Comuna de Paris 2
El batallón Comuna de París – II
BOADILLA DEL MONTE
El batallón sale en camiones. Dumont y Sagnier (este vuelve a ser ayudante del batallón) se van en coche. Los camiones circulan a toda velocidad. En Las Rozas giramos a la izquierda. Después de la carretera asfaltada viene un auténtico barrizal. Louis y sus camaradas tienen que bajar para desatascar el camión. La lluvia participa en la fiesta.
El Batallón llega al Palacio de Boadilla. Sagnier indica dónde podrán todos pasar la noche. Hay un desorden indescriptible. Un número enorme de milicianos, de columnas con nombres terribles. Louis consigue instalarse y dormir.
Por la mañana, la 1ª y la 3ª compañías acampan en el bosque, a mitad de camino de Majadahonda. La 2ª está en línea con dos secciones de ametralladoras. Todos se ponen a trabajar. Un pueblo negro sale de la tierra. Hacia las 4h, la 3ª se embarca en camiones. El ruido de fusilería llega hasta ellos. Pasan ambulancias continuamente. Una de ellas se hunde en el barro; Louis se presenta voluntario para ayudar a sacarla.
Un herido de la 2ª cuenta: “Hemos atacado para recuperar las alturas, pero no hemos tenido éxito, los tanques no avanzaban; Joseph tenía una herida que se ha reabierto. Maurice de María manda la compañía. ¡Vaya plan! La 2ª ha fallado”. La Gourde le ofrecer algo de beber. Louis se opone: “¿Dónde estás herido?”. “En la pierna, chaval, puedo beber”. “¿Ves?” dice triunfante La Gourde: “No hay nada como un buen trago”.
La ambulancia se va. Todos se sienten inquietos: “¿Y nosotros?” preguntan los hombres. “Mañana”, asegura Domecq, pero tenía sus dudas. Antes de las 6h llega la orden de salir lo antes posible. Louis y su grupo salen a explorar. Llegan a Boadilla a las 7h.
La cosa tiene pinta de ser seria. La compañía se oculta detrás de un muro. Jacquot vuelve del puesto de mando; en ruta… La compañía llega a la izquierda del pueblo. Por el camino, Louis ve a Sagnier hablando con Jacquot. Le acompañan dos enlaces. Habla con rapidez, indicando a Jacquot la situación a la izquierda. La tercera tenía a la derecha una columna, pero ya no está… “A la derecha, ¿lo ves?, la 2ª aguanta. Más a la derecha, otra columna con la sección de Bonizec debe resistir. En el centro, arriba, hay un batallón de guardias de asalto muy debilitado. ¿Lo ves?” Jacquot responde: “Lo veo”. “Adiós y suerte”, grita Sagnier alejándose. “Para tí también…”.
Jacquot indica las posiciones. Apenas ha llegado la compañía toma contacto. Hay un peligro extremo. Hay hombres que caen y no volverán a levantarse. Las tanquetas italianas ayudan al avance fascista. Los hombres responden con bombas de mano. La izquierda y la derecha flaquean. Jacquot toca el silbato: “Jefes de sección, la situación es grave, no podemos resistir. Vamos a batirnos en retirada, pero en orden”.
La compañía se forma con el vértice hacia atrás. Es la segunda sección la que va en el vértice. Como en las maniobras, la compañía se retira. La artillería interviene; la fiesta es total. A la altura de Boadilla, Louis oye a alguien que les grita: es Sagnier, quien, al no ver a Jacquot, les increpa de mala manera. Jacquot llega y le explica que la retirada es difícil a causa de los heridos. Necesitan camiones. “¿Tienes un chófer?” Volverá con uno. Se van con un tal Aubrey y volverán sin nada. Boadilla es tomada por los fascistas.
Sagnier transmite la orden: reagrupar a todas las fuerzas en las alturas. Un ametrallador está allí solo con su máquina; los otros no se han movido. Pierrot Rosly, el jefe de sección, ha sido el primer herido. Sagnier ayuda al muchacho a disparar su máquina. Se detienen en una pequeña cresta y se colocan en batería. Domecq tiene un fusil ametrallador y se coloca a un lado. Con los prismáticos en la mano, Jacquot observa. “¿Has visto las columnas, Marcel? Sí, venga, disparad: alza 800…, alza 800… ¡Fuego!”.
Louis pasa los discos a Domecq. Sagnier hace de cargador. El tirador está contento; hoy cumple 18 años. ¡Vaya cumpleaños! Mientras haya munición, las piezas seguirán escupiendo. Después se colocarán un poco más lejos, en la posición definitiva. Jacquot da las órdenes y a trabajar, se trata de parapetarse lo más rápido posible. Louis mira a su alrededor: hay ausencias. François está herido. Pierre, que mandaba la primera sección, herido. Domecq ha pasado a la segunda compañía; muchos han caído para siempre. Llega Sagnier y pide voluntarios para una patrulla; se presentan seis. Salen. ¿Cuánto tiempo permanecerán fuera? Mucho. No volverán hasta la noche.
Al día siguiente, el batallón Thaelmann viene a situarse a la izquierda. Tras unos días de tranquilidad, llega el relevo…
PUYEO
Puyeo es el responsable de la munición; está en el batallón desde su formación. Es un chico rechoncho, coloradote, cementador de Béziers. Un tipo espabilado. Al principio, era comisario de una compañía de Servicios Especiales que no prosperó. Se ha convertido en el hombre indispensable. ¿Faltan municiones? “Puyeo, armas”; “Puyeo… cualquier cosa”. Como recompensa, todo el mundo le insulta. Los comandantes de la compañía le insultan; Dumont le insulta; Gasparini, nuestro armero, no se priva de hacer lo mismo de vez en cuando. “No te preocupes, colega, tendrás lo que pides”. ¿Cómo lo hace? ¿Dónde se dirige? Resultado: lo prometido está aquí.
Después de cada combate, le gusta confiarse a Louis. Le ha contado que ha sido candidato… ¡Obtuve 43 votos! Vaya palizas que les metían en las reuniones… Su mayor tristeza es la de haber votado por el hombre de la no-intervención. “¿Sabes lo que los Caproni nos susurran cuando vienen?” Louis sonríe. “Sí, colega, he votado por ese gilipollas”.
Louis, colega de Puyeo, se lo encuentra y éste le cuenta:
“Llegamos a Boadilla, con un tiempo horrible y con los caminos impracticables. El batallón llegó por la noche. Al amanecer, sitúo mis camiones detrás del muro que rodea el Palacio. Reina un enorme desorden. Hay hombres de diferentes unidades. Desde una ventana del primer piso, mostramos el lugar donde se encuentra el enemigo, no muy lejos.
“La mañana es tranquila, pero por la tarde la cosa cambia. Desde el Palacio se puede seguir a simple vista el desarrollo del ataque. Silban balas por todas partes en el pueblo, sobre todo contra la pared de la casa donde está instalado el Servicio Sanitario del batallón. Ese día no hay demasiadas pérdidas. Por la noche, calma total. Al día siguiente empiezan a llegar desde Madrid varios autocares y camiones cargados de tropas; también llegan tanques. Me pongo a ocuparme de que no falte nada a los muchachos del batallón. Empieza a animarse la cosa. ¡Atención! La artillería y la aviación fascista animan la fiesta. Las balas silban en todas direcciones. Los hombres corren en todos los sentidos. Nuestros tanques no pueden avanzar. Mis cuatro camiones están ahí, contra la pared, quiero sacarlos de allí: imposible, los chóferes se han largado. Por fin los encuentro en una casa. Consigo que vuelvan a coger los camiones. Tres pueden llegar hasta allí y desaparecen en la niebla, pero el cuarto lo sitúo detrás de un tanque. Había tiempo antes que el pueblo fuera tomado. El batallón sigue resistiendo, pero la carretera y los campos están llenos de milicianos que huyen”.
“Los conductores de los autocares quieren subir a los camiones, pues los aceros y los hierros de sus vehículos están en malas condiciones. Obligo a bajar a todo el mundo y me quedo con las armas. Además, he situado algunos de mis hombres para recuperar los fusiles. No hay más que agacharse para cogerlos. ¡Y pensar que ocho días antes no teníamos! Me quedo con algunos hombres que necesito para el batallón y los 600 que me sobran se los entrego al capitán Durán, que está encargado de concentrar a los hombres en Majadahonda”.
