pasase el puente rápidamente la infantería…Tras hacerlo desplegó al abrigo de una pequeña elevación, donde se situaron las piezas antitanques. Su fuego obligó a dar media vuelta a los carros, no sin que quedasen inutilizados dos en el terreno y al parecer averiados algunos de los que huyeron. En tanto, un nuevo ataque de seis aviones de caza había agravado más la situación de las fuerzas concentradas alrededor del Pindoque. Despejado el valle con la huida de los carros, la caballería desplegada avanzó al paso de carga, llegando hasta las inmediaciones del vértice Pajares y extendiéndose por sus laderas. Alcanzada la cumbre por la infantería, pronto quedó así cubierto el objetivo, procediéndose con toda urgencia a organizar debidamente el terreno y llegándose hasta la carretera del puente de Arganda a Chinchón.[6]
El batallón André Marty
Ante la amenaza de desbordamiento, el mando republicano tomó las primeras determinaciones: la 1ª y 3ª compañías del Batallón André Marty se desplazaron de sus posiciones iniciales a las colinas al oeste del vértice Pajares para intentar frenar el avance franquista. Había niebla y apenas se podía ver cómo cruzaba el puente de Pindoque, situado a unos tres kilómetros, la caballería de Barrón. Sobre las diez de la mañana, mientras centenares de obuses les llovían procedentes de la Marañosa, las compañías fueron sorprendidas por el potente ataque de un escuadrón de caballería mora que en filas de a cuatro conducía el capitán Millana. Los internacionales disponían sólo de 500 cartuchos para sus ametralladoras. Éstas produjeron importantes pérdidas en la masa de jinetes, pero agotaron pronto su munición. Los franceses tuvieron que retirarse a una segunda línea de las colinas. El ataque de la caballería fue completado por el de una bandera de la legión y un tabor de marroquíes que, siguiendo a López Muñiz, jefe de Estado Mayor de Varela, “asaltan con granadas de mano las fortificaciones enemigas cuyos defensores se hacen matar al pie de sus ametralladoras”. Delperrie de Bayac ofrece una visión más detallada de la resistencia de los voluntarios:
El jefe de una sección de la 1ª compañía, Fernand Belino, sitúa observadores en la cresta y al grueso de la fuerza en la contrapendiente, al abrigo de los tiros tensos. Tienen con ellos un grupo de morteros mandados por Baumann, secretario de la sección de Ivry del partido comunista francés… No esperan mucho. Súbitamente, surgen jinetes entre los árboles frutales del valle. Ven que ponen pie a tierra para escalar las pendientes. Sin esperar órdenes, los franceses empiezan a disparar. Han abierto fuego desde demasiado lejos, malgastan sus municiones sin más resultado que señalar su presencia. Los que estaban en la contrapendiente suben a la cima. Disparan sin parar, los cañones de los fusiles están al rojo, las municiones se agotan, lanzan granadas. El voluntario Compagnani, de 16 años, está loco de alegría. Grita: “¡He alcanzado a dos!” Diezman a los barbudos con turbante que trepan, pero ellos también reciben algunos obuses y una lluvia de balas. Fernand Belino vuelve la cabeza a derecha e izquierda: de los cuarenta y tres hombres de su sección quedan unos diez ocupados en disparar o en vaciar los bolsillos de los muertos buscando cartuchos; los otros están extendidos, o doblados por el suelo, o sujetando con la mano sus heridas. Los moros les desbordan. Para que no les sorprendan por la espalda, Belino y los otros supervivientes del grupo de morteros reculan a otra cresta. Han cogido el mayor número posible de fusiles, pero han abandonado a todos los heridos… Primero las armas. En la nueva cima se mantienen otra hora más. Fernand Belino quisiera saber dónde están las otras secciones y el jefe de la compañía, el capitán Marchal, que parece inencontrable… Los moros están ahí mismo, algunos a caballo, y además hay carros de combate a la derecha de las colinas. Hacia las once de la mañana el cielo se aclara. Hace buen tiempo. Fernand Belino, cuya pantorrilla acaba de ser atravesada por una bala, lanza algunos juramentos, no porque le hayan herido, sino por todo el lío que hay: ni refuerzos, ni enlaces, ni organización… Consiguen retirarse de milagro.
