Tres semanas de luchas del batallón Edgar André en Aragón (9 de marzo-4 de abril 1938)

En las pasadas semanas publicamos un trabajo sobre las BI en la batalla de Caspe. Al final del mismo prometimos publicar el escrito del voluntario alemán Heinz Schürmann (en España Willi Benz)que, en aquel entonces, era el comandante del batallón Edgar Andrè. Este escrito de forma parte de un relato militar titulado “Tres meses con el batallón Edgar Andrè”. En él narra la lucha de este batallón de la XI BI durante el periodo que va de enero a abril de 1938, desde la defensa de Teruel hasta la retirada sobre el Ebro.

La parte que publicamos aquí corresponde a lo que los voluntarios angloparlantes denominan “las Retiradas” (the Retreats), el periodo correspondiente a la ofensiva fascista de Aragón. El autor va describiendo, día a día, los movimientos de su unidad y de las otras unidades internacionales, sin olvidarse, claro, de los movimientos de las tropas enemigas. Así vemos cómo el intento de contener el avance franquista entre Belchite y Azaila fracasa por la desproporción de hombres y armas, así como los intentos de frenarlo en Híjar.

Schürmann hace un relato novedoso, por desconocido, de la labor realizada por los restos de su batallón en Caspe, donde se consigue frenar por unos días el avance arrollador. Hay que tener en cuenta que el general Walter le encarga Schürmann la tarea de coordinar las escasas fuerzas de la XI y la XV BI que quedan en Caspe, siendo curioso que su dirección no llega a las pequeñas unidades de la XIII BI que se posicionan al sur de esta ciudad.

Por último describe de forma detallada los movimientos de su batallón en tierras de Mequinenza, Nonaspe y Batea hasta que verse obligado a retroceder hasta el Ebro y reconcentrarse a espaldas de ese río, donde recuperan fuerzas para lanzar en julio la ofensiva del Ebro.

Este escrito forma parte de una colección de recuerdos impulsada por una Comisión histórica de la RDA al objeto de conmemorar el 30 aniversario (1966) de la lucha antifascista española y de la aportación alemana a la misma. Se pidió a los voluntarios residentes en la RDA que escribieran sus recuerdos de la guerra de España y todos ellos formaron parte de un fondo histórico que, tras la reunificación de Alemania, fue a parar al Bundes Archiv de Berlín.

Nuestra compañera Isabel Esteve localizó esta rica fuente documental y tradujo la mayor parte del mismo. Ya hemos ofrecido algunas piezas del mismo y esta es otra más. Queremos ofrecer el conjunto en un plazo de tiempo lo más cotro posible.

Marzo de 1938: la gran ofensiva de los fascistas en Aragón

Tras los combates en torno a Teruel los gobiernos fascistas ponen una multitud de armas, municiones y tropas a disposición de Franco para ahogar definitivamente a la República española. Especialmente Hitler está interesado en un rápido final de la guerra de España porque ha de emprender la creación del “nuevo orden de Europa” y necesita todas las fuerzas militares entrenadas en España.

Después de una cuidadosa preparación el 9 de marzo empieza la ofensiva de las tropas franquistas en el frente que se extiende entre Teruel y los Pirineos. En ella se emplean cinco Cuerpos de ejército, una agrupación táctica de dos divisiones y una división de caballería, mientras que junto a Teruel permanece preparado otro Cuerpo de ejército. Estas fuerzas están reforzadas por ciento sesenta y cinco baterías de artillería de todos los calibres y casi el mismo número de aviones, entre ellos los de la “Legión Cóndor”. Además se moviliza a toda la “quinta columna”, algunos de cuyos representantes estaban incluso en el Estado Mayor de nuestro ejército, aunque eso sólo se sabrá después.

Inmediatamente después de iniciarse la ofensiva llega también al frente nuestra 35 División, bajo el mando del general Walter, que se compone de la XI y la XV Brigadas. El Batallón “Edgar Andrè” llega, después de un largo viaje, el 10 de marzo por la tarde al sur de Belchite; allí pasa la noche en un bosque junto a Urrea de Gaén junto a la carretera Albalate-Híjar, en espera de entrar en acción. Al romper el día viene el jefe del Estado Mayor de la Brigada con la orden de ocupar inmediatamente una posición militar existente en el kilómetro 54 de la carretera Azaila-Belchite. Los vehículos del Departamento de transportes del Cuerpo de ejército deben aparecer en cualquier momento para trasladarnos y no podemos perder ni un minuto… Solicito un mapa de la zona pero no hay ninguno, se me dice que el jefe del convoy debe tener información sobre la zona…

Nos toca esperar más de una hora bajo el aire frío al transporte que iba a venir “inmediatamente”. Cuando los vehículos vienen finalmente, son la mitad de los necesarios. Y cuando pregunto al jefe del convoy, un capitán español, me dice que sólo disponen de estos y que deben hacer el transporte en dos veces. ¡Bonita manera de llegar a la posición sin perder un momento! Pero…¿qué le vamos a hacer?

La defensa entre Codo, Azaila y Vinaceite

Mando a la Compañía de ametralladoras y a una compañía de infantería subir y me dirijo a Fernando (Wilhlem Bahnick) y al comisario de guerra Maxim: “Fernando, tú tomas el mando de este grupo y tú, Maxim, sería bueno que te fueses con ellos. Y yo me quedo aquí para ocuparme de que el resto del Batallón los siga lo más pronto posible …” Los primeros se van, la segunda remesa espera de nuevo más de dos horas, finalmente me parece una tontería seguir esperando y doy orden de marchar en dirección Híjar. A los dos  kilómetros aparece finalmente la columna de autos y ocupamos los vehículos inmediatamente.

(El narrador, que es el jefe del Batallón, es llevado en un coche supuestamente más rápido,por un capitán y un conductor españoles que le conducen por un camino tan largo que al final les tiene que obligar a punta de pistola– a pesar de que, como él mismo dice, la “ley de hierro” de las Brigadas era respetar al máximo a los españoles -,a volver al punto de partida y a seguir la carretera inicial por Híjar y Azaila hacia Belchite)

…Poco después del mediodía está el Batallón reunido. Se halla al oeste de la carretera Azaila-Quinto en la desviación que va hacia Belchite, pero no se divisa nada parecido a una posición militar ya construida. Según los datos del jefe del convoy ésta ha de ser nuestra posición, pero parece muy raro… no hay ninguna trinchera y además el terreno es inapropiado para una defensa… la sospecha de que aquel no es el lugar correcto de la posición que debemos ocupar crece…. Ante nosotros no hay más que una meseta con matorrales, ninguna línea de fuego…

(…Entretanto la Compañía de ametralladoras del Batallón ha seguido adelante para ocupar y ampliar las trincheras al norte de la carretera y aunque ha quedado en enviar un enlace para confirmar que ha llegado al lugar convenido, el enlace tampoco vuelve…)

…Para saber con seguridad dónde nos encontramos voy con algunos enlaces, carretera de Belchite adelante, para mirar los indicadores de kilómetros…. Andamos un tramo y encontramos un indicador, pero tan borrado que no podemos leerlo, así que seguimos adelante. En el siguiente indicador consigo finalmente aclararme: estamos aún a doce kilómetros de la posición que debemos ocupar. Me da un ataque de rabia contra el jefe del transporte…. Finalmente encontramos en el valle que hay desde Quinto hasta Codo un lugar donde se ve un grupo cavando trincheras y pensamos que ésta debe ser la posición que debemos ocupar. Efectivamente… se trata de nuestra Compañía de ametralladoras, que ha llegado ya hace rato, ha tropezado con una trinchera y, pensando que esa debe ser nuestra posición, ha empezado a ampliarla. El enlace que nos han enviado sencillamente se ha extraviado entre las colinas y los barrancos…

…Reúno mi Batallón y la Compañía y me voy a toda prisa a buscar el puesto de mando de la Brigada. Tras informar de nuestro viaje equivocado he de oír cosas poco agradables… Pero he de admitirlas: el jefe es responsable de su Batallón para lo bueno y para lo malo y la verdad es que nosotros no hemos llegado hasta bien entrada la tarde a la posición que debíamos haber ocupado por la mañana temprano.

El jefe de la Brigada me informa: “El Batallón “Hans Beimler” se halla al norte de la carretera, en el flanco derecho de la posición que vosotros debéis ocupar y hasta ahora ha asumido toda la responsabilidad de vuestro sector. Cuida de que vuestra posición en la carretera quede bien establecida… A las 7 habrá un informe sobre la situación y te enterarás de todo lo demás”.

Nuestra posición es la misma que el año pasado; antes de la ocupación de Teruel, ya la habían ocupado las tropas republicanas, si bien el estado actual del lugar no es precisamente satisfactorio… Después de los duros enfrentamientos ante Teruel contamos con un número de combatientes de unos trescientos sesenta hombres, seis ametralladoras pesadas y cuatro semiligeras. Para un frente de más de dos kilómetros, desde la carretera Belchite – Azaila hasta el río Aguasvivas, es realmente poco. No hay ni que pensar con el apoyo de artillería y carros, pues todos han sido sacados de la zona para ser situados al sur de Belchite, ya que el ataque principal del enemigo se supone que vendrá de esa dirección.

En la reunión del Estado Mayor de la Brigada se decide que el Batallón “Hans Beimler”, que se hallaba en nuestro flanco derecho, traslade su posición, tras su sustitución por una Brigada española, a Vinaceite, al sur del río. El Batallón “Thälmann”, que había marchado equivocadamente hacia Quinto y acaba de llegar, debe igualmente ir a ocupar su posición allí y adelantar su flanco derecho hasta el río para unirse con nuestro flanco izquierdo. El Batallón “12 de febrero” debe quedarse en reserva en la bifurcación de la carretera al norte de Azaila. El Estado Mayor de la Brigada también se dirige hacia Vinaceite con tres piezas de artillería antitanque. El terreno delante de nuestra posición es plano y está cubierto por algunos arbustos aislados; por detrás el terreno pelado va ascendiendo hasta los campos de olivos situados a unos quinientos metros de nosotros.

Junto a la carretera va la Compañía de ametralladoras bajo el mando de Vincent (Porombka) y la 1ª Compañía a las órdenes de un joven español. Más hacia el río se encuentra otra Compañía también bajo el mando de otro joven español. Hay que trabajar toda la noche para ampliar la posición. El día anterior ha sido dispersada la XV Brigada anglo-americana junto a Belchite debido al avance del enemigo y existe la posibilidad de que parte de la misma se encuentre aún delante de nosotros. Por eso, incluso durante la noche, debemos tener una patrulla sobre el terreno, intentando contactar con ellos.

Pasada la media noche todo está ya organizado en la posición. Maxim, Fernando y nuestro enlace estamos aún en pie en la carretera cuando se acerca desde Azaila un coche con los faros apagados. Le paramos, desciende un comandante español que se presenta como perteneciente al Estado Mayor del Cuerpo de Ejército y nos dice que tiene la misión de buscar contacto con los grupos dispersos de la XV Brigada. Le digo que nuestras patrullas ya están en el campo buscando lo mismo y contesta con altanería que, a pesar de todo, él tiene que cumplir su misión.

Bien sabe el diablo que no me gusta nada esta historia, ¿para qué un oficial de alta graduación y además del Estado Mayor de un Cuerpo de Ejército, ha de hacer una cosa para la que basta y sobra con un sargento o un teniente? Si llega a ser un oficial de las Brigadas Internacionales no le habría dejado pasar, pero así… Le digo que cerca, posiblemente a pocos kilómetros, puede tropezarse con fuerzas enemigas y me contesta fríamente: “Eso es cosa mía”. (Más tarde me enteraré en París por un camarada francés que en aquel tiempo estaba en el Estado Mayor, que este elemento era efectivamente un oficial del Departamento de Operaciones del Estado Mayor que, después de haberse informado bien de la situación de las tropas en este frente, se pasó con la información al enemigo).

Recorremos aún otra vez la posición y después vamos a una casa de labranza vacía, junto a la carretera que va a Vinaceite, donde he instalado el puesto de mando. Como allí no podemos ni pensar en dormir, pasamos las últimas horas de la noche sentados en un banco de la cocina. (No podíamos saber que en ese tiempo las tropas de Hitler han atravesado la frontera austriaca).

Al romper el día inspeccionamos la casa y comprobamos que tiene en dirección a nuestra posición un edificio anexo cuya parte de abajo sirve de establo y la de arriba de pajar. Este espacio tiene en las paredes que miran hacia tres lados las habituales aberturas de ventilación, por lo cual es un lugar muy adecuado para vigilar. Como observador pongo al sargento Moebius; éste había sido retirado hacía unos meses de una compañía bajo la acusación de ser un enchufado de los funcionarios y enviado a una escuela. Pero como su traslado se retrasó, lo había tomado en mi Estado Mayor para empleos especiales.

La mañana de este 12 de marzo viene un avión enemigo y da vueltas un rato sobre nuestra posición, así que hay que esperar un inmediato ataque; efectivamente, al rato aparece una escuadrilla de cazas que igualmente nos sobrevuela, se ponen en fila y se preparan para atacar. Uno tras otro se dirigen a nuestra posición, lanzan bombas ligeras y disparan sus ametralladoras. Al cuarto de hora vuelven a atacar; cuando desaparecen nosotros respiramos. Pero apenas se han marchado ya aparece otra escuadrilla que viene como de Belchite. En resumen, ambas escuadrillas permanecen atacando ininterrumpidamente hasta que después de unas horas tenemos que abandonar la posición. De vez en cuando atacan también la casa, aunque sin hacer grandes daños. Tampoco en nuestra posición producen apenas daños gracias al comportamiento de los camaradas. Sólo nuestro vehículo de municiones sale dañado del ataque.

Debido a la aparición de la primera escuadrilla nos queda claro que el ataque principal de enemigo va a verificarse hacia el este [hacia Azaila] y no hacia el sur. Es de esperar que el punto clave del ataque sea la carretera, así que envío a Fernando hacia allí como representante del Estado Mayor para tomar las decisiones oportunas necesarias. Maxim también se dirige allí después de haber pedido a su sustituto Francisco que se ocupe de las otras compañías… En la posición siguen adelante los trabajos de ampliación de la fortificación.

Entonces aparece un camarada austriaco con la misión de establecer aquí un puesto de observación del Estado Mayor de la Brigada. Pero no trae ni teléfono, ni el cable necesario… y nosotros no le podemos ayudar ya que sólo tenemos una línea que va directa a la compañía que se halla delante, desde donde se mantiene el contacto con las otras compañías por medio de enlaces. Le intento convencer de que su presencia no tiene ningún objeto y que debería regresar. Se niega a volver al Estado Mayor sin una orden. Mientras discutimos, nuestro observador anuncia que en la curva de la carretera que viene de Teruel se ven carros de combate.

Vemos cómo un tanque tras otro emergen y doblan en dirección al río. Ordeno al observador de la Brigada que informe enseguida al jefe de la Brigada y que le pida que inmediatamente nos envíe los tres cañones antitanque. ¿Qué más se puede hacer para enfrentar esta amenaza? No disponemos ni de botellas ni de bencina para confeccionar las ya probadas botellas incendiarias. Entonces se me ocurre que tenemos aún una pequeña provisión de munición antitanque para nuestros fusiles soviéticos. Para impedir que esta apreciada munición se malgastara, la había guardado en mi equipaje personal. Así que aún puedo enviar al enlace con esta munición al jefe de la compañía con la estricta advertencia de que sólo se la confíe a los mejores tiradores para que disparen a los tanques. Entre tanto los otros tiradores deben mantener a raya a la infantería que avanza detrás de los blindados. Me quedo, no obstante, parte de la munición. Son treinta y ocho tanques, o tal vez más… ¿qué más da?, que avanzan en zigzag lentamente… se detienen de tiempo en tiempo para permitir que la infantería que va detrás se ponga a su altura…

Una mirada me convence de que en nuestras trincheras no hay nerviosismo y que está todo preparado para dar un cálido recibimiento al enemigo. Aguardo intranquilo la llegada de los cañones antitanque. Alternativamente voy arriba y salgo afuera para seguir cada fase de la lucha. Cuando estoy fuera de la casa viene el teniente austriaco Hugo Mondl y me informa de que al llegar con su cañón antitanque le han atacado los aviones, pero que sólo tiene un agujero en el pantalón, que me muestra riendo. Cuando le pregunto por los otros dos cañones me dice que sólo él ha recibido la orden de situarse con nosotros.

¡Maldita sea!, ¡aquí son necesarios con urgencia los antitanques y allá se les mantiene retenidos! El camarada Mondl quiere saber dónde debe instalar su ametralladora, pero lo dejo a su criterio, porque en el terreno llano no hay ninguna posibilidad de esconderse. Podemos observar que nuestro fuego es muy activo porque la infantería enemiga intenta esconderse detrás de sus tanques, se adelanta pero enseguida se retrasa, siendo empujada hacia delante por sus oficiales. Esto, naturalmente, retrasa el avance de los blindados, que marchan lentamente. Es incomprensible para mí que el enemigo, con semejante masa de material y hombres, no haya arrollado nuestra posición hace tiempo.

De nuevo un grito desde arriba me dice que la infantería recibe refuerzos. Observamos cómo nuevos soldados son llevados en camiones directamente hasta los tanques y allí se reparten por el terreno. Está claro que el enemigo sabe que no tenemos ni artillería ni tanques.

Cuando salgo de la casa una de las veces, encuentro a “Tom” en ropa de campaña. “Tom” es un viejo minero de la zona del Ruhr, su nombre es Wilhelm Krause; por su extraordinaria eficiencia como sanitario fue ascendido a teniente, pero inmediatamente tuvo que abandonar el servicio sanitario porque en él el grado de teniente sólo se les da a los médicos. Cuando vino a nuestro Batallón, debido a su edad y condición física le nombramos “oficial de personal”, aunque en la plantilla del ejército republicano ese cargo no existe. Por la mañana le había nombrado responsable de la impedimenta con la advertencia de que no dejara su puesto por nada.

Tom, vete inmediatamente a tu puesto y ocúpate de que el abastecimiento y los víveres permanezcan seguros

–No, yo no vuelvo allí, en retaguardia está todo en orden y mi lugar está aquí en el frente

Tengo muy claro que si no nos envían reservas la posición no se puede mantener mucho tiempo e intento impedir que Tom se convierta en una víctima por sus ganas de luchar… pero me dice:

–Soy comunista y sé lo que tengo que hacer, así que… ¿dónde me colocas?

–¿Sabes Tom que el negarte a cumplir una orden te puede llevar a un Consejo de Guerra?

–Por mí, como si me quieres fusilar aquí mismo; yo no me vuelvo atrás. Sé que la situación es peligrosa para el Batallón y por eso mi sitio está aquí ahora. Así que… ¿a dónde voy?

Se mantiene en una actitud muy marcial, pero me doy cuenta de que está llorando. Estamos un momento el uno frente al otro, dos camaradas de la misma tierra del Ruhr, donde ya luchamos juntos en 1920 contra la sublevación del general Kapp. Veo en él la decisión del minero, dispuesto a morir por salvar a sus compañeros…

–Vale, Tom. Ve allá, a la carretera, donde están Maxim y Fernando, preséntate a ellos y… ¡buena suerte!” 

–Salud, comandante, ten por seguro que cumpliré mi deber.

Mientras nos apretamos las manos veo una sonrisa feliz en su viejo rostro y se marcha a enfrentarse con su suerte. Tom cumplió verdaderamente su deber en el sentido más exacto de la palabra: nunca volvió.

La posición es defendida tozudamente, pero las fuerzas enemigas están cada vez más cerca. Observo como camaradas aislados avanzan arrastrándose para atacar a los tanques con paquetes de cargas. No parece que tengan éxito porque los tanques siguen avanzando. Son las diez de la mañana y el combate dura desde el amanecer. Ahora se acerca el punto álgido de la lucha ya que la artillería enemiga entra en acción y concentra su fuego sobre la posición de las carretera. Una parte de los tanques penetra en nuestro flanco derecho. La brigada española que debía ocupar la antigua posición del Batallón“Hans Beimler”, no ha aparecido, y se ha situado a retaguardia de nuestra formación.

Cuando la artillería detiene el fuego, los tanques avanzan en formación y entran por tres lados en nuestras líneas, en las que los nuestros se defienden hasta el final. Pero la lucha no dura mucho y compruebo cómo los tanques van ahora a hacia nuestra posición, lanzando fuego sobre nuestros últimos defensores. El jefe de la Compañía de ametralladoras ha conseguido llegar con una ametralladora hasta donde estamos y le envío al borde del campo de olivos para que desde allí cubra a los camaradas que retroceden. (Luego sabré que ante nosotros se encontraba la vanguardia en pleno del ejército marroquí con cuatro divisiones a las órdenes del general Yagüe, el que en julio de 1936 inició la sublevación con sus tropas de Marruecos).

Desde nuestra posición viene corriendo el sustituto del comisario de guerra, Francisco. Se me echa al cuello llorando y dice trabajosamente: “¡Oh Willi, nuestro Batallón…!” Esto quiere decir que hay que hacer el último esfuerzo. Le pongo en la mano el fusil y la munición y le envío hacia abajo para disparar a los tanques.

Llamo de nuevo a la posición pero nadie contesta. Quemo los papeles referentes a asuntos oficiales, escondo periódicos y folletos en el heno del pajar… ¿para qué realmente? y lleno mi macuto con el resto de la munición antitanque. Entre tanto han llegado cinco enlaces y telefonistas que vienen hacia aquí arriba… Miro y me convenzo de que la posición se ha perdido. Los camaradas del ala izquierda se retiran sobre el puente en dirección a Vinaceite y ayudan a llevarse el cañón antitanque y su carro de municiones.

Cuando vuelvo a subir están mis “siete fieles” en las aberturas de ventilación convertidas en aspilleras y disparan tranquilamente sobre la ventanilla de los tanques que se acercan lentamente; estallan dos granadas a corta distancia, la segunda hace un agujero en la pared a nuestros pies pero sin causar más daños.

El primer tanque se ha acercado tanto que a simple vista se puede ver cómo nuestros disparos hacen saltar la pintura de su blindaje. Cuando ha llegado a unos cincuenta metros, mando parar el fuego y a los camaradas formar en el patio. Felizmente la puerta se halla en el lado que no puede ser visto por el enemigo. Una breve advertencia: ‘conservad los fusiles y las municiones y al correr por los campos de olivos manteneos separados. Cada cual debe intentar pasar por su cuenta para volver a encontrarnos en los olivares’.

Al salir del ángulo muerto corremos separados, pero a los pocos metros ya nos está disparando el tanque más cercano. Ahora hay que tirarse al suelo y volver a saltar tal como nos han enseñado muchas veces durante nuestra preparación. Las balas caen tan cerca que las piedrecillas que rebotan nos dan en la cara y en las manos. Cuando, tirándome al suelo y levantándome, he hecho la mitad del camino, veo que los camaradas, que por término medio son veinte años más jóvenes que yo, van ya muy por delante de mí. Para alcanzarlos me tengo que desprender de alguna de las cosas que llevo. Pero ¿qué puedo sacrificar?, ¿fusil y munición?, ¿la pistola?, ¿los prismáticos? ¡No¡ Puedo prescindir del abrigo de cuero; me sabe mal pero lo dejo con la esperanza de recogerlo cuando vuelva con las reservas. Pero no hay reservas. Después de haber disparado algún tiro sobre los malditos tanques corro aún un rato en zigzag detrás de los camaradas y llego sin aliento a donde están reunidos al borde de un campo de olivos. Y, por increíble que pueda sonar, ninguno de nosotros ha recibido ni siquiera un tiro en esta loca carrera.

Todos suspiramos por un trago de agua fresca. Andando por entre los olivos tropezamos de pronto con un pozo cuya tapa está asegurada por un candado; con un golpe de culata se elimina el obstáculo. El agua brilla bajo nuestros ojos a una profundidad de unos diez metros, pero nos es inútil, no tenemos ni cubo ni cuerda para subirla. Mientras pensamos en cómo alcanzarla oímos el ruido de los motores de los tanques y vemos cómo algunos de ellos se dirigen hacia nosotros. Así que es el momento de salir huyendo otra vez.

Tras dejar el olivar alcanzamos un terreno llano cubierto de arbustos y en el que no hay ninguna posibilidad de esconderse. Mientras nos dirigimos al río vemos detrás un grupo de unos veinte hombres que vienen hacia nosotros desde la carretera. Como no se puede saber si son amigos o enemigos, ordeno echarnos a tierra y esperar con el fusil a punto. Pronto compruebo que el muchachote que va a la cabeza del grupo es nuestro “Augusto el Largo”. Es un tranviario de Dormund de nombre Augusto Hartmann, conocido y estimado en todo el Batallón por su inagotable humor. Tuvo que insistir mucho tiempo en París hasta recibir de la dirección del Partido el permiso para venir a España. Entró en nuestro Batallón y fue incluido en la 1ª Compañía, situada hoy en el ala derecha. Ha conseguido abrirse paso con su sección entre los tanques hasta uno de los barrancos al norte de la carretera, cruzarla de nuevo y seguir en dirección al río [Aguasvivas].

Al saludar a su grupo con el grito de “¡Hola, compañeros!” se imaginan una trampa y vienen con los fusiles a punto. Pero cuando llamo a Augusto por su nombre, baja su fusil y nos saludamos a gritos, gritos que se pierden entre el ruido de los disparos. Unos tanques han avanzado a lo largo de la carretera y nos atacan desde unos trescientos metros. Grito: “¡Todos al río!”… y corremos hacia allá bajo el fuego. Cerca del río se juntan muchas barrancas por las cuales salen otros camaradas. Allí hacemos un corto descanso para esperar a los rezagados. Un camarada me pide permiso para esperar aquí hasta que llegue su amigo con el que ha venido hace poco de la Unión Soviética y que se ha quedado detrás por estar herido; no quiere marcharse sin recogerlo…

Vienen algunos camaradas que estaban antes con el “Largo Augusto” e informan de que éste ha caído muerto bajo el fuego de los tanques; veo entonces venir hacía mi a Robert Aaquist, uno de los jefes de sección de la Compañía de ametralladoras. Cuando llega veo que está llorando, ¡maldita sea otra vez!, es el tercer camarada unido en cuerpo y alma a nuestro Batallón que tengo delante con la misma actitud. Me tengo que esforzar para oír con tranquilidad lo que me va a decir:

–Comandante, debo comunicar la pérdida de mi última ametralladora

–¿Cómo se ha perdido?

–Cuando los tanques enemigos estaban ya en nuestra posición, hemos hecho fuego sobre la infantería. Entonces un tanque ha intentado arrollarnos, en el último momento he arrancado el cerrojo y he metido una granada de mano en el fusil y lo he echado a perder. Me quiere dar el cerrojo, pero le digo:

–Agradezco tu comportamiento, aunque no esperaba otra cosa de tí. Pero el cerrojo consérvalo de momento como prueba de tu proceder, pues el día aún no se ha acabado y quién sabe cómo terminará.

Le abrazo y le intento consolar, pero ya no es necesario, ya ha superado el bajón. Llegan ya los hombres que se han quedado detrás para ayudar a sus camaradas e informan que su marcha ha sido inútil porque la infantería fascista se encuentra muy cerca. Mientras seguimos andando pienso si no nos sería aún posible alcanzar el puente junto a Azaila antes de que lleguen los fascistas que se dirigen a él. La mayoría de los camaradas no sabe nadar y yo tampoco, ¡y eso que en la 1ª Guerra Mundial serví dos años en un submarino! No vamos a encontrar ninguna barca ni nada para fabricar algo que flote. Finalmente un kilómetro antes de Azaila vemos en la otra orilla un molino de agua cuya presa llega hasta nuestro lado. Así que pasamos corriendo sobre la presa hasta el molino, pero al llegar vemos que el paso está cerrado:hay una puerta de hierro reforzada además con una reja. ¿Y ahora qué? Delante de nosotros quedan aún unos seis metros de río que hemos de atravesar.

Buscamos en la orilla algún objeto adecuado para superar el obstáculo y tenemos suerte pues pronto vienen algunos camaradas con un palo largo que alguna vez ha servido como asta de bandera. Con su ayuda podemos pasar a la otra orilla uno tras otro haciendo de “saltadores con pértiga”. Ni que decir tiene que en este trance no nos comportamos muy seriamente.

El terreno va ascendiendo hasta la carretera Azaila–Vinaceite y vemos una colina en forma de cono de azúcar. Desde allí me gritan de pronto: “¡Cuidado Willi, tenéis tanques detrás!” En ese mismo momento ya nos está disparando uno, pero podemos salvarnos sin daños al meternos en una profunda hondonada. Ésta lleva hasta el borde de la colina, así que podemos alcanzarla sanos y salvos.

Allí se han juntado ya varios camaradas de nuestro Batallón, entre ellos el camarada Moebius que se disculpa por haberme llamado por el nombre. Quería, desde la distancia que nos separaba, avisarme de los tanques sin pararse a pensar que yo era el comandante. Le agradezco su aviso, pues con el ruido del agua y de los motores de los aviones enemigos no habíamos percibido la llegada de los tanques. Con un apretón de manos queda el caso zanjado.

La colina parece haber servido antiguamente de lugar de observación pues a media altura se extiende alrededor una especie de trinchera. Al ser el punto más alto de los alrededores, se tiene una buena vista hacia el norte. Un terreno llano como una bandeja se extiende delante de nosotros a la otra orilla del río, así que podemos observar perfectamente el avance enemigo. El grueso de los carros blindados avanza lentamente por la carretera hacia Azaila mientras que el resto, juntamente con la infantería, peina el terreno hasta el río y va plantando sobre cada colina la bandera fascista como símbolo de conquista.

De nuestra parte desde Vinaceite no se ve ni se oye nada. ¿Qué ha sido de los otros batallones? Los camaradas que han llegado no pueden informarnos pues tampoco han observado hasta ahora nada por ese lado. Como el avance del enemigo es muy lento, tengo tiempo de hacerme contar lo sucedido en combate junto a la carretera. Algunos camaradas me cuentan que han intentado salvar a Fernando, gravemente herido, cosa que hubiera sido difícil debido a su peso. Pero cuando cerca de ellos apareció un grupo enemigo, Fernando exigió categóricamente que los camaradas se pusiesen a salvo, les dio su billetero y su reloj pero conservó la pistola; después los camaradas se alejaron. Lo que pasó después me lo puedo imaginar, ya que él, Maxim y yo, después de los duros combates de Teruel, nos habíamos comprometido en el caso de una situación sin salida, a disparar hasta el penúltimo tiro y con el último matarnos para no caer vivos en manos del enemigo. Estoy seguro de que Fernando, si tuvo suficientes fuerzas, lo hizo así.

Otra cosa para el informe. La dotación de una ametralladora, ante el acoso de los tanques, había decidido abandonar su arma después de quitarle el cerrojo; entonces apareció una sección de caballería enemiga; los camaradas volvieron a meter el cerrojo y abrieron fuego. Pudieron acabar con toda la sección pero no tuvieron ya tiempo de escapar y cayeron víctimas de los tanques. ¡Honor a estos héroes!

