Comuna III

El batallón Comuna de París – III

GUADALAJARA

Hacia las 17 horas (día 9 de marzo), llegamos a Torija. Sagnier ya ha llegado. Continuamos hasta un palacio. Es de noche, el batallón se instala en el bosque. Louis se desmorona; querría dormir. Orlanducci le recuerda que tiene que hacer una patrulla.

A la medianoche llega un enlace del batallón: hay que concentrarse… Nos vamos… La lluvia y la nieve nos acompañan. Todo el batallón avanza en fila india. Es la noche más dura que Louis ha pasado, guiando a su sección en la oscuridad por un camino transformado en río. La marcha es lenta y con la nieve se hace más dura. ¿Cuántos kilómetros hacemos? Louis no sabría decirlo. Al final, llegamos a la carretera.

Sagnier, que avanza en cabeza, indica la posición:las montañas están a la izquierda de la carretera. La 1ª compañía enlaza con el batallón Edgar André. Se distribuyen herramientas, hay que cavar. Los hombres que estuvieron en el Jarama no necesitan palabras de aliento; trabajan con ahínco a pesar de la fatiga.

Al despuntar el día (10), algunas ráfagas muestran que el enemigo no está lejos. No hay que hacerse ilusiones, delante tenemos a los fascistas. Durante toda la jornada hay lluvia y nieve acompañadas de obuses y de balas. Es maravilloso… La noche es bastante tranquila.

Por la mañana (11), otra vez lo mismo y con más fuerza, y además la lluvia. De pronto, Louis ve que la derecha se repliega. Alerta… Orlanducci está herido. Louis toma el mando de la compañía. ¿Qué hacer? Las tanquetas italianas están allí: barren la trinchera con sus lanzallamas; los hombres resisten algún tiempo a golpe de granadas, pero muchos caen.

Antes de hacerse cargo de la situación exacta, Louis ya está preparado. Hay que replegarse sobre Trijueque. Ve a su izquierda a Sagnier con un grupo de hombres que protegen la retirada. Al llegar a Trijueque se une a Jacquot, que viene de la Brigada. Se acuerda de lo que pasó en el bosque de Remisa y ordena hacer fuego de salvas sobre los italianos que avanzan en columnas de a tres. Sigue replegándose, pero mantiene el contacto. Finalmente tomará posiciones en una trinchera a unos 1.200 metros de Torija. Llegan los batallones Apoyo y Espartaco. Louis se dirige hacia la izquierda y, tras reunir a los hombres que puede, los posiciona. Jacquot se va al puesto de mando de la Brigada.

Sigue nevando. Louis envía un enlace a Torija para solicitar la cena y recibir información. El enlace vuelve con las cocinas una nota de Sagnier en la que dice que el resto del batallón va a subir por la noche. La nieve sigue cayendo.

A primera hora de la mañana (12), Sagnier vuelve y reorganiza a los hombres. La misión es apoyar el ataque que se va a desencadenar. Pero Louis tiene que contemplar la toma de Trijueque por los italianos.Permanecerán allí dos días, después volverán a bajar a Torija. Una noche entre pajas, al abrigo de las inclemencias. Maravilloso… Se está tan bien que Louis olvida despertarse a la hora establecida. Sagnier le riñe con severidad. Louis se calla, ha cometido una falta; más vale no responder. Sagnier es severo; una cuestión de puntualidad.

El batallón se sitúa en reserva junto al puesto de mando de la Brigada. Louis observa: el batallón está muy disminuido. Se encuentra con Bauchard y le pide noticias. “¿Qué tal? ¿Qué habéis hecho?”Y Bauchard: “El 11 de marzo no fue un día divertido”.

“El batallón, tras pasar dos noches en la fábrica de papel, había salido rápidamente en camiones hacia Torija, para echar pie a tierra unos kilómetros más lejos, en la carretera de Brihuega. A las seis de la mañana del día 10, tras cruzar por la Casa del Cobo, donde volveríamos más tarde, llegamos al km 83 de la carretera de Zaragoza, cubierta con una ligera capa de nieve. Nos dedicamos al pico y pala durante toda la jornada; el terreno estaba duro como el hierro. Ah!… Se estaba aplicando la consigna de fortificar. A las ocho de la noche capturamos a tres prisioneros italianos, patrulleros perdidos. El siguiente ataque debía de venir por la izquierda y se dan las consignas pertinentes.