MAJADAHONDA
El batallón llega hacia las 7 a Las Rozas. Instalación, limpieza, cambio de ropa. La lluvia, la niebla que nos acompaña desde Boadilla han huido ante el sol. Es un bonito día. Las pellizas de borrego se han visto obligados a desaparecer bajo el ataque coordinado de los trimotores.
Hay reunión a las 17. Jacquot anuncia que tenemos que volver a subir ya que la línea ha quedado deshecha. El batallón vuelve a subir al oscurecer. Louis se siente cansado. Se deja acunar por el balanceo de la mochila del compañero que va delante de él. ¿Está dormido? No diría que no. Una parada le hace tropezarse con La Gourde, que le increpa. Silencio… La marcha continúa, lenta, con paradas. Torcemos a la izquierda. Hay una trinchera. Jacquot indica el lugar. Trabajando, la zanja se ensancha y se transforma en trinchera.
Amanece con sol. A la izquierda, procedente de Las Rozas, ataca la XII. Los Garibaldis vendrán a unirse a la compañía, atrayendo hacia ellos a la artillería fascista. La aviación continúa el bombardeo. Esto durará dos días. Jacquot, para mantener la moral, ha organizado un torneo de cartas (“la belote”). Louis es semifinalista. Sagnier, que viene a visitarlos, recibe insultos. Para evitar pisarles, se pasea por fuera. Jacquot le reprende: “Si quieres que te eliminen, vete fuera. No tengo la intención de recogerte con papel secante”. La pelea termina con el ofrecimiento de un “gauloise”. Fredo, que tiene mucho olfato, llega poco después para aprovechar la oportunidad, pero recibe imprecaciones de Sagnier. Así es la vida.
Llega la noche y empezamos a trabajar de nuevo. La XII se ha desplazado hacia la izquierda. Bombardeo durante todo el día. Por la noche, relevo. El batallón llega a El Pardo.
EL PARDO
El batallón se aloja en un cuartel. Louis ha tenido problemas para encontrar un colchón. Todo acaba arreglándose. Dumont escupe sangre desde hace varios días y es evacuado. Sagnier manda el batallón. Louis recibe una segunda carta de Germaine, en la que le pregunta cuándo piensa volver. Un hombre con una carta en la mano está sentado en un rincón. Parece hundido. Louis se acerca: “¿Qué tal?” El otro lo mira con los ojos llenos de lágrimas. Louis está conmovido, lo ha visto en el combate, es tío valiente, que puede con todo. “¿Qué te pasa? ¿Hay noticias?” El hombre baja la cabeza. “¿Tu mujer?” “Sí” “¿Está enferma?” “No” “¿Entonces?” “Se ha ido con otro dejando el niño a unos vecinos; sin embargo, estaba de acuerdo cuando me fui”. Louis no sabe qué decir. “¿Qué edad tiene tu hijo?” “Ocho años” ¿Hace mucho tiempo que estás casado?”. “Diez años”. “No llores, vamos a escribir a las organizaciones para que se ocupen de tu hijo. En cuanto a ella, no tienes que llorar, encontrarás otra más constante. Vamos, viejo, deja de llorar. Eres un hombre”. “En su última carta, me decía que estaba orgullosa de mí y bla, bla bla…, y después se larga. ¡Joder!”.
A Louis le llaman para una tarea. Por la tarde, una sección por cada compañía puede ir a Madrid. Louis está entre ellos. Por la noche le llama la atención un grupo un poco antes de la cita con el camión. Apartando a la multitud de civiles y milicianos, ve al hombre de la carta que está apoyado en una pared. Louis comprende que no ha podido resistir la necesidad de olvidar. “Venga, ven” y Louis lo coge por el brazo. En su borrachera, repite todo el tiempo lo mismo: “Hacerme eso a mí… ¡Qué vergüenza…”, “Hacerme eso a mí…” Louis intenta hacerle razonar: “¿No te da vergüenza ponerte así?” Unos compañeros lo cargan en un camión. Louis les ha contado y la broma, dispuesta a salir, se detiene. Todos sienten que allí, en Francia, les podría ocurrir lo mismo.
Por la noche, espectáculo. Han venido unas bailarinas. Los amateurs del batallón eligen a la suya. La coral ha desaparecido. Muchos han caído en el último combate. Después del refrigerio, cena de Nochebuena: jamón, naranjas, dulces. Nada del otro mundo, pero, es la guerra.
Al día siguiente, otra vez de maniobras. Por la noche, una delegación noruega trae paquetes. Louis va a la reunión. Prefiere eso a rendir honores a unos camaradas enterrados en Fuencarral. Al volver, alerta… Hay fuego en una cocina. Todos se convierten en bomberos bajo las órdenes de Sagnier. El siniestro no es grave: más miedo que daños. ¿Cómo ha ocurrido? Negligencia, intencionado… Se duplica la vigilancia.
Al día siguiente, el batallón está en alerta. La 3ª y la 2ª compañías salen hacia medianoche. La 1ª no saldrá hasta el día siguiente a mediodía. Los camiones destinados al batallón están en otra parte.
BRUNETE
La 1ª compañía no ha participado en la operación. Salió demasiado tarde y llegó cuando todo había acabado. Louis ve a Belin que, desde hace poco, es enlace en el batallón. Belin es un concejal de Tremblay-les-Gonesses. Un bocazas capaz de las mayores tonterías, si no hay alguien detrás de él. Formidable agente de enlace, su buen olfato le guía hacia el objetivo. Belin le cuenta:
“Al salir, no había camiones. Sagnier recupera todo lo que encuentra, embarca dos compañías y dos secciones de ametralladoras y nos ponemos en marcha. Un oficial de la Brigada hace de guía. Se equivoca. Sagnier le increpa y sale delante en coche: un mapa, una lámpara eléctrica, una brújula. Jacquot está con él para señalar el camino y dirigir el resto del batallón. Llegamos a Romanillas. Un batallón de ‘campesinos’ está allí. Un suboficial y en marcha. Pasamos un río, el Guadarrama, creo, y nos instalamos en una cresta en la linde de un bosque. El ataque de Thaelmann y Edgar André está previsto para las 4h. Sagnier está nervioso, no para quieto. Afortunadamente, el ataque se retrasa un poco, no se producirá hasta las 14h. Estamos en reserva. Thaelmann y Edgar André atacan, pero muy lentamente. Sagnier ve que tienen dificultades a la izquierda y hace avanzar la tercera. La tercera llega cuando los dos batallones se repliegan. Es la que protegerá la retirada. La segunda estaba en las crestas; hemos protegido el repliegue de los dos batallones”.
Tras un debate, Belin marca como objetivo un descanso muy largo.
EL PUEBLO NEGRO
El reposo consiste en relevar al batallón André Marty. La lluvia se empeña en acompañarnos. El relevo se hace con enormes dificultades. Louis vacila y acaba por instalarse en un agujero. La lluvia le chorrea por el cuello. Es una sensación estupenda, con el culo en el agua y los pies en la salsa. Por la mañana, Louis ve una casa y se dirige a ella para encontrar algo con lo que tapar su agujero. La casa está ocupada por “constructores” que vienen a aprovisionarse de materiales. Por la noche, la casa, que ha recibido varios obuses, es transportada más lejos. La Gourde ha cogido las puertas de un armario con espejo y habla de hacer pagar a los visitantes. “Pagabas sin problemas por visitar el Palacio de los Espejos, ¿No?”.
Tenemos granadas por primera vez. Louis prefiere eso a las latas de conserva y a todos los intentos más o menos afortunados hechos hasta ese día. Trabajos de fortificación. La lluvia cesó al tercer día.