Pregunto por “Tom”, pero nadie lo ha visto. Seguramente ha sido una de las víctimas de la Legión Cóndor cuando venía hacia aquí. (En 1946 conocí a su mujer que trabajaba en la dirección del KPD del distrito del Rhur y vivía en Wanne-Eikel. Le pude dar noticias bastante exactas sobre la suerte de su marido y le informé de su heroísmo. Me ocupé también de que fuese reconocida como miembro de la Asociación de Perseguidos por el nacismo).

Entre tanto el comisario Maxim había conseguido arrastrarse hasta aquí y había hablado de la posibilidad de seguir ofreciendo resistencia con los camaradas allí presentes. Pero después de reconocer la inutilidad del esfuerzo había seguido adelante con algunos compañeros. Los camaradas no sabían si se había ido en dirección a Vinaceite o a Híjar; no lo habían visto porque habían estado pendientes de nuestro avance en la otra orilla. Es de suponer que tuvo el mismo destino que Fernando pues nadie ha sabido nunca nada más de él.

Vuelve a aparecer una escuadrilla de la Legión Cóndor que ataca todo lo que se mueve sobre el terreno. Uno de los aviones se lanza contra un coche ambulancia que sale a toda velocidad de Azaila, y después se vuelve contra nosotros. En vuelo muy bajo nos lanza una ráfaga de disparos con sus ametralladoras, sin resultado. Da la vuelta y rodea en un vuelo rabioso el lugar donde estamos, con su ala izquierda casi toca la colina, pero nos hemos escondido en una hondonada y sólo recibimos una lluvia de piedras.

La infantería enemiga se retira ahora del terreno y la columna de blindados avanza a toda marcha por la carretera de Azaila a Quinto. Allí se divide: una parte se va hacia el norte, mientras que la otra va en dirección al puente de Azaila. No tenemos ni tiempo ni explosivos para volar el puente.

Ahora somos veinticinco hombres y sólo tenemos una ametralladora semiligera y medio cinturón de municiones, una docena de fusiles con unas cien balas y tres pistolas, así como algunas granadas de mano. Con eso no podemos detener al enemigo, así que doy la orden de marchar en dirección a Híjar. Mientras caminamos por los campos llenos de malas hierbas hemos de ir tirándonos al suelo ya que los cazas también disparan sobre los pequeños grupos. Cuando finalmente desaparecen estoy más que harto de andar tropezando por la maleza y propongo marchar por la carretera. Pero la mayoría de los camaradas prefieren seguir andando por el campo porque hay arbustos que ofrecen más posibilidades de ocultarse. Por la carretera sólo me acompañan el teniente Robert Aaquist y los sargentos Moebius y Alik, que van arrastrando su ametralladora semiligera.

Apenas hemos llegado a la carretera cuando, mirando hacia atrás, veo que la colina de la que venimos también ha sido ocupada por el enemigo. Ya se ve en ella la bandera fascista. Me dirijo a los camaradas: ‘Muchachos, como ahora al enemigo le dé por avanzar por la carretera, va a ser nuestro momento de… ¡hasta el último hombre!’La opinión unánime es ‘Que vengan, estamos preparados’.

Seguimos marchando. Observando el terreno que dejamos atrás puedo comprobar con  satisfacción que no nos persiguen. Entre tanto la ametralladora va pasando de un hombro al otro, tras una corta pausa me ofrezco a llevarla pero me dicen que ni pensarlo, mi misión es observar para evitar sorpresas.La pequeña discusión nos ha espabilado y seguimos avanzando más rápidamente.

Al borde de la carretera hemos encontrado ya cierto número de camiones, coches y ambulancias que han sido víctimas de la aviación; el asfalto aparece durante centenares de metros acribillado por las balas. Después de dejar atrás la cima de otra colina vemos a la derecha, en la cuneta, un coche que nos es conocido; al acercarnos vemos que es el coche de nuestro jefe de Brigada. Junto a él, muerto, está Helmuth Dudde, el comisario político de nuestra Compañía de ametralladoras.

¿Habrá sido también nuestro jefe víctima de la aviación? El coche está atravesado por muchas balas, pero no hay en él huellas de sangre. En el coche están los abrigos de cuero del jefe y del jefe del Estado Mayor, que cogemos. También hay un paquete de galletas y media botella de coñac, que son bienvenidos. Intento poner en marcha el coche pero sin éxito, el motor y el depósito de gasolina han recibido impactos y están agujereados. Así que otra vez a pie. Poco tiempo después se acerca a toda velocidad un coche que nos cuesta mucho hacer parar. El conductor nos grita:

–Dejadme pasar, no tengo tiempo. He de llegar al Estado Mayor de la Brigada donde me están esperando

–Tranquilo, ¿cómo pretendes llegar allí?

–Pues está claro, hasta la desviación de Vinaceite y después a lo largo del río hasta el Estado Mayor

–Eso es imposible, porque en la desviación ya están los fascistas desde hace horas, y no hay otra carretera  hacia Vinaceite. Además no encontrarías a nadie.

El conductor, que parece haberse dado valor bebiendo un poco, quiere seguir adelante a pesar de nuestra explicación e invoca tozudamente la orden que tiene. Me harto y le mando darse la vuelta y llevarnos, cosa que al final hace renegando. Con cinco hombres y todos los pertrechos no se va muy cómodo en el coche, pero mejor que a pie. De pronto vemos delante de nosotros en la ladera de una colina dos coches blindados y junto a ellos a sus ocupantes. Como son vehículos franceses de los que teníamos en la XIV Brigada, suponemos que serán nuestros. A pesar de todo preparamos las armas mientras nos acercamos lentamente a ellos. Cuando llegamos reconozco a un teniente rumano del Estado Mayor de la 35 División y le pregunto qué hacen allí.

–El general Walter me ha enviado aquí con los dos blindados para establecer contacto con la XI Brigada porque no tiene noticias de ella

–¿Y no has encontrado a nadie de nuestra Brigada?

–Sólo a algunos soldados, pero tú eres el primer comandante. Tengo que informar al general lo más rápido que pueda, así que te pido que me des detalles sobre la situación.

Después de haberle contado brevemente los sucesos del día en la medida en que me son conocidos, me informa de que el Estado Mayor de la División se encuentra en Puebla de Híjar, a donde nosotros debemos también dirigirnos. Se quiere marchar con los dos vehículos, pero le mando que uno de ellos se quede aquí a mi disposición, y así se hace. Entonces me doy cuenta de que el coche con el que hemos llegado, ha desaparecido; me enfado muchísimo porque con él se han llevado mi fusil y mi munición. Sabe el diablo por qué los camaradas no han conseguido retenerlo aquí.

La carretera atraviesa la cima de la colina donde se encuentra un abrigo espacioso, allí debe esperar el vehículo acorazado y aclaro a su dotación española que hemos de esperar aquí a las partes dispersas de nuestro Batallón. Poco a poco llegan veinte camaradas solos o en pequeños grupos, que son enviados al abrigo. Una hora después viene de Híjar un camión sobre el que veo a Robert Aaquist. Este baja de un salto y me informa:

–Comandante, disculpa que hace un rato nos hayamos marchado con el coche, pero es que el conductor no se podía contener y dijo que ya podrías volver con el vehículo acorazado. En Híjar hemos encontrado este camión y un conductor dispuesto a venir hasta aquí conmigo. ¿Suben ya los camaradas?

–Aún no, vamos a mirar primero a ver si aún queda gente por la parte norte de la zona.

Observamos detenidamente el terreno y sólo vemos un soldado que avanza trabajosamente por el borde de la carretera. Para recogerlo envío a Robert con el vehículo y en pocos minutos está con nosotros hasta el último hombre. Mientras suben los camaradas mando dar la vuelta al coche blindado para marcharnos. En este momento aparece, viniendo de la parte de Azaila, una escuadrilla de aviones. Como quiero comprobar si también vienen tanques, mando irse al camión y pretendo ir a mirar por el extremo norte de la colina. Entonces el jefe del vehículo acorazado me hace subir a él y nos vamos. El artillero del vehículo dispara a los aviones pero estos parece que no atacan, así que detenemos el fuego. Querría volver a bajar para echar un vistazo, pero el jefe se niega a parar y aclara que nosotros, cuatro hombres, no podemos detener al enemigo en el caso de que nos persiga. Así que no paramos.

Entre Híjar, Alcañiz y Caspe

Pronto estamos en la casa donde se encuentra el Estado Mayor de la División en Puebla de Híjar. Allí el teniente rumano ya citado está a punto de empaquetar las últimas cosas del Estado Mayor. Me explica que el general, después de oír su informe, ha dado orden de trasladar el Estado Mayor a Caspe y que debemos trasladarnos nosotros también allí. Cuando se marcha, lamenta no poder llevarme, pero no hay plaza para mí.

Vaya, hombre, ¿y ahora qué? Me encuentro felizmente solo delante de otra caminata. Así que ¡en marcha hacia Híjar! Allí reina una confusión desesperada, unidades desperdigadas y preparadas para marchar no saben aparentemente lo que tienen que hacer. Delante de mí es apresado el jefe de una batería que ha hecho fuego sobre sus propias tropas que se retiraban hacia Urrea. En la desviación de la carretera hacia Albalate del Arzobispo aún queda una única ametralladora cuya dotación lanza las últimas granadas contra una de las columnas enemigas que avanzan. La ametralladora se debió de perder, al no haber ningún vehículo que la pudiera arrastrar. Aquí no hay nada que hacer, así que quiero dirigirme hacia Alcañiz.

Me llaman de un camión que se acerca y reconozco a Víctor Voekl de nuestra Sección de cañones antitanques, que es quien me ha llamado. Cuando le pregunto hacia dónde va, me dice que tiene orden del jefe de la Brigada de ir hacia Albalate. Y cuando le explico la situación se muestra dispuesto a ir conmigo hacia Caspe. Me quiere ofrecer su plaza junto al conductor pero la rechazo y me subo al camión donde bagajes, armas y municiones se encuentran en tranquila compañía.

Tras algunos kilómetros subimos una empinada cuesta llena de curvas hacia una colina y cuando llegamos al otro lado nos paran en el kilómetro 9 de la carretera hacia Alcañiz dos oficiales, viejos conocidos, el comandante francés Boris Guimpel y el camarada austriaco Leo Bauer, del Estado Mayor de la 35 División. Tienen la orden de organizar en el kilómetro 7 de la colina que acabamos de pasar una posición para recoger a la gente y ya han emplazado artillería en ella; allí va ahora también nuestro cañón antitanque.

Les informo sobre la situación entre Belchite e Híjar, aunque no sé nada de la suerte de nuestros batallones y no puedo informar de nada definitivo. Con todo, se alegran de saber finalmente algo seguro sobre el transcurso del día hasta ese momento. Ahora se trata de recoger las tropas dispersas y llevarlas a la posición prevista. Hasta ahora sólo han aparecido partes dispersas de la XV Brigada y como yo soy el único de la XI Brigada, me adhiero a ella de momento.

…Se producen discusiones con miembros de unidades que no pertenecen a nuestra División. Algunos expresan la opinión de que todo está perdido y por ello no tiene sentido ocupar una nueva posición… Los que se niegan son desarmados y enviados a la retaguardia porque queremos tener las relaciones muy claras.

Así llegamos por la tarde con una pequeña pero decidida unidad a la colina junto al kilómetro 7, donde los camaradas de la XV Brigada se ponen al este y nosotros al oeste de la carretera. Cuando estoy mostrando a los camaradas los puntos que hay que ocupar, viene un enlace y me manda que vaya a ver al general Walter que ha llegado a la carretera. El general me pregunta cuánta gente he conseguido juntar y cómo andan de ánimo. Le digo que somos unos cincuenta y que el ambiente es bueno, pero que están agotados por el combate y la marcha y además están todo el día sin provisiones.

–Comida tendrán enseguida, pero hemos de realizar aún una pequeña acción. Elige un grupo de quince hombres de confianza y estad preparados. ¿Tenéis ametralladoras?

–No, solamente una ametralladora semiligera con pocas municiones.

–Bien, cogedlas, pero procura recoger más munición y granadas de mano. Volveré enseguida con un camión y después os iréis

¡Por todos los demonios!, me pregunto qué quiere ahora el general, pues conozco desde hace mucho su valor y su sangre fría. Enseguida tengo el grupo a punto y cuando el general vuelve saluda a todos y luego se dirige a mí, como de costumbre, en ruso:

–Di a los camaradas que vamos a ir en dirección a Híjar para comprobar cuánto ha avanzado el enemigo. Ante nosotros en el valle se encuentra un centro de aprovisionamiento de vuestra Brigada donde podréis comer. Id ahora detrás de mí hacia allí y cuando lleguemos ya seguiremos hablando.

Pronto llegamos al valle y somos atendidos por los camaradas de intendencia con una buena cena. El general está de buen humor y dice:

–Que los camaradas coman lo que deseen y que no se olviden tampoco de beber, pero con medida. No os entretengáis demasiado y llenad también las cantimploras de vino que pronto os vendrá muy bien.

Este es el auténtico general Walter, tal como lo recuerdo de la XIV Brigada. Siempre exige lo máximo de oficiales y soldados pero también se preocupa siempre de que las tropas estén bien alimentadas. Sobre el tema podría contar mucho, pues era el encargado de la alimentación en esa Brigada y, cuando él fue nombrado jefe de la División, también me ocupaba de su Estado Mayor.

Cuando estamos preparados para salir me quiero sentar junto al conductor pero el general decide que allí ha de ir el hombre que lleva la ametralladora y yo he de sentarme detrás. No me gusta pero tengo que obedecer; así vamos en dirección Híjar. Cuando llegamos a la entrada del pueblo ya es noche cerrada.

Tras llevar un rato parados bajo a preguntar al conductor el porqué de la parada. Me dice que ha llegado un enlace del general con la orden de esperar. El pueblecito tiene un aspecto inquietante en la oscuridad, no se ve ninguna luz. El silencio sólo es interrumpido de vez en cuando por lentos pasos que se acercan y de pronto se paran como si estuviesen al lado de nuestro vehículo. Con las armas apuntando en esa dirección pedimos a quien sea que se acerque y entonces surgen de la oscuridad camaradas de nuestra Brigada que están muy contentos de poder descansar un poco bajo nuestra protección. Por ellos sabemos que antes de nuestra llegada ha habido tiroteos entre grupos de la gente dispersa que sigue resistiendo contra los fascistas. Finalmente me parece una tontería esperar tanto y entro con algunos camaradas en el pueblo donde pronto encuentro al general con nuestro jefe de brigada. Me echa en cara haber estado tanto tiempo parado; me defiendo enérgicamente contra la acusación basándome en la orden que el conductor me ha trasmitido. Después me dirijo al general con la exigencia de que en el futuro me dé las órdenes de las que he de ser responsable directamente a mí.

He de escoger ahora seis hombres que sigan conmigo mientras el resto de nuestro grupo se ha de quedar aquí. La orden es ir hasta el puente sobre el río Martín y, si éste aún está libre, seguir por la carretera hacia Azaila. Hemos de comprobar si el enemigo ha ocupado la colina más próxima, y en el caso de que no lo haya hecho hemos de ocuparla para impedir que la ciudad caiga en manos del enemigo.

Se pone en marcha una patrulla como nunca se debe haber visto otra igual en esta guerra: la forman un general de división, un jefe de brigada, un jefe de batallón y seis tenientes y sargentos. El puente está aún libre, así que seguimos hacia la colina más cercana, al acercarnos recibimos primero fuego de fusiles y luego de ametralladoras. Mientras los disparos cruzados silban cerca, hago señas al general para que se quede atrás, pero me grita: “¡Adelante, adelante!”

Así pues seguimos avanzando hasta llegar a unos cien metros de la colina. El fuego es tan fuerte que es una locura seguir avanzando. Espero que el general se acerque y lo empujo cuesta abajo por el declive cubierto de vegetación. Su ataque de rabia acompañado de maldiciones me deja frío, en último término yo soy el responsable de cómo salga esta empresa. Después, cuando el jefe de brigada apoya mi actitud, el general se tranquiliza y, protegidos por el bosque, reflexionamos mientras fumamos un cigarrillo sobre qué vamos a hacer. Como está claro que con nuestros hombres no podemos hacer nada más, decide el general: “Tú te quedas aquí con tus hombres. Yo retrocedo con Heiner. Intentaré reunir un grupo más grande y enviarlo después aquí. Lo demás es cosa tuya”.

Cuando los dos se van a marchar decido que les acompañen dos hombres. El general al principio no quiere pero después acepta. Nos quedamos cinco hombres bajo los árboles y tenemos que luchar contra el cansancio, pero los fascistas nos mantienen despiertos ya que de vez en cuando disparan y arrojan granadas en nuestra dirección. Nos turnamos para vigilar la carretera, pero ningún enemigo se atreve a llegar hasta nosotros.

Hace ya mucho que ha pasado la media noche, pero de los refuerzos ni se ve ni se oye nada. Así que ordeno la vuelta. Si nos encontremos con los refuerzos, podemos volver. Nos deslizamos prudentemente entre los arbustos hacia el valle y alcanzamos sin obstáculo el puente, pero en Híjar nos espera una desilusión: no hay ni vehículos ni tropa. Por algunos hombres dispersos sabemos finalmente que hace una media hora ha salido un auto, pero no saben qué auto. ¡Maldita sea, ahora tenemos una marcha nocturna de siete kilómetros por delante! Después de los muchos que hoy hemos dejado atrás, nos faltaban estos. ¡Qué le vamos a hacer!

Cuando llegamos al inicio de las curvas de nuestra posición, propongo cantar la canción de Thälmann para que nuestra gente no nos tome por fascistas y nos pegue un tiro. Como es comprensible, nadie tiene ganas de cantar y así hacemos el resto del camino, hablando lo menos posible. Cuando llegamos arriba me informo inmediatamente de lo que ha pasado en Híjar durante nuestra ausencia y así me entero de que cuando el general vio que era imposible organizar un grupo suficientemente grande como para ir a apoyarnos, envió a algunos camaradas a recogernos y se marchó. Después estos camaradas regresaron diciendo no nos habían podido localizar y se fueron convencidos de que habíamos vuelto por otro camino. Cuando llegaron a la posición y vieron que aún no habíamos llegado, intentaron volver a buscarnos, pero el coche ya se había ido. Ahora todo el mundo contento de que la operación haya acabado bien. Una vez me he asegurado de que se han tomado todas las precauciones necesarias para pasar la noche, me vence el cansancio y me dejo caer encima de los matorrales sin hacer caso de los pinchos que me atraviesan el uniforme. Al rato noto que alguien me cubre con una manta.

Apenas amanece el día 13 cuando se me llama al puesto de mando junto a la carretera. Allí me espera el antiguo consejero del Estado Mayor de nuestra Brigada, el camarada Nikolai, y me comunica que el general Walter me ha nombrado comandante del sector, que los restos de la Brigada se encuentran en las cercanías y pronto llegarán. Debo buscar enseguida al comandante de la XV Brigada e informarle que ahora está bajo mis órdenes. El comisario de guerra que está destinado allí habla perfectamente alemán y no tenemos ningún problema para entendernos, pero el comandante rechaza la subordinación de sus tropas si la orden no le viene dada por escrito. No puedo censurarle por ello e informo en consecuencia a Nikolai del resultado de nuestra conversación, sobre el cual se muestra muy disgustado. Pero cuando le aclaro que yo en lugar del comandante de la XV Brigada hubiese hecho lo mismo, rápidamente queda el caso resuelto.

Entonces el comandante me informa de que dispone de muchas ametralladoras ligeras y semipesadas, pero que le falta la munición. Mientras nos despedimos aún me aclara que confía completamente en sus hombres y que se ocupará de que la posición sea ampliada lo más rápidamente posible. Nos despedimos como camaradas con un apretón de manos. Ahora llegan dos tanques y un cañón antitanque que hago instalar a nuestro lado porque en nuestro flanco izquierdo se extiende un valle orientado al norte por el que el enemigo podría avanzar. Cuando después llega el resto del Batallón Thälmann, bajo la dirección del gordo Antón, le mando ir a ocupar esta posición. Entre todo contamos con una fuerza de unos trescientos hombres.

Cuando estoy controlando con dos camaradas la posición, aparece un avión explorador de la Legión Cóndor que nos sobrevuela a baja altura trazando círculos. Al acercarse a donde estamos lo ponemos en nuestro punto de mira y parece que algún disparo le ha acertado pues gira hacia el norte y se balancea por encima de la colina. Corremos hacia allí y vemos que sobrepasa aún dos colinas y luego las copas de los árboles nos lo tapan y ya no le vemos más.

Entre las 14 y las 15, cuando una patrulla está en camino para tomar contacto con la XIII Brigada que se halla bastante más hacia el oeste, oímos por nuestro flanco izquierdo un fuerte fuego. Dirijo ambos tanques a la cercana altura y veo que una sección de caballería enemiga ya ha pasado por nuestro flanco derecho y se precipita en dirección a la posición de nuestra artillería. Mientras los tanques disparan, caen muy cerca de nosotros proyectiles pesados cuyos pedazos vuelan alrededor de las orejas.

Por la procedencia de las explosiones se puede deducir que estamos siendo bombardeados por nuestra propia artillería. Hecho una furia le grito al enlace que llame inmediatamente a la artillería para que dirijan su fuego contra la caballería. Otra salva de disparos explota aún junto a nosotros; después el fuego se dirige contra los jinetes que se encuentran en una peligrosa cercanía de las baterías. Se dan la vuelta y retroceden bajo el fuego unificado de todas nuestras fuerzas. Poco después viene del ala izquierda la información de que el enemigo también tenía preparados treinta y dos carros blindados, que se han visto obligados a retroceder junto con la caballería. ¡Demonios! otra vez…  ¡Ya me gustaría haberlo visto!

(En un encuentro de antiguos brigadistas en 1956, uno de los que entonces eran enlaces se me acercó y me dijo:”Willi, ¿te acuerdas aún de la posición del kilómetro 7 de la carretera Híjar-Alcañiz, cuando nos hiciste correr al teléfono para llamar a la artillería? Pues no teníamos ninguna conexión, pero tú estabas tan furioso que cualquiera te lo decía…”)

Después reina la calma de nuevo y por ahora no hay que contar con un ataque enemigo, así que voy a la posición de la artillería para tener unas palabritas serias con el jefe respecto al cañoneo. Allí me entero de que éste no tenía ni idea de la presencia de nuestros tanques y por eso creyó que eran enemigos y dirigió sobre ellos el fuego; la caballería fue vista cuando emergió peligrosamente cerca de las baterías y en ese momento empezaron a tirotearla y la hicieron retroceder. Le aclaro la situación y le pido que envíe un observador a nuestra posición.

En el camino de vuelta veo cómo nuestros tanques disparan hacia el oeste; allá, en una altura hay parado un grupo de oficiales enemigos que observan la zona. Como los disparos caen por lo menos quinientos metros por delante de ellos, les grito a los tanquistas que paren el fuego inmediatamente. Cuando llego a donde está el que los manda se me queja de la orden; en su opinión con los siguientes disparos habrían aniquilado el grupo enemigo. Como los camaradas siguen renegando no me queda más remedio que dejarles que escarmienten por si mismos. Así que les dejo preparar un cañón que se debe disparar a una señal mía y voy con uno de los tanquistas algunos metros hacia atrás. Mientras él observa el grupo de los oficiales doy la señal de fuego. Veo la desilusión de mi acompañante cuando ve la distancia a la que ha caído el disparo y dejo que él mismo se lo cuente a sus camaradas.

El día sigue tranquilo, pero durante la noche del [13 al] 14 de marzo viene el general Walter a nuestro campo de batalla para tener una reunión con los oficiales. En ella nos aclara que se encuentran ya avanzando hacia Alcañiz grandes fuerzas enemigas y que nosotros debemos estar dispuestos a marchar; después se va. A las 4 de la madrugada llega la orden de retirarse en la oscuridad en dirección Alcañiz-Caspe. Debo formar la retaguardia con los camaradas de la XI Brigada, para lo cual se me entregan dos tanques y un grupo de caballería de veinticuatro hombres. Inmediatamente se envía un enlace al ala izquierda con la orden de que la compañía que está allí retroceda por el valle hasta el kilómetro 8 y allí espere órdenes. Los restantes camaradas de la XI y la XV Brigadas deben reunirse en el puesto de mando, pero esto ocurre muy lentamente durante la noche y ya es casi de día cuando los camaradas han conseguido juntarse.

La retirada de la XI BI desde las cercanías de Alcañiz a Caspe

Envío un oficial al kilómetro 8 para que la compañía se prepare a formar la retaguardia con nosotros. Mientras hablo con tanquistas y miembros de la caballería viene con comida Otto, el sargento mayor de nuestro batallón. Le envío enseguida hacia atrás. Se debe ocupar de los camaradas del kilómetro 8 y después ha de poner la cocina , que se encuentra cerca de Alcañiz, lo más rápidamente posible en sitio seguro hacia Caspe. Después viene el oficial del kilómetro 8 y dice que allí no ha encontrado a nadie. Como después sabré, allí ha llegado el general Walter con algunos camiones para recoger por lo menos a una parte de la tropa. Cuando le dijeron que la compañía que estaba allí debía aguardar órdenes, la mandó subir y viajó con ella.

Con esto se da una nueva situación y le pido al comandante de la XV Brigada que se encargue de la retaguardia mientras yo me quedo con los tanques y la caballería. Está de acuerdo. Cuando nos marchamos ya tenemos encima un avión de reconocimiento que no nos molesta. Robert Aaquist ha pedido seguir conmigo. Encima de un tanque, con los fusiles a punto, acompañamos a la retaguardia.

Tras algunos kilómetros podemos comprobar que la marcha se ha roto completamente y que cada vez más camaradas se van quedando atrás de puro agotamiento.Hago parar un tanque y ordeno que alternativamente se quede un tanque detrás para recoger a los rezagados y llevarlos algunos kilómetros hacia delante. Así que los tanques se convierten en una columna de transporte y nadie se queda detrás…

Durante la marcha nos encontramos a los camaradas de la XIII Brigada, que vienen del terreno del oeste de la carretera y se añaden a nuestra columna. Después viene un motorista con la orden de hacer avanzar a dos de los tanques, y apenas se han marchado, viene la orden de enviar a todos los tanques restantes hacia Alcañiz. Como quiero saber qué pasa allí, me voy con el último tanque que se marcha.

Pasamos por delante de una unidad española que está situada al oeste de la carretera con artillería para nuestra defensa. De pronto vemos cómo los grupos que están delante de nosotros abandonan la carretera y corren hacia unos campos de olivos al este de la carretera. En ese momento oímos por detrás de la colina que tenemos delante un fuerte tiroteo y el aullar de los motores de aviación. Cuando subimos a la colina aparece un oficial español corriendo y nos dice que una columna enemiga ha llegado a la carretera delante de Alcañiz. Así que tenemos cortado el camino hacia allí.

Mando a los dos tanques que se dirijan a unos campos de olivos que se halla a unos quinientos metros y que se pongan allí a cubierto y hacia allá se retiran también los camaradas que van detrás de nosotros, entre ellos  la caballería. Aquí acuden también parte de la XIII y de la XV Brigadas con sus comandantes y con ellos discutimos qué hay que hacer a continuación. Conmigo hay unos setenta hombres de la XI Brigada y el mismo número aproximadamente de las otras dos, así que tenemos una columna de más de doscientos hombres y además los veinticuatro de caballería y los dos tanques. Sobre la carretera encontramos abandonado el fuselaje de un avión enganchado a un camión que nos había adelantado hacía poco.

Durante este tiempo resuena sobre la carretera un prolongado combate aéreo, aunque nosotros no somos molestados por la aviación. Como no podemos ir por la carretera, decidimos pasar por la Sierra de Vizcuerno hacia Caspe. La caballería debe ir buscando el camino más adecuado en cada momento para los tanques sobre el destrozado terreno. Cuando desaparecen los aviones y nos ponemos en marcha, vemos venir por la carretera dos baterías con sus caballos a galope tendido. Enviamos a algunos soldados de caballería para hacernos con ellas pero cuando llegan a la carretera las baterías ya han pasado y caen en manos del enemigo. Después de algunas horas de fatigoso avance me llama en un aparte el camarada Nikolai y me informa de que un campesino le ha dicho que Caspe ha sido tomada por los fascistas…

No me lo acabo de creer. Pero puesto que somos bastante fuertes aún, podremos pasar de alguna manera. Lo principal es que nos mantengamos tranquilos. Pero la noticia se debe haber difundido pues al cabo de un rato encuentro un montoncito de papeles rotos y un documento del Partido en tan pequeños trocitos que no se puede ver el nombre. Cuando poco después de este descubrimiento encuentro otro montoncito de papeles en igual estado, llamo a los compañeros de confianza y les explico la situación. Se han de dirigir a los grupos que marchan dispersos, hablar francamente con los camaradas y dejarles claro que en caso de necesidad nos abriremos camino de cualquier manera. Con los prismáticos observo los grupos aislados y compruebo que aparentemente todo está tranquilo.

Es oportuno citar aquí un artículo que bajo el título “Juicio sobre el POUM” apareció en octubre de 1938 en el periódico de Basilea “Rundschau”:

“La agencia trotskista del fascismo jugó un papel infame en la ruptura del frente de Aragón en los meses de marzo / abril de 1938.

Juntamente con los fascistas los espías trotskistas desplegaron una rabiosa actividad, favorecieron la ruptura del contacto entre las unidades aisladas que luchaban en este frente. Mano a mano con los fascistas  se ocuparon de desmoralizar a las unidades combatientes y mediante la propagación de falsos rumores causaron una catástrofe en el frente. Intentaron crear pánico haciendo correr entre las filas de las tropas republicanas la mentirosa información de que estaban rodeadas por el enemigo. Aseguraron a las agotadas tropas que el enemigo disponía de columnas motorizadas, cuando eso no era verdad. Susurraron que las divisiones que estaban en el flanco de ésta o de aquella unidad habían abandonado el frente. En una serie de casos sus agentes dieron la orden de retroceder cuando en realidad no se había dado tal orden. Sabotearon de todas las maneras posibles las órdenes del Estado Mayor sobre la construcción de fortificaciones bajo el falso reproche de que los obstáculos naturales las hacían innecesarias. En parte construyeron las fortificaciones, allí donde lo hicieron, de tal manera que le pudieran servir al enemigo, pero no a las tropas republicanas que defendían este o aquel sector…”

Así pues el “valiente” campesino con su información sobre la caída de Caspe debía ser un miembro de esta organización. Esta sospecha aún se refuerza más por el hecho de que Caspe, hasta poco antes del principio de nuestra ofensiva en Aragón en agosto de 1937, fue la sede del “Consejo de Aragón”, enemigo del gobierno. Sobre ello escribe también Dolores Ibarruri en su libro El único camino: Con la entrada de las unidades de Líster en Caspe y la disolución del Consejo de Aragón se acabó aquí el dominio de la FAI. Se puso término a los excesos de los “incontrolados” y el orden republicano fue restaurado…”

Retrocedemos otra vez y surge por nuestro lado oeste una tropa que lleva una bandera republicana. Comprobamos que se trata de un batallón español que ocupaba una posición en las montañas entre Híjar y Caspe y que igualmente retrocede hacia Caspe.