El día 11 por la mañana llueve intensamente, lluvia y obuses. La trinchera no es muy profunda y apenas nos podemos mover. Hacia la una, vemos surgir tres tanques por el bosque de la derecha. Avanzan y disparan hacia la compañía. Escupen también llamaradas, lo que al principio nos hizo creer que Belin y Toulet, con su 37, habían destruido al menos uno.

Inmediatamente se produce el desconcierto. Elementos de los batallones Thalman y Edgar André se repliegan sobre nosotros procedentes del bosque de la derecha. Un jefe alemán de una compañía del Edgar André se mete en nuestras trincheras. Grita con todas sus fuerzas y se agita para intentar contener el movimiento de pánico. En el momento en que sale de la trinchera una bala lo vuelve a tender allí para siempre. El pánico se ha impuesto en la compañía del batallón que ocupa las primeras líneas. Los compañeros, cansados todavía de la marcha agotadora de la antevíspera, empapados por la lluvia y, sobre todo, no recuperados todavía de los duros combates del Jarama, no se muestran entusiastas y abandonan ante las tanquetas que acompañan su avance con un fuego infernal.

El repliegue se hace en dirección a Torija. La ametralladora de Mellot a la que yo pertenecía sale de la trinchera una de las últimas por orden de su jefe. Bajo la metralla, los saltos tienen que ser rápidos y cortos. Sin embargo, una sola ráfaga hiere a Murcia, Tremp y a mi compañero Willy. Cuando nos ponemos fuera de peligro los tanques dejan de avanzar. Marcel, el comandante, ha reagrupado a unos veinte hombres sobre una colina y ordena disparar sobre los italianos que avanzan en columnas de a tres.

Por la carretera llegamos a Trijueque. Soy designado para formar parte de un grupo que, después de haber hecho evacuar el pueblo, deberá intentar defenderlo. Bruyère es nuestro jefe. Los tanques italianos llegan de nuevo; utilizamos todas las balas antitanque contra ellos. Se detienen a más de un kilómetro del pueblo. Hay que marcharse y seguir senderos sinuosos por los barrancos.

¿Qué ruta tomamos? La marcha parecía no acabar nunca. Los hombres caminaban con mucha dificultad, sin decir palabra. Llego a la altura de mi compañero Willy que, herido en el brazo, empieza a pensar que el camino es demasiado largo. Con la cabeza baja, como los demás, intento percatarme de la situación, terriblemente dura. Pelear y ser derrotado, es la vida de un combatiente. No se consigue siempre la victoria pero, marchar, marchar así ¿para qué? ¿dónde vamos a parar? La lluvia sigue, con algo de granizo. Esto empieza a ser demasiado para hombres agotados. Algunos se detienen y se reincorporarán al día siguiente o dos días más tarde. El cansancio me embrutece. Marcel que camina con Soria me hace una pregunta y yo le contesto: “Da” (idiota). Acabo el último kilómetro que nos separa de Torija sobre el porta-equipajes de un coche. Voy a descansar, a desplomarme en la iglesia donde está la cocina de la Compañía de Ametralladoras.

A las 12 de la noche, de nuevo zafarrancho de combate. Hemos recuperado las fuerzas. Sin decir ninguna palabra, todos se preparan. Nieva… Contraorden: Soria (jefe de la compañía de ametralladoras) vendrá a las 6 a buscarnos y llevarnos por la nieve a las posiciones de defensa de Torija. La instalación se hace penosa. Los hombres que aguantaron sin quejarse el 11 de marzo y supieron aprovechar sus enseñanzas, esos hombres serán los vencedores de mañana.

Pasamos algunos días en la reserva. Dumont, que se ha recuperado, viene a visitar al batallón. Louis se asombra al ver que ya no reconoce a muchos veteranos. Sagnier y Jacquot charlan con él. Nolot llega arrastrando la pierna, le hirieron el día 11. Sagnier le echa una bronca y lo despacha: “Sabes que necesitamos hombres con aplomo”.“Yo lo tengo”, contesta Nolot. ¿“No te has visto caminar”? Dumont sonríe: “Recuerda cuando volviste al batallón”. Nolot ha ganado, se quedará.