El 1 de enero Dumont viene a visitar al batallón. Su salud ha mejorado. Pasa por las líneas y se vuelve a ir satisfecho. Abel está triste: su hermano, que estaba en el batallón André Marty, ha caído en ese sector. Un hombre del batallón relevado le preguntó: “¿Conoces a Abel?”. “Sí”. “Le dirás que su hermano ha muerto”. En la oscuridad, el hombre no ha visto el golpe que acababa de darle. Louis se informa; la noticia es cierta y le consuela como puede. Abel no llora. Sus ojos están secos, pero algo más brillantes. Se presenta voluntario en todas las patrullas. Jacquot intenta hacerle razonar: “Vamos, el hecho de que tu hermano haya muerto no quiere decir que te tengas que dejar matar. Paciencia, amigo, ya lo vengaremos”.
Fredo está herido y es evacuado. Bonizec lo sustituye. Es un joven de la construcción, concejal comunista de Drancy. Es un bretón que estuvo en la otra guerra, la del 14. Ha entrado por Irún: pequeño, corpulento, con la cabeza tan dura como el granito de su tierra. Manifiesta un absoluto desprecio por la fusilería. Con una valentía extraordinaria, ha sacado sus piezas de Boadilla, liberándolas con granadas. Está muy cabreado después de la herida de Fredo. “Estos cerdos no saben disparar; te apuesto a que era a mí a quien apuntaban y le han herido a 200m de allí”.
El batallón es relevado durante la noche del día 2. Nos alojamos en el palacio de Remisa.
EL PLANTÍO
A las 11h reunión. Salimos. Mierda… Siempre pasa lo mismo: apenas hemos llegado ya hay que marcharse. Reunión de los jefes de compañía. Sagnier da explicaciones. Jacquot vuelve. “Jefes de sección, conmigo”. Domecq es ahora adjunto del batallón. Maury, que lo releva, explica: “El batallón tiene que contraatacar para recuperar las posiciones que acaban de ser ocupadas por los fascistas”.
La 1ª compañía, a la cabeza. La 2ª, a la izquierda. La 3ª, a la derecha. Una sección de ametralladoras por compañía. Primera sección, a la cabeza. Segunda, a la derecha. Tercera, a la izquierda. Base de salida, el lindero del bosque. Objetivo: la sucursal del “Bazar del Ayuntamiento”, que nos ha servido para el Pueblo Negro.
Louis echa un vistazo detrás de él; piensa en las maniobras del ejército francés: “Venid a tomar ejemplo, señores de la escuela militar de Saint-Cyr”. Es cierto, todos son voluntarios. Acercamiento, contacto, instalación en una loma; no hay pérdidas. De tres tanques, sólo uno sigue al batallón, dispara demasiado corto.
Sagnier recorre la línea: “¿Qué tal? Esto marcha”. Se hace de noche. Louis sale de patrulla como enlace con Ellena; llegarán hasta Pozuelo. A media noche, llaman a Jacquot desde el puesto de mando. Vuelve y pide diez voluntarios para una patrulla bastante larga. Gastounet va como responsable. El batallón tiene que desplazarse. Una patrulla de todas las compañías, mandada por Domecq, preparará la marcha.
Salimos a las 4h. La marcha es silenciosa. Ha habido duros combates en el patio. El suelo está cubierto de cadáveres. Louis se agacha y le da la vuelta a uno: es una miliciana ya rígida por el frío. La luz de la luna da al paisaje un aspecto de pesadilla. ¡Alto…! Inmediatamente sale una descarga de la linde del bosque. Todos se echan a tierra. “¡Oye!”[1]. No hay respuesta. Jacquot le dice a Ellena que diga algo en alemán. Cree que son los del Thaelmann. No hay respuesta. Spartaco: “¡Oye, camaradas!” La respuesta es en francés: “¿Cuándo vas a dejar de jorobarnos, gilipollas?” Imposible resistir allí. Jacquot ordena el repliegue y la 2ª y la 3ª siguen el movimiento. El batallón vuelve a su base de partida. Sagnier ha desaparecido.
Son las 7 de la mañana, Jacquot toma el mando. Unos Caproni vienen a dar los buenos días. Louis los conoce muy bien. Ya no se confunde, como tampoco los demás. La situación es bastante mala. Ningún enlace ni a la derecha ni a la izquierda. Ningún contacto con la Brigada. La Reichswehr y la bandera Jeanne d’Arc avanzan a saltitos.
Sagnier vuelve hacia las 9. Se había dirigido al sitio designado por el mando, que ya estaba ocupado… Un poco más y habría dado órdenes a la bandera Jeanne d’Arc. Cuenta la historia con guasa. Michaut, el secretario, se ha reído menos: ha encontrado tres balas en la cartera que tenía bajo el brazo. El cansancio, la emoción lo han abatido. Luego, en un lugar ya tranquilo, se desvanece.
Llega la comida. El estómago de Louis no estaba de acuerdo con la manera de portarse con él. Entretanto, llega Dumont que, sin estar curado del todo, ha venido a ver la situación. Charla con Sagnier. El batallón Asturias está detrás, en el bosque. Los hombres van y vienen sin saber qué hacer. Domecq sale con algunos hombres y los instala a la derecha. Llega la orden de contraatacar. A la señal, Louis sale; ve a Domecq a la cabeza dirigiendo a los asturianos. Caerá a 5m de la trinchera fascista.
Bouboule, un jefe de sección de la 2ª, lo sustituirá y caerá también. Los “cornudos” suben silbando “La Joven Guardia”. A la izquierda, el Edgar André está en el fregado. Los hombres caen como moscas. Sagnier resulta herido en el contraataque de los asturianos. Jacquot toma el mando del batallón. Prunier, el comisario, mandará la compañía. Ellena, al intentar salvar a un “marsellés”, cae muerto.Masson está herido. La lista se alarga. Durante toda la jornada, el batallón luchará; después recibirá la orden de repliegue.
Al amanecer, Louis sale en patrulla a la linde del bosque. Ve llegar aullando un ataque fascista. Son 250 quizá. Ellos no tienen más que un fusil ametrallador. Payse, que manda la patrulla, les dice: “Disparad sólo cuando yo lo diga”. “Preparados, ¡fuego!” Todo el grupo se ha echado al suelo. “Cargad”,“¡Fuego!”. Y de nuevo se tiran al suelo. “Cargad…”.
Tras el ataque se oyen aullidos, esta vez de dolor. Cada disparo ha sido efectivo. “Vamos, chicos, volvamos”. Louis está herido. Durante seis días, el batallón resistirá. Durante seis días, la XI ha resistido.
Se ha levantado un muro ante las hordas fascistas, un muro cuyas piedras son los Ellena, los Domecq, los Bouboule, los Abel… quien, al querer vengar a su hermano, ha encontrado la muerte. Un muro cuyo cemento es la sangre de todos ellos. Durante seis días este muro ha resistido. Esos seis días han permitido la llegada de otros refuerzos. Los restos de la XI se van Murcia, para su recomposición.
HOSPITAL
Al llegar, puesto de clasificación. Louis se entera de que Dumont está gravemente herido. La herida de Louis no es grave y se le envía a un hospital en Madrid. Nada más llegar, lo desnudan, lo lavan, lo friccionan y lo instalan en una cama. Una enfermera lo peina y lo acicala como a un niño. Desde que salió de Francia, es la primera vez que está acostado en una cama. Le parece bien, pero ¿podrá dormir? Es una sala en la que hay unas veinte camas. Otros seis del batallón están ya allí. “¿Cómo van las cosas por ahí arriba?”. “Bien”. Louis da las últimas noticias. Se acerca un chico arrastrando la pierna para entablar conversación. Uno de los heridos le abronca: “Tú, perezoso, lárgate. ¿Has visto a esta basura? Cuenta que se ha torcido el pie en la calle. No sabe ya qué pie le duele”. El otro, con la cabeza gacha, se va cojeando. “Es repugnante esta gente…”
Louis permanecerá allí tres días. De allí saldrá en autobús a Albacete. Entretanto, recibe la visita de Largentier, que le cuenta:
“Avanzábamos a pesar del fuego intenso. Tenía delante de mí al camarada Legrand, que llevaba el fusil ametrallador y que iba a ser herido de muerte unos minutos más tarde al intentar salvar su arma. En el camino y en dirección contraria encontramos a Ellena, que llevaba a la espalda a Joubert. Nos dijo que debíamos proteger la retirada con nuestro fusil ametrallador, cosa que hicimos de inmediato. Unos instantes más tarde, volviendo sobre nuestros pasos, ¿A quién veo tendido en tierra? A nuestro Ellena y a Joubert… Me acerco a ellos, observo sus heridas, que eran graves. Joubert había sido alcanzado y a Ellena le había atravesado la espalda la misma bala que había golpeado a Joubert, al llevarlo encima. Yo estaba solo e intentaba por todos los medios vendar sus heridas. Permanecí más de una hora con nuestros dos camaradas, sin poder prestarles ayuda, salvo palabras de ánimo. Le pedí a Ellena que aguantara hasta la llegada de socorros, que no podían tardar. Ellena me respondió y estas fueron sus últimas palabras: ‘Largentier, valor no me falta’.
