Frank Ryan 16
Frank Ryan honrado en el cementerio de Dublín
El sábado 13 de febrero, se realizó un homenaje a Frank Ryan junto a su tumba en el cementerio dublinés de Glasnevin. Presidió el acto Ciaran Perrin, vicealcalde del Ayuntamiento de Dublín, acompañado de numerosos amigos de las BI en Irlanda que este próximo sábado, 20 de febrero, estarán con nosotros en Madrid.
Este acto enfatiza la labor de los voluntarios irlandeses y británicos en la batalla del Jarama, cuyo 79º aniversario celebramos estos días. Frank Ryan murió en Dresde en 1944 y fue acusado de colaborar con los nazis. Manus O’Riordan ha demostrado la infamia de este cargo y Ryan ha pasado a la historia como un patriota irlandés que entendió los deberes del internacionalismo y encabezó la lucha contra el fascismo viniendo a España al frente de 300 voluntarios irlandeses.
Frank Ryan protagonizó uno de los episodios más célebres de la XV BI, al conseguir reagrupar a muchos brigadistas que, abrumados por el ataque de fuerzas superiores, se desbandaron. Él y el escocés Cunningham les infundieron la moral para volver al frente y continuar la lucha, lo que les permitió restablecer las líneas.
Retroceso y reagrupamiento de las fuerzas del batallón británico
Durante la jornada del 14 de febrero los rebeldes lograron romper el frente por la zona de enlace entre el batallón británico y la brigada de Líster. Los tanques alemanes aparecieron al mediodía procedentes del Pingarrón. Los defensores, sin bombas, sin proyectiles ni cañones antitanque, se limitaron a disparar unas balas que rebotaban contra el blindaje. A pesar del heroísmo de algunos voluntarios como el pastor anglicano irlandés, Robert M. Hilliard, que aguantó y cayó herido, se produjo una desbandada. Las tropas de Asensio avanzaron sus líneas amenazando el cruce de carreteras de Morata-Chinchón pero no tuvieron la audacia de aprovechar la situación. La reacción de dos responsables de las unidades, Frank Ryan y Cunningham permitió recuperar horas más tarde las posiciones perdidas. Así lo relataron los protagonistas en El libro de la XV BI como en Britons in Spain, de Bill Rust:
Poco después del amanecer, Lizarraga y yo fuimos a recoger a los que se habían quedado rezagados en el olivar. Encontramos algunos y los llevamos al puesto de mando de la Brigada para dar el informe. Allí encontramos al jefe de estado mayor, Nathan, tan optimista como siempre. Me explicó someramente la situación: los franco-belgas estaban a nuestra derecha y la brigada Líster a nuestra izquierda. Le expliqué que nuestra línea de frente presentaba dos espacios sin cubrir. Sonrió y me dijo: “Vuelve a tu puesto y manteneos firmes, a la una en punto nuestros tanques avanzarán a través de esos huecos de vuestro flanco izquierdo y derecho. Mientras tanto, apretad los dientes y esperad instrucciones”. Me encontré con Copeman, que se había vuelto a escapar del hospital, pero Springie le mantenía en el puesto de mando de la Brigada a la espera de una ambulancia que le devolviera al hospital. Me enteré de que se había subido a un tanque que actuaba en el sector franco-belga para intentar cargarse los puestos de ametralladoras fascistas. Creía estar actuando en el sector británico y él solito se metió en la faena de limpiar de fascistas un nido de ametralladoras. Pudo regresar, pero ¡con dos agujeros más de bala! Esta vez se le envió a un hospital del que ya no pudo escapar.
Cuando Manuel y yo volvíamos a través del olivar, una ráfaga de ametralladora barrió el suelo a nuestros pies. Estábamos todavía en la carretera, a unos quinientos metros de nuestra posición y los disparos venían de nuestra derecha. Esto significaba que los compañeros franco-belgas habían sido rechazados mucho más atrás de lo que habíamos calculado. Nada más llegar a nuestra línea, comuniqué el mensaje de Nathan a Jock Cunningham y éste dispuso las líneas en ángulo recto para poder hacer frente a la nueva amenaza que se nos presentaba por los dos flancos. El calor era cada vez más abrasador. No teníamos más comida que la poca que Nathan nos había conseguido y el agua que pudimos llevar en las cantimploras; se enviaron algunos hombres a por más, pero no supimos más de ellos. Los hombres de la ametralladora iban de un lado para otro pidiendo orina para refrigerar las Maxims.