Por la noche el Comuna de París va a relevar a un batallón del Campesino. A la izquierda tiene el batallón Pasionaria y a la derecha el Espartaco. Louis asegura el enlace por la izquierda. La compañía es débil, no hay tanta diferencia con la sección que él mandaba antes. Se sorprende de que, al lado, la compañía de ametralladoras cuente con un centenar de hombres. Interroga a Sagnier. “Oye, listo, ¿y las ametralladoras?” Louis ha comprendido por qué Sagnier cuida sus ametralladoras. Las cuida, pero ¡qué exigencia! dos veces al día va a verlas, inspecciona las máquinas, las insulta.

Al pensar en Espartaco, Louis se acuerda de una historia que le gustaría contar: fue al principio, en el Molino de Viento. El jefe de sección pide voluntarios para formar una patrulla muy peligrosa, se trata nada menos que de beber sangre fascista. Spartaco y Rouquin se presentan voluntarios. Los tres avanzan con astucias propias de los indios por el sendero de la guerra. El jefe explora la oscuridad con sus gemelos. Spartaco ignoraba que sirvieran para algo de noche. Se reanuda la marcha, lenta, con frecuentes paradas.

Súbitamente el jefe salta sobre un centinela, lo agarra por el cuello, ni una palabra:“ríndete”… Spartaco ha reconocido a Maurice, del grupo de los “cabrones”, que estaba de guardia. Se echa a reir y le explica a su jefe. “Escucha, dice éste, vamos allí, a la casa”. Maurice se une a ellos. Con el dedo en el gatillo, siguen al jefe. Con astucias de apaches, entran en la casa.

Nada… De repente, un ruido… Allí, en el rincón… El jefe lanza el haz de su lámpara eléctrica y ve dos gallinas que, asustadas, baten sus alas. La conclusión la expresa Sagnier culpando a este jefe demasiado enérgico pero no muy sobrio. ¿Dónde está ahora? Sin noticias desde el Jarama.

Delante vemos la Casa del Cobo; vemos a los fascistas corriendo de trinchera en trinchera. Louis no puede resistir al placer de realizar un disparo. Un toque en el hombro le obliga a darse la vuelta. Es Sagnier que le pregunta: ‘¿Es ese tu trabajo?’ ‘Verdaderamente, no tengo suerte’, piensa Louis. ‘Basta con que haga una tontería para que me pille’.

Louis obtendrá la revancha al día siguiente. Jacquot y Sagnier hacen un concurso de tiro, naturalmente hacia un blanco humano. Louis pregunta en tono de burla. ‘¿Es ése el trabajo del Estado mayor y de un Jefe de Batallón?’ Sagnier se ríe y le explica a Jacquot la razón de la pregunta.

La lluvia se empeña en acompañar al batallón y la nieve, que no quiere ser menos, la sustituye de vez en cuando. Las trincheras, si se puede llamar trincheras a estos ramales que tanto cuesta cavar, se convierten en arroyos.

El día 18 por la noche llega la orden de apoyar a la 2ª, 3ª y 4ª compañías, que van a atacar la Casa del Cobo. Louis ve a los hombres arrastrarse en silencio hasta situarse a veinte metros de los agujeros fascistas. De pronto, las granadas… “¡Fuego!”, ruge Louis. Las compañías combaten hasta la noche, sin más resultado que el desencadenamiento de un ataque. Los hombres vuelven a la base de salida.

Por la mañana, la aviación fascista vuelve a bombardear el palacio. Sagnier ha comprendido y envía una patrulla. El palacio está vacío, llamada telefónica, avanzamos. Tolet, un joven de 17 años, sube al palacio y agita un trapo rojo.

“Seguid” grita Sagnier. Ha acertado: apenas andamos 200 metros, la aviación vuelve y deja caer algo. Prunier se pasea con su cámara y hace fotos para su periódico. Sagnier ordena detener el avance. El batallón es el único que ha avanzado. La artillería de Líster bombardea a nuestra izquierda. Louis avanza un poco por la derecha. Ha empujado demasiado. La 4ª le sustituye.

El avance continuará hasta la noche, hasta Gajanejos. La compañía de Louis se ha perdido en la nieve. No se unirá al resto hasta la noche. La compañía debe bajar hasta el pueblo. A las 6 de la mañana, Sagnier ordena marcharse a todo el mundo para instalarse en las colinas que hay detrás del pueblo. El batallón está en reserva. Hacia las 9 la aviación bombardea el pueblo. A las 11 llega la comida. La lluvia ha parado.