Me fui a buscar ayuda bajo una lluvia de balas y llegué a un barranco ligeramente protegido, donde encontré a Jacquot y a otros camaradas, a los que informé de las heridas de nuestros dos compañeros. Con lágrimas en los ojos, nos vimos obligados a esperar la caída de la noche para ir a socorrerles. Sólo pudimos volver con dos cuerpos fríos. Ellena, de mirada tan inteligente, con su hablar dulce y tranquilo, con su gesto lleno de fuerza tranquila, había dejado de existir. Es algo que nos destroza el corazón y muy difícil de admitir. ¿Por qué han desaparecido siendo tan jóvenes? Todos teníamos lágrimas en los ojos cuando Prunier pronunció unas palabras de despedida ante el cuerpo, rígido ya y sonriente, de nuestro querido Ellena que, con un esfuerzo que debió ser inmenso, levantaba el puño”.
Vamos en un autobús de dos pisos: los menos graves arriba. Louis es instalado abajo. Cada bache, cada sacudida provocan imprecaciones dirigidas al chófer. Por la noche el autobús se detiene. Imposible continuar. Vamos a pasar la noche aquí.
El hospital está instalado en una antigua prisión. Es la primera vez -Louis ha sido prisionero político- que una prisión ofrece un recibimiento tan cariñoso. Salimos por la mañana. Louis vuelve a ver La Roda. Baja a tomar un café; los niños lo reconocen, la dueña llora. Louis queda impresionado por el recibimiento.
Albacete, el hospital… . Aquí los hay de todas las Brigadas, de todos los frentes: Lopera, Teruel, Guadalajara. Se hablan todas las lenguas. No hay apenas sitio, llegan muchos, demasiados. Todos los días salen hombres para Benicassim, Murcia. Louis se entera de que su batallón está en Murcia y pide permiso para ir allí. Albacete no le gusta: sopla un viento frío por las calles muy desagradable. A pesar de su petición, estará allí ocho días. Embarque hacia Murcia. Llegada por la noche al hospital provincial. Por la mañana, Louis quiere salir. “Imposible, camarada”. “Pero el batallón está aquí”. “Imposible, camarada…” Louis pasa la visita y vuelve al batallón. Sagnier ha vuelto y ha retomado el mando.
ESPINARDO
El batallón llevaba poco tiempo en Espinardo. La 1ª compañía se aloja en la escuela. Louis reencuentra a muchos hombres que creía muertos. La Gourde está allí y cuenta sus hazañas del Pueblo Negro. “Llegan los moros y ¡pum, disparo! Los españoles intervienen a fondo, pero eran muchos y retrocedimos… ¡Lo que he tenido que soportar! Y pensar que Prunier me había dejado porque yo arrastraba la pata. No me volverá a pillar otra vez la ‘ciruela’”. Prunier, ahora comisario del batallón, le mira con severidad. “Bueno, tú me llamas La Gourde, ¿por qué no puedo llamarte la ‘ciruela’?”. “¿Has visto cómo le he hecho cerrar el pico a tu comisario? Además, no es normal que esos pelos que lleva a veces parezcan verdes. Debe meterse droga. Ya te digo que no es normal”.
La compañía ha recibido refuerzos: hombres del 15º batallón recién llegados. La Gourde les explica a su manera: “No ves nada y, de pronto, te disparan por la espalda. Corres tras ellos, y desaparecen. Te levantas, apenas has llegado y ya han tomado la posición. Con nosotros saben que no hay nada que hacer…”
En este momento La Gourde está en el pueblo; reúne a los niños, les compra churros. “Por otra parte, no tengo mucha confianza en los nuevos. Ya verás como no avanzarán como nosotros. ¿Te acuerdas? Pregunta a Jacquot, a Sagnier y si no a Dumont?” Y continúa con esa historia en la que él, por supuesto, ha hecho una carnicería. “Y además, sabes, el jefe de la tercera sección es Lulu; yo soy más o menos su ayudante. Siempre le he dicho a Lulu que somos de la familia”. Louis, que conoce a La Gourde, sonríe.
Ha habido cambios en la compañía: Jacquot ha pasado al Estado Mayor de la Brigada. François manda la 1ª compañía; Pierrot, un chico del distrito 14º, la primera sección; Pepino, un fabricante de espejos del distrito 15º, la segunda; Labouret manda la tercera. Todos los días hay maniobras y prácticas de tiro. Louis es ahora sargento. Su nueva función lo absorbe. Hay que unir a todos los elementos para hacer de nuevo del batallón una unidad fuerte. Ahora hay cuatro compañías más la compañía de ametralladoras.
Fredo ha vuelto y ha recuperado su puesto. Todos los días llegan más. El nuevo comisario de compañía es un veterano de La Roda. Por la noche hay, a menudo, cine, teatro, baile. Todo el batallón ha recibido nuevos uniformes y tiene muy buen aspecto. Unos días antes de salir, el Partido Comunista ha regalado una bandera al batallón. Hubo un concurso y ganó la compañía de ametralladoras. Ella conserva la bandera y Fredo la llevó durante el desfile, a la cabeza del batallón.
VIAJE
El 8 de febrero el batallón embarca hacia Murcia. En esta ocasión, el viaje se realiza en vagones de pasajeros. Con los hombres amontonados surgen las canciones: cantos revolucionarios, cantos para beber, antiguas canciones de las tropas francesas. A Louis y su vecino no les gustan estas últimas. Su vecino es nuevo, un belga de estatura media que le confiesa a Louis que es ‘jocista’,[2] pero que su religión no le impide comprender su deber y que, siguiendo los preceptos de Cristo, va dónde están la justicia y el derecho. “Todos los católicos del mundo deberían organizar nuevas cruzadas contra los que, renegando de su fe, asesinan a los niños”. Lleva al cuello medallas de la Virgen. La Gourde, que escucha, felicita al chico y se acuerda de que conoció a un cura que era más revolucionario que él, y terminó cantando: “La cantinera tiene medias blancas”.
Entre los refuerzos hay también algunos socialistas, anarquistas, republicanos de izquierdas… Qué más da el partido, las concepciones religiosas o filosóficas ¿No han venido todos por la misma causa, con el mismo fin?
El tren va lento. En un momento dado se detiene; no podemos seguir hasta la noche. Hacia las 22h, cambiamos de transporte y seguimos el viaje en camiones. Siempre lo mismo: amontonados 35 ó 40, las piernas se colocan donde pueden, sin consideración ninguna por los ojos, las costillas de los vecinos ni por los propios. Los más listos intentan tener más espacio, pero ¡ojo con las protestas! A pesar de los baches y de las curvas cerradas, seguimos hablando.
Un joven cuenta: “Si supieras la impresión que me produjo verla allí. Hacía cinco años que se había ido de casa. Un golfo la había dejado embarazada. El padre, que no bromea con las cosas del honor, un honor estúpido que sólo sirve para hacer hablar a la gente, la echó de casa. Ella arrastró su miseria por todas partes. El tipo la abandonó. Ella venía a casa de vez en cuando; la madre, a escondidas, la ayudaba. El niño lo dio a la Asistencia Pública. Más tarde, de repente, apareció muy bien vestida, contándole cuentos a mi madre. Yo me daba cuenta de todo. Después desapareció. Se fue a América a hacer fortuna. Entenderás que me quedara pasmado al reconocer a mi hermana en la francesa. Me dirás que no fue sólo culpa suya. También fue culpa del padre ¿no? ¿Pero, me eché yo a perder cuando me echó de casa al saber que me había adherido a las Juventudes Comunistas? Sin embargo, la madre no me ayudó. Cuando me fui a las Brigadas, fui a despedirme. En el fondo es una anciana bondadosa. Tenías que ver la cara que puso mi hermana. ¿Tú aquí…? Sí, pero no para lo mismo que tú? Ella también lloró. No veas, me quedé boquiabierto”.