Al final de la tarde observo que delante de nosotros algunos camaradas alcanzan la cima de una colina, desaparecen y no vuelven a aparecer. Cuando llego allí veo que sobre la carretera de Alcañiz a Caspe hay dos soldados junto a un coche y que observan los movimientos sobre el terreno. Mirando con los prismáticos compruebo que se trata de dos oficiales del Estado Mayor que conozco, Guimpel y Bauer. O sea que Caspe aún está libre. Unos cuantos gritos de montaña a montaña difunden la buena noticia y la marcha a campo través prosigue; cada cual procura llegar a la carretera lo más rápidamente posible para tener bajo los pies un suelo firme.

Apenas me acerco a ellos dos y los saludo, me piden que vaya con ellos a donde está el general, que espera muy intranquilo noticias sobre la suerte de las unidades de su División. Cuando llego a donde está, le tengo que informar con todo detalle de los sucesos de este día. Después dice el general: “Recoge a tu gente y llévala al cruce de la carretera donde hay un coche cocina con comida. Después de comer marcháis a través de Caspe a un bosque que está a un kilómetro y medio, allí podéis pasar la noche tranquilos. Mañana nos veremos de nuevo”.

Marchando hacia Caspe me sobreviene, después de las angustias de los últimos días, un singular sentimiento de tranquilidad cuando veo cómo sobre la carretera hacia Alcañiz patrullan los tanques y en las montañas de alrededor el fuego de las tropas en la oscuridad ofrece un maravilloso espectáculo. Una vez llegamos al bosque nos echamos sobre el blando suelo que es la mejor cama y pronto todo está sumido en una profunda quietud.

La defensa de Caspe

15 marzo. El Estado Mayor de la División me reclaman apenas se hace de día. Recibo la orden de adelantarme con mi grupo por la carretera Caspe-Escatrón-Azaila y asegurar el puente que se halla sobre un afluente del Ebro junto al pueblo de Chiprana. Ponen a nuestra disposición dos camiones, uno de ellos con un cañón antitanque remolcado y dos tanques que aún no han llegado y que nos deben seguir. Envío con el primer vehículo como grupo delantero una sección de escandinavos bajo el mando de Karl Ernstedt para que tomen posición en el puente hasta que lleguemos los demás. Inmediatamente después está preparado el camión con el antitanque, con el cual parte el segundo grupo bajo el mando del teniente austriaco Bruno Nebelhardt. En mi lugar viaja el camarada “Antón”, ya que yo he de volver al Estado Mayor.

Allí me comunica el general Walter que el resto de la XI Brigada, y también parte de la XV, ha de ir detrás, y las pone bajo mis órdenes. Un camión me lleva hasta la entrada de Caspe y allí debo ver la manera de seguir. Al abandonar el lugar recibo una desagradable sorpresa: los últimos camaradas que se han ido vuelven a mi encuentro y me comunican que su vehículo ha sido atacado por una patrulla de cazas enemigos y mientras que ellos se han podido poner a cubierto el camión con municiones ha sido alcanzado por una bomba y ha volado por los aires así como también el cañón.

Sobre la suerte de la sección escandinava no saben nada. Sabré más tarde que ésta ha chocado con la vanguardia del enemigo y que ante su superioridad se ha tenido que retirar a las colinas al sur de la carretera, donde se quedan hasta la tarde. En el inesperado choque han sufrido bajas y sólo vuelven once hombres.

Mientras seguimos adelante vienen volando a baja altura los aviones y disparan a todo lo que se mueve en el terreno. Escondiéndonos de árbol en árbol entre los olivares, nos acercamos a la carretera que va a Azaila desde donde se oye el ruido de una tropa que se acerca. Por suerte vienen los dos tanques que nos debían seguir y mientras uno avanza por la carretera llevo el otro a la cercana colina. Desde ella vemos ondear las banderas fascistas delante de nosotros, pues ahora todo sucede muy rápidamente. Cuando la primera columna enemiga está muy cerca de nosotros nuestro fuego rápido es muy activo y obliga al enemigo a retroceder. Este no se atreve a atacar hasta la tarde. Si hubiese sabido que en ese primer ataque sólo tenía delante dos docenas de hombres, el día habría acabado para nosotros de muy diferente manera.

Poco después llegan los camaradas de la XV Brigada y se dirigen a ocupar una posición al este de nosotros sobre la cresta de una colina que se alarga en dirección a un tramo de la carretera Azaila-Caspe. Exijo mucha vigilancia porque el bosque que se encuentra cerca del lugar ofrece muy buenas condiciones al enemigo. Mientras que nuestros primeros dos tanques permanecen en la posición, a otros dos que vienen después les mando que aseguren la carretera hacia Alcañiz. Por allí debe hallarse en alguna parte la XIII Brigada, pero no podemos establecer contacto con ella y las patrullas que enviamos con este fin vuelven sin éxito.

…Con los camaradas de la XV Brigada discuto la posibilidad de un ataque, ellos lo rechazan porque están agotados por los esfuerzos de los últimos días. Las horas pasan penosamente lentas sin que observemos movimientos enemigos. Al empezar a anochecer éstos atacan por sorpresa en el sector de la Brigada XV y después de un fuego muy fuerte veo cómo los camaradas retroceden, cruzan la carretera de Caspe y desaparecen por el bosque. Desde el sitio donde estoy en la carretera puedo ver bien cómo el enemigo avanza entre los árboles hacia nuestro sector y trata de situarse frente a los tanques que ahora se acercan a toda velocidad. Pero los tres primeros pasan de largo, los que los mandan me dicen que tienen falta de municiones. Al cuarto consigo obligarle a parar y le exijo que se sitúe junto a una casa y dispare a la infantería enemiga. El conductor al principio se resiste pero al final consigo que el tanque vaya marcha atrás hasta la posición para que en caso de peligro pueda escapar, el conductor está de acuerdo y poco después abre fuego. Todo esto ha sucedido en pocos minutos y no he tenido tiempo de observar qué está pasando en la carretera que va a Azaila. Tengo que saber si nuestros camaradas están aún en la posición y me dirijo hacía allí con mi enlace español.

Apenas hemos andado cincuenta metros cuando el tanque sale zumbando a toda velocidad hacia Caspe. ¡Maldito sea!, pero… he de reconocer que el enemigo puede llegar en cualquier momento a la carretera y cortarle la huida. En el silencio que se produce ahora me sobrecoge un sentimiento especial y avanzo con mi camarada, bajo la protección de los árboles, a lo largo de la pendiente de la izquierda de la carretera hasta el cruce de la carretera de Azaila. Aquí paramos y escuchamos en esa dirección pues se ha hecho ya de noche y nuestra posición parece estar abandonada.

A los pocos minutos se acerca por la carretera un vehículo con cadenas, que por el ruido parece una tanqueta italiana. Apenas ha parado en el cruce de la carretera cuando le sigue un tanque que también se para. Podemos oír cómo se hablan sus tripulaciones pero no podemos comprobar, por los muchos arbustos que hay entre nosotros y ellos, si son italianos o no. Los tanques están con los motores en marcha y esperamos a ver qué pasa. Pronto se oye el ruido de marcha de un grupo que se acerca y que yo estimo del tamaño de una compañía. Después viene un coche tocando la bocina y con eso ya tengo bastante, hay que desaparecer.

Al caminar debemos de haber roto un tronco seco, porque detrás de nosotros empieza un tiroteo reforzado por el estallido de granadas de mano. Pronto hemos alcanzado el borde de una estrecha faja de bosque, seguimos corriendo por  un campo de trigo y nos dejamos caer entre las plantas que tienen la altura de nuestras rodillas, a ver si nos persiguen. No se ve ningún enemigo, aunque el tiroteo se mantiene un largo rato. Después se hace de nuevo el silencio y reemprendemos la marcha a través del bosque que se extiende delante de nosotros y que llega ascendiendo hasta Caspe.

Cuando atravesamos el bosque oímos la llegada de tropa y por los gritos y cordiales maldiciones con que acompañan sus tropezones por el oscuro bosque, conocemos que son nuestros amigos de la XV Brigada que de nuevo nos preceden. Busco al comandante y le indico la situación de la carretera, ante lo cual él decide que sus tropas nos precedan con el mayor silencio posible.

Poco antes de Caspe encontramos un batallón de la XIII Brigada que se halla aquí en reserva y a cuyo comandante informo también de la situación que dejamos detrás. Finalmente encuentro al general Walter, que se halla hablando en su coche con un oficial búlgaro y que me recibe con las siguientes palabras no precisamente cordiales:

–Por todos los demonios, ¿por qué no has enviado en las últimas horas ninguna información?

–Porque en las últimas horas no había nada nuevo que contar y porque en el último ataque del enemigo ocurrió todo tan rápido que no hubo tiempo para un informe. Además sólo disponía de un enlace y lo he querido tener a mi lado, naturalmente.

–Vale. Cuenta lo que ha pasado, pero toma primero un buen trago

Después del “buen trago” informo extensamente sobre el transcurso del día hasta lo que hemos podido comprobar en la carretera. Informo también del comportamiento de mis acompañantes que en situaciones críticas no han mostrado ni angustia ni signos de nerviosismo. El general está satisfecho, habla brevemente con su acompañante y de nuevo se dirige a mí:

–Bien, vete ahora con tu grupo a cenar. Pero después estad preparados porque esta noche aún realizaremos un contraataque con la protección de tanques.

Esto ya son buenas perspectivas, me parece, mientras voy a buscar a mis camaradas para preparar lo que va a venir. Un momento después viene el camarada Nikolai con la orden de que debemos avanzar al norte de Caspe en dirección oeste por la carretera de Azaila. Tiene la misión de acompañarnos hasta la posición de salida y así bajamos hacia el valle por las afueras del este del pueblo, entre huertos sobre terrazas. Allí nos deja Nikolai y seguimos por un paso por debajo de la vía del tren.

Pronto aparece delante de nosotros una sección enemiga acampada ante un buen fuego. Al acercarnos nos recibe un fuerte tiroteo, lo que demuestra que tenemos que enfrentarnos a un enemigo que es muy superior a nosotros. Emprender un combate nocturno aquí con mi pequeño y agotado grupo es, creo, demasiado atrevido; así que, tras un corto intercambio de tiros, doy la orden de retroceder por el terraplén de la vía. Aquí emplazamos nuestra única ametralladora –al jefe de la Compañía, Vicent lo hemos vuelto a encontrar en Caspe con su ametralladora– y, tras repartir las guardias, mando a los camaradas descansar detrás del talud de la vía.

¿Qué pasa ahora? ¿Se ha suprimido el ataque o ha tenido lugar en la carretera? En todo caso, todo está tranquilo y no se oye ningún ruido de combate. De vez en cuando una patrulla baja del pueblo, pero nada sabemos de ellos. Con una de las patrullas viene un camarada negro, de Sudamérica, que se queda conmigo y me dice que antes ha visto señales de luces en el pueblo. Inmediatamente me pongo a observar y tras mirar mucho rato su elevada silueta recortada contra el cielo nocturno, no percibo ninguna señal. Para cerciorarme de la situación real me voy al pueblo con este camarada, al que supongo de la XV Brigada. En su Estado Mayor encuentro algunos oficiales que no me pueden informar sobre la situación general. Cuando vuelvo, el mencionado camarada viene otra vez a mi lado y me doy cuenta de que pertenece al Batallón “Thälmann”. Bien, puede permanecer tranquilamente conmigo.

Aquí conviene decir algo sobre la situación en la retaguardia: A causa del resultado de la ofensiva enemiga y de la actividad de la “quinta columna” se ha extendido una creciente inseguridad y se habla ya de capitulación. En esta amenazadora situación el pueblo, bajo la dirección del Partido Comunista, se muestra decidido. En Barcelona la más grande manifestación habida hasta ese momento se dirige a la sede del Gobierno donde una delegación de todos los partidos expresa la exigencia del pueblo de seguir la guerra y de echar del Gobierno y del Ejército republicano a los elementos dudosos.

Al volver la delegación, Dolores Ibarruri, Pasionaria, anuncia: “El presidente del Gobierno, Dr. Negrín, se hace responsable de que España no capitulará ni ante el fascismo, ni ante los invasores extranjeros”. Esta noticia es trasmitida enseguida por los traidores al enemigo, pues esa misma tarde del 15 de marzo los aviones italianos y alemanes inician un horrible bombardeo sobre Barcelona que dura, noche y día, hasta el 18 de marzo. Se trata de doblegar al pueblo. Pero no lo consiguen; al revés, la voluntad de lucha del pueblo se fortalece. Especialistas militares de los países capitalistas escriben al respecto: “La guerra española ha mostrado que la población civil no se desmoraliza con los bombardeos. Los tres días de bombardeo en Barcelona han sido un fracaso y demuestran lo dicho. La población civil ha reaccionado ante los bombardeos con una decisión aún mayor de proseguir la guerra”.

A pesar de todo, debido a la perniciosa actividad del ministro de guerra, Prieto, no hay reservas en nuestros frentes, donde tropas dispersas y diezmadas intentan una y otra vez con grandes sacrificios parar el avance continuo del ejército enemigo.

16 marzo

En la mañana del 16 la artillería enemiga empieza el bombardeo de Caspe y alrededores y luego avanza la infantería. En ese momento dos de nuestros tanques llegan a la estación, cercana a nosotros, y envío allí un oficial para dirigirlos hacia una posición desde donde su fuego pueda obtener más resultado. Poco después, cuando los tanques se han retirado, comprobamos que no tenemos contacto con otros sectores pues los enlaces enviados vuelven sin haber encontrado ningún Estado Mayor.

Inmediatamente me dirijo con algunos oficiales al pueblo, donde sólo encontramos grupos que se retiran. Ante esto también nosotros abandonamos nuestra posición. Doy la orden de que la ametralladora retroceda inmediatamente por el valle en dirección a Maella y de que se instale de nuevo en una nueva y adecuada posición sobre la carretera. Los servidores de la ametralladora se ven envueltos, mientras marchan, en un enfrentamiento en el que el jefe de la compañía y otros camaradas son heridos.

Nuestra columna marcha por la carretera hacia el bosque en el que habíamos pernoctado la noche del 14 al 15. En el camino oímos que las tropas de la 45 División, bajo el mando de “Hans”, están en marcha para relevar a nuestra División. En el bosque dejo descansar por primera vez a los camaradas, la mayoría de los cuales ya casi no puede ni andar. Aquí por fin oímos algo de nuestra Brigada cuando dos camaradas, entre ellos el austriaco Sepp Scanner, llegan con comida para nosotros. Ahora quedamos aún cuarenta y cuatro hombres porque de los iniciales setenta una parte están heridos o en otras unidades. Pero somos reforzados por algunos camaradas dispersos que el general Walter nos envía.

Mientras me lanzo con un acompañante a buscar el Estado Mayor de la 45 División, los camaradas han de permanecer aquí en descanso, pero preparados para marchar. En las cercanías del río Guadalope encontramos finalmente el Estado Mayor y me dirijo al comandante “Hans” para saber si debemos continuar donde estamos. Este me pide que en principio permanezca con mi grupo cerca de la carretera para encaminar a las unidades de la XIV Brigada que retroceden hacia el puesto de mando.

En el camino veo cómo uno de los oficiales le murmura algo al jefe, por lo que éste se dirige a mí y me pregunta.

–¿Eres Willi Benz, el comandante del Edgar Andrè?

–Naturalmente ¿por qué?

–Entonces disculpa que te haya hecho este encargo

–¿Por qué? Tengo mucho gusto de cumplir esta misión con mis hombres.

–No, déjalo, esto lo pueden hacer otros. Vuélvete con tus hombres a la otra orilla del río Guadalope  y quédate allí en alerta.

Cuando llego al lugar de descanso mando marchar a mi grupo hacia allí, mientras que yo con un oficial emprendo una pequeña excursión por el terreno al sur de la carretera, donde el enemigo está disparando con su artillería. Desde una colina podemos observar cómo avanzan hacia allí, desapareciendo en las hondonadas, unidades de infantería. Corremos al Estado Mayor a comunicarlo, pues no hemos visto que haya por allí ninguna tropa preparada. Entre tanto nuestro grupo ya está cerca del río y oímos procedente de allí un fuerte fuego. Corremos hacía la altura más cercana y desde ella tenemos una buena vista del terreno hasta el río. Cerca del puente un grupo enemigo ha ocupado una colina y ahora intenta llegar hasta el puente. Aparte de nuestro grupo se encuentran allí restos de la XIII y la XV Brigadas, que se enfrentan con el enemigo para hacerle retroceder. Allí se produce una de las más estupendas batallas que yo he visto, aunque desgraciadamente desde donde estoy apenas puedo captar algo ya que la distancia es demasiado grande.

Nuestras fuerzas han empujado de nuevo al enemigo a la colina con ayuda de dos tanques y dos vehículos acorazados, pero detrás viene otro grupo al ataque. Ahora la cosa va de aquí para allá; a veces se llega al combate cuerpo a cuerpo y se ve que nuestros combatientes son superiores en valor al enemigo. Poco a poco éste es obligado a retroceder y los camaradas están ya de nuevo junto a la colina cuando el fuego de los tanques se detiene debido a la falta de municiones. La circunstancia es utilizada de nuevo por el enemigo para volver a avanzar, pero no llega muy lejos, pues los nuestros se mantienen firmes sobre una pequeña elevación y gracias a ello el puente queda a salvo. En este combate ha habido en nuestro grupo algunos heridos que deben ser llevados a retaguardia y atendidos. La ayuda llega demasiado tarde al camarada Theo Körner, que ha sacrificado su joven vida por el cumplimiento de su deber lejos de la patria.

Entretanto hemos observado caballería enemiga al sur y ahora oímos que las tropas de la 45 División han sido retiradas de la zona de Caspe porque el punto central de la lucha se ha trasladado hacia aquí. Para la tarde se espera un gran ataque enemigo, lo que se confirma cuando poco antes de la caída del sol la artillería ataca y al mismo tiempo varias escuadrillas de la Legión Cóndor aparecen para preparar el ataque. Pronto se oye por todas partes un alegre griterío: “¡Nuestra Gloriosa!”, que es como los españoles afectuosamente llaman a nuestra aviación. Ahora vemos cómo una escuadrilla de nuestros aviones se lanza en un rabioso ataque sobre los sorprendidos enemigos y los persiguen. Después vuelven los nuestros y trazan círculos balanceando las alas, a modo de despedida sobre nuestras posiciones. Tras este ataque las fuerzas enemigas no se atreven a atacar de nuevo. Pasado el peligro busco a nuestros camaradas que están junto al río y que piden insistentemente ser relevados. Pero están dispuestos a quedarse después de explicarles que voy a ir a buscar inmediatamente al Estado Mayor de la 35 División para saber qué hemos de hacer ahora. Después hablo con el comandante de un batallón español que se ha instalado por allí y le pido que se ocupe de mis compañeros hasta que yo vuelva, cosa que me promete hacer.

Con mi acompañante, un teniente de la zona del Rhin, me dirijo hacia la otra orilla donde hay una colina en la que se debe supuestamente, encontrar el Estado Mayor. Pero una vez allí comprobamos que es el Estado Mayor de una división desconocida y que nadie nos puede decir dónde se encuentra el Estado Mayor que buscamos. ¿Qué hacemos ahora? Buscar de noche no tiene sentido; nos volvemos a la carretera y nos dejamos caer por primera vez para fumar un cigarrillo con tranquilidad y… entonces nos despierta el ruido de una columna que se acerca… Nos enteramos de que las posiciones del lado oeste del río son abandonadas para trasladar hacia aquí las nuevas posiciones. Reencontramos a nuestros camaradas de entre esta masa de hombres y un teniente me hace graves reproches porque los he dejado plantados, pues desde la madrugada han estado solos en la posición y con el enemigo al lado. Le digo que ya hablaremos más tarde del tema porque ahora tengo otras preocupaciones.

17 marzo

Hoy es el sexto día que estamos en acción a las órdenes del general Walter como una unidad separada de nuestra Brigada. Como quiero prever lo que va a pasar, mando a los camaradas descansar en un barranco, protegidos del fuego enemigo y me voy a buscar un lugar apropiado para el caso de que tengamos que volver a intervenir, pues, para empezar, aquí reina un considerable desorden. La mañana pasa relativamente tranquila, sólo los aviones de observación enemigos están constantemente sobrevolándonos.

Por la tarde ataca la aviación enemiga y cubre la carretera y los valles con bombas y fuego de ametralladoras. Cuando voy a la carretera a Maella encuentro al jefe del Estado Mayor de nuestra Brigada que trae la orden de que nos repleguemos hacia donde ésta se encuentra. Hemos de ponernos en marcha enseguida, se nos dice que después seremos recogidos por camiones en el camino. Mientras estamos hablando viene un avión en vuelo rasante y ataca a un vehículo sanitario que pasa en ese preciso momento. La bomba explota entre nosotros y el coche y mientras nosotros quedamos cubiertos de tierra, el coche, por la fuerza de la explosión, se levanta de un lado, corre un tramo sobre dos ruedas, se endereza de nuevo y sale corriendo otra vez. ¡Bonita despedida!

Un pequeño reposo

Reunimos pronto a nuestras tropas y nos marchamos; a algunos kilómetros de distancia nos recogen unos camiones y por la tarde estamos finalmente “en casa” donde los “vagabundos” somos saludados con entusiasmo. Se abrazan los amigos que se encuentran de nuevo, se saludan con golpes en la espalda y no se acaban las preguntas y respuestas. ¡Los jóvenes ya tienen algo que contar! Voy al Estado Mayor donde encuentro al comandante Gustav Szinda, que provisionalmente manda la Brigada. Para un informe detallado ya habrá tiempo mañana, así que vuelvo con los camaradas y en un hoyo de la tierra arreglado con unas ramas me quedo pronto dormido.

Echemos otra vez una mirada atrás. En el último número de “El voluntario de la libertad” apareció posteriormente un resumen titulado “Dos años de Brigadas Internacionales”:

10 marzo – entrada en acción cerca de Codo

12 marzo – caen el comisario de brigada, nuestro camarada Richard Schenk, y el oficial de Estado Mayor Fernando Klamm (hermano del comandante del batallón Ernst Thälmann, Fritz Klamm, caído junto a Teruel).

13 marzo – retirada hasta Híjar y Alcañiz

14 marzo – estabilización del frente junto a Caspe. La canción de los héroes de los “70” ante Caspe, bajo la dirección del comandante del batallón, Benz

15 marzo – duros combates junto a Caspe

Después del día 15 reorganización de la Brigada junto a Batea.

Pero sobre lo sucedido esos días aún se debe decir alguna cosa: cuando las fuerzas enemigas, después de la ruptura junto a Belchite, avanzaron sobre la carretera Azaila-Quinto, se retiró el Batallón 12 de febrero, que estaba allí en reserva, hacia Quinto, mientras el comandante Emil Reuter se encontraba en el Estado Mayor de la Brigada. Allí, en las cercanías, atravesó el Ebro, retrocedió hacia el sur y se juntó de nuevo con su Brigada al cabo de una semana.

Los batallones “Thälmann” y “Hans Beimler” se retiraron con el Estado Mayor de la Brigada desde Vinaceite atravesando la zona en dirección a Híjar. Sobre la marcha fueron atacados por el enemigo y se dispersaron. En esa circunstancia cayó el comisario de guerra de la Brigada, Richard Schenk. En el tiroteo de Híjar en la tarde del 12 del marzo, el Estado Mayor de la Brigada fue también dispersado. Ya he contado que allí encontré al jefe de la Brigada. Cuando éste se dirigió herido a la casa de reposo de la 35 División cerca de Valls, encomendó el mando a un teniente amigo –entretanto muerto – que no estaba preparado de ninguna manera para esta tarea y por ello impidió la decidida entrada en acción de la Brigada en los días siguientes.

Cuando el 13 de marzo fui nombrado comandante del sector en el kilómetro 7 de la carretera Híjar–Alcañiz, exigí al camarada Nikolai la reunión de todas las partes de la Brigada, pero sólo una pequeña parte de la misma apareció en la posición. La mañana de ese día partió el nuevo jefe con el resto de la Brigada y comunicó después que ya se encontraba desde el mediodía junto a Caspe. Desde allí la tropa debía avanzar de nuevo para cubrir nuestra retirada, pero en lugar de eso se retiró en dirección Maella-Gandesa. Así que durante los últimos días solamente los “setenta” de la XI Brigada estuvimos en el frente.

Cuando en la mañana del 18 de marzo llego al Estado Mayor, me quedo asombrado de la gran cantidad de camaradas que encuentro allí vendados o cojeando. Cuando pregunto qué buscan, el jefe me aclara que estos “desertores” vienen del hospital porque quieren participar en la lucha. Hay que investigar el estado de los camaradas, según el cual una parte ha de volver a ser enviada al hospital porque por su estado son incapaces de entrar en combate.  ¡Bravos muchachos, que sienten en su corazón el destino de la Brigada, pero que han de obedecer! Cuando quiero proceder a formar el Batallón de nuevo, me aclara el camarada Szinda:

–Eso lo hará el camarada Hermann (Wittmann). Ya se han juntado una serie de antiguos heridos y entre ellos el holandés Piet, que ahora organiza una Compañía de holandeses. Tú te vas a Valls a descansar 10 días a la casa de reposo de la 35 División.

–Pero no viene al caso que yo me vaya si el Batallón sigue aquí. Tengo que estar con él.

–¡Ésta vez se hará sin ti; o te vas hoy o no te vas de ninguna manera!

–Maldita sea, algo de tranquilidad ya necesito… Así que… vale. Me iré.

Finalmente me voy con Emil Reuter, jefe del Batallón 12 de febrero, y con algunos otros camaradas; a última hora de la tarde llegamos a Valls. Mientras los camaradas nos preparan un buen baño y hablamos con ellos sobre los sucesos de los últimos días, me llama el jefe de la Brigada. Este me lanza la pregunta a bocajarro:

–¿Por qué has dado en Belchite orden de retroceder?

–No entiendo bien ¿que yo he dado orden de retroceder? Esto es el colmo. Te puedo asegurar que no he dado tal orden.

–Bien, ¿ha dado pues la orden uno de los jefes de Compañía?

–Tampoco, de esos camaradas respondo yo. El enemigo ha sobrepasado nuestra posición que hemos defendido ocho hombres hasta que el primer tanque ha estado a 50 metros de nosotros. Después, es verdad, tuvimos que retroceder los últimos. ¡Eso fue así y no de otra manera!

–Bien, no te enfades y siéntate. Aquí tienes un coñac, cuéntame cómo fue todo.

Después de todo lo que hemos pasado, no se enfada ya ni el demonio. Así que, aparentemente soy yo el responsable de la retirada de la Brigada y de todo lo que después ha pasado a causa de ello. Me tengo que serenar  para informar sobre todo lo que he vivido y he visto en los últimos días. Finalmente puedo meterme en el bien ganado baño.

Cuando al día siguiente los de los “permisos por descanso” nos damos un paseo por la ciudad me invade, ante una sastrería de uniformes, el temerario deseo de tener un uniforme como toca, cosa que hasta ahora nunca he tenido. Así que entro y el sastre está dispuesto a tenerme el traje a punto para el sábado de la semana siguiente. Quedamos en celebrar ese día la nueva adquisición… Así que el sábado se recoge el uniforme. Estamos alegres como niños, pero cuando ese día veo un coche del Estado Mayor de la Brigada en el patio de la casa de reposo me da en la nariz que esa tarde no va a haber fiesta. Efectivamente, en el comedor encontramos al jefe de Operaciones, Otto Höpnner, que viene a recogerme para una intervención especial de nuestro Batallón. ¿Qué hacer? Es una pena llevarme el uniforme al frente y Otto está dispuesto a estrenarlo delante de su novia que trabaja en un hospital cerca de Vich. En pocas palabras: ni lo llevo ni lo vuelvo a ver.

Entre Batea, Mequinenza, Corbera y Mora de Ebro

En el Estado Mayor me entero de que el Batallón está ya preparado en la carretera Batea-Maella, que estamos directamente a las órdenes del Estado Mayor de la División y que me debo presentar inmediatamente al general Walter. El general me informa de la situación en el frente y de cuál va ser nuestra misión:

“Fuertes fuerzas enemigas avanzan por la carretera Zaragoza–Lérida y se acercan a la ciudad de Fraga. Es posible que el enemigo también avance hacia el sur en dirección a Mequinenza para tomar el puente que allí atraviesa el Ebro. A esta zona han sido enviados grupos móviles de nuestras tropas, pero hemos perdido el contacto con ellos. La situación en el tramo del frente entre Caspe y la carretera Maella-Mequinenza es también poco clara y existe la posibilidad de que el enemigo también haya penetrado por allí. Tu misión es que vayas con el batallón hasta Maella y desde allí con las correspondientes medidas de seguridad, hacia el norte hasta Mequinenza. Allí compruebas si el puente está preparado para ser volado y si no, haces lo necesario para preparar la voladura. Tú eres allí el jefe del sector y te ocuparás de poner una línea de defensa para impedir que el enemigo siga avanzando. El jefe de Estado Mayor, Guimpel, y el jefe de operaciones Bauer te acompañarán. Así que… ¡ánimo¡”

No es una misión que carezca de peligro pero él sabe que el jefe del Batallón “Edgar Andrè” es de confiar. Hemos de partir esta misma noche. Pero mientras se prepara todo y llegan los vehículos ya ha amanecido el día 27 de marzo. El orden de marcha es el siguiente: en cabeza va una compañía de artillería con una ametralladora preparada sobre el techo de la cabina del conductor y la orden de ir por delante observando de colina a colina y comprobando que el terreno que tenemos delante y al oeste está libre de enemigos. Cien metros detrás sigue una sección de infantería con los dos citados oficiales y conmigo, así que en caso de necesidad podemos atacar inmediatamente. A una distancia conveniente, por el peligro de los aviones, siguen los otros vehículos.

Por el camino observamos una gran actividad de las escuadrillas enemigas, éstas vuelan hacia el este y no nos molestan. Así llegamos sin ser atacados hasta la última colina delante de Mequinenza que se halla al otro lado del Ebro. Mando primeramente que se descargue todo y me dirijo con los jefes de las compañías y los enlaces al puente, donde una sección de zapadores española está preparada para la voladura. Después de haberme presentado al jefe de la sección como comandante de todo el sector, les dejo bien claro que la voladura del puente sólo se ha de producir cuando yo lo ordene.