UTANDE

Todos los hombres están comiendo cuando llega un coche. Es el jefe de la Brigada con unos mapas. Da explicaciones a Sagnier al borde de la carretera. Es un alemán que combatió en la guerra del 14 como oficial. Fue hecho prisionero y acabó la guerra en Francia. De aquella estancia conservó una impresión imborrable y, de paso, aprendió el francés correctamente. Louis se acuerda de una conversación que tuvo con Dumont, ayer enemigo por la defensa de las cajas fuertes y hoy hermanos de armas por la lucha contra las mismas cajas fuertes.

Hans [Kahle] ha conocido las prisiones nazis. Era periodista y responsable del Servicio de Información alemán, algo que a Hitler no le gustó. Después de ser comandante del batallón Edgar André se convirtió en jefe de la XI Brigada a finales de Noviembre.

Estrechamiento de manos, un saludo y Hans se va. Luego, reunión de los jefes de compañías. Hay que atacar Utande. Dos batallones nos tienen que ayudar en el avance. Nuestro batallón irá por el valle. El batallón Pasionaria seguirá por el eje de las alturas. El batallón Espartaco nos apoyará con su fuego. En cabeza irá la 1ª compañía; a la izquierda la 2ª; la 3ª a la derecha y, en reserva, la 4ª. Una sección de ametralladoras irá con la 2ª y la 3ª. Otra con la cuarta en reserva y la otra como defensa antiaérea.“¿Está claro?”. “Sí”, contestó Louis así como los otros comandantes de compañía. Nueva reunión… Louis da instrucciones a la compañía.

El avance de ayer ha hecho desaparecer el cansancio. Todos los rostros están resplandecientes. Louis es interrumpido en sus explicaciones por estallidos de voces: es Sagnier, que grita a un comisario de compañía: “Tu lugar está con los hombres, no me cuentes historias. La cocina funcionará sin ti. Ayer te escaqueaste, sabes que me di cuenta”. Gregoire, que ha sustituido a Rebière en la Brigada, explica sus deberes al comisario. Grita menos, pero es más persuasivo. Reprende con tranquilidad al culpable. Este llegó al batallón en la batalla del Jarama. Es de la misma altura que Sagnier y éste, que nunca ha podido encontrar un uniforme de su talla, lo mira de arriba a abajo y le dice sonriendo: “No lo manches demasiado; cuando te maten me lo pondré yo. Un encanto como bromista. Gregoire es un chico de la periferia oeste, que ha hecho ya sus pinitos en el movimiento obrero. Sabe conmover a los hombres sin aspavientos. Sagnier mira el reloj: “Vamos, en marcha”.

El avance empieza siendo bastante difícil; los fascistas no parecen estar de acuerdo y disparan desde lo alto. Espartaco abre fuego. Utande está a la vista, no cabe ninguna duda. Un río serpentea por el valle, un verdadero decorado de tarjeta postal: las montañas nevadas, el valle verde donde un arroyo se pasea alegremente entre árboles y chozas… El arroyo es más ancho de lo que Louis creía; hay que buscar un vado. Se mantiene la impresión del decorado: el puente es de madera. La sección de ametralladoras en reserva protege el paso. Los fascistas no tienen ningún respeto: arrasan el paso a golpe del cañón de 75mm (los del ejército francés). Es la no intervención ¡Cuánto beneficio, señores del Comité del año 1936!

La cosa se pone seria. Louis ya no piensa en crear imágenes poéticas. La 4ª está comprometida; más a la derecha, está dejando libre la carretera. Bruscamente, la artillería golpea desde un flanco de la ladera. Bajando la cuesta, los hombres se lanzan a toda velocidad. Los disparos de los Schneiders no les detienen, quieren ser los primeros en llegar al pueblo. Los hombres del Comuna de París no están de acuerdo.

El ataque acaba por agotamiento. Los artilleros fascistas ya no saben qué hacer, la infantería tampoco. Louis y su compañía llegan los primeros al pueblo. Los habitantes están recluidos en las casas. Sagnier grita: “Continuad en posición fuera del pueblo”. Realizado el enlace, Sagnier ordena colocar las ametralladoras. La lluvia viene a celebrar la toma de Utande. Son las 16:30h. El batallón que ha atacado no es el Pasionaria, sino un batallón de guardias de asalto que sí habían recibido la orden de tomar Utande.

A Sagnier le gustaría continuar el avance. Las zonas altas no están ocupadas. Hay discusión y no hay forma de ponerse de acuerdo. Un enlace sale para conducir al batallón Pasionaria. Sólo llega una sección; el batallón se ha perdido. No llegará hasta el día siguiente a las 8h, demasiado tarde: las crestas ya están ocupadas.