El otro le consuela contándole una historia triste. Louis piensa que el destino es curioso y se siente triste. Germaine espacia cada vez más sus cartas y él espera el anuncio de la ruptura en cualquiera momento, a menos que lo deje sin dar explicaciones. En fin, ¿para qué lamentarse? ¿Se lamentaba Masson? Todos los que han caído delante de Madrid lloraban sus amores perdidos. Incluso el viejo ya no llora. Una vecina recogió a su hijo, que le escribe con regularidad. Louis ha leído una de las cartas: el chaval ha sabido cambiar el rumbo de las cosas por su padre.
Llegamos a Morata de Tajuña. Muchos soldados. La población está ocupada en las faenas agrícolas. Louis se está preguntando si van a comenzar las maniobras cuando, por la tarde, al subir, la compañía encuentra grupos de chicas que, cogidas del brazo, charlan alegremente. Pero Sagnier, que marcha a la cabeza, parece preocupado. Nuestra compañía se instala a caballo en la carretera de San Martín de la Vega. La 3ª, 300m por detrás.
JARAMA
A las cinco de la mañana, Louis se despierta sobresaltado por una explosión formidable. ¿Qué pasa? Nadie lo sabe. Se ha oído por la derecha. El sol sale radiante… La 2ª compañía llega hacia las 9; el batallón se corre hacia la derecha. La 1ª está más a la derecha; la 2ª en el centro y la 3ª a la izquierda. A nuestra derecha tiene que colocarse el Edgar André, que no llegará hasta el día siguiente. A la izquierda, el Thaelmann, que llegará en la noche del día 12. A lo lejos, a la derecha, se ve el puente de hierro que ha saltado. Es la explosión que oímos por la mañana.[3] Hay tropas que lo pasan, ¿los nuestros, los fascistas? La duda se disipa: un “chato” viene a ametrallarlos e inmediatamente estalla un combate en el aire. El “chato” ha pagado su temeridad, cae en llamas, pero dos Heinkels lo han precedido en su caída.
Sagnier inspecciona el horizonte con los prismáticos. Abajo, el Jarama se desliza lentamente en la llanura. La 1ª compañía señala una concentración en una granja; nuestra artillería disparará demasiado tarde. Era una concentración de caballería que cargará sobre la XII BI, que está delante de nosotros, a la derecha. La 1ª recibe la orden de avanzar. El jefe de sección de Louis está herido. La Gourde toma el mando; también cae herido. Un chico de Cannes toma entonces el mando de la sección. La 1ª, en vanguardia, se detiene. Sagnier llega e inspecciona las líneas. A la izquierda, elementos de la XV están posicionados ante el puente de San Martín. [4]
Por la tarde, nuestros tanques avanzan contra la caballería mora. A Louis, que mira desde lejos, le gustaría hacer algo. Hacia las 4h una orden: todo el mundo en alerta. Hacia las 6h, la 2ª avanza. De inmediato se producen pérdidas. Spartaco está herido. Spartaco es un voluntario del distrito 14º, expulsado de Italia muy joven por los esbirros del Duce que predicaban las ventajas del fascismo. Hizo el servicio militar en Francia. Jefe de enlace de la 1ª compañía, herido en El Plantío, se ha convertido en jefe de sección. Es un pintor de brocha gorda; tiene un carácter mordaz y bromista. Louis lo conoce muy bien. Es el autor de una broma en Boadilla: pasaba con Prunier delante de un asno que, habiendo sido herido, acababa de ser rematado para alegría del estómago de todos. Entonces, dirigiéndose a Prunier, dijo: “Qué vergüenza, han matado a un comisario político”.
Louis lo ha visto en Boadilla del Monte cargando valientemente contra los tanques con granadas; y todo con mucha naturalidad, sin necesidad de fotógrafo. Louis acaba con sus reflexiones a causa del estertor de un muchacho que acaba de ser alcanzado. La sangre le sale a borbotones de la garganta abierta. Le levanta la cabeza; el chico quiere hablar, imposible, el gorgoteo es cada vez más fuerte; sus ojos se enturbian, levanta el puño. Louis lo deja tendido, se acabó… Mira los papeles, la foto de una niña que abraza a su querido papá. Es un consuelo que haya tenido una muerte rápida. Louis lo recuerda, era un chico del Norte, minero, que había conocido la invasión alemana; prisionero civil, fue deportado al Norte de Alemania. Intento de evasión y envío a la Alta Silesia. Luego la paz, las luchas sindicales, un digno pasado de militante. Louis coge su cartera: la pequeña sabrá dónde cayó su papá.
La batalla está en su apogeo; a la izquierda, la XV se ha callado. François corre de una a otra. Los tanques italianos llegan muy cerca, en filas cerradas.[5] Los fascistas escalan la línea de crestas. “A la granada”, aúlla François, “¡Golpead duro, chicos!” Escasean las municiones. El avance enemigo tiene más fuerza. La compañía se repliega. Fredo, con su ametralladora de reserva, protege la retirada. La 3ª se repliega demasiado. El comisario Salle la hace volver. Los moros corren que da gusto. Se restablece la línea. El ataque se corre hacia la izquierda, donde los moros han encontrado un boquete. No, allí está la compañía de información de la Brigada.
Como tras una fuerte borrasca, todo se para de golpe. Llega la comida. “¡Qué majos estos chicos! En cualquier sitio, y ni se sabe cómo, siempre llegan para traernos el rancho”. Pero ¿qué hora es?, su reloj se ha parado. La comida está fría. No hemos podido pasar; la carretera está llena de camiones, caballería, tanques, ambulancias, municiones. Los fascistas han traído artillería. ¡Hay que ver lo que nos están mandando!
Dos ametralladoras les hacen largarse, pero no muy lejos ni por mucho tiempo. Bombardean de nuevo. Edgar André acaba de llegar. La sección de Louis establece el enlace. Las cosas van mejor, podemos esperarles. Los fascistas atacan de nuevo. Otra vez el follón. Una vez más, la 3ª se repliega, pero vuelve a recuperar su posición. Supervivientes de la XV han conseguido pasar durante la calma momentánea. Se han visto desbordados por el número. Nuevo bombardeo. Los 88 rebotan dos o tres veces antes de estallar. Inmediatamente, otro ataque. Esta vez la compañía, muy reducida de efectivos, se repliega.
Llega Sagnier: “¿Qué pasa, chicos?” “Hablas como un padre”, habría dicho La Gourde, de 27 años. Muchos de sus hijos son más viejos que él. En la mano tiene un fusil que acaba de recoger. “¿No estáis bien? Vamos a subir juntos. ¿Preparados? No somos niñas, ¡eh, chicos?” Algunos dicen que ya no pueden más. “Ya lo sé, pero vamos a hacerles correr”. Fredo está ahí también. Sagnier y él ya no se separan.
La 1ª se ha ido. Hay explosiones continuas. A los moros no les gustan mucho las bayonetas, esto ya se sabe. Y cuando ven acercarse a estos hombres cantando la Internacional, les dan escalofríos. Todo ha sido rápido, huyen. Las ametralladoras los derriban despiadadamente. Fredo ha sustituido a un tirador herido. La posición queda limpia. Louis ha llegado demasiado tarde para liberar a Pepino. Pepino, el jefe de la segunda sección, no había querido abandonar a un joven español herido. A la granada, ha peleado como un león; una ráfaga a quemarropa ha acabado con su heroica resistencia. El joven español está vivo, en mal estado, pero saldrá adelante. Louis mira a Pepino; su cabeza reposa sobre un periódico; su sangre ha plasmado, sobreimpresa, su voluntad, la voluntad de todos ellos de hacer realidad el nombre de este periódico: L’Unité. Louis piensa que Pepino, al quedarse a su lado, no se preguntaba si el joven español era anarquista. Luchaban unidos contra el fascismo. A Louis le habría gustado anunciar al mundo el gesto de Pepino, para que la unidad no se haga sólo en la muerte, sino en la paz. Louis hizo un juramento: “Pepino, tu sacrificio no será en vano. Lograremos la unidad a pesar de todo y a pesar de todos. Lo que tu sangre ha escrito lo convertiremos en realidad en el universo entero”.