Después inspeccionamos los alrededores de la pequeña ciudad y encontramos una serie de galerías utilizadas anteriormente para sacar hulla. En una de ellas encontramos un almacén de municiones en el que aún hay un gran número de granadas de 45 mm, que nos llevamos para nuestros tanques y cañones antitanques. El director de estas instalaciones se niega a dárnoslo y sospecho que pensaba ponerlo en manos del enemigo. Decididamente mando venir a nuestros camiones y, a pesar de las indignadas protestas del hombre, se cargan dieciséis vehículos con la munición y se llevan a nuestro emplazamiento. El encargado del lugar recibe el correspondiente recibo antes de irnos a toda velocidad.

En las montañas entre Mequinenza y Fraga se halla aún una unidad española cuya plana mayor se encuentra aquí en el pueblo y allí nos enteramos de que el ejército enemigo ya ha alcanzado la carretera y de que una de sus secciones ya viene hacia aquí. Al este de la carretera se halla el río Segre, que baja de Lérida y desemboca en el Ebro justo en el pueblo. Al oeste se encuentra, a bastante distancia, una sierra con el pico de Montenegro, de 408 metros, y entre la sierra y la ciudad hay otra colina menor con un antiguo castillo. Es una zona poco apropiada para la defensa y por ello decidimos defendernos en las colinas al sur del río.

Tardamos bastante tiempo en ocupar las que van desde la desembocadura del Segre hasta la Sierra de los Rincones. Los dos cañones antitanques que hemos traído se sitúan directamente frente al puente con la misión de tenerlo a tiro en el caso que la voladura no resulte. Después controlo los preparativos en el puente, que están casi a punto e insisto en que sólo se proceda a la voladura cuando yo lo ordene. Luego me ocupo de encontrar un lugar adecuado para establecer el Estado Mayor.

Por la tarde el enemigo ocupa con sus tanques las alturas lejanas sobre el otro lado del río mientras yo estoy donde los cañones. Cuando me dirijo al Estado Mayor oigo que el comandante Guimpel se ha ido otra vez al puente. Mientras espero su vuelta suenan desde el río tres enormes detonaciones y el camarada Bauer, que aparece enseguida, comunica que el puente ha sido volado.

En el camino hacia el puente me encuentro al comandante Guimpel, que está convencido de que he sido yo quien ha ordenado la voladura anticipada. Informa que en el momento de la voladura –después me enteraré de que ha sido un oficial de otra división el que ha dado la orden– se encontraban aún un gran número de soldados y civiles en la otra orilla. También en nuestra orilla se encontraban cerca del puente muchos soldados entre los que hay un cierto número de heridos a causa de los pedazos de hierro y de cemento que han saltado por los aires. Enviamos inmediatamente a nuestro médico y a los sanitarios para ocuparse de las víctimas que ha causado un oficial atolondrado.

Al poco vienen a nuestra posición dos batallones que han pasado el río y son enviados detrás de nosotros como reserva por el comandante Guimpel, que ha tomado ahora el mando. Durante la noche siguiente vienen los soldados que se han quedado a la otra orilla y también los civiles, en botes o nadando; por ellos sabemos que en el río Segre se encuentra una gran balsa con la que se pueden transportar también vehículos. Nos proponemos hundirla durante la noche siguiente por medio de nuestros cañones antitanques.

Esta noche el general Walter ha organizado en Batea una columna formada por dos secciones de la compañía especial con dos tanques y viene con ellas como refuerzo. Como la situación al oeste de la carretera Maella-Mequinenza sigue siendo poco clara, esta columna viaja también con todas las medidas de precaución y llega sin problemas.

Sobre las 4 de la madrugada del 26 de marzo llega el general a nuestra posición y, tras informarle, me dice que quiere ver el puente. Como aún existe la posibilidad de ser tiroteados, intento impedirlo y le aclaro que yo ya he comprobado por mí mismo los resultados de la explosión. Pero él insiste. Así que vamos en el coche hasta la curva desde la cual aún hay unos cien metros de carretera a lo largo de la orilla hasta el puente. Cuando el general ve los trozos de hormigón que hay por todas partes y los hierros destrozados de la estructura, opina que seguramente se ha utilizado demasiado material explosivo. Después de haber observado los restos del puente caídos en medio del río, parece satisfecho. Para tener una visión general permanece junto al puente hasta que empieza a clarear y al volver nos dice:

“Es apenas imaginable que el enemigo intente pasar por aquí el río. Bastará pues con que una compañía, los cañones antitanque y la artillería mantengan ocupadas las colinas junto al río. Retiramos por tanto las otras fuerzas y aseguramos especialmente la parte oeste, porque allí la situación es insegura. Los tanques no los necesitas ya, así que me los llevo. Y otra cosa, si alguna vez recibes una orden como ésta, sería conveniente que pusieras a uno de tus oficiales junto al responsable de la voladura para estar seguro de se cumple tu orden. ¡Salud!”

Con lo dicho me ha soltado un buen puro, pero hay que aguantarse. La compañía holandesa ha de ocupar todas las colinas; lo hace, aunque no sin maldecir este trabajo de negros en el que en nada les puedo ayudar. Una vez han pasado las últimas personas de la otra orilla a través del río, son hundidos todos los medios de paso en las dos orillas. Al borde de la lejana meseta sobre el otro lado del río aparece una sección enemiga con sus banderas y empieza a instalar un cañón pesado. Puede ser muy desagradable para nosotros porque desde allí se ve muy bien nuestra posición y la carretera a Maella. En cambio nosotros no podemos molestarle porque nuestros cañones de 45 mm no alcanzan hasta allí.

Parece que aún se encuentra allí una unidad republicana, porque pronto se oye un fuerte intercambio de disparos entre la meseta y la colina que hay delante, después de lo cual una sección enemiga ha tomado el castillo y planta allí dos banderas. Atacamos la colina con nuestro fuego y el enemigo retrocede, pero uno de nuestros camaradas resulta herido en este tiroteo.

Para seguir el transcurso de los hechos me quedo en la posición de ametralladora en que se han instalado las armas preparadas para disparar hacia el lugar por donde la carretera que viene de Fraga gira por detrás de una colina. De allí viene el ruido de motores y al momento aparecen en la curva camiones cargados de soldados, que bajo nuestro fuego abandonan la carretera y se precipitan por una cuesta hacia el río Segre. Todos los intentos del enemigo de ocupar el pueblo son rechazados ese día.

A las dos secciones de la compañía especial que ha traído el general, se les manda de nuevo hacia atrás. Las horas siguientes pasan con relativa tranquilidad, sólo de vez en cuando vienen patrullas enemigas por el oeste del pueblo hasta cerca de la orilla del Ebro, pero las hacemos dispersarse rápidamente. Por la tarde recibimos una visita importante: varios camaradas de la dirección de las Brigadas Internacionales, entre ellos el inspector general Gallo, quieren conocer personalmente la situación en esta zona. Después de observar las posiciones y de oír mi informe, se van de nuevo.

Al poco tiempo el comandante Guimpel es llamado al Estado Mayor y yo asumo de nuevo la jefatura de todo el sector. La noche transcurre sin problemas, pero en la mañana del 29 de marzo nuestro Batallón recibe la orden de marcha. Debemos ceder la posición a los dos batallones que se hallan en reserva antes de que se haga de día, porque el enemigo ha penetrado al este de donde estamos. Hemos de alcanzar la desviación de la carretera hacia Fayón y retirarnos por Fayón, Villalba de los Arcos y Gandesa hacia Batea, donde serán enviados vehículos a nuestro encuentro.

El relevo en este terreno atravesado por barrancos dura más de lo previsto y ya son las 9 cuando finalmente podemos partir. Ya antes he mandado por delante a nuestros cañones antitanques y envío después a nuestro intérprete con el coche-cocina, quien debe ocuparse de que el vehículo se encuentre con nosotros lo antes posible. Los camaradas no están lo que se dice entusiasmados de tener que marcharse de nuevo después del pesado subir y bajar por las montañas, pero les doy prisa sin consideración pues hay que salir de esta amenazada carretera.

Después de alcanzar la carretera de Fayón, me quedo con algunos oficiales en la retaguardia para meter prisa a algunos grupos aislados que quieren tomarse un descanso por encima de todo. Nadie debe caer en manos del enemigo en caso de que éste llegue aquí. Tras recorrer varios kilómetros alcanzamos unas colinas y ordeno el descanso del batallón protegido por ellas, con puestos de vigilancia en los puntos altos. Médico y sanitarios tienen mucho trabajo tratando los pies llagados de los camaradas. Se nos une un pequeño grupo de camaradas franceses de la XIV Brigada y nos informan de que han tenido que plantar cara en su posición a una inaudita presión del enemigo pero que, al final, tuvieron que ceder por falta de munición y después dispersarse. Como en este momento llega nuestra cocina con provisiones, podemos darles algo de comer a estos camaradas.

Por suerte, en el momento de proseguir la marcha llegan los prometidos camiones, aunque en número insuficiente; y como nadie tiene el menor deseo de seguir caminando, los mismos camaradas se ocupan de encontrar sitio para todos. En esta marcha nos sobrevuelan frecuentemente grupos de bombarderos enemigos que no nos molestan y lanzan su carga lejos de nosotros, aparentemente cerca de Batea.

Llegamos allí al final de la tarde y después de dejar el batallón instalado en la carretera a Nonaspe, me pongo a buscar el Estado Mayor para informarle. Encuentro allí finalmente al camarada Heiner, que ha tomado de nuevo el mando. Una vez he informado de nuestras últimas acciones, recibo la orden de avanzar de inmediato con el batallón algunos kilómetros en dirección a Nonaspe para ocupar una supuesta posición construida y estirar nuestro flanco izquierdo hasta la posición del Batallón Thälmann. Pido que me faciliten a alguien que conozca la situación de la posición. La respuesta es que ya la buscaremos nosotros mismos, porque nadie conoce dicha posición. En esas circunstancias pido, en consideración al estado en que están los compañeros, que nos dejen descansar hasta por la mañana, a lo que el jefe accede. En el camino de vuelta me acompaña el jefe de operaciones de la División para recoger a uno de nuestros oficiales que debe marchar a Mequinenza para recoger a los dos batallones que se encuentran allí y situarlos a nuestro flanco derecho para asegurar el espacio entre nosotros y la carretera Fayón-Villaba-Gandesa.

La mañana del 30 de marzo empieza la búsqueda de la “posición construida”, y para no hacer andar a los compañeros inútilmente se envía una patrulla de oficiales a buscarla. Para que todo vaya más rápido se van con el coche-cocina, que le he pedido al camarada Egon Suess. Al mismo tiempo se envía también una patrulla de la 2ª Compañía para establecer contacto con el Batallón Thälmann. Pero pasan las horas  y de la patrulla ni se ve ni se oye nada.A las 10 viene el jefe del Estado Mayor de la Brigada y después de haberle descrito la situación me manda que avance y busque yo mismo la posición.

A la entrada de un bosque la carretera se acaba y desemboca en un camino que lleva a Nonaspe, mientras que otro camino al oeste va por las colinas hacia Fabara. Por éste hay que ir a pie, ya que es intransitable para un vehículo. A media colina preguntamos en una casa de labranza, pero el labrador no sabe nada de una posición construida, así que seguimos. Cuando llegamos arriba de la colina miramos el paisaje por todos lados, pero ni rastro. De pronto aparecen a nuestro lado dos soldados a caballo y como no sabemos si son amigos o enemigos, nos escondemos entre los altos matorrales. Después de comprobar que sólo miran en dirección a Fabara, nos acercamos a ellos y nos dicen que han sido enviados por el Estado Mayor de la División para reconocer el terreno.

Buscar más aquí es una tontería, así que atravesamos un bosque en el camino de vuelta y aquí encontramos por fin algo parecido a una posición, dos construcciones de cemento para ametralladoras. Pero ¿qué hacen aquí en medio del bosque, en la empinada falda este de la montaña con las troneras mirando hacia el lado contrario al del enemigo? Además éstas se encuentran a causa de la pendiente, a unos tres metros de altura junto a la entrada. O sea que se tendría que montar la ametralladora sobre una escalera… y además después tendría las copas de los arboles justamente en su campo de tiro.Aquí no hay nada que hacer. ¡En esta obra debe haber intervenido también la quinta columna!

Ya son las 13,30 cuando volvemos a encontrar el batallón. Y entonces cometo un grave error cuando se me comunica que para nuestro refuerzo se enviarán dos vehículos blindados, un antitanque y una batería de campo. En lugar de partir inmediatamente con el batallón y confiar la recogida del refuerzo a uno de los oficiales, decido quedarme yo porque pienso que en cada momento pueden llegar y quiero estar seguro de que no van a ir a parar a la falsa posición. Así que envío por delante dos compañías después de haber aclarado a los jefes por dónde han de ir.

Tenemos que esperar mucho rato hasta la llegada de los refuerzos y, cuando finalmente llegan, sus jefes quieren tener exacta información sobre la situación y sus misiones, con lo cual la marcha se retrasa. Tras algunos kilómetros de marcha se me paraliza el aliento al ver a las dos compañías que he enviado por delante aquí tranquilamente aposentadas. Los jefes de las compañías han encontrado aquí un camino que se dirige hacia el oeste y, pensando que éste podría ser el que les he dicho, han enviado patrullas y están esperando a que vuelvan. Después de recuperarme del susto vamos todos juntos adelante otra vez.

Mientras marchamos volvemos a encontrar al labrador con el que habíamos hablado esta mañana. Este ha abandonado su casa y su tierra con cuatro trastos sobre el carro, para no caer en manos de los fascistas. Observa nuestra imponente comitiva y pregunta si estamos en condiciones de detener al enemigo. Es algo que no le puedo prometer, pero sí le aseguro que haremos todo lo posible para conseguirlo. No sé si ha confiado en nosotros y ha vuelto a su casa o no.

Allí donde se acaba la carretera dejamos atrás la batería y los vehículos blindados que deben buscar por sí mismos la posibilidad de pasar la colina, mientras que el cañón antitanque es llevado hacia ella uniendo las fuerzas. Apenas hemos llegado arriba, cuando vemos ante nosotros allá abajo en el valle una sección que avanza por la carretera que va de Fabara a Maella. Una parte del grupo deja la carretera y avanza de cara a nuestra colina, le disparamos y le obligamos a detenerse. En ese momento viene de Fabara un oficial corriendo hacia nosotros y nos grita que paremos el fuego. Cuando llega a donde estamos resulta ser un camarada rumano al que conozco de la XIV Brigada. Muy excitado nos aclara que la gente que tenemos delante debe ser de la XIII Brigada, que se retira.

¡Maldita situación!, he de detener el fuego. Un poco a nuestra derecha se extiende un contrafuerte montañoso cubierto de una espesa vegetación de matorrales. Y en la oscuridad que va ahora cayendo, vemos en esa cuesta algunas figuras que se acercan hacia la cumbre. El camarada “Jack” en lugar de enviar hacia allá a una patrulla corre él mismo con algunos camaradas por la cresta de la estribación. Al momento resuenan, junto al estallido de granadas, muchas voces gritando “Arriba España” y a la luz de los estallidos de las granadas, vemos a Jack y su gente volverse corriendo. Dos camaradas caen heridos pero son retirados del alcance del fuego por sus valientes compañeros. Cuando están ya a salvo dirigimos todo el fuego hacia allí y perseguimos al enemigo. Los camaradas heridos son Jack y Lambert, que esa misma tarde mueren a consecuencia de sus heridas.

Una maldita y lamentable situación en la que hemos caído por el retraso de nuestra llegada y la desgraciada intervención del camarada rumano. De nada sirve quejarse. Entretanto los salientes de la sierra cercana que se encuentran al sur de donde estamos han sido ocupados y todo está en estado de alarma. Le pido al jefe de la batería que venga al amanecer para concretar una serie de cosas. Cuando el enlace que he enviado vuelve del valle me entero de que los dos vehículos blindados se han vuelto sin que nadie les diese la orden; también ha desaparecido el motorista perteneciente al Estado Mayor de la Brigada. Por ello envío al jefe de la cocina con el coche para que  informe al Estado Mayor personalmente.

Por la noche pasan dos batallones de la XIII Brigada por nuestra posición; en su camino hacia aquí no han tropezado con ninguna fuerza enemiga. O sea que de momento no hemos de contar con sorpresas desde el norte. Mi intento de mantener aquí por lo menos una de las compañías hasta que se clarifique la situación, resulta infructuoso, el jefe tiene orden de dirigirse inmediatamente a Batea.

La mañana del 31 de marzo viene el jefe del Estado Mayor de la Brigada antes de que se haga de día y exige ocupar inmediatamente el hueco entre nosotros y el Batallón Thälmann. Para repartir los grupos sobre las posiciones más adecuadas nos alejamos cada vez más de mi puesto de mando y al final le digo al jefe del Estado Mayor, que debo volver para hablar con el jefe de la batería, pero el jefe exige categóricamente que le siga acompañando. Después de haber observado algunas posiciones más se ha hecho completamente de día y le aclaro que de ninguna manera voy a seguir alejándome, porque nadie de mi grupo sabe dónde estoy.

Ahora el jefe está de acuerdo y mientras concretamos lo más inmediato oímos muy cerca ruido de caballos y al segundo se precipita sobre nosotros entre los matorrales una sección enemiga. Somos empujados a través de una sierra muy cubierta de vegetación que va en dirección este y de pronto llegamos a una pared de piedra que cae casi a plomo y que es imposible de pasar. Retrocedemos y después vamos cuesta abajo mientras los enemigos nos pisan los talones.

Cerca de la colina que hemos abandonado se halla otra atravesada, sobre cuya cima nos detenemos por primera vez y a base de gritos ordenamos a los camaradas que retroceden que vengan aquí. En pocos minutos somos un grupo de unos veintisiete, entre ellos algunos camaradas de artillería con su ametralladora. Todas las armas son colocadas encima de la pared de piedra que hemos abandonado antes y cuando surgen allí los primeros enemigos, se van cuesta abajo bajo nuestro fuego. Los siguientes vienen ahora arrastrándose por la cuesta, pero ante nuestros disparos han de retroceder otra vez. Ahora aparece un oficial con pantalones azules y camisa blanca, sin chaqueta, corriendo hacia nosotros y al segundo siguiente rueda hacia el fondo alcanzado por alguna bala. De allí salen continuamente sus gritos llamando a los sanitarios, pero ni podemos ni queremos ayudar. Muchas veces intenta el enemigo subir, pero nuestro fuego se lo impide. En este enfrentamiento se hacen valer especialmente el camarada alemán Bert Ramín y el holandés Andreas Engwirda, que se van turnando con la ametralladora y no malgastan ni un disparo.

Finalmente, cuando vuelve la tranquilidad y no se oye nada más al enemigo, quiero volver al valle para juntar de nuevo al batallón. Pero el jefe del Estado Mayor está en contra, me llama aparte y me dice que teme que si me voy los otros querrán también abandonar la posición. Vale, le traspaso pues a Hermann (Wittmann) el encargo de juntar al batallón para avanzar de nuevo.

…Nuestras fuerzas están de tal manera situadas que controlamos todas las direcciones, pero no se ve ningún enemigo. Pasan las horas pero tampoco se ve ni se oye nada de nuestro batallón. Por la tarde viene el comisario de guerra de la brigada, Ernst Blank y, tras informarse de la situación, dice: “Me parece que este no es el lugar adecuado para el comandante del batallón. Vuelve y ocúpate de tener tu batallón de nuevo seguro y a mano”.

El jefe del Estado Mayor está también de acuerdo con que regrese y, después de haber exhortado a los camaradas a no abandonar la posición en ninguna circunstancia, vamos hacia el valle con el comisario y el jefe. Allí ya está reunida la mayor parte de nuestro batallón y el comisario nos aclara que para la tarde se prepara un contraataque para el cual un batallón de la XV Brigada se instalará en nuestro flanco izquierdo.

Cuando por la tarde todo está preparado para entrar en acción viene el jefe de Estado Mayor y me dice:

–Avanza con la Compañía de Jacob Heckman por el ala derecha y ocúpate de que la posición de ayer por la tarde sea de nuevo ocupada –

–Maldita sea, esa no es mi misión. Al fin y al cabo soy el comandante responsable de todo. ¿Va a volver a organizarse un follón como el de esta mañana?

–No digas nada, es una orden del Estado Mayor. La responsabilidad del Batallón ahora pasa a mí y tú te vienes conmigo.

Esta tutela me es desagradable desde hace tiempo, pero qué se le va a hacer: órdenes son órdenes. Me voy con Jacob Heckmann, cuya Compañía por el momento sólo tiene una fuerza de treinta y seis hombres. En el tiempo establecido avanzamos sobre la colina por una empinada loma que asciende a la derecha del camino que ayer pasamos. Es ya noche cerrada cuando alcanzamos la posición donde tuvo lugar ayer el ataque enemigo.

Alrededor reina el silencio y no se percibe ningún ruido de lucha. ¿Acaso el golpe ha dado en el vacío o el ataque en el último minuto ha sido revocado? Enviamos hacia atrás dos enlaces y reclamamos nuevas órdenes, pero los enlaces no vuelven. Estos se han perdido en el terreno –como luego sabremos– y no llegan hasta la mañana al Estado Mayor. La noche transcurre tranquila y la mañana del 1 de abril podemos comprobar después de una detenida observación que en nuestras proximidades no hay ni amigos ni enemigos; a pesar de todo permanecemos alerta

Después de cierto tiempo observamos una columna enemiga que se encuentra al norte de nosotros, en el camino de Nonaspe a Batea; delante cabalga un hombre con un gorro rojo sobre una mula, a su lado va andando un oficial. Observamos un rato la columna y nos parece claro que, si se mantiene en esa dirección, se dirige al valle que está detrás de nosotros, donde se encuentra el Estado Mayor que no tiene ni idea de esta amenaza. Para prevenir este peligro decidimos retroceder y organizar la defensa en el valle.

En la parte de detrás de la colina que defendimos ayer por la mañana encontramos dos docenas de camaradas por aquí y por allá, y como esta posición ahora no tiene utilidad ordeno que, para empezar, la dotación de las ametralladoras ocupe la colina al este de camino que viene de Nonaspe y después que los otros camaradas vayan detrás. Allí han de mantener muy vigilado el borde del bosque, por donde el enemigo debería aparecer. No vuelvo a encontrar al jefe del Estado Mayor de la Brigada y por ello me dirijo al Estado Mayor e informo al jefe de la Brigada sobre la situación y lo que he ordenado. Está de acuerdo en todo pero exige que la nueva posición se mantenga a toda costa. Lo que yo aún no sé es que en la noche anterior, la Brigada ha dado la siguiente orden: “Nuestras momentáneas líneas deber mantenerse en cualquier circunstancia y hasta el último hombre. Esto quiere decir que cualquier jefe de una unidad que retroceda sin que se le ordene, será fusilado.”

Al poco tiempo cuando la ametralladora ya está emplazada en su sitio, viene el jefe del Estado Mayor de la Brigada y me dice:

–¡Has de pasarle enseguida el mando a Hermann¡

–¿Cómo?, ¿estás bromeando?

–En absoluto, has dado una orden de retroceder y por ello eres relevado del mando.

–¿Lo dices en serio? He ordenado irse de la colina a unos pocos hombres porque por el bosque avanza una columna enemiga y la antigua posición es completamente inútil.

–Esto me da lo mismo, la gente ha de permanecer allí y tú te vas y cedes el mando.

–Vale, ¿y qué pasa conmigo?

–Por mí vete a una compañía y desaparece lo más rápidamente posible, para que no se te vea más por aquí.

Así va esto, pues. El jefe de Brigada está de acuerdo con lo que he ordenado y a continuación el jefe de Estado Mayor me releva. Voy a la vieja posición donde se encuentra Jacob Heckmann con su gente mientras la dotación de la ametralladora permanece en la colina que les he asignado. Me acerco a Jacob y le pregunto:

–Jacob, ¿te viene bien un buen tirador?

–Naturalmente ¿quién?

–Yo mismo pues he sido destituido como comandante porque, supuestamente, he dado una orden de retroceder

–Pero eso es una majadería, te has comportado en todas las circunstancias de forma completamente correcta y por ello nosotros no permitiremos tu destitución. ¿Qué podemos hacer?

–De momento, absolutamente nada, sólo tendrías inconvenientes. No sé lo que pasa, pero por detrás parece que reina un ambiente espeso.

Me busco un buen lugar –hasta ahora como comandante nunca he dejado de tener un fusil a mi lado–, y espero a ver cómo se desarrollan las cosas. No pasa mucho rato cuando suena detrás de nosotros un fuerte “¡Alto!”El grito lo ha dado un teniente español, el primero que ha observado saliendo del bosque la vanguardia de la columna enemiga que hemos visto esta mañana. Lo que sigue ocurre en pocos segundos: el teniente avanza hacia los enemigos gritando “¡Manos arriba!”. Estos se quedan un momento inmóviles; después el de la boina roja le dice algo en voz baja al oficial, salta de la mula, le da un golpe con la fusta y corren todos hacia detrás de un cerro que sobresale cerca de allí. No podemos disparar porque el teniente se encuentra situado entre nosotros y el enemigo y cuando la ametralladora entra en acción ya es demasiado tarde, los enemigos han desaparecido.

Las patrullas que enviamos a continuación tampoco encuentran a nadie. Pero una cosa podemos estar seguros gracias a este incidente: nuestro flanco derecho está descubierto porque los dos batallones de Mequinenza ya citados no han ocupado la posición prevista. La única víctima de este contratiempo es la pobre mula que ha recibido algunos tiros y ahora recibe el de gracia, con lo cual la mejor parte de ella va a parar a nuestra cocina.

Las horas siguientes pasan sin que veamos a ningún enemigo. Por la tarde recibimos la orden de retirada, pero mientras el batallón está preparado para marchar, ya ha caído la noche cerrada y se nos ordena tener mucho cuidado con no perder el contacto mientras marchamos por el bosque. Buena idea, pero cuando en medio del bosque nos disparan los fascistas se produce un verdadero desconcierto. También el grupo en el que me encuentro pierde el contacto con los demás y tenemos que ir a la buenaventura buscando un camino.

Cuando abandonamos el bosque, vemos en el cielo nocturno varios collares de perlas producidos por bengalas luminosas. Para mí está claro que así es como las columnas enemigas se van informan de los avances y de su dirección. Esto nos viene también bien a nosotros, pues así sabemos por lo menos cuánto ha avanzado el enemigo y nos podemos apartar de su camino.

La mañana del 2 de abril llegamos por fin a la pequeña ciudad de Corbera en la carretera Gandesa-Flix, donde nos tropezamos con el emplazamiento abandonado de una cocina de campaña y podemos coger comida de las provisiones abandonadas para continuar la marcha. Debemos retirarnos hacia Mora de Ebro pero me temo que el enemigo haya alcanzado el cruce de la carretera antes de que nosotros lleguemos y propongo que avancemos por encima de la Sierra Caballs hacia el Ebro; los camaradas están de acuerdo, aunque será una marcha dura.

Tras atravesar un arroyo sube un camino de herradura hacia lo alto, donde paramos por primera vez para esperar a algunos camaradas que vienen detrás. En total somos diecisiete hombres, entre ellos los camaradas Jacob Heckmann, Bruno Nebelhardt, Franz Koch, Gustav Uhrig, Schnitzer, Robert y Schellhorn.

Mientras nos regalamos con los comestibles recogidos, de golpe empiezan a resonar las campanas de la iglesia de Corbera que está frente a nosotros y al momento se oye un salvaje griterío. Desgraciadamente no podemos ver lo que allí está pasando, pero cuando al rato se oyen una serie de disparos seguidos nos podemos imaginar que está teniendo lugar un sangriento ajuste de cuentas con los republicanos que se han quedado. Pero debemos continuar la marcha.

Vamos por terrenos sin caminos, montaña arriba y abajo y, cuando nos encontramos sobre colinas descubiertas recibimos fuego de artillería, comprobamos que proceden de nuestra propia artillería a orillas del Ebro. Entre los disparos aislados podemos atravesar en grupos esta peligrosa situación y cuando parece que estamos a salvo, el fuego vuelve a empezar. Por suerte hemos pasado sin pérdidas.

Poco después vemos a nuestra misma altura sobre una colina en dirección a la carretera a Mora de Ebro, una sección enemiga que aparentemente ha establecido allí un puesto de observación. Por el color claro de los uniformes se debe tratar de miembros de la Legión Cóndor, y me moriría de gusto si pudiese atacar a estos muchachos, pero en nuestras circunstancias es mejor pasar del asunto. Si el enemigo se ha adelantado tanto, ya es hora de que nosotros nos vayamos lo más rápidamente posible.

A primera hora de la tarde nos acercamos al Ebro y oímos sobre la carretera que tenemos delante, que va de Miravet a Mora de Ebro, el ruido de la marcha de una tropa que pasa por delante. Nos escondemos entre unos arbustos prudentemente y podemos comprobar, para nuestra alegría, que se trata de una unidad republicana. Nos unimos a esa tropa ya que, por lo que ha durado la marcha hasta Mora de Ebro, reconocemos que yendo por las montañas hemos llegado demasiado hacia el sur.

Una vez en Mora de Ebro nos dirigimos al Estado Mayor de la Brigada donde recibimos la orden de seguir avanzando unos kilómetros por la carretera hacia Fatarella y de establecer allí durante la noche un puesto avanzado. Así que seguimos avanzando y nos situamos durante la noche a ambos lados de la carretera. Escuchamos expectantes, pero no se ve nada del enemigo. En la madrugada del 3 de abril viene finalmente un enlace con la noticia de que debemos retroceder lo más rápidamente posible hacia el puente sobre Mora de Ebro, ya que este ser va a ser volado.

Al pasar el puente veo por última vez en España al general Walter, que de nuevo me echa una mano para poner las cargas explosivas en los lugares clave, pues también es experto en este tema. Apenas hemos trasladado la posición a la carretera hacia Falset cuando las detonaciones de la voladura del puente hacen temblar el aire. El avance del enemigo se termina aquí.

Las luchas de las últimas semanas tienen también su epílogo, pues en el Estado Mayor de la 35 División se forma una comisión para examinar el comportamiento de una serie de oficiales que en situaciones decisivas no han estado a la altura de sus deberes. Yo también debo presentarme ante dicha comisión, pero veo venir el examen con toda tranquilidad. Después de haber descrito los sucesos de los días 31 de marzo y 1 de abril, y de haber explicado cuáles fueron mis órdenes durante ellos, se me comunica que he procedido correctamente y que no hay fundamento para ninguna medida disciplinaria. El juicio dura apenas un cuarto de hora y puedo abandonar el Estado Mayor tranquilamente.

Comisión histórica de la AABI

Este escrito de forma parte de un relato militar titulado “Tres meses con el batallón Edgar Andrè”. En él Heinz Schürmann (en España Willi Benz) narra la lucha de este batallón de la XI BI durante el periodo que va de enero a abril de 1938, desde  la defensa de Teruel hasta la retirada sobre el Ebro.