La artillería nos golpea. La lluvia también. A Louis le gustaría ir al pueblo, pero es peligroso, las calles se toman una tras otra. Nuestros tanques quieren bajar. Imposible. La carretera está controlada y el puente ha saltado. La jornada transcurre entre instalaciones y fortificaciones. Los civiles escapan campo a través. Los fascistas que quieren educar a España y les enseñan el peligro de salir al campo.

Por la noche llega el relevo. Sagnier explica cómo se debe hacer el recorrido: cruce del pequeño arroyo, que se ha convertido en torrente, por un puente que debe construir el batallón. Se designan ocho hombres por compañía para transportar las vigas. Después, subida por la cuesta bajo el fuego de las ametralladoras fascistas. Así que silencio, pase lo que pase: “En marcha…”. La marcha es lenta a causa de los porteadores. Una parada, cambiamos. Louis, que va en cabeza, debe situarse para cubrir el paso. El río está ahí. Sagnier, en mangas de camisa, trabaja en el puente. En 30 minutos se coloca una viga. Durante el día, los fascistas han trabajado para nosotros: han destruido la iglesia y aprovechamos las vigas. Tras una hora de esfuerzos, el batallón cruza.

Marcha rápida, silenciosa. Inútil hacer más recomendaciones. Al amanecer, el batallón ha atravesado las crestas. Foucault, un joven del distrito 13º, cuenta: “Cuando todos habían pasado, Sagnier quiso hacer pasar al burro que estaba con nosotros, pero… como si quisiéramos convencer a Franco de privarse de los autodenominados ‘voluntarios’ italianos. Sagnier venda los ojos del animal, le hace darse la vuelta, nueva tentativa, nada que hacer. Otra tentativa hacia atrás, inútil. Sagnier se pone nervioso, quiere llevarlo cogiéndolo por el cuerpo, el asno se resiste a todo. ‘Venga, descargadlo y en marcha’. Pero, mira por dónde, el muy canalla se pone a rebuznar montando un escándalo. Y nosotros que pretendíamos pasar en silencio… Los fascistas no han oído o no han sospechado nada. En cualquier caso, no han disparado”.

El batallón toma café al borde de la carretera y desciende, a ratos a pie y a ratos en camiones que van y vienen. El batallón se reencuentra con Torija que ha cambiado mucho: los Caproni han hecho una expedición de castigo. Limpieza, cambio de ropa. Al día siguiente, el batallón embarca para Ciruelas (Guadalajara, al oeste de Torija).

CIRUELAS

Ya tenemos como Ciruelo precisamente al comisario (“Prunier”), que está frenético. Hay que organizar fiestas, reorganizar el batallón. Louis pide un permiso de 48 horas para ir a Madrid. Imposible, solo tiene 24 horas. Se marcha con 20 hombres. No volverán más que 10, los demás han decidido prolongar el permiso. A la vuelta, hay bronca. Sagnier reúne al batallón y pide castigos, Todos están de acuerdo, incluso los culpables.

De nuevo maniobras. El tercer día, el batallón recibe la visita del general Walter, jefe de la 35ª División. La situación es complicada, los hombres no se han recuperado todavía de su cansancio. Reunión y, por supuesto, nada de felicitaciones. Estas llegarán unos días después, en la segunda visita que esta vez sí está preparada. Chivot, que era de los que estando de permiso volvió con retraso, ya no es delegado de sección. Louis ve, cuando lo encuentra, que ha perdido la sonrisa. Sagnier ha sido duro con él. Ha hablado del ejemplo que podría dar un individuo como Chivot… Y le ha dicho delante de la compañía de ametralladoras: “¿Así es como piensas vengar a Fredo, desertando de tu puesto? No se trata de llorar a nuestros muertos, hay que seguir el camino que nos han trazado”.