Por la tarde, llega la orden de replegarse para rectificar la línea. El batallón se sitúa en la linde de un bosque de olivos. La compañía tiene ante sí una explanada de 500m. Louis está cansado. Se sienta y una palmada amistosa le golpea. “¿Qué tal, chico, cómo vas?” Es Chivot, un veterano de la I Guerra, comisario de sección, antiguo ametrallador que ha pasado a la compañía de ametralladoras. Es un hombre del distrito 13º, que conserva siempre la sonrisa. Se sienta y cuenta: “¿Conoces a Gustave Lefebvre? Es un concejal socialista, no recuerdo de dónde. Fue herido en el momento de la retirada: le alcanza una bala que le rompe la pierna.
Todos los compañeros están dispersos. Soria está allí, mirando hacia atrás. Hay que actuar rápido. Los fascistas avanzan con decisión. Se va a buscar a Lefebvre, lo arrastra y lo envuelve en una manta. Casualmente, yo estoy por allí y lo llevamos: 84 Kg en una manta. ‘Tuvimos suerte, ¿eh Soria?’” Soria, un español que vivía en Issy y que se metió en la guerra desde el principio, en la centuria Comuna de París, sonríe. Chivot se ha levantado. “Salud, chico”. Vaya campeón, murmura Soria.
Llega la noche. Louis no puede dormir, el cansancio es demasiado intenso. Mira las estrellas. Quizá, en Francia, Germaine está haciendo lo mismo. No debería pensar en ello. En su última carta, le habla de baile, de un joven muy simpático. Se da cuenta de que la ausencia se prolonga demasiado. Este gran dolor no ha durado mucho: un ruido de aviones lo saca de sus pensamientos; unos proyectores pasean sus haces a la búsqueda del nuestro. Nuestra defensa antiaérea interviene; a lo lejos, una ametralladora nos arrulla con su canto de muerte. Algunos disparos. Louis se duerme.
“Venga, un café, chicos”. Ya está aquí Gaston, el jefe de cocina. Es un veterano de la del 14-18. Se queja de estar en la cocina, pero vete a darle razones a Sagnier: “Él lo ha decidido y ¿sabes por qué? Por haber tenido un ataque de reumatismo. Como si eso impidiera disparar”. Louis saborea el café “¿Queda algo?”. “Espera a ver”. “¿Y yo?”, interrumpe Chivot.
Ayer por la tarde, el batallón de la derecha se replegó un poco y Sagnier decidió poner una sección de ametralladoras donde estaba la 4ª compañía. Sagnier, Fredo, Foucault y yo nos vamos con una sección de ametralladoras. Pero es de noche; campos de olivos, campos de viñedos. Caminamos al menos un kilómetro, pero no vemos a la 4ª. Patrullamos un rato. No se ven fascistas. Sagnier obliga a parar a todos. Observa el campo de tiro. Sitúa a la sección para pasar la noche. Mañana por la mañana, al amanecer, vendrán a daros órdenes. Volvemos al batallón. Caminamos entre olivos y viñedos durante una hora. No hay rastro del puesto de mando. Sagnier: “Tengo la vaga impresión de que nos hemos perdido”. Fredo saca su brújula: “Por allí”. Caminamos una media hora y seguimos sin rastro del puesto de mando. Sagnier: “Vamos a caer en manos de los fascistas”.
Somos cuatro. Cada uno lleva su fusil, dispuestos a cualquier eventualidad. Por aquí, vamos a ver. Tres cuartos de hora caminando. De repente oímos voces. Fredo dice que hay que acercarse. Avanzamos con prudencia, con el dedo en el gatillo. Fredo, a voz en grito, da la contraseña. Nos responden. Hemos topado con el batallón Thaelmann. Respiramos aliviados y partimos, esta vez en la buena dirección. Sagnier dice: “Fredo, menos mal que al salir habías tomado la dirección de la brújula. Si no, ¿dónde hubiéramos ido a parar? Bueno, me voy”.
Vuelve la artillería e, inmediatamente, los tanques. Durante todo el día no habrá más que repliegues y contraataques. Siete veces ha retomado sus posiciones. Louis está como loco; echa a correr en cuanto oye gritar: “¡Adelante!” ¿Cómo es que no se han quedado todos? ¿Cómo ha hecho el batallón para coger un cañón antitanque? Louis no sabría explicarlo. ¿Cómo, con ese cañón, han destruido un tanque? ¿Cómo lo han llevado a la Brigada? Louis no podrá nunca organizar sus recuerdos que, en torbellino, le llegan.
Por la tarde, en el último contraataque, oye a Sagnier gritando a Nolot, un tirador de la compañía de ametralladoras: “Tira, ¡por Dios! Dispara, aunque no tengas el carro”[6]. Nolot ha colocado la pieza sobre un muro y dispara. La ametralladora da unos saltos formidables. “¡Aguanta ahí, por Dios!…” El pobre Nolot hace esfuerzos sobrehumanos.
Llega la orden de retirada. El batallón se instala al borde de la carretera. ¿Cuántos quedan de todos los que desfilaban detrás de nuestra bandera en Espinardo? Sagnier está ahí: “Vamos, chicos, un esfuerzo, hay que enterrarse a cualquier precio”. Louis se hunde en la trinchera. Chivot llega con un bidón: “Toma, bebe un trago”. Louis traga; el alcohol arde y le da un latigazo, pero se siente más fuerte. Reúne a algunos hombres y se pone a cavar. Fredo instala sus ametralladoras.
Sagnier, que se había adelantado, vuelve con un joven a la espalda. Tiene sangre en las manos y por todas partes. El chico, un español, no deja de decir: “Madre mía, madre mía…” Llega la ambulancia y lo cargamos deprisa. Los camilleros están extenuados, pero se ponen a trabajar. Fredo y François irán a buscar más camilleros.
Jacquot, que tiene el brazo vendado a causa de un accidente de coche, reagrupa a los hombres. Los hay de todos los batallones: Dimitrov, 6 de Febrero, Edgar André… No nos quedan municiones. ¿Dónde está nuestro batallón? “Por aquí, mira, hay cartuchos. ¿Qué dónde está tu batallón? Vamos, sube con esos hombres que tienes ahí. No te preocupes, lo encontrarás esta noche. Vamos, chicos”.
Llega la cena, pero pocos la probarán. Tienen sed, querrían vino. “Cuidado con el vino”, dice Sagnier. “No funcionamos a base de alcohol. Dejad eso para los fascistas”.
Cada olivo se transforma en fortín. Louis resopla. Ve a 500m hacia atrás unos tanques inmóviles. “¿Por qué no avanzan?” pregunta a François. “No hay gasolina”. La frontera está cerrada. Mientras los fascistas nos aplastan con material italo-alemán… Existe en el mundo una asquerosidad: el Comité de No Intervención pierde el tiempo hablando. Louis tiene vergüenza de ser francés, pero ¿a qué se dedican en nuestro país?, ¿a qué esperan para desenmascarar a los verdaderos criminales, a aquéllos que permiten que se asesine a la España Republicana? “Lo han hecho, amigo”, dice Chivot. “No te preocupes, se lo diremos a los compañeros, les diremos qué son las Brigadas Internacionales”. Ahí delante ya lo saben, “¿Has visto cómo corren los moros? ¿Has visto cómo salen pitando?” Sí, pero a costa de muchas pérdidas. Estábamos muertos de cansancio cuando Sagnier se destacó llevando el bastón de mando en la mano y haciéndolo revolotear entre los dedos. Prunier gritó: “No vais a dejar a vuestro comandante solo”. “Sí, creo que ya han tenido bastante. ¡Qué potencia de fuego!”.