Hacia la una del mediodía oí ruido de tanques a nuestra izquierda. Me volví en aquella dirección para observarles. Estaba pensando que los de atrás no los habían sentido llegar cuando, de pronto, un proyectil estalló a pocos metros. Un tanque enorme, mayor que los nuestros, seguido por muchos moros se acercaba amenazante. Su fuego se cebó en la compañía de españoles que estaba a nuestra izquierda. Al mismo tiempo un estruendo proveniente del flanco derecho se hizo aterrador. Nada parecía poder sobrevivir en medio de aquel fuego. No teníamos lanzagranadas ni cañones antitanque. Los españoles se defendieron durante unos diez minutos, hasta que los tanques los enfilaron desde la carretera. El flanco izquierdo se rompió y el pánico cundió por todo el frente. La matanza fue terrible. Vi cómo caían desplomados cuatro de cinco hombres que corrían en paralelo.
Después escuché otros relatos; un compañero conocido como “el Galés”, cuando el ataque frontal cayó sobre su sector, salió solo de la trinchera y avanzó con la bayoneta calada contra los fascistas; el aire estaba cargado de plomo, pero consiguió llegar muy cerca de las posiciones fascistas antes de caer. Ball y Bibby rehusaron retirarse antes de que su Maxim se pusiera al rojo vivo. Ball se salvó. Bibby recibió un disparo que le atravesó la cabeza. Aquí y allá, pequeños grupos retrocedían para poder contener el avance fascista. Un puñado de hombres de la 1ª compañía bajo el mando de André Diamint contuvo cinco o seis embestidas de los moros. Al final, tuvieron que abandonar la desigual batalla, no sin antes evacuar a sus heridos. La ofensiva fascista, que habíamos logrado detener durante tres días, estaba a punto de triunfar. La derrota parecía terrible.
La carretera de Chinchón a Madrid, la misma por la que tres días antes habíamos marchado al combate, estaba ahora salpicada con los supervivientes, unos pocos centenares de ingleses, irlandeses y españoles. Desalentados por la derrota, las graves pérdidas y la falta de comida, exhaustos tras tres días de agotadores combates, nuestros hombres habían alcanzado el límite de su resistencia y abandonaban. El frente se había roto: entre la carretera de Madrid-Chinchón y los fascistas no había más que grupos desorganizados de soldados agotados y destruidos por la guerra… Todos contaban historias parecidas: muchos camaradas muertos… una fatiga imposible de resistir. Reconocí al joven comisario político de la compañía española: con su mano ensangrentada por el impacto de una bala, agitaba su fusil automático con nerviosismo bien amenazando a sus hombres, bien pidiéndoles que le siguieran. Le dije a Lizarraga que lo calmara, que en poco tiempo lograríamos reagrupar a todos…
Los hombres estaban tumbados en grupos dispersos junto a la carretera y comían con ansiedad naranjas que les había traído un camión. Mientras recorría la carretera calculando los hombres que quedaban iba madurando la decisión: había que marchar hacia la carretera de San Martín de la Vega y atacar a los moros por su flanco izquierdo. Mis ojos se iban hacia las colinas que acabábamos de abandonar. No había tiempo para reagruparlos en unidades. Vi que muchos se habían traído los fusiles de los compañeros caídos. Me colgué uno al hombro. Casi de inmediato se pusieron de pie. No había tiempo para formarlos según las reglas del cuartel. En filas de a cuatro. “Vayan poniéndose detrás”. Algunos seguían todavía en la cuneta colocándose cascos y ajustándose los fusiles. “Deprisa”, gritaban los soldados que ya estaban en filas.
Según subía la carretera en dirección a la “Cookhouse” vi a Jock Cunningham reagrupando a otros hombres. Aceleramos el paso y nos juntamos a ellos. Jock y yo nos pusimos en cabeza. Digan lo que digan los escritores, aquellos británicos e irlandeses no respondían al estereotipo vulgar; marchaban silenciosos detrás de nosotros… Entonces recordé un truco de los días en que hacíamos manifestaciones ilegales en Dublín. Me volví hacia atrás y grité: “Canten algo, hijos del cañón”.Y la canción brotó de las filas, con vacilación al principio, ganando vigor después y, finalmente, con entusiasmo. Lo que unos minutos antes era solo una chusma derrotada, marchó de nuevo a la batalla con la gallardía del primer día haciendo resonar en el valle los ecos de su canción:
Agrupémonos todos
El género humano
Con la Internacional
En la lucha final;
Y seguimos marchando por la carretera acercándonos al frente. Los rezagados que aún vagaban por las colinas se detenían con asombro, cambiaban la dirección de su marcha y corrían para unirse a nosotros; hombres exhaustos junto a la carretera se ponían en pie de un salto, nos saludaban y se unían a las filas. Miré hacia atrás. Qué banda tan rara marchaba bajo un bosque de puños levantados: gente sin afeitar, ensangrentada, desgreñada, torva; pero llena de espíritu de lucha y marchando en fila hacia el combate.