“Creo que los camaradas de la compañía de ametralladoras han comprendido lo que Marcel les ha dicho”, contesta Chivot, “he metido la pata, pero tengo que decir que no he desertado del frente, estábamos en un descanso”. A Chivot lo han cambiado de compañía, ahora está en la 4ª. Louis puede oírle muy a menudo contar historias. Ha recuperado su buen humor. Cuenta cómo le han hecho correr los Caproni: “Habíamos salido Sagnier, Jacquot y yo para hacer una inspección en Gajanejos. Vimos a los milicianos y a los civiles correr en todos los sentidos. ‘Salgamos del pueblo’ grita Sagnier. Echo a correr hacia las líneas. Sagnier me llama: ‘Ven por aquí’ y resulta que corremos hacia los Caproni. Empiezan a disparar: ‘Al suelo’, grita Sagnier, ‘Vamos, salta al agujero’. Y acabamos en el embudo bien caliente hecho por una bomba. ¡Menudo susto!, estaba muerto de miedo. ‘Cuando se fueron los Caproni, salí pitando. Por más que Sagnier me llamara, él y Jacquot se reían a carcajadas y tengo la impresión de que era de mí de quien se burlaban’”.

Louis está muy ocupado con su nuevo destino. Todos los días, conferencia en el puesto de mando del batallón. Sagnier no quiere dejarnos tranquilos. A pesar de todo, por la tarde hay sesiones de cine, teatro, deportes, bailes en la plaza del pueblo. Han descubierto un organillo y todos disfrutan de lo lindo. Louis ha hecho una conquista: una joven española de 18 años, guapa como lo son las españolas. A ella le gustaría casarse, él duda: está la guerra, con sus desplazamientos y, además, todos somos mortales. Refrena el ímpetu que su juventud hace correr por sus venas. Explica a Mercedes que hay que tener paciencia, esperar el final, esperar la victoria. Ha conocido bodas de este tipo, apresuradas, que han producido viudas y huérfanos. Él tiene demasiado respeto por ella y por lo que ha venido a hacer a España para romper su corazón y su existencia. Los españoles son serios en cuestiones de honor. Y guarda todavía el recuerdo de la otra, la que lloraba cuando él partió.

Una mañana llega una nota: concentración, toma de armas. La Brigada se reúne. Ha llegado la hora de la separación. El Comuna de París abandona la XI Brigada. Se han creado brigadas por lenguas.

Hans, que se ha convertido en jefe de la División, se despide de la Brigada y del batallón. Sagnier responde en nombre del batallón. En pocas palabras recuerda los primeros combates de los hijos de aquellos que, diez años antes, se consideraban enemigos de siempre.[1] Mientras habla, Louis está viendo una película teñida de sangre, iluminada por los estallidos de los obuses y de las bombas. Película sonora, con el ruido de la fusilería, de las granadas, de los estertores de los moribundos y de los heridos. Película en que se gritan los “¡Adelante!”, las palabras que se gritan en los ataques. Película que se cantan esas “Internacionales” a pleno pulmón durante las cargas. Louis vuelve a ver a todos los que han caído para siempre: los Fredo, los Domecq, los Ellena. Las palabras de Sagnier le hacen revivir todo eso. La separación parece más dura de lo que había imaginado. La Internacional, cantada en alemán, español y francés le parece triste y le hace pensar en un canto fúnebre. El sol le parece menos brillante. Toda la brigada desfila. ¡Comuna de París! ¡Vanguardia! ¡Izquierda!

Hemos dejado la XI. El batallón Comuna de París marcha a vivir otro episodio.

TORRELODONES

Después de un viaje como todos los viajes que se hacen en España, el batallón llega en plena noche a Torrelodones. Pasamos el día ocupados en la instalación. Al día siguiente, concentración. El batallón debe presentarse al jefe de la Brigada. Alineados impecablemente, esperamos. “¡Presenten… armas!” El coronel Putz está delante del batallón.

Sagnier toma la palabra: “Camarada coronel, el batallón Comuna de París, el primer batallón francés que llegó a España, acaba de reunirse con tu Brigada. No quiero enumerar todo lo que el Comuna de París ha hecho pero, en nombre de todos los camaradas que lo componen, puedo afirmar que sabremos seguir siendo dignos de nuestro pasado, dignos de todos aquellos que han caído por la defensa de la paz y la libertad”.

Putz responde: “Recibimos con orgullo al batallón Comuna de París en la Brigada. Conocemos las batallas que habéis librado. Confío en que todos juntos haremos un buen trabajo, hasta la victoria final”.

Sagnier presenta a los comandantes y a los comisarios de compañías. Desfile ante el Estado Mayor de la Brigada. ¡Vanguardia! ¡Derecha!

El Comuna de París se integra en la XIV Brigada, convirtiéndose en el 9º batallón.

[1] Se refiere a los franceses y alemanes que se enfrentaron en la primera guerra mundial.