Durante dos días, los fascistas atacaron en vano. Al tercero consiguieron desfondar al Edgar André. Louis ya no reconoce a nadie. Todos combaten con la mirada extraviada. François está herido. Bonizec toma el mando de la compañía. Tortuel, un chico del distrito 20º, jefe de la cuarta sección, cae muerto. Blanc, un chico de Marsella que lo ha sustituido cae herido. Unos tras otros, los mandos caen, relevados inmediatamente por otros. Pierrot, un chico de ametralladoras, cae herido por segunda vez. Han dejado de ser hombres. Solo hay una idea dominante: disparar, detener a los fascistas.
Un batallón español llega para ayudar al Edgar André. Sauger, que está en la Brigada desde Murcia, grita a Sagnier. Sauger es un chico del distrito 18º, un artista y representante de comercio. Llegó a primeros de Agosto, es la desconfianza personificada. Es inútil intentar contarle bromas. Antiguo aviador, se ha ocupado de la intendencia. Después de Boadilla, ha tomado el mando de la tercera. Ahora está en el Estado Mayor. El Estado Mayor no le gusta y, en cuanto tiene un rato, se viene al batallón.
Sus reproches parecen serios, pero Sagnier los toma a broma. Jacquot le da la razón a Sauger. “No llegarás muy lejos si te dejas matar. No tenías que haber subido con el batallón Teruel”. “Entonces, ¿había que dejarles salir de la mierda solos? Me hacéis reír con vuestras bobadas”. Sauger se va, tomando a todos por testigos. Fredo le grita: “Invítanos en otra ocasión. Más te valdrá”. Molesto, Sauger no vendrá en todo el día.
El día 18, el batallón es relevado. Se dirige a un bosquecillo a 1km de las líneas. Por la mañana, cambio de ropa, limpieza. Dos hombres que han abandonado las líneas, han vuelto en los camiones de la comida. Sagnier les habla con desdén: “Si pensáis que admitimos basura en nuestro batallón, os equivocáis. Mereceríais que os fusilaran, cobardes…. Sois unos cobardes”. Uno de ellos llora, el otro levanta la cabeza y sonríe burlonamente. “Si no tuviera miedo de mancharme, te abofetearía”. Fredo interviene: “Traedlo. Los hombres juzgarán lo que debemos hacer con él. Yo propongo que lo echemos, es indigno de estar entre nosotros. El otro ya es mayorcito para redimirse, éste es un granuja”. “De acuerdo, dicen los otros”. “Venga, monta en el camión”. Payse le hace bajar tras una señal de Prunier, que está hablando con él.
Louis lo volverá ve ocho días más tarde. Ya nadie hablaba con él y los cocineros se negaban a darle de comer. Estos juicios delante del batallón son terribles. Louis ha visto a hombres suplicando no ser presentados al juicio de todos. Bidasse, un hombre del Norte, que conoce la música, se confía a Louis: “Me lo han hecho pasar tres veces; pero yo no soy mala persona, y reconozco que bebo un poco. Fredo no soporta a los tipos que se emborrachan. Sin embargo, de vez en cuando, no hace daño a nadie. Pueden pedir lo que sea. Fredo: hay que ir a buscar a un tío, yo voy, pero lo de no beber… Es que no saben lo que es un buen trago de vino”. Y, amorosamente, se pasa la lengua por los labios.
Hacia las 16h, orden de vuelta. ¡Mierda! No ha durado mucho el descanso. El batallón se instala en segunda línea. La aviación fascista pasa por encima del batallón y bombardea la carretera. ¿Es para nosotros? La que nos va a caer. ¡Bien, bravo! Una decena de “chatos” se ha lanzado. Los Caproni se dan media vuelta. La batalla está arriba. Toda la línea tiene la mirada fija en el aire. Silencio. Después, repentinamente, la línea se anima de nuevo. Los Caproni pelean. El batallón se instala detrás de la última colina. Después está Morata.
Llegan refuerzos, el batallón los necesita. Se hace el reparto. Louis no recibe ninguno en su sección. Conoce a un ametrallador; en la guerra las relaciones se inician con rapidez. Bauchard, así se llama, es un joven elegante, estudiante de Derecho, miembro de las Juventudes Comunistas muy a pesar de su padre, procurador en una pequeña ciudad de provincias. Es un chico educado y tiene una forma de burlarse muy chic, del tipo “té en casa de la baronesa”, como diría La Gourde. Este joven cuenta sus impresiones a Louis.
“Tras pasar una noche en la iglesia de Perales de Tajuña, nuestro grupo -unos 60 jóvenes franceses y belgas recién llegados a España con otros veteranos de vuelta del hospital- toma la carretera de Morata bajo el mando de un oficial austríaco (Schonfeld). A la altura de unaÂÂÂ cocina, un oficial nos para y, sacándonos del camión, nos distribuye fusiles, cartuchos y granadas. La cosa parece seria. Subimos de nuevo al camión y nos paramos al pasar por una fábrica de papel, triste y sucia, donde nos dan cascos.[7] Los tres camiones continúan su camino. Atravesamos Morata de Tajuña, bastante destrozada. Me acuerdo de los números de L’ Illustration de la Gran Guerra, con sus imágenes de pueblos destruidos. Curioso, de espectador alejado, me voy a convertir en actor. Después la larga y lenta subida hacia los olivos, al final paramos en un camino embarrado, en pleno olivar. Descendemos, limpios, bien afeitados, muy presentables con nuestros pantalones de pana inmaculados. Se nos acercan unos hombres mal afeitados, con los uniformes manchados de tierra, a veces con manchas de sangre. Hablamos en francés y fumamos gauloises.
Pregunto si el comandante del batallón es un buen tipo. Un hombre fuerte, de cabeza grande, nos dice: el comandante soy yo. Era Marcel [Sagnier]. La distribución de los hombres es rápida. Mi título de caballero y mis conocimientos de armas automáticas hacen que mi destino sea la compañía de ametralladoras. Fredo nos lleva con él: después de unas palabras enérgicas sobre el deporte y la disciplina, la ametralladora y las borracheras, nos ponemos a desmontar y montar una Maxim. Al caer la noche, tomamos posición junto a la vía del tren. Hace doce días que la mayoría hemos atravesado la frontera y ya formábamos parte del batallón Comuna de París”.
El 21 de Febrero, los batallones de primera línea atacan. La primera sección participa en el ataque. Bonizec es alcanzado. Rebière, que desde Espinardo estaba en el comisariado de la Brigada, es alcanzado también. El comisario de la compañía también. Orlanducci, un corso, toma el mando. Guéhenneux se convierte en comisario. La compañía vuelve a su base de salida. Por la tarde, todo el batallón va a relevar a un batallón confederal. El 23 por la tarde cae Fredo. Era conocido y estimado por todo el batallón. En una charla con los hombres, Sagnier explica la muerte de Fredo:
“El terrible avance fascista nos había costado muy caro. Sobre las colinas que dominaban San Martín de la Vega observábamos el avance enemigo. Los hombres caían a cada paso. Cada olivo era un fortín de donde salían disparos. Una batería del 88 nos causaba graves problemas. Fredo y yo localizamos esa batería. Le grité: ‘Hay que cerrarle su boca asquerosa. Entonces, Fredo echa a correr y vuelve con dos piezas. De 20 compañeros quedan 12. Los otros se han quedado en la carretera. ‘Alza 1200… Demasiado corto… 1300… 1350… De lleno en el blanco’.
Tenemos la alegría de ver dos Maxims obligar a una batería a largarse. Los 88 vuelven a machacarnos. Esta vez bien protegidos detrás de la colina. Nuestros hombres continúan su riego metódico. Pagamos muy cara esta operación: Albert ha perdido las dos piernas y muere poco tiempo después. Fredo, sublime como siempre. Le vi, con un herido a la espalda, lanzar una granada y, después de dejar al herido con los camilleros, volver para derribar a los fascistas demasiado atrevidos. Ocho veces tuvimos que replegarnos rendidos ante el potente material. Ocho veces contraatacamos. Ocho veces los fascistas huyeron. Y en cada ocasión, Fredo ha ido sustituyendo de una pieza a otra a los que habían caído. La compañía de ametralladoras ha perdido en el Jarama a sus tres jefes de sección y también a Fredo.