A primera hora de la tarde, la 3ª compañía continúa resistiendo en las colinas. Su jefe, el ex-marino Emile Boursier, es astuto pero le faltan las municiones y la compañía está a punto de ser rodeada: se consigue librar a costa de grandes pérdidas. “El batallón francés fue sorprendido por la niebla del valle” escribe el comisario de la XII, el escritor alemán Gustav Regler. “Antes de que Luckacs pudiera mandar refuerzos todo estaba terminado. Luchando hasta gastar hasta la última cinta de ametralladora, el batallón permaneció en su puesto, luchando cuerpo a cuerpo contra los moros que surgían con cuchillos entre los dientes. Comprendiendo que el enemigo pretendía cortar la carretera de Madrid a Valencia, se clavaron al terreno dispuestos a vender caras sus vidas”. El doctor Heilbrun, que con sus gemelos estuvo viendo desde una colina los últimos momentos del batallón, comentaría más tarde a Regler: “Después de abatir a los combatientes, los moros acabaron uno a uno con todos los heridos. Para ahorrar municiones usaron sus cuchillos largos, triangulares, deslustrados. Apuñalaban a los heridos en el pecho o en el vientre, sin importarles los gestos y gritos de clemencia… Me pregunto cómo se puede seguir viviendo después de ver esto”. [7]
El batallón Garibaldi
En esta primera jornada a la orilla izquierda del Jarama, sigue diciendo el autor francés, el batallón André Marty fue destruido en sus tres cuartas partes. ¿Qué pasó con los otros dos batallones de la XII BI? Hacia las ocho de la mañana, los Garibaldinos reciben la orden de subir a los camiones. “La orden, dice Pietro Nenni, fue acogida con alegría… Era ya pleno día cuando los habitantes de Arganda vieron desfilar a los italianos entre el alegre canto del Bandiera Rossa y la Internacional.” [8] Poco antes de llegar al puente de Arganda bajaron de los camiones y, con la consigna de “¡Ahora silencio!”, comenzaron a marchar en dirección al puente de Pindoque. A las once de la mañana, a la misma hora en que la 1ª compañía del André Marty se retiraba de la segunda línea de crestas, sus supervivientes pudieron distinguir a lo lejos una tropa que avanzaba por el valle de norte a sur: eran los garibaldinos, una tropa madura de veteranos antifascistas con una edad media de entre 30 y 40 años. Su misión era impedir el avance de los franquistas por esa zona hacia el puente de Arganda y la Poveda e incluso amenazar y atacar el puente de Pindoque. Progresaron en orden de combate: la 1ª compañía en vanguardia, detrás la 2ª y la 5a en los flancos; la 4ª se queda guardando el puente de Arganda. Llueven los obuses. Al frente de la columna, el comandante Pacciardi se movía de arriba abajo con una motocicleta; conoce el oficio (es un veterano de la primera guerra mundial) y sus hombres le quieren. Por desgracia, la niebla de la primera hora de la mañana había desaparecido y ya no les protegía de los tiradores apostados en las alturas de la Marañosa. Tuvieron que avanzar resguardándose en el talud del ferrocarril que va de la azucarera de la Poveda al Pindoque. Pronto llegaron a las casas del Porcal, una avanzadilla a 3 Km. del puente de Pindoque, desde ahora a tiro de los italianos. La posición era difícil, ya que estaban bajo el tiro directo de la artillería de Rada. No pudieron seguir avanzando ya que, a partir de entonces, el campo se convirtió en una masa de “humo y llamas”:
Es necesario emplear una astucia infinita para hacerse invisibles. Era preciso moverse rápidamente para no ofrecer un blanco inmóvil y confundirse con el terreno arrastrándose sobre el vientre. Convenía alcanzar a saltos los raros ángulos o rincones muertos, trabajando en seguida con la pala para improvisar un refugio. Pese a todo, la operación seguía su curso normal, casi irresistible. Nuestras primeras ametralladoras estaban ya en posición para detener cualquier conato ofensivo del enemigo cuando fue herido el comandante Pacciardi. Hacía ya tres horas que se prodigaba con su Estado Mayor, corriendo hacia donde mayor era el peligro, ordenando, incitando, dando ejemplo. De pronto lo vi llevarse la mano a la cara, retirarla llena de sangre, volverse hacia Nenni, que estaba a su lado, y decirle: “Me han dado.” Por suerte, era una herida leve. Una esquirla lo había herido en la mejilla y en el lóbulo de la oreja. Y entonces, bajo el fuego, Nenni, convirtiéndose en improvisado enfermero, le vendó las heridas lo mejor que pudo. Lo más difícil era alcanzar el puesto de socorro. Dejando el mando por un par de horas al comisario político Barontini, que sustituyó a Roasio hace pocos días, Pacciardi, Nenni y dos enlaces retrocedieron, convirtiéndose en blanco de una granizada de disparos. Ciani, un enlace de Forli, quedaría por desgracia seriamente herido en la cara y en el pecho. Tres horas después, sereno y sonriente, el comandante estaba de nuevo en su puesto, tras una casucha medio destruida, donde, entretanto, un compañero de la tercera compañía, el bravo Valentine, herido en el bajo vientre, había muerto murmurando: “¡La Internacional vencerá! No sería ésta la única pérdida del día. Las compañías quinta y primera, más duramente probadas, contaban por la noche once muertos, casi todos españoles que habían querido luchar en nuestras filas tras filas. El Batallón deploraba, además, la pérdida del más viejo de los voluntarios, Tamango, y del más joven, un belga de 16 años que se había metido en el batallón sin que hubiera medio de hacerlo regresar a su casa. [9]
Durante los días siguientes, la zona cubierta por el batallón Garibaldi no sufrió un ataque directo excepto algunos escarceos de la caballería. El bombardeo desde la Marañosa, no obstante, continuaba y Pacciardi decidió retrasar sus líneas a una posición menos expuesta, a unos 500 m de las casas del Porcal.
El batallón Dombrowski
Al conocer el desastre acontecido con las compañías del André Marty, el general Lucas situó al Dombrowski a la izquierda del Garibaldi, cubriendo la mitad oriental del valle y el arranque de las colinas situadas a la izquierda de la carretera de Chinchón. Durante la mañana tuvo que hacer frente a repetidas acometidas de la caballería franquista que pugnaba por ampliar la cabeza de puente y abrirse paso hacia Arganda. Afortunadamente, la presencia de los tanques de Paulov, a hora tan temprana como las diez de la mañana, debilitó el ataque frontal por dicha zona. A las tres de la tarde, el general Lukacs ordenó al batallón acompañar el avance de 14 tanques, cosa verdaderamente arriesgada, al estar batidos por la artillería de la Marañosa que disparó todo el día sin cesar. Tras un amago, los hombres volvieron a sus trincheras. Por la tarde arreciaron las acometidas de la caballería mora. Cada vez quedaban menos hombres hasta el punto de que su comandante, Janek, tuvo que hacerse cargo de una de las tres ametralladoras Maxim. El batallón fue cediendo terreno sin dejar de mantener a los marroquíes a corta distancia. Bien asentados en sus posiciones, los polacos aguantaron la enésima acometida que se hizo ya con la última luz del día. Fue entonces, cuando la situación parecía más desesperada, que los polacos observaron cómo, a su derecha, iban por fin tomando posiciones los dos batallones prometidos de carabineros que se habían extraviado en las colinas. El jefe de estado mayor de la brigada, Batov, ofrece esta visión de aquel día:
En este combate se destacó un jefe de sección alemán. Su sección tomó dos ametralladoras e hizo muchos prisioneros. Después de la acción, hablé con él y me interesé por saber dónde había recibido la instrucción militar:
– Soy ayudante de profesor; he estudiado las vegetaciones marinas y nunca estuve en el ejército.
– Sin embargo, usted ha conducido con gran maestría sus combatientes al ataque, igual que un oficial profesional.