La parte que publicamos aquí corresponde a lo que los voluntarios angloparlantes denominan “las Retiradas” (the Retreats), el periodo correspondiente a la ofensiva fascista de Aragón. El autor va describiendo, día a día, los movimientos de su unidad y de las otras unidades internacionales, sin olvidarse, claro, de los movimientos de las tropas enemigas. Así vemos cómo el intento de contener el avance franquista entre Belchite y Azaila fracasa por la desproporción de hombres y armas, así como los intentos de frenarlo en Híjar.

Hace un relato novedoso, por desconocido, de la labor realizada por los restos de su batallón en Caspe, donde se consigue frenar por unos días el avance arrollador. Hay que tener en cuenta que el general Walter le encarga Schürmann la tarea de coordinar las escasas fuerzas de la XI y la XV BI que quedan en Caspe, siendo curioso que su dirección no llega a las pequeñas unidades de la XIII BI que se posicionan al sur de esta ciudad.

Por último describe de forma detallada los movimientos de su batallón en tierras de Mequinenza, Nonaspe y Batea hasta que verse obligado a retroceder hasta el Ebro y reconcentrarse a espaldas de ese río, donde recuperan fuerzas para lanzar en julio la ofensiva del Ebro.

Este escrito forma parte de una colección de recuerdos impulsada por una Comisión histórica de la RDA al objeto de conmemorar el 30 aniversario (1966) de la lucha antifascista española y de la aportación alemana a la misma. Se pidió a los voluntarios residentes en la RDA que escribieran sus recuerdos de la guerra de España y todos ellos formaron parte de un fondo histórico que, tras la reunificación de Alemania, fue a parar al Bundesarchiv de Berlín.

Nuestra compañera Isabel Esteve localizó esta rica fuente documental y tradujo la mayor parte del mismo. Ya hemos ofrecido algunas piezas del mismo y esta es otra más. Queremos ofrecer el conjunto en un plazo de tiempo lo más cotro posible.

 

  Marzo de 1938: la gran ofensiva de los fascistas en Aragón

 

Heinz Schürmann (Willi Benz)

 

Tras los combates en torno a Teruel los gobiernos fascistas ponen una multitud de armas, municiones y  tropas a disposición de Franco para ahogar definitivamente a la República española. Especialmente Hitler está interesado en un rápido final de la guerra de España porque ha de emprender la creación del “nuevo orden de Europa” y necesita todas las fuerzas militares entrenadas en España.

Tras una cuidadosa preparación el 9 de marzo empieza la ofensiva de las tropas franquistas en el frente que se extiende entre Teruel y los Pirineos. En ella se emplean cinco Cuerpos de ejército, una agrupación táctica  de dos divisiones y una división de caballería,  mientras que junto a Teruel permanece preparado otro Cuerpo de ejército. Estas fuerzas están reforzadas por ciento sesenta y cinco baterías de artillería de todos los calibres y casi el mismo número de aviones, entre ellos los de la “Legión Cóndor”. Además se moviliza a toda la “quinta columna”, algunos de cuyos representantes estaban incluso en el Estado Mayor de nuestro ejército, aunque eso sólo se sabrá después.

Inmediatamente después de iniciarse la ofensiva llega también al frente nuestra 35 División, bajo el mando del general Walter, que se compone de la XI y la XV Brigadas. El Batallón “Edgar Andrè” llega, después de un largo viaje, el 10 de marzo por la tarde al sur de Belchite; allí pasa la noche en un bosque junto a Urrea de Gaén junto a la carretera Albalate-Híjar, en espera de entrar en acción. Al romper el día viene el jefe del Estado Mayor de la Brigada con la orden de ocupar inmediatamente una posición militar existente en el kilómetro 54 de la carretera Azaila-Belchite. Los vehículos del Departamento de transportes del Cuerpo de ejército deben aparecer en cualquier momento para trasladarnos y no podemos perder ni un minuto… Solicito un mapa de la zona pero no hay ninguno, se me dice que el jefe del convoy debe tener información sobre la zona…

Nos toca esperar más de una hora bajo el aire frío al transporte que iba a venir “inmediatamente”. Cuando los vehículos vienen finalmente, son la mitad de los necesarios. Y  cuando pregunto al jefe del convoy, un capitán español, me dice que sólo disponen de estos y que deben hacer el transporte en dos veces. ¡Bonita manera de llegar a la posición sin perder un momento! Pero…¿qué le vamos a hacer?

Mando a la Compañía de ametralladoras y a una compañía de infantería subir y me dirijo a Fernando (Wilhlem Bahnick) y al comisario de guerra Maxim: “Fernando, tú tomas el mando de este grupo y tú, Maxim, sería bueno que te fueses con ellos. Y yo me quedo aquí para ocuparme de que el resto del Batallón los siga lo más pronto posible …”

Los primeros se van, la segunda remesa espera de nuevo más de dos horas, finalmente me parece una tontería seguir esperando y doy orden de marchar en dirección Híjar. A los dos  kilómetros aparece finalmente la columna de autos y ocupamos los vehículos inmediatamente.

 

 (El narrador, que es el jefe del Batallón, es llevado en un coche  supuestamente más rápido,  por un capitán y un conductor españoles que le conducen por un camino tan largo que al final les tiene  que obligar a punta de pistola  – a pesar de que, como él mismo dice, la “ley de hierro” de las Brigadas era respetar al máximo a los españoles -,  a volver al punto de partida y a seguir la carretera inicial por Híjar y Azaila hacia Belchite)

 

…Poco después del mediodía está el Batallón reunido. Se halla al oeste de la carretera Azaila-Quinto en la desviación que va hacia Belchite, pero no se divisa nada parecido a una posición militar ya construida. Según los datos del jefe del convoy ésta ha de ser nuestra posición, pero parece muy raro… no hay ninguna trinchera y además el terreno es inapropiado para una defensa… la sospecha de que aquel no es el lugar correcto de la posición que debemos ocupar crece…. Ante nosotros no hay más que una meseta  con matorrales, ninguna línea de fuego…

 

 (…Entretanto la Compañía de  ametralladoras del Batallón ha seguido adelante para ocupar y ampliar las trincheras al norte de la carretera y aunque ha quedado en enviar un enlace para confirmar que ha llegado al lugar convenido,  el enlace tampoco vuelve…)

 

 …Para saber con seguridad dónde nos encontramos voy con algunos enlaces  carretera de Belchite  adelante para mirar los indicadores de kilómetros…. Andamos un tramo y encontramos un indicador, pero tan borrado que no podemos leerlo, así que seguimos adelante. En el siguiente indicador consigo finalmente aclararme: estamos aún a doce kilómetros de la posición que debemos ocupar. Me da un ataque de rabia contra el jefe del transporte…. Finalmente encontramos en el valle que hay desde Quinto hasta Codo un lugar donde se ve un grupo cavando trincheras  y  pensamos que ésta debe ser la posición que debemos ocupar. Efectivamente… se trata de nuestra Compañía de ametralladoras, que ha llegado ya hace rato, ha tropezado con una trinchera y, pensando que esa debe ser nuestra posición, ha empezado a ampliarla. El enlace que nos han enviado sencillamente se ha extraviado entre las colinas y los barrancos…

…Reúno mi Batallón y la Compañía y me voy a toda prisa a buscar el puesto de mando de la Brigada. Tras informar de nuestro viaje equivocado he de oír cosas poco agradables… Pero he de admitirlas: el jefe es responsable de su Batallón para lo bueno y para lo malo y la verdad es que nosotros no hemos llegado hasta bien entrada la tarde a la posición que debíamos  haber ocupado por la mañana temprano.

El jefe de la Brigada me informa: “El Batallón “Hans Beimler” se halla al norte de la carretera, en el flanco derecho de la posición que vosotros debéis ocupar y hasta ahora ha asumido toda la responsabilidad de vuestro sector. Cuida de que vuestra posición en la carretera quede bien establecida…A las 7 habrá un informe sobre la situación y te enterarás de todo lo demás”.

Nuestra posición es la misma que el año pasado; antes de la ocupación de Teruel, ya la habían ocupado las tropas republicanas, si bien el estado actual del lugar no es precisamente satisfactorio…

…Después de los duros enfrentamientos ante Teruel contamos con un número de combatientes de unos trescientos sesenta hombres, seis ametralladoras pesadas y cuatro semiligeras. Para un frente de más de dos kilómetros, desde la carretera Belchite – Azaila hasta el río Aguasvivas, es realmente poco. No hay ni que pensar con el apoyo de artillería y carros, pues todos han sido sacados de la zona para ser situados al sur de Belchite, ya que el ataque principal del enemigo se supone que vendrá de esa dirección.

En la reunión del Estado Mayor de la Brigada se decide que el Batallón “Hans Beimler”, que se hallaba en nuestro flanco derecho, traslade su posición, tras su sustitución por una Brigada española, a Vinaceite, al sur del río. El Batallón “Thälmann”, que había marchado equivocadamente hacia Quinto y acaba de llegar, debe igualmente ir a ocupar su posición allí y adelantar su flanco derecho hasta el río para unirse con nuestro flanco izquierdo. El Batallón “12 de febrero” debe quedarse en reserva en la  bifurcación de la carretera al norte de Azaila. El Estado Mayor de la Brigada también se dirige hacia Vinaceite con tres piezas de artillería antitanque. El terreno delante de nuestra posición es plano y está cubierto por algunos arbustos aislados; por detrás el terreno pelado va ascendiendo hasta los campos de olivos situados a unos quinientos metros de nosotros.

 Junto a la carretera va la Compañía de ametralladoras bajo el mando de Vincent (Porombka) y la 1ª Compañía a las órdenes de un joven español. Más hacia el río se encuentra otra Compañía también bajo el mando de otro joven español. Hay que trabajar toda la noche para ampliar la posición. El día anterior ha sido dispersada la XV Brigada anglo-americana junto a Belchite debido al avance del enemigo y existe la posibilidad de que parte de la misma se encuentre aún delante de nosotros. Por eso, incluso durante la noche, debemos tener una patrulla sobre el terreno, intentando contactar con ellos.

Pasada la media noche todo está ya organizado en la posición. Maxim, Fernando y nuestro enlace estamos aún en pie en la carretera cuando se acerca desde Azaila un coche con los faros apagados. Le paramos, desciende un comandante español que se presenta como perteneciente al Estado Mayor del Cuerpo de Ejército y nos dice que tiene la misión de buscar contacto con los grupos dispersos de la XV Brigada. Le digo que nuestras patrullas ya están en el campo buscando lo mismo y contesta con altanería que, a pesar de todo, él tiene que cumplir su misión.

Bien sabe el diablo que no me gusta nada esta historia, ¿para qué un oficial de alta graduación y además del Estado Mayor de un Cuerpo de Ejército, ha de hacer una cosa para la que basta y sobra con un sargento o un teniente? Si llega a ser un oficial de las Brigadas Internacionales no le habría dejado pasar, pero así… Le digo que cerca, posiblemente a pocos kilómetros, puede tropezarse con fuerzas enemigas y me contesta fríamente: “Eso es cosa mía”. (Más tarde me enteraré en París por un camarada francés que en aquel tiempo estaba en el Estado Mayor, que este elemento era efectivamente un oficial del Departamento de Operaciones del Estado Mayor que, después de haberse informado bien de la situación de las tropas en este frente, se pasó con la información al enemigo).

Recorremos aún otra vez la posición y después vamos a una casa de labranza vacía, junto a la carretera que va a Vinaceite, donde he instalado el puesto de mando. Como allí no podemos ni pensar en dormir, pasamos las últimas horas de la noche sentados en un banco de la cocina. (No podíamos saber que en ese tiempo las tropas de Hitler han atravesado la frontera austriaca).

Al romper el día inspeccionamos la casa y  comprobamos que tiene en dirección a nuestra posición un edificio anexo cuya parte de abajo sirve de establo y la de arriba de pajar. Este espacio tiene en las paredes que miran hacia tres lados las habituales aberturas de ventilación, por lo cual es un lugar  muy adecuado para vigilar. Como observador pongo al sargento Moebius; éste había sido retirado hacía unos meses de una compañía bajo la acusación de ser un enchufado de los funcionarios y enviado a una escuela. Pero como su traslado se retrasó, lo había tomado en mi Estado Mayor para empleos especiales.

La mañana de este 12 de marzo viene un avión enemigo y da vueltas un rato sobre nuestra posición, así que hay que esperar un inmediato ataque; efectivamente, al rato aparece una escuadrilla de cazas que igualmente nos sobrevuela, se ponen en fila y se preparan para atacar. Uno tras otro se dirigen a nuestra posición, lanzan bombas ligeras y disparan sus ametralladoras. Al cuarto de hora vuelven a atacar; cuando desaparecen nosotros respiramos. Pero apenas se han marchado ya aparece otra escuadrilla que viene como de Belchite. En resumen, ambas escuadrillas permanecen atacando ininterrumpidamente hasta que después de unas horas tenemos que abandonar la posición. De vez en cuando atacan también la casa, aunque sin hacer grandes daños. Tampoco en nuestra posición producen apenas daños gracias al comportamiento de los camaradas. Sólo nuestro vehículo de municiones sale dañado del ataque.

Debido a la aparición de la primera escuadrilla nos queda claro que el ataque principal de enemigo va a verificarse hacia el este [hacia Azaila] y no hacia el sur. Es de esperar que el punto clave del ataque sea la carretera, así que envío a Fernando hacia allí como representante del Estado Mayor para tomar las decisiones oportunas necesarias. Maxim también se dirige allí después de haber pedido a su sustituto Francisco que se ocupe de las otras compañías… En la posición siguen adelante los trabajos de ampliación de la fortificación.

Entonces aparece un camarada austriaco con la misión de establecer aquí un puesto de observación del Estado Mayor de la Brigada. Pero no trae ni teléfono, ni el cable necesario… y nosotros no le podemos ayudar ya que sólo tenemos una línea que va directa a la compañía que se halla delante, desde donde se mantiene el contacto con las otras compañías por medio de enlaces. Le intento convencer de que su presencia no tiene ningún objeto y que debería regresar. Se niega a volver al Estado Mayor sin una orden. Mientras discutimos, nuestro observador anuncia que en la curva de la carretera que viene de Teruel se ven carros de combate.

Vemos cómo un tanque tras otro emergen y doblan en dirección al río. Ordeno al observador de la Brigada que informe enseguida al jefe de la Brigada y que le pida que inmediatamente nos envíe los tres cañones antitanque. ¿Qué más se puede hacer para enfrentar esta amenaza? No disponemos ni de botellas ni de bencina para confeccionar las ya probadas botellas incendiarias. Entonces se me ocurre que tenemos aún una pequeña provisión de munición antitanque para nuestros fusiles soviéticos. Para impedir que esta apreciada munición se malgastara, la había guardado en mi equipaje personal. Así que aún puedo enviar al enlace con esta munición al jefe de la compañía con la estricta advertencia de que sólo se la confíe a los mejores tiradores para que disparen a los tanques. Entre tanto los otros tiradores deben mantener a raya a la infantería que avanza detrás de los blindados. Me quedo, no obstante, parte de la munición. Son treinta y ocho tanques, o tal vez más… ¿qué más da?, que avanzan en zigzag lentamente… se detienen de tiempo en tiempo para permitir que la infantería que va detrás se ponga a su altura…

Una mirada me convence de que en nuestras trincheras no hay nerviosismo y que está todo preparado para dar un cálido recibimiento al enemigo. Aguardo intranquilo la llegada de los cañones antitanque. Alternativamente voy arriba y salgo afuera para seguir cada fase de la lucha. Cuando estoy fuera de la casa viene el teniente austriaco Hugo Mondl y me informa de que al llegar con su cañón antitanque le han atacado los aviones, pero que sólo tiene un agujero en el pantalón, que me muestra riendo. Cuando le pregunto por los otros dos cañones me dice que sólo él ha recibido la orden de situarse con nosotros.

¡Maldita sea!, ¡aquí son necesarios con urgencia los antitanques y allá se les mantiene retenidos! El camarada Mondl quiere saber dónde debe instalar su  ametralladora, pero lo dejo a su criterio, porque en el terreno llano no hay ninguna posibilidad de esconderse. Podemos observar que nuestro fuego es muy activo porque la infantería enemiga intenta esconderse detrás de sus tanques, se adelanta pero enseguida se retrasa, siendo empujada hacia delante por sus oficiales. Esto, naturalmente, retrasa el avance de los blindados, que marchan lentamente. Es incomprensible para mí que el enemigo, con semejante masa de material y hombres, no haya arrollado nuestra posición hace tiempo.

De nuevo un grito desde arriba me dice que la infantería recibe refuerzos. Observamos cómo nuevos soldados son llevados en camiones directamente hasta los tanques y allí se reparten por el terreno. Está claro que el enemigo sabe que no tenemos ni artillería ni tanques.

Cuando salgo de la casa una de las veces, encuentro a  “Tom” en ropa de campaña. “Tom” es un viejo minero de la zona del Ruhr, su nombre es Wilhelm Krause; por su extraordinaria eficiencia como sanitario fue ascendido a teniente, pero inmediatamente tuvo que abandonar el servicio sanitario porque en él el grado de teniente sólo se les da a los médicos. Cuando vino a nuestro Batallón, debido a su edad y condición física le nombramos “oficial de personal”, aunque en la plantilla del ejército republicano ese cargo no existe. Por la mañana le había nombrado responsable de la impedimenta con la advertencia de que no  dejara su puesto por nada.

Tom, vete inmediatamente a tu puesto y ocúpate de que el abastecimiento y los víveres permanezcan seguros

 –No, yo no vuelvo allí, en retaguardia está todo en orden y mi lugar está aquí en el frente

Tengo muy claro  que si no nos envían reservas la posición no se puede mantener mucho tiempo e intento impedir que Tom se convierta en una víctima por sus ganas de luchar… pero me dice:

 –Soy comunista y sé lo que tengo que hacer, así que… ¿dónde me colocas?

–¿Sabes Tom que el negarte a cumplir una orden te puede llevar a un Consejo de Guerra?

–Por mí,  como si me quieres fusilar aquí mismo; yo no me vuelvo atrás. Sé que la situación es peligrosa para el Batallón y por eso mi sitio está aquí ahora. Así que… ¿a dónde voy?

Se mantiene en una actitud muy marcial, pero me doy cuenta de que está llorando. Estamos un momento el uno frente al otro, dos camaradas de la misma tierra del Ruhr, donde ya luchamos juntos en 1920 contra la sublevación del general Kapp. Veo en él la decisión del minero, dispuesto a morir por salvar a sus compañeros…

–Vale, Tom. Ve allá, a la carretera, donde están Maxim y Fernando, preséntate a ellos y… ¡buena suerte!”  

–Salud, comandante, ten por seguro que cumpliré mi deber.

Mientras nos apretamos las manos veo una sonrisa feliz en su viejo rostro y se marcha a enfrentarse con su suerte. Tom cumplió verdaderamente su deber en el sentido más exacto de la palabra: nunca volvió.

La posición es defendida tozudamente, pero las fuerzas enemigas están cada vez más cerca. Observo como camaradas aislados avanzan arrastrándose para atacar a los tanques con paquetes de cargas. No parece que tengan éxito porque los tanques siguen avanzando. Son las diez de la mañana y el combate dura desde el amanecer. Ahora se acerca el punto álgido de la lucha ya que la artillería enemiga entra en acción y concentra su fuego sobre la posición de las carretera. Una parte de los tanques penetra en nuestro flanco derecho. La brigada española que debía ocupar la antigua posición del Batallón“Hans Beimler”, no ha aparecido, y se ha situado a retaguardia de nuestra formación.

Cuando la artillería detiene el fuego, los tanques avanzan en formación y entran por tres lados en nuestras líneas, en las que los nuestros se defienden hasta el final. Pero la lucha no dura mucho y compruebo cómo los tanques van ahora a hacia nuestra posición, lanzando fuego sobre nuestros últimos defensores. El jefe de la Compañía de ametralladoras ha conseguido llegar con una ametralladora hasta donde estamos y le envío al borde del campo de olivos para que desde allí cubra a los camaradas que retroceden. (Luego sabré que ante nosotros se encontraba la vanguardia en pleno del ejército marroquí con cuatro divisiones a las órdenes del general Yagüe, el que en julio de 1936 inició la sublevación con sus tropas de Marruecos).

Desde nuestra posición viene corriendo el sustituto del comisario de guerra, Francisco. Se me echa al cuello llorando y dice trabajosamente: “¡Oh Willi, nuestro Batallón…!” Esto quiere decir que hay que hacer el último esfuerzo. Le pongo en la mano el fusil y la munición y le envío hacia abajo para disparar a los tanques.

Llamo de nuevo a la posición pero nadie contesta. Quemo los papeles referentes a asuntos oficiales, escondo periódicos y folletos en el heno del pajar… ¿para qué realmente? y lleno mi macuto con el resto de la munición antitanque. Entre tanto han llegado cinco enlaces y telefonistas que vienen hacia aquí arriba… Miro y me convenzo de que la posición se ha perdido. Los camaradas del ala izquierda se retiran sobre el puente en dirección a Vinaceite y ayudan a llevarse el cañón antitanque  y su carro de municiones.

Cuando vuelvo a subir están mis “siete fieles” en las aberturas de ventilación convertidas en aspilleras y disparan tranquilamente sobre la ventanilla de los tanques que se acercan lentamente; estallan dos granadas a corta distancia, la segunda hace un agujero en la pared a nuestros pies pero sin causar más daños.

El primer tanque se ha acercado tanto que a simple vista se puede ver cómo nuestros disparos hacen saltar la pintura de su blindaje. Cuando ha llegado a unos cincuenta metros, mando parar el fuego y a los camaradas formar en el patio. Felizmente la puerta se halla en el lado que no puede ser visto por el enemigo. Una breve advertencia: ‘conservad los fusiles y las municiones y al correr por los campos de olivos manteneos separados. Cada cual debe intentar pasar por su cuenta para volver a encontrarnos en los olivares’.

Al salir del ángulo muerto corremos separados, pero a los pocos metros ya nos está disparando el tanque más cercano. Ahora hay que tirarse al suelo y volver a saltar tal como nos han enseñado muchas veces durante nuestra preparación. Las balas caen tan cerca que las piedrecillas que rebotan nos dan en la cara y en las manos. Cuando, tirándome al suelo y levantándome, he hecho la mitad del camino, veo que los camaradas, que por término medio son veinte años más jóvenes que yo, van ya muy por delante de mí. Para alcanzarlos me tengo que desprender de alguna de las cosas que llevo. Pero ¿qué puedo sacrificar?, ¿fusil y munición?, ¿la pistola?, ¿los prismáticos? ¡No¡ Puedo prescindir del abrigo de cuero; me sabe mal pero lo dejo con la esperanza de recogerlo cuando vuelva con las reservas. Pero no hay reservas. Después de haber disparado algún tiro sobre los malditos tanques corro aún un rato en zigzag detrás de los camaradas y llego sin aliento a donde están reunidos al borde de un campo de olivos. Y, por increíble que pueda sonar, ninguno de nosotros ha recibido ni siquiera un tiro en esta loca carrera.

Todos suspiramos por un trago de agua fresca. Andando por entre los olivos tropezamos de pronto con un pozo cuya tapa está asegurada por un candado; con un golpe de culata se elimina el obstáculo. El agua brilla bajo nuestros ojos a una profundidad de unos diez metros, pero nos es inútil, no tenemos ni cubo ni cuerda para subirla. Mientras pensamos en cómo alcanzarla oímos el ruido de los motores de los tanques y vemos cómo algunos de ellos se dirigen hacia nosotros. Así que es el momento de salir huyendo otra vez.

Tras dejar el olivar alcanzamos un terreno llano cubierto de arbustos y en el que no hay ninguna posibilidad de esconderse. Mientras nos dirigimos al río vemos detrás un grupo de unos veinte hombres que vienen hacia nosotros desde la carretera. Como no se puede saber si son amigos o enemigos, ordeno echarnos a tierra y esperar con el fusil a punto. Pronto compruebo que el muchachote que va a la cabeza del grupo es nuestro “Augusto el Largo”. Es un tranviario de Dormund de nombre Augusto Hartmann, conocido y estimado en todo el Batallón por su inagotable humor. Tuvo que insistir mucho tiempo en París hasta recibir de la dirección del Partido el permiso para venir a España. Entró en nuestro Batallón y fue incluido en la 1ª Compañía, situada hoy en el ala derecha. Ha conseguido abrirse paso con su sección entre los tanques hasta uno de los barrancos al norte de la carretera, cruzarla de nuevo y seguir en dirección al río [Aguasvivas].

Al saludar a su grupo con el grito de “¡Hola, compañeros!” se imaginan una trampa y vienen con los fusiles a punto. Pero cuando llamo a Augusto por su nombre, baja su fusil y nos saludamos a gritos, gritos que se pierden entre el ruido de los disparos. Unos tanques han avanzado a lo largo de la carretera y nos atacan desde unos trescientos metros. Grito: “¡Todos al río!”… y corremos hacia allá bajo el fuego. Cerca del río se juntan muchas barrancas por las cuales salen otros camaradas. Allí hacemos un corto descanso para esperar a los rezagados. Un camarada me pide permiso para esperar aquí hasta que llegue su amigo con el que ha venido hace poco de la Unión Soviética y que se ha quedado detrás por estar herido; no quiere marcharse sin recogerlo…

Vienen algunos camaradas que estaban antes con el “Largo Augusto” e informan de que éste ha caído muerto bajo el fuego de los tanques; veo entonces venir hacía mi a Robert Aaquist, uno de los jefes de sección de la Compañía de ametralladoras. Cuando llega veo que está llorando, ¡maldita sea otra vez!, es el tercer camarada unido en cuerpo y alma a nuestro Batallón que tengo delante con la misma actitud. Me tengo que esforzar para oír con tranquilidad lo que me va a decir:

–Comandante, debo comunicar la pérdida de mi última ametralladora

–¿Cómo se ha perdido?

–Cuando los tanques enemigos estaban ya en nuestra posición, hemos hecho fuego sobre la infantería. Entonces un tanque ha intentado arrollarnos, en el último momento he arrancado el cerrojo y he metido una granada de mano en el fusil y lo he echado a perder. Me quiere dar el cerrojo, pero le digo:

–Agradezco tu comportamiento, aunque no esperaba otra cosa de tí. Pero el cerrojo consérvalo de momento como prueba de tu proceder, pues el día aún no se ha acabado y quién sabe cómo terminará.

 Le abrazo y le intento consolar, pero ya no es necesario, ya ha superado el bajón. Llegan ya los hombres que se han quedado detrás para ayudar a sus camaradas e informan que su marcha ha sido inútil porque la infantería fascista se encuentra muy cerca. Mientras seguimos andando pienso si no nos sería aún posible alcanzar el puente junto a Azaila antes de que lleguen los fascistas que se dirigen a él. La mayoría de los camaradas no sabe nadar y yo tampoco, ¡y eso que en la 1ª Guerra Mundial serví dos años en un submarino! No vamos a encontrar ninguna barca ni nada para fabricar algo que flote. Finalmente un kilómetro antes de Azaila vemos en la otra orilla un molino de agua cuya presa llega hasta nuestro lado. Así que pasamos corriendo sobre la presa hasta el molino, pero al llegar vemos que el paso está cerrado:hay una puerta de hierro reforzada además con una reja. ¿Y ahora qué? Delante de nosotros quedan aún unos seis metros de río que hemos de atravesar.

Buscamos en la orilla algún objeto adecuado para superar el obstáculo y tenemos suerte pues pronto vienen algunos camaradas con un palo largo que alguna vez ha servido como asta de bandera. Con su ayuda podemos pasar a la otra orilla uno tras otro haciendo de “saltadores con pértiga”. Ni que decir tiene que en este trance no nos comportamos muy seriamente.

El terreno va ascendiendo hasta la carretera Azaila–Vinaceite y vemos una colina en forma de cono de azúcar. Desde allí me gritan de pronto: “¡Cuidado Willi, tenéis tanques detrás!” En ese mismo momento ya nos está disparando uno, pero podemos salvarnos sin daños al meternos en una profunda hondonada. Ésta lleva hasta el borde de la colina, así que podemos alcanzarla sanos y salvos.

Allí se han juntado ya varios camaradas de nuestro Batallón, entre ellos el camarada Moebius que se disculpa por haberme llamado por el nombre. Quería, desde la distancia que nos separaba, avisarme de los tanques sin pararse a pensar que yo era el comandante. Le agradezco su aviso, pues con el ruido del agua y de los motores de los aviones enemigos no habíamos percibido la llegada de los tanques. Con un apretón de manos queda el caso zanjado.

La colina parece haber servido antiguamente de lugar de observación pues a media altura se extiende alrededor una especie de trinchera. Al ser el punto más alto de los alrededores, se tiene una buena vista hacia el norte. Un terreno llano como una bandeja se extiende delante de nosotros a la otra orilla del río, así que podemos observar perfectamente el avance enemigo. El grueso de los carros blindados avanza lentamente por la carretera hacia Azaila mientras que el resto, juntamente con la infantería, peina el terreno hasta el río y va plantando sobre cada colina la bandera fascista como símbolo de conquista.

De nuestra parte desde Vinaceite no se ve ni se oye nada. ¿Qué ha sido de los otros batallones? Los camaradas que han llegado no pueden informarnos pues tampoco han observado hasta ahora nada por ese lado. Como el avance del enemigo es muy lento, tengo tiempo de hacerme contar lo sucedido en combate junto a la carretera. Algunos camaradas me cuentan que han intentado salvar a Fernando, gravemente herido, cosa que hubiera sido difícil debido a su peso. Pero cuando cerca de ellos apareció un grupo enemigo, Fernando exigió categóricamente que los camaradas se pusiesen a salvo, les dio su billetero y su reloj pero conservó la pistola; después los camaradas se alejaron. Lo que pasó después me lo puedo imaginar, ya que él, Maxim y yo, después de los duros combates de Teruel, nos habíamos comprometido en el caso de una situación sin salida, a disparar hasta el penúltimo tiro y con el último matarnos para no caer vivos en manos del enemigo. Estoy seguro de que Fernando, si tuvo suficientes fuerzas, lo hizo así.

Otra cosa para el informe. La dotación de una ametralladora, ante el acoso de los tanques, había decidido abandonar su arma después de quitarle el cerrojo; entonces apareció una sección de caballería enemiga; los camaradas volvieron a meter el cerrojo y abrieron fuego. Pudieron acabar con toda la sección pero no tuvieron ya tiempo de escapar y cayeron víctimas de los tanques. ¡Honor a estos héroes!

Pregunto por “Tom”, pero nadie lo ha visto. Seguramente ha sido una de las víctimas de la Legión Cóndor cuando venía hacia aquí. (En 1946 conocí a su mujer que trabajaba en la dirección del KPD del distrito del Rhur y vivía en Wanne-Eikel. Le pude dar noticias bastante exactas sobre la suerte de su marido y le informé de su heroísmo. Me ocupé también de que fuese reconocida como miembro de la Asociación de Perseguidos por el nacismo).