De pronto vimos junto a la carretera al jefe de nuestra Brigada, el general Gal. Nosotros habíamos abandonado; él se habían mantenido. ¿Fue eso o fue el miedo a sus reprimendas lo que nos hizo aclamarle por tres veces? Nos habló de forma breve y concisa. Teníamos una hora y media de luz para reconquistar nuestras posiciones perdidas. ¿”La brecha a nuestra derecha?” Un batallón español estaba en camino para cubrirla. De nuevo se escuchó La Internacional. Algunos la cantaban también en francés; al detenernos, un grupo franco-belga se había unido a nosotros y nuestra columna había aumentado de tamaño. Nos cruzamos con el batallón español. Se contagiaron también y se pusieron a cantar mientras se iban desplegando a nuestra derecha…
Cuando comenzaron a aparecer los olivos, nuestro grupo se desplegó hacia la izquierda. Finalmente llegamos a la loma que ya nunca más abandonaremos. Las balas silban en el aire… Gritos, alaridos. Por encima de todo se sigue escuchando la canción interminable. Pegados a la tierra disparamos contra los árboles; algunos saltan hacia adelante y su ejemplo es seguido con demasiada premura porque a veces impiden que sigamos disparando. No hay secciones ni compañías pero, sobre la marcha, en medio del combate, nos vamos organizando poco a poco en secciones. El problema del idioma se resuelve enseguida. “Manuel ¿cómo se dice en español forward? “.“¡Adelante!”, grita Manuel mientras los españoles avanzan…
Un corpulento teniente francés se nos acerca para pedirnos granadas. No tenemos. Agitando un fusil automático ridículamente pequeño, avanza gritando: “En avant!” Frente a nosotros aparecen unos conos pequeños de fuego azul y rojo. Ya sabemos dónde están las ametralladoras alemanas y marroquíes. ¡Ah si tuviéramos granadas! Pegados a la tierra, unos a otros nos recomendamos dirigir el fuego contra esos conos. Arrastrándonos sobre el vientre seguimos avanzando pulgada a pulgada. La oscuridad se nos echa encima como una manta. Avanzar, siempre avanzar. Mientras me deslizo hacia adelante, de repente me doy cuenta con alegría salvaje de que somos nosotros los que avanzamos y ellos los que retroceden. Luego, con gran disgusto, me digo: “Esos bastardos no van a esperar a que lleguen nuestras bayonetas”.
Collodny explica que esta recuperación del terreno perdido pudo realizarse no sólo gracias a la recuperada moral de combate de los soldados dirigidos por Ryan, sino al hecho de atacar en la zona de enlace entre un batallón de ametralladoras alemán y un tabor marroquí. Al desconocer la situación de las unidades propias tuvieron el temor de disparar para no alcanzar a los suyos. Finalmente, los marroquíes decidieron retirarse a las posiciones alcanzadas el 12 sobre la colina del suicidio. En la acción colaboró también la llegada reciente de dos nuevas brigadas de Líster.[1] Sin restar importancia a lo dicho, hay que tener en cuenta también que ese “día triste del Jarama”, tal como lo denominó el mando el mando franquista G. López Muñiz, una parte de las fuerzas de Asensio y de su artillería tuvo que ponerse a disposición de la columna de Sáenz de Buruaga que estaba siendo seriamente presionada por la XI BI.
Después de las terribles jornadas anteriores la XV brigada se encontraba ya sólidamente asentada en sus posiciones en torno a la cota 700, frente a la colina del suicidio y el Pingarrón. Asensio hizo el día 15 un nuevo esfuerzo por apoderarse de esa posición, como relata Gregorio López Muñiz:
El enemigo la defiende con tesón inaudito convencido de su importancia táctica. Hay un momento en que flaquea. Sólo hace falta un impulso más, el último golpe ha de hacer caer al pugilista adversario. Pero nuestros soldados se mantienen en pie por verdadero milagro; los batallones, las banderas y los tabores no son ya tales unidades; destrozados sus cuadros, reducidos sus efectivos a la tercera parte, no pueden dar un paso más. Y cuando solo faltan algunos centenares de metros para alcanzar por la derecha las posiciones que dominan el valle del Tajuña, la batalla hace crisis y se extingue por agotamiento.
En realidad, lo que ha ocurrido es que a la defensa numantina del batallón británico, hay que sumar el contraataque republicano con cinco tanques sobre el flanco izquierdo de Asensio. Aunque el contraataque fue rechazado, Asensio perdió dos tanques y 60 hombres, como consta en el Diario de operaciones de Varela.