– Posiblemente, pero de mí no saldrá ningún militar. Además veo mal. En el ataque seguí el impulso de mi corazón, mi convicción de que el fascismo es el enemigo jurado de la ciencia, de la civilización. A mi lado iban hombres de las mismas ideas, hombres de corazón ardiente. Por eso hemos tenido éxito.
Los días siguientes corroboraron el estoicismo inquebrantable que poseían esos hombres de ardoroso corazón. [10]
Ya de noche, junto al olivar situado a la derecha del Km. 23 de la carretera de Valencia, se encontraron el jefe de la 5ª brigada de carabineros, coronel Sabio, y el de la XII BI, el general Lukacs. Se felicitaron por haber podido conjurar el primer asalto, aun a costa de la pérdida de la mitad de los efectivos del Dombrowski. El abstemio general Lukacs bebió su primera copa de coñac mientras pronunciaba su frase favorita: “La guerra es una porquería terrible”. [11]
Ese mismo día 11 llegaba a Morata la XI BI y se situaba sobre el Km. 29 de la carretera de Chinchón, en la zona del alto de la Radio. Hans Kahle, su comandante, desconocía la situación del enemigo. Enterado de que las tropas de Barrón se han apoderado del vértice Pajares y tratan de ganar Arganda a través de las colinas de Valdecorzas y Valdeperdices, considera que su misión es cooperar con la XII BI a cerrarles el paso. Ignoraba que otra columna, la dirigida por Sáenz de Buruaga, ha cruzado ya el Jarama y se prepara para atacar sus posiciones. Al acabar el día Longo hace el siguiente balance:
El enemigo ataca con cerca de treinta mil hombres y un centenar de tanques, aparte de los cañones y aeroplanos. Es el más grande despliegue de hombres y material bélico que jamás haya habido. Tiene la ventaja de la iniciativa y ha logrado abrir una brecha en nuestro frente, tratando de ampliar su avance hacia Arganda y Morata de Tajuña. Esta brecha debe cerrarse lo más pronto posible… Ha terminado la jornada más peligrosa, la jornada de las sorpresas y de la ruptura del frente. Al terminar el día era evidente que el empuje fascista ha ido disminuyendo; la ofensiva ha fracasado. Durante la noche, en la línea ocupada por los nuestros, se realizan febriles obras de fortificación y llegan las tropas de refuerzo. [12]
Situado ahora sobre las colinas que flanquean el margen izquierdo de la carretera que sube a Morata, el Dombrowski tuvo que soportar una fuerte presión por parte de Barrón que, el día 13 se apoderó del espolón situado a la izquierda del Km. 25 de la carretera. Un miembro del batallón cuenta así los hechos:
Al amanecer del día 13 atacamos. Para los fascistas fue una sorpresa. En poco tiempo avanzamos un kilómetro y logramos ocupar una línea. Ésta no quedó muy bien situada: estábamos en unas colinas a las que era difícil acercarse para llevar munición ya que el valle quedaba bajo el fuego de la artillería rebelde. A pesar de ello, nuestros camaradas se aproximaron aunque llegaron pocos. Oíamos sus quejas, pero no podíamos ayudarles: el valle era una muerte segura.