El 23 de Febrero, después de doce días en que nuestro batallón, a pecho descubierto y ante un material enorme de artillería, tanques y de aviación, había detenido la ofensiva fascista al precio de enormes pérdidas, recibimos la orden de rectificar la línea. Avanzamos Fredo, Payse y yo para señalar nuevas posiciones: la puesta de sol iluminaba un nido de ametralladoras que nos fastidiaba desde hacía tres días. Les hacemos cosquillas un poco y, como es natural, nos responden. Me alejo para asegurar el enlace cuando oigo gritar: ‘¡Camilleros!’ Sin darme la vuelta (oíamos esta frase con tanta frecuencia) continúo mi camino. Veinte minutos después, un joven me dice bruscamente: ‘Tu compañero está muy malherido’. ‘¿Cuál?’, ‘Ese que está siempre contigo’. El chico lleva sólo dos días en el frente y no conoce a todos los compañeros.
Me encuentro con Jacquot; hablamos de todo un poco y le digo: ‘Oye, parece que Payse acaba de ser alcanzado’. ‘¿En serio?’ ‘Sí, uno nuevo acaba de decírmelo’. ‘Ha debido equivocarse’. Y Jacquot vuelve al puesto de mando de la Brigada. Vuelvo a bajar porque quería estar seguro. Los camilleros me llaman. En una camilla, está tendido Fredo. Me inclino: ‘Nada que hacer, camarada, está muerto’. Necesito toda mi energía para retener mis lágrimas: un revolucionario no llora.
Llegan Prunier y Payse. Nos estrechamos la mano sin una palabra. Un estrechamiento de manos que es todo un discurso, un juramento. Payse nos cuenta: ‘Cuando te fuiste, dispararon y le dieron a Fredo; mira, aquí está su casco’. Se veía que la bala se había desviado, pero había sangrado mucho. El enfermero lo coloca detrás de un olivo (¡siempre esos olivos!) y empieza a vendarlo. Nueva ráfaga. El enfermero se levanta con una bala atravesándole la mano y escapa al puesto de socorro. Es la misma bala que le ha matado. ‘Sabes, no ha sufrido’.”
De nuevo nos miramos y yo voy a comunicarlo a su compañía. ‘Chicos, una mala noticia: Fredo ha muerto’. Yo no sé cuidar las formas y, entre nosotros, es preferible decir la verdad. ‘Lo vengaremos, ¿eh chicos?’ Afortunadamente, es de noche y no podemos vernos mutuamente. Yo adivino que las lágrimas corren. ‘Cuenta con nosotros, camarada.”
Llega la cena. Nadie piensa en avisar a los compañeros. Dirigiéndome a Chivot, le digo: ‘Venga, avisa a los chicos, tenemos que ser fuertes para vengarlo’. Un sollozo es toda la respuesta que recibo. No probamos gran cosa en aquella cena. Jacquot, advertido por una llamada telefónica, está ahí. Nos hemos encargado del transporte de Fredo. Va a ser enterrado en el cementerio de Perales. Se pronuncian discursos ante su tumba. Yo no puedo asistir a la ceremonia, pero un día subí solo al cementerio y volví a ver a nuestro Fredo, mi compañero de siempre… .
A partir de entonces su recuerdo nos ha sacado a menudo de situaciones difíciles. ¿Habrías dicho eso, habrías hecho aquello si Fredo estuviera aquí? No. Entonces no debes hacerlo. Como nosotros, has jurado vengarlo y ¿es así como actúas? Con la cabeza gacha, el muchacho se iba y el trabajo se hacía como si Fredo estuviera allí. Esto prueba que la sangre de un revolucionario no se derrama nunca en vano. Siempre hace surgir otras fuerzas que retoman la lucha, siguiendo el ejemplo de los que cayeron. Unos días después, unos muchachos escribieron y recitaron poemas sobre Fredo, durante las jornadas de descanso:
I
Era un chico de la construcción
Desafiando la pena y el sufrimiento
Había luchado sin cesar
Para defender la libertad.
II
Cuando la tragedia estalló
Crímenes e incendios
en España, se vino a luchar
Para defender la libertad.
III
Dejó allí a todos sus amigos
No teniendo otra idea en la cabeza
Que atravesar rápido los Pirineos
Para defender la libertad.
IV
Estuvo en Mallorca, luego en Madrid
Mostrando aquí como en París
Su coraje y su voluntad
Para defender la libertad.
V
Un día triste de Febrero
En el Jarama cayó
Asesinado, joven,
Por defender la libertad
VI
Si no podemos llorar por él,
Fascistas, seremos vengados
Echándoos sin piedad
Para defender la libertad.
Soria manda ahora la compañía de ametralladoras. La lluvia ha empezado a caer. El día 25 el batallón ataca y avanza algunos cientos de metros. Por turnos, las compañías bajan para pasar una jornada en la retaguardia. Baños, cambio de ropa. Louis está feliz de poder lavarse y tumbarse en un montón de paja. Esta jornada transforma a los hombres: recién afeitados, se sienten rejuvenecidos y descansados. Louis recibe una carta de Germaine: es la ruptura. No responderá, ¿para qué? No le guardará rencor; el soldado está hecho de fatalismo. Él sabía desde hacía tiempo que eso iba a acabar. Ella le hacía ver que estaba cansada de esperar. Tras unos días de descanso, el batallón vuelve a sus posiciones. Nada ha cambiado; otros días tranquilos y el batallón es relevado.
Baño, limpieza; retomamos los ejercicios. La compañía ha recibido refuerzos, unos 50 hombres. Se organiza una escuela para mandos. Sagnier les pide un esfuerzo: es preciso que en pocos días, cinco, seis quizá, aprendan lo que en Francia se aprende en varios años. “Tenemos la responsabilidad de vidas humanas. Tenemos que responder por nuestros camaradas. Tengo la certeza de que todos haréis un esfuerzo”. Jacquot y él se turnan para dar la teoría y hacer los ejercicios sobre el terreno.
Una tarde, hay cine en el patio. Ponen Tchapaiev. Louis la ha visto ya varias veces, pero va a verla de nuevo. Esta película está llena de enseñanzas y es muy real. Al día siguiente, hay reunión. Puyeo está allí con dos camiones. Se completan el equipo y las municiones. Sagnier pasa revista rápidamente y llama a los jefes de compañía. El de la 1ª vuelve explicando: “Vamos a embarcar en los camiones; atención en caso de aviación”. A las 9 subimos. Louis es responsable de un camión. Es mejor viajar al lado del conductor que recibir golpes a cada momento de un compañero que se estira. Sagnier va delante para facilitar el paso.
Después de Perales, se ha detenido con el jefe de la Brigada. Todos parecen preocupados y con prisa. En una parada, Sagnier recomienda prudencia. Una ametralladora está colocada en el primer camión. Una orden: “Pasad y distribuid los víveres”. Esto tiene mala pinta. Sagnier vuelve a ponerse en cabeza. Alcalá, la ciudad de Cervantes. Hay problemas con la gasolina. Por fin, todo se arregla. Hemos perdido dos horas. La marcha continúa a toda velocidad. El batallón Edgar André nos ha adelantado y marcha en cabeza.
[1] Sic, en el original.
[2] Miembro de la JOC, Juventud Obrera Cristiana, una rama de la Acción Católica que se planteaba trabajar en el mundo obrero.
[3] La explosión que escucha corresponde a la producida en el puente de Pindoque. No se sabe bien si el puente que ve Louis es este o bien el de Arganda, que sí estaba a su derecha, pero que no fue volado.
[4] Louis puede equivocarse respecto a las fuerzas que estaban a su izquierda. Está describiendo los acontecimientos del día 11 de febrero y la XV BI llegó al día siguiente. La defensa del puente de San Martín de la Vega correspondió a la 17 BM.
[5] En la batalla del Jarama los fascistas utilizaron más bien los Panzer alemanes.
[6] Las ametralladoras Maxim se montaban sobre un carro de dos ruedas que, en este caso, se habría perdido.
[7] Se refiere a la antigua fábrica de borra y papel que había en Isla Taray. De marzo a junio de 1937 fue cuartel general de la 35 división mandada por el general Gal.