Entre tanto el comisario Maxim había conseguido arrastrarse hasta aquí y había hablado de la posibilidad de seguir ofreciendo resistencia con los camaradas allí presentes. Pero después de reconocer la inutilidad del esfuerzo había seguido adelante con algunos compañeros. Los camaradas no sabían si se había ido en dirección a Vinaceite o a Híjar; no lo habían visto porque habían estado pendientes de nuestro avance en la otra orilla. Es de suponer que tuvo el mismo destino que Fernando pues nadie ha sabido nunca nada más de él.

Vuelve a aparecer una escuadrilla de la Legión Cóndor que ataca todo lo que se mueve sobre el terreno. Uno de los aviones se lanza contra un coche ambulancia que sale a toda velocidad de Azaila, y después se vuelve contra nosotros. En vuelo muy bajo nos lanza una ráfaga de disparos con sus ametralladoras, sin resultado. Da la vuelta y rodea en un vuelo rabioso el lugar donde estamos, con su ala izquierda casi toca la colina, pero nos hemos escondido en una hondonada y sólo recibimos una lluvia de piedras.

La infantería enemiga se retira ahora del terreno y la columna de blindados avanza a toda marcha por la carretera de Azaila a Quinto. Allí se divide: una parte se va hacia el norte, mientras que la otra va en dirección al puente de Azaila. No tenemos ni tiempo ni explosivos para volar el puente.

Ahora somos veinticinco hombres y sólo tenemos una ametralladora semiligera y medio cinturón de municiones, una docena de fusiles con unas cien balas y tres pistolas, así como algunas granadas de mano. Con eso no podemos detener al enemigo, así que doy la orden de marchar en dirección a Híjar. Mientras caminamos por los campos llenos de malas hierbas hemos de ir tirándonos al suelo ya que los cazas también disparan sobre los pequeños grupos. Cuando finalmente desaparecen estoy más que harto de andar tropezando por la maleza y propongo marchar por la carretera. Pero la mayoría de los camaradas prefieren seguir andando por el campo porque hay arbustos que ofrecen más posibilidades de ocultarse. Por la carretera sólo me acompañan el teniente Robert Aaquist y los sargentos Moebius y Alik, que van arrastrando su ametralladora semiligera.

Apenas hemos llegado a la carretera cuando, mirando hacia atrás, veo que la colina de la que venimos también ha sido ocupada por el enemigo. Ya se ve en ella la bandera fascista. Me dirijo a los camaradas: ‘Muchachos, como ahora al enemigo le dé por avanzar por la carretera, va a ser nuestro momento de… ¡hasta el último hombre!’La opinión unánime es ‘Que vengan, estamos preparados’.

Seguimos marchando. Observando el terreno que dejamos atrás puedo comprobar con  satisfacción que no nos persiguen. Entre tanto la ametralladora va pasando de un hombro al otro, tras una corta pausa me ofrezco a llevarla pero me dicen que ni pensarlo, mi misión es observar para evitar sorpresas.  La pequeña discusión nos ha espabilado y seguimos avanzando más rápidamente.

Al borde de la carretera hemos encontrado ya cierto número de camiones, coches y ambulancias que han sido víctimas de la aviación; el asfalto aparece durante centenares de metros acribillado por las balas. Después de dejar atrás la cima de otra colina vemos a la derecha, en la cuneta, un coche que nos es conocido; al acercarnos vemos que es el coche de nuestro jefe de Brigada. Junto a él, muerto, está Helmuth Dudde, el comisario político de nuestra Compañía de ametralladoras.

¿Habrá sido también nuestro jefe víctima de la aviación? El coche está atravesado por muchas balas, pero no hay en él huellas de sangre. En el coche están los abrigos de cuero del jefe y del jefe del Estado Mayor, que cogemos. También hay un paquete de galletas y media botella de coñac, que son bienvenidos. Intento poner en marcha el coche pero sin éxito, el motor y el depósito de gasolina han recibido impactos y están agujereados. Así que otra vez a pie. Poco tiempo después se acerca a toda velocidad un coche que nos cuesta mucho hacer parar. El conductor nos grita:

–Dejadme pasar, no tengo tiempo. He de llegar al Estado Mayor de la Brigada donde me están esperando

–Tranquilo, ¿cómo pretendes llegar allí?

–Pues está claro, hasta la desviación de Vinaceite y después a lo largo del río hasta el Estado Mayor

–Eso es imposible, porque en la desviación ya están los fascistas desde hace horas, y no hay otra carretera  hacia Vinaceite. Además no encontrarías a nadie.

El conductor, que parece haberse dado valor bebiendo un poco, quiere seguir adelante a pesar de nuestra explicación e invoca tozudamente la orden que tiene. Me harto y le mando darse la vuelta y llevarnos, cosa que al final hace renegando. Con cinco hombres y todos los pertrechos no se va muy cómodo en el coche, pero mejor que a pie. De pronto vemos delante de nosotros en la ladera de una colina dos coches blindados y junto a ellos a sus ocupantes. Como son vehículos franceses de los que teníamos en la XIV Brigada, suponemos que serán nuestros. A pesar de todo preparamos las armas mientras nos acercamos lentamente a ellos. Cuando llegamos reconozco a un teniente rumano del Estado Mayor de la 35 División y le pregunto qué hacen allí.

–El general Walter me ha enviado aquí con los dos blindados para establecer contacto con la XI Brigada porque no tiene noticias de ella

–¿Y no has encontrado a nadie de nuestra Brigada?

–Sólo a algunos soldados, pero tú eres el primer comandante. Tengo que informar al general lo más rápido que pueda, así que te pido que me des detalles sobre la situación.

Después de haberle contado brevemente los sucesos del día en la medida en que me son conocidos, me informa de que el Estado Mayor de la División se encuentra en Puebla de Híjar, a donde nosotros debemos también dirigirnos. Se quiere marchar con los dos vehículos, pero le mando que uno de ellos se quede aquí a mi disposición, y así se hace. Entonces me doy cuenta de que el coche con el que hemos llegado, ha desaparecido; me enfado muchísimo porque con él se han llevado mi fusil y mi munición. Sabe el diablo por qué los camaradas no han conseguido retenerlo aquí.

La carretera atraviesa la cima de la colina donde se encuentra un abrigo espacioso, allí debe esperar el vehículo acorazado y aclaro a su dotación española que hemos de esperar aquí a las partes dispersas de nuestro Batallón. Poco a poco llegan veinte camaradas solos o en pequeños grupos, que son enviados al abrigo. Una hora después viene de Híjar un camión sobre el que veo a Robert Aaquist. Este baja de un salto y me informa:

–Comandante, disculpa que hace un rato nos hayamos marchado con el coche, pero es que el conductor no se podía contener y dijo que ya podrías volver con el vehículo acorazado. En Híjar hemos encontrado este camión y un conductor dispuesto a venir hasta aquí conmigo. ¿Suben ya los camaradas?

–Aún no, vamos a mirar primero a ver si aún queda gente por la parte norte de la zona.

Observamos detenidamente el terreno y sólo vemos un soldado que avanza trabajosamente por el borde de la carretera. Para recogerlo envío a Robert con el vehículo y en pocos minutos está con nosotros hasta el último hombre. Mientras suben los camaradas mando dar la vuelta al coche blindado para marcharnos. En este momento aparece, viniendo de la parte de Azaila, una escuadrilla de aviones. Como quiero comprobar si también vienen tanques, mando irse al camión y pretendo ir a mirar por el extremo norte de la colina. Entonces el jefe del vehículo acorazado me hace subir a él y nos vamos. El artillero del vehículo dispara a los aviones pero estos parece que no atacan, así que detenemos el fuego. Querría volver a bajar para echar un vistazo, pero el jefe se niega a parar y aclara que nosotros, cuatro hombres, no podemos detener al enemigo en el caso de que nos persiga. Así que no paramos.

Pronto estamos en la casa donde se encuentra el Estado Mayor de la División en Puebla de Híjar. Allí el teniente rumano ya citado está a punto de empaquetar las últimas cosas del Estado Mayor. Me explica que el general, después de oír su informe, ha dado orden de trasladar el Estado Mayor a Caspe y que debemos trasladarnos nosotros también allí. Cuando se marcha, lamenta no poder llevarme, pero no hay plaza para mí.

Vaya, hombre, ¿y ahora qué? Me encuentro felizmente solo delante de otra caminata. Así que ¡en marcha hacia Híjar! Allí reina una confusión desesperada, unidades desperdigadas y preparadas para marchar no saben aparentemente lo que tienen que hacer. Delante de mí es apresado el jefe de una batería que ha hecho fuego sobre sus propias tropas que se retiraban hacia Urrea. En la desviación de la carretera hacia Albalate del Arzobispo aún queda una única ametralladora cuya dotación lanza las últimas granadas contra una de las columnas enemigas que avanzan. La ametralladora se debió de perder, al no haber ningún vehículo que la pudiera arrastrar. Aquí no hay nada que hacer, así que quiero dirigirme hacia Alcañiz.

Me llaman de un camión que se acerca y reconozco a Víctor Voekl de nuestra Sección de cañones antitanques, que es quien me ha llamado. Cuando le pregunto hacia dónde va, me dice que tiene orden del jefe de la Brigada de ir hacia Albalate. Y cuando le explico la situación se muestra dispuesto a ir conmigo hacia Caspe. Me quiere ofrecer su plaza junto al conductor pero la rechazo y me subo al camión donde bagajes, armas y municiones se encuentran en tranquila compañía.

Tras algunos kilómetros subimos una empinada cuesta llena de curvas hacia una colina y cuando llegamos al otro lado nos paran en el kilómetro 9 de la carretera hacia Alcañiz dos oficiales, viejos conocidos, el comandante francés Boris Guimpel y el camarada austriaco Leo Bauer, del Estado Mayor de la 35 División. Tienen la orden de organizar en el kilómetro 7 de la colina que acabamos de pasar una posición para recoger a la gente y ya han emplazado artillería en ella; allí va ahora también nuestro cañón antitanque.

Les informo sobre la situación entre Belchite e Híjar, aunque no sé nada de la suerte de nuestros batallones y no puedo informar de nada definitivo. Con todo, se alegran de saber finalmente algo seguro sobre el transcurso del día hasta ese momento. Ahora se trata de recoger las tropas dispersas y llevarlas a la posición prevista. Hasta ahora sólo han aparecido partes dispersas de la XV Brigada y como yo soy el único de la XI Brigada, me adhiero a ella de momento.

…Se producen discusiones con miembros de unidades que no pertenecen a nuestra División. Algunos expresan la opinión de que todo está perdido y por ello no tiene sentido ocupar una nueva posición… Los que se niegan son desarmados y enviados a la retaguardia porque queremos tener las relaciones muy claras.

Así llegamos por la tarde con una pequeña pero decidida unidad a la colina junto al kilómetro 7, donde los camaradas de la XV Brigada se ponen al este y nosotros al oeste de la carretera. Cuando estoy mostrando a los camaradas los puntos que hay que ocupar, viene un enlace y me manda que vaya a ver al general Walter que ha llegado a la carretera. El general me pregunta cuánta gente he conseguido juntar y cómo andan de ánimo. Le digo que somos unos cincuenta y que el ambiente es bueno, pero que están agotados por el combate y la marcha y además están todo el día sin provisiones.

–Comida tendrán enseguida, pero hemos de realizar aún una pequeña acción. Elige un grupo de quince hombres de confianza y estad preparados. ¿Tenéis ametralladoras?

–No, solamente una ametralladora semiligera con pocas municiones.

–Bien, cogedlas, pero procura recoger más munición y granadas de mano. Volveré enseguida con un camión y después os iréis

¡Por todos los demonios!, me pregunto qué quiere ahora el general, pues conozco desde hace mucho su valor y su sangre fría. Enseguida tengo el grupo a punto y cuando el general vuelve saluda a todos y luego se dirige a mí, como de costumbre, en ruso:

–Di a los camaradas que vamos a ir en dirección a Híjar para comprobar cuánto ha avanzado el enemigo. Ante nosotros en el valle se encuentra un centro de aprovisionamiento  de vuestra Brigada donde podréis comer. Id ahora detrás de mí hacia allí y cuando lleguemos ya seguiremos hablando.

Pronto llegamos al valle y somos atendidos por los camaradas de intendencia con una buena cena. El general está de buen humor y dice:

–Que los camaradas coman lo que deseen y que no se olviden tampoco de beber, pero con medida. No os entretengáis demasiado y llenad también las cantimploras de vino que pronto os vendrá muy bien.

Este es el auténtico general Walter, tal como lo recuerdo de la XIV Brigada. Siempre exige lo máximo de oficiales y soldados pero también se preocupa siempre de que las tropas estén bien alimentadas. Sobre el tema podría contar mucho, pues era el encargado de la alimentación en esa Brigada y, cuando él fue nombrado jefe de la División, también me ocupaba de su Estado Mayor.

 Cuando estamos preparados para salir me quiero sentar junto al conductor pero el general decide que allí ha de ir el hombre que lleva la ametralladora y yo he de sentarme detrás. No me gusta pero tengo que obedecer; así vamos en dirección Híjar. Cuando llegamos a la entrada del pueblo ya es noche cerrada.

Tras llevar un rato parados bajo a preguntar al conductor el porqué de la parada. Me dice que ha llegado un enlace del general con la orden de esperar. El pueblecito tiene un aspecto inquietante en la oscuridad, no se ve ninguna luz. El silencio sólo es interrumpido de vez en cuando por lentos pasos que se acercan y de pronto se paran como si estuviesen al lado de nuestro vehículo. Con las armas apuntando en esa dirección pedimos a quien sea que se acerque y entonces surgen de la oscuridad camaradas de nuestra Brigada que están muy contentos de poder descansar un poco bajo nuestra protección. Por ellos sabemos que antes de nuestra llegada ha habido tiroteos entre grupos de la gente dispersa que sigue resistiendo contra los fascistas. Finalmente me parece una tontería esperar tanto y entro con algunos camaradas en el pueblo donde pronto encuentro al general con nuestro jefe de brigada. Me echa en cara haber estado tanto tiempo parado; me defiendo enérgicamente contra la acusación basándome en la orden que el conductor me ha trasmitido. Después me dirijo al general con la exigencia de que en el futuro me dé las órdenes de las que he de ser responsable directamente a mí.

He de escoger ahora seis hombres que sigan conmigo mientras el resto de nuestro grupo se ha de quedar aquí. La orden es ir hasta el puente sobre el río Martín y, si éste aún está libre, seguir por la carretera hacia Azaila. Hemos de comprobar si el enemigo ha ocupado la colina más próxima, y en el caso de que no lo haya hecho hemos de ocuparla para impedir que la ciudad caiga en manos del enemigo.

Se pone en marcha una patrulla como nunca se debe haber visto otra igual en esta guerra: la forman un general de división, un jefe de brigada, un jefe de batallón y seis tenientes y sargentos. El puente está aún libre, así que seguimos hacia la colina más cercana, al acercarnos recibimos primero fuego de fusiles y luego de ametralladoras. Mientras los disparos cruzados silban cerca, hago señas al general para que se quede atrás, pero me grita: “¡Adelante, adelante!”

Así pues seguimos avanzando hasta llegar a unos cien metros de la colina. El fuego es tan fuerte que es una locura seguir avanzando. Espero que el general se acerque y lo empujo cuesta abajo por el declive cubierto  de vegetación. Su ataque de rabia acompañado de maldiciones me deja frío, en último término yo soy el responsable de cómo salga esta empresa. Después, cuando el jefe de brigada apoya mi actitud, el general se tranquiliza y, protegidos por el bosque, reflexionamos mientras fumamos un cigarrillo sobre qué vamos a hacer. Como está claro que con nuestros hombres no podemos hacer nada más, decide el general: “Tú te quedas aquí con tus hombres. Yo retrocedo con Heiner. Intentaré reunir un grupo más grande y enviarlo después aquí. Lo demás es cosa tuya”.

Cuando los dos se van a marchar decido que les acompañen dos hombres. El general al principio no quiere pero después acepta. Nos quedamos cinco hombres bajo los árboles y tenemos que luchar contra el cansancio, pero los fascistas nos mantienen despiertos ya que de vez en cuando disparan y arrojan granadas en nuestra dirección. Nos turnamos para vigilar la carretera, pero ningún enemigo se atreve a llegar hasta nosotros.

Hace ya mucho que ha pasado la media noche, pero de los refuerzos ni se ve ni se oye nada. Así que ordeno la vuelta. Si nos encontremos con los refuerzos, podemos volver. Nos deslizamos prudentemente entre los arbustos hacia el valle y alcanzamos sin obstáculo el puente, pero en Híjar nos espera una desilusión: no hay ni vehículos ni tropa. Por algunos hombres dispersos sabemos finalmente que hace una media hora ha salido un auto, pero no saben qué auto. ¡Maldita sea, ahora tenemos una marcha nocturna de siete kilómetros por delante! Después de los muchos que hoy hemos dejado atrás, nos faltaban estos. ¡Qué le vamos a hacer!

Cuando llegamos al inicio de las curvas de nuestra posición, propongo cantar la canción de Thälmann para que nuestra gente no nos tome por fascistas y nos pegue un tiro. Como es comprensible, nadie tiene ganas de cantar y así hacemos el resto del camino, hablando lo menos posible. Cuando llegamos arriba me informo inmediatamente de lo que ha pasado en Híjar durante nuestra ausencia y así me entero de que cuando el general vio que era imposible organizar un grupo suficientemente grande como para ir a apoyarnos, envió a algunos camaradas a recogernos y se marchó. Después estos camaradas regresaron diciendo no nos habían podido localizar y se fueron convencidos de que habíamos vuelto por otro camino. Cuando llegaron a la posición y vieron que aún no habíamos llegado, intentaron volver a buscarnos, pero el coche ya se había ido. Ahora todo el mundo contento de que la operación haya acabado bien. Una vez me he asegurado de que se han tomado todas las precauciones necesarias para pasar la noche, me vence el cansancio y me dejo caer encima de los matorrales sin hacer caso de los pinchos que me atraviesan el uniforme. Al rato noto que alguien me  cubre con una manta.

Apenas amanece el día 13 cuando se me llama al puesto de mando junto a la carretera.  Allí me espera el antiguo consejero del Estado Mayor de nuestra Brigada, el camarada Nikolai, y me comunica que el general Walter me ha nombrado comandante del sector, que los restos de la Brigada se encuentran en las cercanías y pronto llegarán. Debo buscar enseguida al comandante  de la XV Brigada e informarle que ahora está bajo mis órdenes. El comisario de guerra que está destinado allí habla perfectamente alemán y no tenemos ningún problema para entendernos, pero el comandante rechaza la subordinación de sus tropas si la orden no le viene dada por escrito. No puedo censurarle por ello e informo en consecuencia a Nikolai del resultado de nuestra conversación, sobre el cual se muestra muy disgustado. Pero cuando le aclaro que yo en lugar del comandante de la XV Brigada hubiese hecho lo mismo, rápidamente queda el caso resuelto.

Entonces el comandante me informa de que dispone de muchas ametralladoras ligeras y semipesadas, pero que le falta la munición. Mientras nos despedimos aún me aclara que confía completamente en sus hombres y que se ocupará de que la posición sea ampliada lo más rápidamente posible. Nos despedimos como camaradas con un apretón de manos. Ahora llegan dos tanques y un cañón antitanque que hago instalar a nuestro lado porque en nuestro flanco izquierdo se extiende un valle orientado al norte por el que el enemigo podría avanzar. Cuando después llega el resto del Batallón Thälmann, bajo la dirección del gordo Antón, le mando ir a ocupar esta posición. Entre todo contamos con una fuerza de unos trescientos hombres.

Cuando estoy controlando con dos camaradas la posición, aparece un avión explorador de la Legión Cóndor que nos sobrevuela a baja altura trazando círculos. Al acercarse a donde estamos lo ponemos en nuestro punto de mira y parece que algún disparo le ha acertado pues gira hacia el norte y se balancea por encima de la colina. Corremos hacia allí y vemos que sobrepasa aún dos colinas y luego las copas de los árboles nos lo tapan y ya no le vemos más.

Entre las 14 y las 15, cuando una patrulla está en camino para tomar contacto con la XIII Brigada que se halla bastante más hacia el oeste, oímos por nuestro flanco izquierdo un fuerte fuego. Dirijo ambos tanques a la cercana altura y veo que una sección de caballería enemiga  ya ha pasado por nuestro flanco derecho y se precipita en dirección a la posición de nuestra artillería. Mientras los tanques disparan, caen muy cerca de nosotros proyectiles pesados cuyos pedazos vuelan alrededor de las orejas.

Por la procedencia de las explosiones se puede deducir que estamos siendo bombardeados por nuestra propia artillería. Hecho una furia le grito al enlace que llame inmediatamente a la artillería para que dirijan su fuego contra la caballería. Otra salva de disparos explota aún junto a nosotros; después el fuego se dirige contra los jinetes que se encuentran en una peligrosa cercanía de las baterías. Se dan la vuelta y retroceden bajo el fuego unificado de todas nuestras fuerzas. Poco después viene del ala izquierda la información de que el enemigo también tenía preparados treinta y dos carros blindados, que se han visto obligados a retroceder junto con la caballería. ¡Demonios! otra vez…  ¡ya me gustaría haberlo visto!

(En un encuentro de antiguos brigadistas en 1956, uno de los que entonces eran enlaces se me acercó y me dijo:”Willi, ¿te acuerdas aún de la posición del kilómetro 7 de la carretera Híjar-Alcañiz, cuando nos hiciste correr al teléfono para llamar a la artillería? Pues no teníamos ninguna conexión, pero tú estabas tan furioso que cualquiera te lo decía…”)

Después reina la calma de nuevo y por ahora no hay que contar con un ataque enemigo, así que voy a la posición de la artillería para tener unas palabritas serias con el jefe respecto al cañoneo. Allí me entero de que éste no tenía ni idea de la presencia de nuestros tanques y por eso creyó que eran enemigos y dirigió sobre ellos el fuego; la caballería fue vista cuando emergió peligrosamente cerca de las baterías y en ese momento empezaron a tirotearla y la hicieron retroceder. Le aclaro la situación y le pido que envíe un observador a nuestra posición.

En el camino de vuelta veo cómo nuestros tanques disparan hacia el oeste; allá, en una altura hay parado un grupo de oficiales enemigos que observan la zona. Como los disparos caen por lo menos quinientos metros por delante de ellos, les grito a los tanquistas que paren el fuego inmediatamente. Cuando llego a donde está el que los manda se me queja de la orden; en su opinión con los siguientes disparos habrían aniquilado el grupo enemigo. Como los camaradas siguen renegando no me queda más remedio que dejarles que escarmienten por si mismos. Así que les dejo preparar un cañón que se debe disparar a una señal mía y voy con uno de los tanquistas algunos metros hacia atrás. Mientras él observa el grupo de los oficiales doy la señal de fuego. Veo la desilusión de mi acompañante cuando ve la distancia a la que ha caído el disparo y dejo que él mismo se lo cuente a sus camaradas.

El día sigue tranquilo, pero durante la noche del [13 al] 14 de marzo viene el general Walter a nuestro campo de batalla para tener una reunión con los oficiales. En ella nos aclara que se encuentran ya avanzando hacia Alcañiz grandes fuerzas enemigas y que nosotros debemos estar dispuestos a marchar; después se va. A las 4 de la madrugada llega la orden de retirarse en la oscuridad en dirección Alcañiz-Caspe. Debo formar la retaguardia con los camaradas de la XI Brigada, para lo cual se me entregan dos tanques y un grupo de caballería de veinticuatro hombres. Inmediatamente se envía un enlace al ala izquierda con la orden de que la compañía que está allí retroceda por el valle hasta el kilómetro 8 y allí espere órdenes. Los restantes camaradas de la XI y la XV Brigadas deben reunirse en el puesto de mando, pero esto ocurre muy lentamente durante la noche y ya es casi de día cuando los camaradas han conseguido juntarse.

Envío un oficial al kilómetro 8 para que la compañía se prepare a formar la retaguardia con nosotros.  Mientras hablo con tanquistas y miembros de la caballería viene con comida Otto, el sargento mayor de nuestro batallón. Le envío enseguida hacia atrás. Se debe ocupar de los camaradas del kilómetro 8 y después ha de poner la cocina , que se encuentra cerca de Alcañiz, lo más rápidamente posible en sitio seguro hacia Caspe. Después viene el oficial del kilómetro 8 y dice que allí no ha encontrado a nadie. Como después sabré, allí ha llegado el general Walter con algunos camiones para recoger por lo menos a una parte de la tropa. Cuando le dijeron que la compañía que estaba allí debía aguardar órdenes, la mandó subir y viajó con ella.

Con esto se da una nueva situación y le pido al comandante de la XV Brigada que se encargue de la retaguardia mientras yo me quedo con los tanques y la caballería. Está de acuerdo. Cuando nos marchamos ya tenemos encima un avión de reconocimiento que no nos molesta. Robert Aaquist ha pedido seguir conmigo. Encima de un tanque, con los fusiles a punto, acompañamos a la retaguardia.

Tras algunos kilómetros podemos comprobar que la marcha se ha roto completamente y que cada vez más camaradas se van quedando atrás de puro agotamiento.Hago parar un tanque y ordeno que alternativamente se quede un tanque detrás para recoger a los rezagados y llevarlos algunos kilómetros hacia delante. Así que los tanques se convierten en una columna de transporte y nadie se queda detrás…

Durante la marcha nos encontramos a los camaradas de la XIII Brigada, que vienen del terreno del oeste de la carretera y se añaden a nuestra columna. Después viene un motorista con la orden de hacer avanzar a dos de los tanques, y apenas se han marchado, viene la orden de enviar a todos los tanques restantes hacia Alcañiz. Como quiero saber qué pasa allí, me voy con el último tanque que se marcha.

Pasamos por delante de una unidad española que está situada al oeste de la carretera con artillería para nuestra defensa. De pronto vemos cómo los grupos que están delante de nosotros abandonan la carretera y corren hacia unos campos de olivos al este de la carretera. En ese momento oímos por detrás de la colina que tenemos delante un fuerte tiroteo y el aullar de los motores de aviación. Cuando subimos a la colina aparece un oficial español corriendo y nos dice que una columna enemiga ha llegado a la carretera delante de Alcañiz. Así que tenemos cortado el camino hacia allí.

Mando a los dos tanques que se dirijan a unos campos de olivos que se halla a unos quinientos metros y que se pongan allí a cubierto y hacia allá se retiran también los camaradas que van detrás de nosotros, entre ellos  la caballería. Aquí acuden también parte de la XIII y de la XV Brigadas con sus comandantes y con ellos discutimos qué hay que hacer a continuación. Conmigo hay unos setenta hombres de la XI Brigada y el mismo número aproximadamente de las otras dos, así que tenemos una columna de más de doscientos hombres y además los veinticuatro de caballería y los dos tanques. Sobre la carretera encontramos abandonado el fuselaje de un avión enganchado a un camión que nos había adelantado hacía poco.

Durante este tiempo resuena sobre la carretera un prolongado combate aéreo, aunque nosotros no somos molestados por la aviación. Como no podemos ir por la carretera, decidimos pasar por la Sierra de Vizcuerno hacia Caspe. La caballería debe ir buscando el camino más adecuado en cada momento para los tanques sobre el destrozado terreno. Cuando desaparecen los aviones y nos ponemos en marcha, vemos venir por la carretera dos baterías con sus caballos a galope tendido. Enviamos a algunos soldados de caballería para hacernos con ellas pero cuando llegan a la carretera las baterías ya han pasado y caen en manos del enemigo. Después de algunas horas de fatigoso avance me llama en un aparte el camarada Nikolai y me informa de que un campesino le ha dicho que Caspe ha sido tomada por los fascistas…

No me lo acabo de creer. Pero puesto que somos bastante fuertes aún, podremos pasar de alguna manera. Lo principal es que nos mantengamos tranquilos. Pero la noticia se debe haber difundido pues al cabo de un rato encuentro un montoncito de papeles rotos y un documento del Partido en tan pequeños trocitos que no se puede ver el nombre. Cuando poco después de este descubrimiento encuentro otro montoncito de papeles en igual estado, llamo a los compañeros de confianza y les explico la situación. Se han de dirigir a los grupos que marchan dispersos, hablar francamente con los camaradas y dejarles claro que en caso de necesidad nos abriremos camino de cualquier manera. Con los prismáticos observo los grupos aislados y compruebo que aparentemente todo está tranquilo.

Es oportuno citar aquí un artículo  que bajo el título “Juicio sobre el POUM” apareció en octubre de 1938 en el periódico de Basilea “Rundschau”:

 

“La agencia trotskista del fascismo jugó un papel infame en la ruptura del frente de Aragón en los meses de marzo / abril de 1938.

Juntamente con los fascistas los espías trotskistas desplegaron una rabiosa actividad, favorecieron la ruptura del contacto entre las unidades aisladas que luchaban en este frente. Mano a mano con los fascistas  se ocuparon de desmoralizar a las unidades combatientes y mediante la propagación de falsos rumores causaron una catástrofe en el frente. Intentaron crear pánico haciendo correr entre las filas de las tropas republicanas la mentirosa información de que estaban rodeadas por el enemigo. Aseguraron a las agotadas tropas  que el enemigo disponía de columnas motorizadas, cuando eso no era verdad. Susurraron que las divisiones que estaban en el flanco de ésta o de aquella unidad habían abandonado el frente. En una serie de casos sus agentes dieron la orden de retroceder cuando en realidad no se había dado tal orden. Sabotearon de todas las maneras posibles las órdenes del Estado Mayor sobre la construcción de fortificaciones bajo el falso reproche de que los obstáculos naturales las hacían innecesarias. En parte construyeron las fortificaciones, allí donde lo hicieron, de tal manera que le pudieran servir al enemigo, pero no a las tropas republicanas que defendían este o aquel sector…”

 

Así pues el “valiente” campesino con su información sobre la caída de Caspe debía ser un miembro de esta organización. Esta sospecha aún se refuerza más por el hecho de que Caspe, hasta poco antes del principio de nuestra ofensiva en Aragón en agosto de 1937, fue la sede del “Consejo de Aragón”, enemigo del gobierno. Sobre ello escribe también Dolores Ibarruri en su libro El único camino: Con la entrada de las unidades de Líster en Caspe y la disolución del Consejo de Aragón se acabó aquí el dominio de la FAI. Se puso término a los excesos de los “incontrolados” y el orden republicano fue restaurado…”

Retrocedemos otra vez y surge por nuestro lado oeste una tropa que lleva una bandera republicana. Comprobamos que se trata de un batallón español que ocupaba una posición en las montañas entre Híjar y Caspe y que igualmente retrocede hacia Caspe.