Sacando ventaja de esta situación, los fascistas contraatacaron. Carecíamos de municiones y teníamos muchos heridos. Utilizamos las últimas reservas. El enemigo, cada vez más audaz, se aproximó a nuestras trincheras. Estábamos casi cercados y no teníamos más que una salida: situar las Maxims en una cresta algo más retrasada. El sargento Simón Kenisberg, un judío polaco de Klimentow (Kielce) ordenó a los heridos leves que nos ayudaran a cambiar de sitio las ametralladoras. Para protegernos comenzaron a lanzar granadas a los atacantes. Luego nosotros cubrimos con nuestras ametralladoras al grupo de compañeros que seguían disparando en la anterior posición bajo la dirección de Kenisberg. De pronto, al asomarse éste para lanzar otra granada, una bala le atravesó el casco. Cayó muerto. Más tarde los fascistas atravesaron con bayonetas su cuerpo muerto.[13]
Los polacos tuvieron 50 muertos y más de 100 heridos, entre ellos su jefe Pavel Szliniarsz, sustituido por Jan Barwinski. El batallón retrocedió, lo que aprovechó la caballería para adelantar posiciones hasta las alturas cercanas a Valdeoliva, unos 800 m al sur del vértice Valdeperdices. Barrón, sin embargo, ordenó interrumpir el avance para no descolgarse de la columna de Buruaga, que estaba encontrando grandes dificultades en su encuentro con la XI BI. En los días siguientes los combates más intensos se localizaron en las zonas defendidas por la XI y la XV BI. El área de la XII BI, reforzada por la llegada de la V brigada de carabineros, la PUA (Primera Unidad de Avance) y, desde el día 14, por la XIV BI, pasó a jugar un papel secundario. Vicente Rojo, jefe de estado mayor de la defensa de Madrid, hizo la siguiente evaluación de aquellas jornadas:
Nuestra agrupación de fuerzas de Arganda… no se conformó con frenar la embestida sino que, empleando sus carros y reservas, contraatacó enérgicamente hacia el puente de Pindoque, reacción que desarticuló la maniobra en profundidad de la columna que llevaba la iniciativa del esfuerzo enemigo hacia Arganda. En tal reacción tuvieron una brillante actuación los carros y la brigada internacional dislocada en ese sector. [14]
Una actuación que tuvo un coste terrible en pérdidas humanas. Como consecuencia, las bajas tuvieron que ser cubiertas con efectivos españoles, ya que los acuerdos del Comité de no Intervención hacía cada vez más difícil la llegada a España de los voluntarios internacionales. En abril el porcentaje de soldados españoles en los batallones Garibaldi y Dombrowski era ya del 35% mientras que en el Thaelmann ascendía al 85%. La fuerza de ese grupo internacional contagió a los combatientes republicanos y quedó consagrada como un ejemplo histórico único:
Nunca en la historia del mundo había existido un grupo semejante de hombres, un ejército voluntario internacional reunido espontáneamente, reclutado en todos los estratos de la vida humana… La existencia de este ejército, que había jugado un papel tan crucial en la guerra española, era la garantía de hermandad de la clase trabajadora, la prueba de que aquellos que realizan el trabajo poseen un interés común y una idéntica obligación. Era la encarnación viviente de la unidad que existe entre los hombres de buena voluntad, sin importar su nacionalidad, sus convicciones políticas o religiosas o su forma de vivir. Estos hombres de todas las ocupaciones, colores y nacionalidades habían combatido y muerto con y para cada unos de los demás; su bandera era la bandera de la humanidad.[15]
Himno de la XII BI http://www.youtube.com/watch?v=tHrzH1g6zls
NOTAS
[1] Luigi Longo. Las Brigadas Internacionales en España, p. 187.
[2] Luigi Longo, obra citada, p. 180
[3] J. Delperrie de Bayac. Obra citada, p. 192.
[4] J. M. Martínez Bande. La lucha en torno a Madrid, p. 113.
[5] Luigi Longo. Las brigadas internacionales de España, p. 181
[6] Obra citada, p. 114-115.
[7] Delperrie de Bayac. Obra citada, p. 193-194.
[8] Pietro Nenni. España, p. 184.
[9] Pietro Nenni. Obra citada, p. 185-186.
[10] P. Batov. Bajo la bandera de la España republicana, p. 242.
[11] En su libro de Memorias Gentes, años, vida… Ilyá Ehrenburg dedica más de cuatro páginas a hacer un retrato de este escritor, y antiguo húsar húngaro, que murió en el frente de Huesca en el verano de ese año. Por su parte, Gustav Regler ofrece una versión más literaria y cáustica de estos días en su libro The Great Crusade, p. 260-290.
[12] Obra citada, p. 185.
[13] Testimonio de Stokstil, miembro de la compañía de ametralladoras. En Gina Medem. Los judíos voluntarios de la libertad, p. 43-44.
[14] Vicente Rojo. Así fue la defensa de Madrid, p. 162.
[15] Alvah Bessie Hombres en guerra, p. 281