Al final de la tarde observo que delante de nosotros algunos camaradas alcanzan la cima de una colina, desaparecen y no vuelven a aparecer. Cuando llego allí veo que sobre la carretera de Alcañiz a Caspe hay dos soldados junto a un coche y que observan los movimientos sobre el terreno. Mirando con los prismáticos compruebo que se trata de dos oficiales del Estado Mayor que conozco, Guimpel y Bauer. O sea que Caspe aún está libre. Unos cuantos gritos de montaña a montaña difunden la buena noticia y la marcha a campo través prosigue; cada cual procura llegar a la carretera lo más rápidamente posible para tener bajo los pies un suelo firme.

Apenas me acerco a ellos dos y los saludo, me piden que vaya con ellos a donde está el general, que espera muy intranquilo noticias sobre la suerte de las unidades de su División. Cuando llego a donde está, le tengo que informar con todo detalle de los sucesos de este día. Después dice el general: “Recoge a tu gente y llévala al cruce de la carretera donde hay un coche cocina con comida. Después de comer marcháis a través de Caspe a un bosque que está a un kilómetro y medio, allí podéis pasar la noche tranquilos. Mañana nos veremos de nuevo”.

Marchando hacia Caspe me sobreviene, después de las angustias de los últimos días, un singular sentimiento de tranquilidad cuando veo cómo sobre la carretera hacia Alcañiz patrullan los tanques y en las montañas de alrededor el fuego de las tropas en la oscuridad ofrece un maravilloso espectáculo. Una vez llegamos al bosque nos echamos sobre el blando suelo que es la mejor cama y pronto todo está sumido en una profunda quietud.

 

15 marzo. El Estado Mayor de la División me reclaman apenas se hace de día. Recibo la orden de adelantarme con mi grupo por la carretera Caspe-Escatrón-Azaila y asegurar el puente que se halla sobre un afluente del Ebro junto al pueblo de Chiprana. Ponen a nuestra disposición dos camiones, uno de ellos con un cañón antitanque  remolcado y dos tanques que aún no han llegado y que nos deben seguir. Envío con el primer vehículo como grupo delantero una sección de escandinavos bajo el mando de Karl Ernstedt para que tomen posición en el puente hasta que lleguemos los demás. Inmediatamente después está preparado el camión con el antitanque, con el cual parte el segundo grupo bajo el mando del teniente austriaco Bruno Nebelhardt. En mi lugar viaja el camarada “Antón”, ya que yo he de volver al Estado Mayor.

Allí me comunica el general Walter que el resto de la XI Brigada, y también parte de la XV, ha de ir detrás, y las pone bajo mis órdenes. Un camión me lleva hasta la entrada de Caspe y allí debo ver la manera de seguir. Al abandonar el lugar recibo una desagradable sorpresa: los últimos camaradas que se han ido vuelven a mi encuentro y me comunican que su vehículo ha sido atacado por una patrulla de cazas enemigos y mientras que ellos se han podido poner a cubierto el camión con municiones ha sido alcanzado por una bomba y ha volado por los aires así como también el cañón.

Sobre la suerte de la sección escandinava no saben nada. Sabré más tarde que ésta ha chocado con la vanguardia del enemigo y que ante su superioridad se ha tenido que retirar a las colinas al sur de la carretera, donde se quedan hasta la tarde. En el inesperado choque han sufrido bajas y sólo vuelven once hombres.

Mientras seguimos adelante vienen volando a baja altura los aviones y disparan a todo lo que se mueve en el terreno. Escondiéndonos de árbol en árbol entre los olivares, nos acercamos a la carretera que va a Azaila desde donde se oye el ruido de una tropa que se acerca. Por suerte vienen los dos tanques que nos debían seguir y mientras uno avanza por la carretera llevo el otro a la cercana colina. Desde ella vemos ondear las banderas fascistas delante de nosotros, pues ahora todo sucede muy rápidamente. Cuando la primera columna enemiga está muy cerca de nosotros nuestro fuego rápido es muy activo y obliga al enemigo a retroceder. Este no se atreve a atacar hasta la tarde. Si hubiese sabido que en ese primer ataque sólo tenía delante dos docenas de hombres, el día habría acabado para nosotros de muy diferente manera.

Poco después llegan los camaradas de la XV Brigada y se dirigen a ocupar una posición al este de nosotros sobre la cresta de una colina que se alarga en dirección a un tramo de la carretera Azaila-Caspe. Exijo mucha vigilancia porque el bosque que se encuentra cerca del lugar ofrece muy buenas condiciones al enemigo. Mientras que nuestros primeros dos tanques permanecen en la posición, a otros dos que vienen después les mando que aseguren la carretera hacia Alcañiz. Por allí debe hallarse en alguna parte la XIII Brigada, pero no podemos establecer contacto con ella y las patrullas que enviamos con este fin vuelven sin éxito.

…Con los camaradas de la XV Brigada discuto la posibilidad de un ataque, ellos lo rechazan porque están agotados por los esfuerzos de los últimos días. Las horas pasan penosamente lentas sin que observemos movimientos enemigos. Al empezar a anochecer éstos atacan por sorpresa en el sector de la Brigada XV y después de un fuego muy fuerte veo cómo los camaradas retroceden, cruzan la carretera de Caspe y desaparecen por el bosque. Desde el sitio donde estoy en la carretera puedo ver bien cómo el enemigo avanza entre los árboles hacia nuestro sector y trata de situarse frente a los tanques que ahora se acercan a toda velocidad. Pero los tres primeros pasan de largo, los que los mandan me dicen que tienen falta de municiones. Al cuarto consigo obligarle a parar y le exijo que se sitúe junto a una casa y dispare a la infantería enemiga. El conductor al principio se resiste pero al final consigo que el tanque vaya marcha atrás hasta la posición para que en caso de peligro pueda escapar, el conductor está de acuerdo y poco después abre fuego. Todo esto ha sucedido en pocos minutos y no he tenido tiempo de observar qué está pasando en la carretera  que va a Azaila. Tengo que saber si nuestros camaradas están aún en la posición y me dirijo hacía allí con mi enlace español.

Apenas hemos andado cincuenta metros cuando el tanque sale zumbando a toda velocidad hacia Caspe. ¡Maldito sea!, pero… he de reconocer que el enemigo puede llegar en cualquier momento a la carretera y cortarle la huida. En el silencio que se produce ahora me sobrecoge un sentimiento especial y avanzo con mi camarada, bajo la protección de los árboles, a lo largo de la  pendiente de la izquierda de la carretera hasta el cruce de la carretera de Azaila. Aquí paramos y escuchamos en esa dirección pues se ha hecho ya de noche y nuestra posición parece estar abandonada.

A los pocos minutos se acerca por la carretera un vehículo con cadenas, que por el ruido parece una tanqueta italiana. Apenas ha parado en el cruce de la carretera cuando le sigue un tanque que también se para. Podemos oír cómo se hablan sus tripulaciones pero no podemos comprobar, por los muchos arbustos que hay entre nosotros y ellos, si son italianos o no. Los tanques están con los motores en marcha y esperamos a ver qué pasa. Pronto se oye el ruido de marcha de un grupo que se acerca y que yo estimo del tamaño de una compañía. Después viene un coche tocando la bocina y con eso ya tengo bastante, hay que desaparecer.

Al caminar debemos de haber roto un tronco seco, porque detrás de nosotros empieza un tiroteo reforzado por el estallido de granadas de mano. Pronto hemos alcanzado el borde de una estrecha faja de bosque, seguimos corriendo por  un campo de trigo y nos dejamos caer entre las plantas que tienen la altura de nuestras rodillas, a ver si nos persiguen. No se ve ningún enemigo, aunque el tiroteo se mantiene un largo rato. Después se hace de nuevo el silencio y reemprendemos la marcha a través del bosque que se extiende delante de nosotros y que llega ascendiendo hasta Caspe.

Cuando atravesamos el bosque oímos la llegada de tropa y por los gritos y cordiales maldiciones con que acompañan sus tropezones por el oscuro bosque, conocemos que son nuestros amigos de la XV Brigada que de nuevo nos preceden. Busco al comandante y le indico la situación de la carretera, ante lo cual él decide que sus tropas nos precedan con el mayor silencio posible.

Poco antes de Caspe encontramos un batallón de la XIII Brigada que se halla aquí en reserva y a cuyo comandante informo también de la situación que dejamos detrás. Finalmente encuentro al general Walter, que se halla hablando en su coche con un oficial búlgaro y que me recibe con las siguientes palabras no precisamente cordiales:

–Por todos los demonios, ¿por qué no has enviado en las últimas horas ninguna información?

–Porque en las últimas horas no había nada nuevo que contar y porque en el último ataque del enemigo ocurrió todo tan rápido que no hubo tiempo para un informe. Además sólo disponía de un enlace y lo he querido tener a mi lado, naturalmente.

–Vale. Cuenta lo que ha pasado, pero toma primero un buen trago

Después del “buen trago” informo extensamente sobre el transcurso del día hasta lo que hemos podido comprobar en la carretera. Informo también del comportamiento de mis acompañantes que en situaciones críticas no han mostrado ni angustia ni signos de nerviosismo. El general está satisfecho, habla brevemente con su acompañante y de nuevo se dirige a mí:

–Bien, vete ahora con tu grupo a cenar. Pero después estad preparados porque esta noche aún realizaremos un contraataque con la protección de tanques.

Esto ya son buenas perspectivas, me parece, mientras voy a buscar a mis camaradas para preparar lo que va a venir. Un momento después viene el camarada Nikolai con la orden de que debemos avanzar al norte de Caspe en dirección oeste por la carretera de Azaila. Tiene la misión de acompañarnos hasta la posición de salida y así bajamos hacia el valle por las afueras del este del pueblo, entre huertos sobre terrazas. Allí nos deja Nikolai y seguimos por un paso por debajo de la vía del tren.

Pronto aparece delante de nosotros una sección enemiga acampada ante un buen fuego. Al acercarnos nos recibe un fuerte tiroteo, lo que demuestra que tenemos que enfrentarnos a un enemigo que es muy superior a nosotros. Emprender un combate nocturno aquí con mi pequeño y agotado grupo es, creo, demasiado atrevido; así que, tras un corto intercambio de tiros, doy la orden de retroceder por el terraplén de la vía. Aquí emplazamos nuestra única ametralladora –al jefe de la Compañía, Vicent lo hemos vuelto a encontrar en Caspe con su ametralladora– y, tras repartir las guardias, mando a los camaradas descansar detrás del talud de la vía.

¿Qué pasa ahora? ¿Se ha suprimido el ataque o ha tenido lugar en la carretera? En todo caso, todo está tranquilo y no se oye ningún ruido de combate. De vez en cuando una patrulla baja del pueblo, pero nada sabemos de ellos. Con una de las patrullas viene un camarada negro, de Sudamérica, que se queda conmigo y me dice que antes ha visto señales de luces en el pueblo. Inmediatamente me pongo a observar y tras mirar mucho rato su elevada silueta recortada contra el cielo nocturno, no percibo ninguna señal. Para cerciorarme de la situación real me voy al pueblo con este camarada, al que supongo de la XV Brigada. En su Estado Mayor encuentro algunos oficiales que no me pueden informar sobre la situación general. Cuando vuelvo, el mencionado camarada viene otra vez a mi lado y me doy cuenta de que pertenece al Batallón “Thälmann”. Bien, puede permanecer tranquilamente conmigo.

Aquí conviene decir algo sobre la situación en la retaguardia: A causa del resultado de la ofensiva enemiga y de la actividad de la “quinta columna” se ha extendido una creciente inseguridad y se habla ya de capitulación. En esta amenazadora situación el pueblo, bajo la dirección del Partido Comunista, se muestra decidido. En Barcelona la más grande manifestación habida hasta ese momento se dirige a la sede del Gobierno donde una delegación de todos los partidos expresa la exigencia del pueblo de seguir la guerra y de echar del Gobierno y del Ejército republicano a los elementos dudosos.

Al volver la delegación, Dolores Ibarruri, Pasionaria, anuncia: “El presidente del Gobierno, Dr. Negrín, se hace responsable de que España no capitulará ni ante el fascismo, ni ante los invasores extranjeros”. Esta noticia es trasmitida enseguida por los traidores al enemigo, pues esa misma tarde del 15 de marzo los aviones italianos y alemanes inician un horrible bombardeo sobre Barcelona que dura, noche y día, hasta el 18 de marzo. Se trata de doblegar al pueblo. Pero no lo consiguen; al revés, la voluntad de lucha del pueblo se fortalece. Especialistas militares de los países capitalistas escriben al respecto: “La guerra española ha mostrado que la población civil no se desmoraliza con los bombardeos. Los tres días de bombardeo en Barcelona han sido un fracaso y demuestran lo dicho. La población civil ha reaccionado ante los bombardeos con una decisión aún mayor de proseguir la guerra”.

A pesar de todo, debido a la perniciosa actividad del ministro de guerra, Prieto, no hay reservas en nuestros frentes, donde tropas dispersas y diezmadas intentan una y otra vez con grandes sacrificios parar el avance continuo del ejército enemigo.

 

16 marzo

 

En la mañana del 16 la artillería enemiga empieza el bombardeo de Caspe y alrededores y luego avanza la infantería. En ese momento dos de nuestros tanques llegan a la estación, cercana a nosotros, y envío allí un oficial para dirigirlos hacia una posición desde donde su fuego pueda obtener más resultado. Poco después, cuando los tanques se han retirado, comprobamos que no tenemos contacto con otros sectores pues los enlaces enviados vuelven sin haber encontrado ningún Estado Mayor.

Inmediatamente me dirijo con algunos oficiales al pueblo, donde sólo encontramos grupos que se retiran. Ante esto también nosotros abandonamos nuestra posición. Doy la orden de que la ametralladora retroceda inmediatamente por el valle en dirección a Maella y de que se instale de nuevo en una nueva y adecuada posición sobre la carretera. Los servidores de la ametralladora se ven envueltos, mientras marchan, en un enfrentamiento en el que el jefe de la compañía y otros camaradas son heridos.

Nuestra columna marcha por la carretera hacia el bosque en el que habíamos pernoctado la noche del 14 al 15. En el camino oímos que las tropas de la 45 División, bajo el mando de “Hans”, están en marcha para relevar a nuestra División. En el bosque dejo descansar por primera vez a los camaradas, la mayoría de los cuales ya casi no puede ni andar. Aquí por fin oímos algo de nuestra Brigada cuando dos camaradas, entre ellos el austriaco Sepp Scanner, llegan con comida para nosotros. Ahora quedamos aún cuarenta y cuatro hombres porque de los iniciales setenta una parte están heridos o en otras unidades. Pero somos reforzados por algunos camaradas dispersos que el general Walter nos envía.

Mientras me lanzo con un acompañante a buscar el Estado Mayor de la 45 División, los camaradas han de permanecer aquí en descanso, pero preparados para marchar. En las cercanías del río Guadalope encontramos finalmente el Estado Mayor y me dirijo al comandante “Hans” para saber si debemos continuar donde estamos. Este me pide que en principio permanezca con mi grupo cerca de la carretera para encaminar a las unidades de la XIV Brigada que retroceden hacia el puesto de mando.

En el camino veo cómo uno de los oficiales le murmura algo al jefe, por lo que éste se dirige a mí y me pregunta.

–¿Eres Willi Benz, el comandante del Edgar Andrè?

–Naturalmente ¿por qué?

–Entonces disculpa que te haya hecho este encargo

–¿Por qué? Tengo mucho gusto de cumplir esta misión con mis hombres.

–No, déjalo, esto lo pueden hacer otros. Vuélvete con tus hombres a la otra orilla del río Guadalope  y quédate allí en alerta.

 

Cuando llego al lugar de descanso mando marchar a mi grupo hacia allí, mientras que yo con un oficial emprendo una pequeña excursión por el terreno al sur de la carretera, donde el enemigo está disparando con su artillería. Desde una colina podemos observar cómo avanzan hacia allí, desapareciendo en las hondonadas, unidades de infantería. Corremos al Estado Mayor a comunicarlo, pues no hemos visto que haya por allí ninguna tropa preparada. Entre tanto nuestro grupo ya está cerca del río y oímos procedente de allí un fuerte fuego. Corremos hacía la altura más cercana y desde ella tenemos una buena vista del terreno hasta el río. Cerca del puente un grupo enemigo ha ocupado una colina y ahora intenta llegar hasta el puente. Aparte de nuestro grupo se encuentran allí restos de la XIII y la XV Brigadas, que se enfrentan con el enemigo para hacerle retroceder. Allí se produce una de las más estupendas batallas que yo he visto, aunque desgraciadamente desde donde estoy apenas puedo captar algo ya que la distancia es demasiado grande.

Nuestras fuerzas han empujado de nuevo al enemigo a la colina con ayuda de dos tanques y dos vehículos acorazados, pero detrás viene otro grupo al ataque. Ahora la cosa va de aquí para allá; a veces se llega al combate cuerpo a cuerpo y se ve que nuestros combatientes son superiores en valor al enemigo. Poco a poco éste es obligado a retroceder y los camaradas están ya de nuevo junto a la colina cuando el fuego de los tanques se detiene debido a la falta de municiones. La circunstancia es utilizada de nuevo por el enemigo para volver a avanzar, pero no llega muy lejos, pues los nuestros se mantienen firmes sobre una pequeña elevación y gracias a ello el puente queda a salvo. En este combate ha habido en nuestro grupo algunos heridos que deben ser llevados a retaguardia y atendidos. La ayuda llega demasiado tarde al camarada Theo Körner, que ha sacrificado su joven vida por el cumplimiento de su deber lejos de la patria.

Entretanto hemos observado caballería enemiga al sur y ahora oímos que las tropas de la 45 División han sido retiradas de la zona de Caspe porque el punto central de la lucha se ha trasladado hacia aquí. Para la tarde se espera un gran ataque enemigo, lo que se confirma cuando poco antes de la caída del sol la artillería ataca y al mismo tiempo varias escuadrillas de la Legión Cóndor aparecen para preparar el ataque. Pronto se oye por todas partes un alegre griterío: “¡Nuestra Gloriosa!”, que es como los españoles afectuosamente llaman a nuestra aviación. Ahora vemos cómo una escuadrilla de nuestros aviones se lanza en un rabioso ataque sobre los sorprendidos enemigos y los persiguen. Después vuelven los nuestros y trazan círculos balanceando las alas, a modo de despedida sobre nuestras posiciones. Tras este ataque las fuerzas enemigas no se atreven a atacar de nuevo. Pasado el peligro busco a nuestros camaradas que están junto al río y que piden insistentemente ser relevados. Pero están dispuestos a quedarse después de explicarles que voy a ir a buscar inmediatamente al Estado Mayor de la 35 División para saber qué hemos de hacer ahora. Después hablo con el comandante de un batallón español que se ha instalado por allí y le pido que se ocupe de mis compañeros hasta que yo vuelva, cosa que me promete hacer.

Con mi acompañante, un teniente de la zona del Rhin, me dirijo hacia la otra orilla donde hay una colina en la que se debe supuestamente, encontrar el Estado Mayor. Pero una vez allí comprobamos que es el Estado Mayor de una división desconocida y que nadie nos puede decir dónde se encuentra el Estado Mayor que buscamos. ¿Qué hacemos ahora? Buscar de noche no tiene sentido; nos volvemos a la carretera y nos dejamos caer por primera vez para fumar un cigarrillo con tranquilidad y… entonces nos despierta el ruido de una columna que se acerca… Nos enteramos de que las posiciones del lado oeste del río son abandonadas para trasladar hacia aquí las nuevas posiciones. Reencontramos a nuestros camaradas de entre esta masa de hombres y un teniente me hace graves reproches porque los he dejado plantados, pues desde la madrugada han estado solos en la posición y con el enemigo al lado. Le digo que ya hablaremos más tarde del tema porque ahora tengo otras preocupaciones.

 

17 marzo

 

Hoy es el sexto día que estamos en acción a las órdenes del general Walter como una unidad separada de nuestra Brigada. Como quiero prever lo que va a pasar, mando a los camaradas descansar en un barranco, protegidos del fuego enemigo y me voy a buscar un lugar apropiado para el caso de que tengamos que volver a intervenir, pues, para empezar, aquí reina un considerable desorden. La mañana pasa relativamente tranquila, sólo los aviones de observación enemigos están constantemente sobrevolándonos.

Por la tarde ataca la aviación enemiga y cubre la carretera y los valles con bombas y fuego de ametralladoras. Cuando voy a la carretera a Maella encuentro al jefe del Estado Mayor de nuestra Brigada que trae la orden de que nos repleguemos hacia donde ésta se encuentra. Hemos de ponernos en marcha enseguida, se nos dice que después seremos recogidos por camiones en el camino. Mientras estamos hablando viene un avión en vuelo rasante y ataca a un vehículo sanitario que pasa en ese preciso momento. La bomba explota entre nosotros y el coche y mientras nosotros quedamos cubiertos de tierra, el coche, por la fuerza de la explosión, se levanta de un lado, corre un tramo sobre dos ruedas, se endereza de nuevo y sale corriendo otra vez. ¡Bonita despedida!

Reunimos pronto a nuestras tropas y nos marchamos; a algunos kilómetros de distancia nos recogen unos camiones y por la tarde estamos finalmente “en casa” donde los “vagabundos” somos saludados con entusiasmo. Se abrazan los amigos que se encuentran de nuevo, se saludan con golpes en la espalda y no se acaban las preguntas y respuestas. ¡Los jóvenes ya tienen algo que contar! Voy al Estado Mayor donde encuentro al comandante Gustav Szinda, que provisionalmente manda la Brigada. Para un informe detallado ya habrá tiempo mañana, así que vuelvo con los camaradas y en un hoyo de la tierra arreglado con unas ramas me quedo pronto dormido.

 

Echemos otra vez una mirada atrás. En el último número de “El voluntario de la libertad” apareció posteriormente un resumen titulado “Dos años de Brigadas Internacionales”:

10 marzo – entrada en acción cerca de Codo

12 marzo – caen el comisario de brigada, nuestro camarada Richard Schenk, y el oficial de Estado Mayor Fernando Klamm (hermano del comandante del batallón Ernst Thälmann, Fritz Klamm, caído junto a Teruel).

13 marzo – retirada hasta Híjar y Alcañiz

14 marzo – estabilización del frente junto a Caspe. La canción de los héroes de los “70” ante Caspe, bajo la dirección del comandante del batallón, Benz

15 marzo – duros combates junto a Caspe

Después del día 15 reorganización de la Brigada junto a Batea.

 

Pero sobre lo sucedido esos días aún se debe decir alguna cosa: cuando las fuerzas enemigas, después de la ruptura junto a Belchite, avanzaron sobre la carretera Azaila-Quinto, se retiró el Batallón 12 de febrero, que estaba allí en reserva, hacia Quinto, mientras  el comandante Emil Reuter se encontraba en el Estado Mayor de la Brigada. Allí, en las cercanías, atravesó el Ebro, retrocedió hacia el sur y se juntó de nuevo con su Brigada al cabo de una semana.

Los batallones “Thälmann” y “Hans Beimler” se retiraron con el Estado Mayor de la Brigada desde Vinaceite atravesando la zona en dirección a Híjar. Sobre la marcha fueron atacados por el enemigo y  se dispersaron. En esa circunstancia cayó el comisario de guerra de la Brigada, Richard Schenk. En el tiroteo de Híjar en la tarde del 12 del marzo, el Estado Mayor de la Brigada fue también dispersado. Ya he contado que allí encontré al jefe de la Brigada. Cuando éste se dirigió herido a la casa de reposo de la 35 División cerca de Valls, encomendó el mando a un teniente amigo –entretanto muerto – que no estaba preparado de ninguna manera para esta tarea y por ello impidió la decidida entrada en acción de la Brigada en los días siguientes.

Cuando el 13 de marzo fui nombrado comandante del sector en el kilómetro 7 de la carretera Híjar–Alcañiz, exigí al camarada Nikolai la reunión de todas las partes de la Brigada, pero sólo una pequeña parte de la misma apareció en la posición. La mañana de ese día partió el nuevo jefe con el resto de la Brigada y comunicó después que ya se encontraba desde el mediodía junto a Caspe. Desde allí la tropa debía avanzar de nuevo para cubrir nuestra retirada, pero en lugar de eso se retiró en dirección Maella-Gandesa. Así que durante los últimos días solamente los “setenta” de la XI Brigada estuvimos en el frente.

Cuando en la mañana del 18 de marzo llego al Estado Mayor, me quedo asombrado de la gran cantidad de camaradas que encuentro allí vendados o cojeando. Cuando pregunto qué buscan, el jefe me aclara que estos “desertores” vienen del hospital porque quieren participar en la lucha. Hay que investigar el estado de los camaradas, según el cual una parte ha de volver a ser enviada al hospital porque por su estado son incapaces de entrar en combate.  ¡Bravos muchachos, que sienten en su corazón el destino de la Brigada, pero que han de obedecer! Cuando quiero proceder a formar el Batallón de nuevo, me aclara el camarada Szinda:

–Eso lo hará el camarada Hermann (Wittmann). Ya se han juntado una serie de antiguos heridos y entre ellos el holandés Piet, que ahora organiza una Compañía de holandeses. Tú te vas a Valls a descansar 10 días a la casa de reposo de la 35 División.

–Pero no viene al caso que yo me vaya si el Batallón sigue aquí. Tengo que estar con él.

–¡Ésta vez se hará sin ti; o te vas hoy o no te vas de ninguna manera!

–Maldita sea, algo de tranquilidad ya necesito… Así que… vale. Me iré.

Finalmente me voy con Emil Reuter, jefe del Batallón 12 de febrero, y con algunos otros camaradas; a última hora de la tarde llegamos a Valls. Mientras los camaradas nos preparan un buen baño y hablamos con ellos sobre los sucesos de los últimos días, me llama el jefe de la Brigada. Este me lanza la pregunta a bocajarro:

–¿Por qué has dado en Belchite orden de retroceder?

–No entiendo bien ¿que yo he dado orden de retroceder? Esto es el colmo. Te puedo asegurar que no he dado tal orden.

–Bien, ¿ha dado pues la orden uno de los jefes de Compañía?

–Tampoco, de esos camaradas respondo yo. El enemigo ha sobrepasado nuestra posición que hemos defendido ocho hombres hasta que el primer tanque ha estado a 50 metros de nosotros. Después, es verdad, tuvimos que retroceder los últimos. ¡Eso fue así y no de otra manera!

–Bien, no te enfades y siéntate. Aquí tienes un coñac, cuéntame cómo fue todo.

Después de todo lo que hemos pasado, no se enfada ya ni el demonio. Así que, aparentemente soy yo el responsable de la retirada de la Brigada y de todo lo que después ha pasado a causa de ello. Me tengo que serenar  para informar sobre todo lo que he vivido y he visto en los últimos días. Finalmente puedo meterme en el bien ganado baño.

Cuando al día siguiente los de los “permisos por descanso” nos damos un paseo por la ciudad me invade, ante una sastrería de uniformes, el temerario deseo de tener un uniforme como toca, cosa que hasta ahora nunca he tenido. Así que entro y el sastre está dispuesto a tenerme el traje a punto para el sábado de la semana siguiente. Quedamos en celebrar ese día la nueva adquisición… Así que el sábado se recoge el uniforme. Estamos alegres como niños, pero cuando ese día veo un coche del Estado Mayor de la Brigada en el patio de la casa de reposo me da en la nariz que esa tarde no va a haber fiesta. Efectivamente, en el comedor encontramos al jefe de Operaciones, Otto Höpnner, que viene a recogerme para una intervención especial de nuestro Batallón. ¿Qué hacer? Es una pena llevarme el uniforme al frente y Otto está dispuesto a estrenarlo delante de su novia que trabaja en un hospital cerca de Vich. En pocas palabras: ni lo llevo ni lo vuelvo a ver.

En el Estado Mayor me entero de que el Batallón está ya preparado en la carretera Batea-Maella, que estamos directamente a las órdenes del Estado Mayor de la División y que me debo presentar inmediatamente al general Walter. El general me informa de la situación en el frente y de cuál va ser nuestra misión:

“Fuertes fuerzas enemigas avanzan por la carretera Zaragoza–Lérida y se acercan a la ciudad de Fraga. Es posible que el enemigo también avance hacia el sur en dirección a Mequinenza para tomar el puente que allí atraviesa el Ebro. A esta zona han sido enviados grupos móviles de nuestras tropas, pero hemos perdido el contacto con ellos. La situación en el tramo del frente entre Caspe y la carretera Maella-Mequinenza es también poco clara y existe la posibilidad de que el enemigo también haya penetrado por allí. Tu misión es que vayas con el batallón hasta Maella y desde allí con las correspondientes medidas de seguridad, hacia el norte hasta Mequinenza. Allí compruebas si el puente está preparado para ser volado y si no, haces lo necesario para preparar la voladura. Tú eres allí el jefe del sector y te ocuparás de poner una línea de defensa para impedir que el enemigo siga avanzando. El jefe de Estado Mayor, Guimpel, y el jefe de operaciones Bauer te acompañarán.  Así que… ¡ánimo¡”

 

No es una misión que carezca de peligro pero él sabe que el jefe del Batallón “Edgar Andrè” es de confiar. Hemos de partir esta misma noche. Pero mientras se prepara todo y llegan los vehículos ya ha amanecido el día 27 de marzo. El orden de marcha es el siguiente: en cabeza va una compañía de artillería con una ametralladora preparada sobre el techo de la cabina del conductor y la orden de ir por delante observando de colina a colina y comprobando que el terreno que tenemos delante y al oeste está libre de enemigos. Cien metros detrás sigue una sección de infantería con los dos citados oficiales y conmigo, así que en caso de necesidad podemos atacar inmediatamente. A una distancia conveniente, por el peligro de los aviones, siguen los otros vehículos.

Por el camino observamos una gran actividad de las escuadrillas enemigas, éstas vuelan hacia el este y no nos molestan. Así llegamos sin ser atacados hasta la última colina delante de Mequinenza que se halla al otro lado del Ebro. Mando primeramente que se descargue todo y me dirijo con los jefes de las compañías y los enlaces al puente, donde una sección de zapadores española está preparada para la voladura. Después de haberme presentado al jefe de la sección como comandante de todo el sector, les dejo bien claro que la voladura del puente sólo se ha de producir cuando yo lo ordene.

Después inspeccionamos los alrededores de la pequeña ciudad y encontramos una serie de galerías utilizadas anteriormente para sacar hulla. En una de ellas encontramos un almacén de municiones en el que aún hay un gran número de granadas de 45 mm, que nos llevamos para nuestros tanques y cañones antitanques. El director de estas instalaciones se niega a dárnoslo y sospecho que pensaba ponerlo en manos del enemigo. Decididamente mando venir a nuestros camiones y, a pesar de las indignadas protestas del hombre, se cargan dieciséis vehículos con la munición y se llevan a nuestro emplazamiento. El encargado del lugar recibe el correspondiente recibo antes de irnos a toda velocidad.

En las montañas entre Mequinenza y Fraga se halla aún una unidad española cuya plana mayor se encuentra aquí en el pueblo y allí nos enteramos de que el ejército enemigo ya ha alcanzado la carretera y de que una de sus secciones ya viene hacia aquí. Al este de la carretera se halla el río Segre, que baja de Lérida y desemboca en el Ebro justo en el pueblo. Al oeste se encuentra, a bastante distancia, una sierra con el pico de Montenegro, de 408 metros, y entre la sierra y la ciudad hay otra colina menor con un antiguo castillo. Es una zona poco apropiada para la defensa y por ello decidimos defendernos en las colinas al sur del río.

Tardamos bastante tiempo en ocupar las que van desde la desembocadura del Segre hasta la Sierra de los Rincones. Los dos cañones antitanques que hemos traído se sitúan directamente frente al puente con la misión de tenerlo a tiro en el caso que la voladura no resulte. Después controlo los preparativos en el puente, que están casi a punto e insisto en que sólo se proceda a la voladura cuando yo lo ordene. Luego me ocupo de encontrar un lugar adecuado para establecer el Estado Mayor.

Por la tarde el enemigo ocupa con sus tanques las alturas lejanas sobre el otro lado del río mientras yo estoy donde los cañones. Cuando me dirijo al Estado Mayor oigo que el comandante Guimpel se ha ido otra vez al puente. Mientras espero su vuelta suenan desde el río tres enormes detonaciones y el camarada Bauer, que aparece enseguida, comunica que el puente ha sido volado.

En el camino hacia el puente me encuentro al comandante Guimpel, que está convencido de que he sido yo quien ha ordenado la voladura anticipada. Informa que en el momento de la voladura –después me enteraré de que ha sido un oficial de otra división el que ha dado la orden– se encontraban aún un gran número de soldados y civiles en la otra orilla. También en nuestra orilla se encontraban cerca del puente muchos soldados entre los que hay un cierto número de heridos a causa de los pedazos de hierro y de cemento que han saltado por los aires. Enviamos inmediatamente a nuestro médico y a los sanitarios para ocuparse de las víctimas que ha causado un oficial atolondrado.

Al poco vienen a nuestra posición dos batallones que han pasado el río y son enviados detrás de nosotros como reserva por el comandante Guimpel, que ha tomado ahora el mando. Durante la noche siguiente vienen los soldados que se han quedado a la otra orilla y también los civiles, en botes o nadando; por ellos sabemos que en el río Segre se encuentra una gran balsa con la que se pueden transportar también vehículos. Nos proponemos hundirla durante la noche siguiente por medio de nuestros cañones antitanques.

Esta noche el general Walter ha organizado en Batea una columna formada por dos secciones de la compañía especial con dos tanques y viene con ellas como refuerzo. Como la situación al oeste de la carretera Maella-Mequinenza sigue siendo poco clara, esta columna viaja también con todas las medidas de precaución y llega sin problemas.

Sobre las 4 de la madrugada del 26 de marzo llega el general a nuestra posición y, tras informarle, me dice que quiere ver el puente. Como aún existe la posibilidad de ser tiroteados, intento impedirlo y le aclaro que yo ya he comprobado por mí mismo los resultados de la explosión. Pero él insiste. Así que vamos en el coche hasta la curva desde la cual aún hay unos cien metros de carretera a lo largo de la orilla hasta el puente. Cuando el general ve los trozos de hormigón que hay por todas partes y los hierros destrozados de la estructura, opina que seguramente se ha utilizado demasiado material explosivo. Después de haber observado los restos del puente caídos en medio del río, parece satisfecho. Para tener una visión general permanece junto al puente hasta que empieza a clarear y al volver nos dice:

“Es apenas imaginable que el enemigo intente pasar por aquí el río. Bastará pues con que una compañía, los cañones antitanque y la artillería mantengan ocupadas las colinas junto al río. Retiramos por tanto las otras fuerzas y aseguramos especialmente la parte oeste, porque allí la situación es insegura. Los tanques no los necesitas ya, así que me los llevo. Y otra cosa, si alguna vez recibes una orden como ésta, sería conveniente que pusieras a uno de tus oficiales junto al responsable de la voladura para estar seguro de se cumple tu orden. ¡Salud!”

 

Con lo dicho me ha soltado un buen puro, pero hay que aguantarse. La compañía holandesa ha de ocupar todas las colinas; lo hace, aunque no sin maldecir este trabajo de negros en el que en nada les puedo ayudar. Una vez han pasado las últimas personas de la otra orilla a través del río, son hundidos todos los medios de paso en las dos orillas. Al borde de la lejana meseta sobre el otro lado del río aparece una sección enemiga con sus banderas y empieza a instalar un cañón pesado. Puede ser muy desagradable para nosotros porque desde allí se ve muy bien nuestra posición y la carretera a Maella. En cambio nosotros no podemos molestarle porque nuestros cañones de 45 mm no alcanzan hasta allí.

Parece que aún se encuentra allí una unidad republicana, porque pronto se oye un fuerte intercambio de disparos entre la meseta y la colina que hay delante, después de lo cual una sección enemiga ha tomado el castillo y planta allí dos banderas. Atacamos la colina con nuestro fuego y el enemigo retrocede, pero uno de nuestros camaradas resulta herido en este tiroteo.

Para seguir el transcurso de los hechos me quedo en la posición de ametralladora en que se han instalado las armas preparadas para disparar hacia el lugar por donde la carretera que viene de Fraga gira por detrás de una colina. De allí viene el ruido de motores y al momento aparecen en la curva camiones cargados de soldados, que bajo nuestro fuego abandonan la carretera y se precipitan por una cuesta hacia el río Segre. Todos los intentos del enemigo de ocupar el pueblo son rechazados ese día.

A las dos secciones de la compañía especial que ha traído el general, se les manda de nuevo hacia atrás. Las horas siguientes pasan con relativa tranquilidad, sólo de vez en cuando vienen patrullas enemigas por el oeste del pueblo hasta cerca de la orilla del Ebro, pero las hacemos dispersarse rápidamente. Por la tarde recibimos una visita importante: varios camaradas de la dirección de las Brigadas Internacionales, entre ellos el inspector general Gallo, quieren conocer personalmente la situación en esta zona. Después de observar las posiciones y de oír mi informe, se van de nuevo.

Al poco tiempo el comandante Guimpel es llamado al Estado Mayor y yo asumo de nuevo la jefatura de todo el sector. La noche transcurre sin problemas, pero en la mañana del 29 de marzo nuestro Batallón recibe la orden de marcha. Debemos ceder la posición a los dos batallones que se hallan en reserva antes de que se haga de día, porque el enemigo ha penetrado al este de donde estamos. Hemos de alcanzar la desviación de la carretera hacia Fayón y retirarnos por Fayón, Villalba de los Arcos y Gandesa hacia Batea, donde serán enviados vehículos a nuestro encuentro.

El relevo en este terreno atravesado por barrancos dura más de lo previsto y ya son las 9 cuando finalmente podemos partir. Ya antes he mandado por delante a nuestros cañones antitanques y envío después a nuestro intérprete con el coche-cocina, quien debe ocuparse de que el vehículo se encuentre con nosotros lo antes posible. Los camaradas no están lo que se dice entusiasmados de tener que marcharse de nuevo después del pesado subir y bajar por las montañas, pero les doy prisa sin consideración  pues hay que salir de esta amenazada carretera.

Después de alcanzar la carretera de Fayón, me quedo con algunos oficiales en la retaguardia para meter prisa a algunos grupos aislados que quieren tomarse un descanso por encima de todo. Nadie debe caer en manos del enemigo en caso de que éste llegue aquí. Tras recorrer varios kilómetros alcanzamos unas colinas y ordeno el descanso del batallón protegido por ellas, con puestos de vigilancia en los puntos altos. Médico y sanitarios tienen mucho trabajo tratando los pies llagados de los camaradas. Se nos une un pequeño grupo de camaradas franceses de la XIV Brigada y nos informan de que han tenido que plantar cara en su posición a una inaudita presión del enemigo pero que, al final, tuvieron que ceder por falta de munición y después dispersarse. Como en este momento llega nuestra cocina con provisiones, podemos darles algo de comer a estos camaradas.

Por suerte, en el momento de proseguir la marcha llegan los prometidos camiones, aunque en número insuficiente; y como nadie tiene el menor deseo de seguir caminando, los mismos camaradas se ocupan de encontrar sitio para todos. En esta marcha nos sobrevuelan frecuentemente grupos de bombarderos enemigos que no nos molestan y lanzan su carga lejos de nosotros, aparentemente cerca de Batea.

Llegamos allí al final de la tarde y después de dejar el batallón instalado en la carretera a Nonaspe, me pongo a buscar el Estado Mayor para informarle. Encuentro allí finalmente al camarada Heiner, que ha tomado de nuevo el mando. Una vez he informado de nuestras últimas acciones, recibo la orden de avanzar de inmediato con el batallón algunos kilómetros en dirección a Nonaspe para ocupar una supuesta posición construida y estirar nuestro flanco izquierdo hasta la posición del Batallón Thälmann. Pido que me faciliten a alguien que conozca la situación de la posición. La respuesta es que ya la buscaremos nosotros mismos, porque nadie conoce dicha posición. En esas circunstancias pido, en consideración al estado en que están los compañeros, que nos dejen descansar hasta por la mañana, a lo que el jefe accede. En el camino de vuelta me acompaña el jefe de operaciones de la División para recoger a uno de nuestros oficiales que debe marchar a Mequinenza para recoger a los dos batallones que se encuentran allí y situarlos a nuestro flanco derecho para asegurar el espacio entre nosotros y la carretera Fayón-Villaba-Gandesa.

La mañana del 30 de marzo empieza la búsqueda de la “posición construida”, y para no hacer andar a los compañeros inútilmente se envía una patrulla de oficiales a buscarla. Para que todo vaya más rápido se van con el coche-cocina, que le he pedido al camarada Egon Suess. Al mismo tiempo se envía también una patrulla de la 2ª Compañía para establecer contacto con el Batallón Thälmann. Pero pasan las horas  y de la patrulla ni se ve ni se oye nada.  A las 10 viene el jefe del Estado Mayor de la Brigada y después de haberle descrito la situación me manda que avance y busque yo mismo la posición.

A la entrada de un bosque la carretera se acaba y desemboca en un camino que lleva a Nonaspe, mientras que otro camino al oeste va por las colinas hacia Fabara. Por éste hay que ir a pie, ya que es intransitable para un vehículo. A media colina preguntamos en una casa de labranza, pero el labrador no sabe nada de una posición construida, así que seguimos. Cuando llegamos arriba de la colina miramos el paisaje por todos lados, pero ni rastro. De pronto aparecen a nuestro lado dos soldados a caballo y como no sabemos si son amigos o enemigos, nos escondemos entre los altos matorrales. Después de comprobar que sólo miran en dirección a Fabara, nos acercamos a ellos y nos dicen que han sido enviados por el Estado Mayor de la División para reconocer el terreno.

Buscar más aquí es una tontería, así que atravesamos un bosque en el camino de vuelta y aquí encontramos por fin algo parecido a una posición, dos construcciones de cemento para ametralladoras. Pero ¿qué hacen aquí en medio del bosque, en la empinada falda este de la montaña con las troneras mirando hacia el lado contrario al del enemigo? Además éstas se encuentran a causa de la pendiente, a unos tres metros de altura junto a la entrada. O sea que se tendría que montar la ametralladora sobre una escalera… y además después tendría las copas de los arboles justamente en su campo de tiro.  Aquí no hay nada que hacer. ¡En esta obra debe haber intervenido también la quinta columna!

Ya son las 13,30 cuando volvemos a encontrar el batallón. Y entonces cometo un grave error cuando se me comunica que para nuestro refuerzo se enviarán dos vehículos blindados, un antitanque y una batería de campo. En lugar de partir inmediatamente con el batallón y confiar la recogida del refuerzo a uno de los oficiales, decido quedarme yo porque pienso que en cada momento pueden llegar y quiero estar seguro de que no van a ir a parar a la falsa posición. Así que envío por delante dos compañías después de haber aclarado a los jefes por dónde han de ir.

Tenemos que esperar mucho rato hasta la llegada de los refuerzos y, cuando finalmente llegan, sus jefes quieren tener exacta información sobre la situación y sus misiones, con lo cual la marcha se retrasa. Tras algunos kilómetros de marcha se me paraliza el aliento al ver a las dos compañías que he enviado por delante aquí tranquilamente aposentadas. Los jefes de las compañías han encontrado aquí un camino que se dirige hacia el oeste y, pensando que éste podría ser el que les he dicho, han enviado patrullas y están esperando a que vuelvan. Después de recuperarme del susto vamos todos juntos adelante otra vez.

Mientras marchamos volvemos a encontrar al labrador con el que habíamos hablado esta mañana. Este ha abandonado su casa y su tierra con cuatro trastos sobre el carro, para no caer en manos de los fascistas. Observa nuestra imponente comitiva y pregunta si estamos en condiciones de detener al enemigo. Es algo que no le puedo prometer, pero sí le aseguro que haremos todo lo posible para conseguirlo. No sé si ha confiado en nosotros y ha vuelto a su casa o no.

Allí donde se acaba la carretera dejamos atrás la batería y los vehículos blindados que deben buscar por sí mismos la posibilidad de pasar la colina, mientras que el cañón antitanque es llevado hacia ella uniendo las fuerzas. Apenas hemos llegado arriba, cuando vemos ante nosotros allá abajo en el valle una sección que avanza por la carretera que va de Fabara a Maella. Una parte del grupo deja la carretera y avanza de cara a nuestra colina, le disparamos y le obligamos a detenerse. En ese momento viene de Fabara un oficial corriendo hacia nosotros y nos grita que paremos el fuego. Cuando llega a donde estamos resulta ser un camarada rumano al que conozco de la XIV Brigada. Muy excitado nos aclara que la gente que tenemos delante debe ser de la XIII Brigada, que se retira.

¡Maldita situación!, he de detener el fuego. Un poco a nuestra derecha se extiende un contrafuerte montañoso cubierto de una espesa vegetación de matorrales. Y en la oscuridad que va ahora cayendo, vemos en esa cuesta algunas figuras que se acercan hacia la cumbre. El camarada “Jack” en lugar de enviar hacia allá a una patrulla corre él mismo con algunos camaradas por la cresta de la estribación. Al momento resuenan, junto al estallido de granadas, muchas voces gritando “Arriba España” y a la luz de los estallidos de las granadas, vemos a Jack y su gente volverse corriendo. Dos camaradas caen heridos pero son retirados del alcance del fuego por sus valientes compañeros. Cuando están ya a salvo dirigimos todo el fuego hacia allí y perseguimos al enemigo. Los camaradas heridos son Jack y Lambert, que esa misma tarde mueren a consecuencia de sus heridas.

Una maldita y lamentable situación en la que hemos caído por el retraso de nuestra llegada y la desgraciada intervención del camarada rumano. De nada sirve quejarse. Entretanto los salientes de la sierra cercana que se encuentran al sur de donde estamos han sido ocupados y todo está en estado de alarma. Le pido al jefe de la batería que venga al amanecer para concretar una serie de cosas. Cuando el enlace que he enviado vuelve del valle me entero de que los dos vehículos blindados se han vuelto sin que nadie les diese la orden; también ha desaparecido el motorista perteneciente al Estado Mayor de la Brigada. Por ello envío al jefe de la cocina con el coche para que  informe al Estado Mayor personalmente.

Por la noche pasan dos batallones de la XIII Brigada por nuestra posición; en su camino hacia aquí no han tropezado con ninguna fuerza enemiga. O sea que de momento no hemos de contar con sorpresas desde el norte. Mi intento de mantener aquí por lo menos una de las compañías hasta que se clarifique la situación, resulta infructuoso, el jefe tiene orden de dirigirse inmediatamente a Batea.

La mañana del 31 de marzo viene el jefe del Estado Mayor de la Brigada antes de que se haga de día y exige ocupar inmediatamente el hueco entre nosotros y el Batallón Thälmann. Para repartir los grupos sobre las posiciones más adecuadas nos alejamos cada vez más de mi puesto de mando y al final le digo al jefe del Estado Mayor, que debo volver para hablar con el jefe de la batería, pero el jefe exige categóricamente que le siga acompañando. Después de haber observado algunas posiciones más se ha hecho completamente de día y le aclaro que de ninguna manera voy a seguir alejándome, porque nadie de mi grupo sabe dónde estoy.

Ahora el jefe está de acuerdo y mientras concretamos lo más inmediato oímos muy cerca ruido de caballos y al segundo se precipita sobre nosotros entre los matorrales una sección enemiga. Somos empujados a través de una sierra muy cubierta de vegetación que va en dirección este y de pronto llegamos a una pared de piedra que cae casi a plomo y que es imposible de pasar. Retrocedemos y después vamos cuesta abajo mientras los enemigos nos pisan los talones.

Cerca de la colina que hemos abandonado se halla otra atravesada, sobre cuya cima nos detenemos por primera vez y a base de gritos ordenamos a los camaradas que retroceden que vengan aquí. En pocos minutos somos un grupo de unos veintisiete, entre ellos algunos camaradas de artillería con su ametralladora. Todas las armas son colocadas encima de la pared de piedra que hemos abandonado antes y cuando surgen allí los primeros enemigos, se van cuesta abajo bajo nuestro fuego. Los siguientes vienen ahora arrastrándose por la cuesta, pero ante nuestros disparos han de retroceder otra vez. Ahora aparece un oficial con pantalones azules y camisa blanca, sin chaqueta, corriendo hacia nosotros y al segundo siguiente rueda hacia el fondo alcanzado por alguna bala. De allí salen continuamente sus gritos llamando a los sanitarios, pero ni podemos ni queremos ayudar. Muchas veces intenta el enemigo subir, pero nuestro fuego se lo impide. En este enfrentamiento se hacen valer especialmente el camarada alemán Bert Ramín y el holandés Andreas Engwirda, que se van turnando con la ametralladora y no malgastan ni un disparo.

Finalmente, cuando vuelve la tranquilidad y no se oye nada más al enemigo, quiero volver al valle para juntar de nuevo al batallón. Pero el jefe del Estado Mayor está en contra, me llama aparte y me dice que teme que si me voy los otros querrán también abandonar la posición. Vale, le traspaso pues a Hermann (Wittmann) el encargo de juntar al batallón para avanzar de nuevo.

…Nuestras fuerzas están de tal manera situadas que controlamos todas las direcciones, pero no se ve ningún enemigo. Pasan las horas pero tampoco se ve ni se oye nada de nuestro batallón. Por la tarde viene el comisario de guerra de la brigada, Ernst Blank y, tras informarse de la situación, dice: “Me parece que este no es el lugar adecuado para el comandante del batallón. Vuelve y ocúpate de tener tu batallón de nuevo seguro y a mano”.

El jefe del Estado Mayor está también de acuerdo con que regrese y, después de haber exhortado a los camaradas a no abandonar la posición en ninguna circunstancia, vamos hacia el valle con el comisario y el jefe. Allí ya está reunida la mayor parte de nuestro batallón y el comisario nos aclara que para la tarde se prepara un contraataque para el cual un batallón de la XV Brigada se instalará en nuestro flanco izquierdo.

Cuando por la tarde todo está preparado para entrar en acción viene el jefe de Estado Mayor y me dice:

–Avanza con la Compañía de Jacob Heckman por el ala derecha y ocúpate de que la posición de ayer por la tarde sea de nuevo ocupada –

–Maldita sea, esa no es mi misión. Al fin y al cabo soy el comandante responsable de todo. ¿Va a volver a organizarse un follón como el de esta mañana?

–No digas nada, es una orden del Estado Mayor. La responsabilidad del Batallón ahora pasa a mí y tú te vienes conmigo.

 

Esta tutela me es desagradable desde hace tiempo, pero qué se le va a hacer: órdenes son órdenes. Me voy con Jacob Heckmann, cuya Compañía por el momento sólo tiene una fuerza de treinta y seis hombres. En el tiempo establecido avanzamos sobre la colina por una empinada loma que asciende a la derecha del camino que ayer pasamos. Es ya noche cerrada cuando alcanzamos la posición donde tuvo lugar ayer el ataque enemigo.

Alrededor reina el silencio y no se percibe ningún ruido de lucha. ¿Acaso el golpe ha dado en el vacío o el ataque en el último minuto ha sido revocado? Enviamos hacia atrás dos enlaces y reclamamos nuevas órdenes, pero los enlaces no vuelven. Estos se han perdido en el terreno –como luego sabremos– y no llegan hasta la mañana al Estado Mayor. La noche transcurre tranquila y la mañana del 1 de abril podemos comprobar después de una detenida observación que en nuestras proximidades no hay ni amigos ni enemigos; a pesar de todo permanecemos alerta

Después de cierto tiempo observamos una columna enemiga que se encuentra al norte de nosotros, en el camino de Nonaspe a Batea; delante cabalga un hombre con un gorro rojo sobre una mula, a su lado va andando un oficial. Observamos un rato la columna y nos parece claro que, si se mantiene en esa dirección, se dirige al valle que está detrás de nosotros, donde se encuentra el Estado Mayor que no tiene ni idea de esta amenaza. Para prevenir  este peligro decidimos retroceder y organizar la defensa en el valle.

En la parte de detrás de la colina que defendimos ayer por la mañana encontramos dos docenas de camaradas por aquí y por allá, y como esta posición ahora no tiene utilidad ordeno que, para empezar, la dotación de las ametralladoras ocupe la colina al este de camino que viene de Nonaspe y después que los otros camaradas vayan detrás. Allí han de mantener muy vigilado el borde del bosque, por donde el enemigo debería aparecer. No vuelvo a encontrar al jefe del Estado Mayor de la Brigada y por ello me dirijo al Estado Mayor e informo al jefe de la Brigada sobre la situación y lo que he ordenado. Está de acuerdo en todo pero exige que la nueva posición se mantenga a toda costa. Lo que yo aún no sé es que en la noche anterior, la Brigada ha dado la siguiente orden: “Nuestras momentáneas líneas deber mantenerse en cualquier circunstancia y hasta el último hombre. Esto quiere decir que cualquier jefe de una unidad que retroceda sin que se le ordene, será fusilado.”

Al poco tiempo cuando la ametralladora ya está emplazada en su sitio, viene el jefe del Estado Mayor de la Brigada y me dice:

–¡Has de pasarle enseguida el mando a Hermann¡

–¿Cómo?, ¿estás bromeando?

–En absoluto, has dado una orden de retroceder y por ello eres relevado del mando.

–¿Lo dices en serio? He ordenado irse de la colina a unos pocos hombres porque por el bosque avanza una columna enemiga y la antigua posición es completamente inútil.

–Esto me da lo mismo, la gente ha de permanecer allí y tú te vas y cedes el mando.

–Vale, ¿y qué pasa conmigo?

–Por mí vete a una compañía y desaparece lo más rápidamente posible, para que no se te vea más por aquí.

Así va esto, pues. El jefe de Brigada está de acuerdo con lo que he ordenado y a continuación el jefe de Estado Mayor me releva. Voy a la vieja posición donde se encuentra Jacob Heckmann con su gente mientras la dotación de la ametralladora permanece en la colina que les he asignado. Me acerco a Jacob y le pregunto:

–Jacob, ¿te viene bien un buen tirador?

–Naturalmente ¿quién?

–Yo mismo pues he sido destituido como comandante porque, supuestamente, he dado una orden de retroceder

–Pero eso es una majadería, te has comportado en todas las circunstancias de forma completamente correcta y por ello nosotros no permitiremos tu destitución. ¿Qué podemos hacer?

–De momento, absolutamente nada, sólo tendrías inconvenientes. No sé lo que pasa, pero por detrás parece que reina un ambiente espeso.

 

Me busco un buen lugar –hasta ahora como comandante nunca he dejado de tener un fusil a mi lado–, y espero a ver cómo se desarrollan las cosas. No pasa mucho rato cuando suena detrás de nosotros un fuerte “¡Alto!”El grito lo ha dado un teniente español,  el primero que ha observado saliendo del bosque la vanguardia de la columna enemiga que hemos visto esta mañana. Lo que sigue ocurre en pocos segundos: el teniente avanza hacia los enemigos gritando “¡Manos arriba!”. Estos se quedan un momento inmóviles; después el de la boina roja le dice algo en voz baja al oficial, salta de la mula, le da un golpe con la fusta y corren todos hacia detrás de un cerro que sobresale cerca de allí. No podemos disparar porque el teniente se encuentra situado entre nosotros y el enemigo y cuando la ametralladora entra en acción ya es demasiado tarde, los enemigos han desaparecido.

Las patrullas que enviamos a continuación tampoco encuentran a nadie. Pero una cosa podemos estar seguros gracias a este incidente: nuestro flanco derecho está descubierto porque los dos batallones de Mequinenza ya citados no han ocupado la posición prevista. La única víctima de este contratiempo es la pobre mula que ha recibido algunos tiros y ahora recibe el de gracia, con lo cual la mejor parte de ella va a parar a nuestra cocina.

Las horas siguientes pasan sin que veamos a ningún enemigo. Por la tarde recibimos la orden de retirada, pero mientras el batallón está preparado para marchar, ya ha caído la noche cerrada y se nos ordena tener mucho cuidado con no perder el contacto mientras marchamos por el bosque. Buena idea, pero cuando en medio del bosque nos disparan los fascistas se produce un verdadero desconcierto. También el grupo en el que me encuentro pierde el contacto con los demás y tenemos que ir a la buenaventura  buscando un camino.

Cuando abandonamos el bosque, vemos en el cielo nocturno varios collares de perlas producidos por bengalas luminosas. Para mí está claro que así es como las columnas enemigas se van informan de los avances y de su dirección. Esto nos viene también bien a nosotros, pues así sabemos por lo menos cuánto ha avanzado el enemigo y nos podemos apartar de su camino.

La mañana del 2 de abril llegamos por fin a la pequeña ciudad de Corbera en la carretera Gandesa-Flix, donde nos tropezamos con el emplazamiento abandonado de una cocina de campaña y podemos coger comida de las provisiones abandonadas para continuar la marcha. Debemos retirarnos hacia Mora de Ebro pero me temo que el enemigo haya alcanzado el cruce de la carretera antes de que nosotros lleguemos y propongo que avancemos por encima de la Sierra Caballs hacia el Ebro; los camaradas están de acuerdo, aunque será una marcha dura.

Tras atravesar un arroyo sube un camino de herradura hacia lo alto, donde paramos por primera vez para esperar a algunos camaradas que vienen detrás. En total somos diecisiete hombres, entre ellos los camaradas Jacob Heckmann, Bruno Nebelhardt, Franz Koch, Gustav Uhrig, Schnitzer, Robert y Schellhorn.

Mientras nos regalamos con los comestibles recogidos, de golpe empiezan a resonar las campanas de la iglesia de Corbera que está frente a nosotros y al momento se oye un salvaje griterío. Desgraciadamente no podemos ver lo que allí está pasando, pero cuando al rato se oyen una serie de disparos seguidos nos podemos imaginar que está teniendo lugar un sangriento ajuste de cuentas con los republicanos que se han quedado. Pero debemos continuar la marcha.

Vamos por terrenos sin caminos, montaña arriba y abajo y, cuando nos encontramos sobre colinas descubiertas recibimos fuego de artillería, comprobamos que proceden de nuestra propia artillería a orillas del Ebro. Entre los disparos aislados podemos atravesar en grupos esta peligrosa situación y cuando parece que estamos a salvo, el fuego vuelve a empezar. Por suerte hemos pasado sin pérdidas.

Poco después vemos a nuestra misma altura sobre una colina en dirección a la carretera a Mora de Ebro, una sección enemiga que aparentemente ha establecido allí un puesto de observación. Por el color claro de los uniformes se debe tratar de miembros de la Legión Cóndor, y me moriría de gusto si pudiese atacar a estos muchachos, pero en nuestras circunstancias es mejor pasar del asunto. Si el enemigo se ha adelantado tanto, ya es hora de que nosotros nos vayamos lo más rápidamente posible.

A primera hora de la tarde nos acercamos al Ebro y oímos sobre la carretera que tenemos delante, que va de Miravet a Mora de Ebro, el ruido de la marcha de una tropa que pasa por delante. Nos escondemos entre unos arbustos prudentemente y podemos comprobar, para nuestra alegría, que se trata de una unidad republicana. Nos unimos a esa tropa ya que, por lo que ha durado la marcha hasta Mora de Ebro, reconocemos que yendo por las montañas hemos llegado demasiado hacia el sur.

Una vez en Mora de Ebro nos dirigimos al Estado Mayor de la Brigada donde recibimos la orden de seguir avanzando unos kilómetros por la carretera hacia Fatarella y de establecer allí durante la noche un puesto avanzado. Así que seguimos avanzando y nos situamos durante la noche a ambos lados de la carretera. Escuchamos expectantes, pero no se ve nada del enemigo. En la madrugada del 3 de abril viene finalmente un enlace con la noticia de que debemos retroceder lo más rápidamente posible hacia el puente sobre Mora de Ebro, ya que este  ser va a ser volado.

Al pasar el puente veo por última vez en España al general Walter, que de nuevo me echa una mano para poner las cargas explosivas en los lugares clave, pues también es experto en este tema. Apenas hemos trasladado la posición a la carretera hacia Falset cuando las detonaciones de la voladura del puente hacen temblar el aire. El avance del enemigo se termina aquí.

Las luchas de las últimas semanas tienen también su epílogo, pues en el Estado Mayor de la 35 División se forma una comisión para examinar el comportamiento de una serie de oficiales que en situaciones decisivas no han estado a la altura de sus deberes. Yo también debo presentarme ante dicha comisión, pero veo venir el examen con toda tranquilidad. Después de haber descrito los sucesos de los días 31 de marzo y 1 de abril, y de haber explicado cuáles fueron mis órdenes durante ellos, se me comunica que he procedido correctamente y que no hay fundamento para ninguna medida disciplinaria. El juicio dura apenas un cuarto de hora y puedo abandonar el Estado Mayor tranquilamente.

Con esto acaba el capítulo “Tres meses con el Batallón Edgar Andrè”.


General Kapp. Consultar nota al pie página 39

La colina posiblemente es el Cabezo de Alcalá (319 m.), donde hay una acrópolis ibero-romana. También puede ser la cota 281 situada a unos 800m. del puente, al oeste de Azaila.

V V N: Vereinigung der Verfolgten des Naziregimes

En el texto está tachada por el corrector la palabra “gordo” (dick), y añadido el apellido de la persona nombrada  Anton  Switalla.

Aparece también con el nombre de Max Schmidt

Esta fecha debe de ser incorrecta según se deduce de los párrafos siguientes.

[7] Las fechas que da el autor no cuadran: dice que el 27 de marzo se dirigen hacia Maella y Mequinenza por orden del General Walter para ver si el puente sobre el Ebro está preparado para ser volado. Y unos párrafos después dice que el 26 llega el general Walter a Mequinenza para ver los resultados de la explosión. Es decir que el puente ya ha sido volado. Parece que la correcta es la segunda fecha ya que el puente se voló los días 23 ó 24 de marzo de 1938