El batallón André Marty (franco-belga) en los comienzos de la batalla del Jarama
Raymond HANTZ. Jefe de Sección, Compañía de Ametralladoras del Batallón André Marty. XII Brigada
Nacido en 1913 en París, Raymond Hantz trabajaba en una fábrica de Pluvigner (Bretaña) cuando marchó a España a luchar con la República contra el fascismo. Se encuadró en el batallón franco-belga o André Marty, que se integró primero en la XII BI y más tarde en la XIV BI.
Durante la segunda guerra luchó en la Resistencia antinazi, dentro de la Fuerzas Francesas del Interior (FFI). Capturado por las SS, fue ejecutado el 21 de julio de 1944 en Pluvigner. Recibió el título de “Muerto por Francia”, como tantos otros brigadistas que prolongaron en sus respectivos países el combate contra el fascismo iniciado en España.
Estos párrafos corresponden a un documento más amplio, titulado “El batallón André Marty. XII BI” contenido en el RGASPI, archivos estatales de Rusia donde se integra el fondo 545 correspondiente a las Brigadas Internacionales.
…Durante la estancia en el hospital me entero de que el batallón André Marty atacó cerca de Majadahonda (10-12 de enero), al noreste de Madrid. Actualmente (en torno al 25 de enero) se encuentra en Vicálvaro, un pueblo pequeño al este de Madrid, a unos 6 km. Allí me sumo nuevamente al batallón después de unos 12 días en el hospital.
Vicálvaro marca el fin de la comandancia de Geoffroy… El comandante Julien lo reemplaza en el mando del batallón; ha llegado con un refuerzo de 140 hombres que forman la 1ª compañía. El batallón se reorganiza completamente con más de tres compañías. La 1ª bajo el mando de Antoine Martin, un camarada al que no tuve la ocasión de conocer bien; la 2ª bajo el mando de Marchal, que ha llegado del hospital. Anselme lo remplaza en el hospital. La compañía de ametralladoras sigue al mando de Boursier.
…Tras unos quince días en Vicálvaro, partimos en camiones y nos bajamos a unos veinte kilómetros (día 8 febrero). Marchamos a través del campo y tomamos posición junto a la carretera de Valencia, en los alrededores de Arganda. Estamos unas horas en ese lugar y luego vamos a Arganda, donde permanecemos dos días.
El General Lukács pasa revista junto con un camarada enviado por el Ministerio de Guerra. Luego partimos a tomar posiciones junto a un puente en la carretera de Valencia, un puente que cruza el río Manzanares [en realidad el Jarama]. Las lluvias han subido el nivel del agua. Los fascistas han avanzado en esa dirección y debemos conservar el puente como sea. Al lado hay un grupo de casas. La 1ª compañía tiene que asegurar, con 4 ametralladoras, el control de otro puente situado a 7 km de allí y a 4 km de Arganda [el Puente de Pindoque].
La 2ª compañía y mi sección de 4 piezas nos alojamos en las casas cercanas al puente. La noche transcurre tranquila. Por la mañana (día 9) voy a comprobar nuestra posición. Miro por los prismáticos y veo, en la otra orilla del río, una colina rocosa y, sobre ella, tropas de caballería e infantería. Me informo, parece que son tropas amigas. De todos modos, me parece mala nuestra posición en las casas, ya que un bombardeo de artillería nos causaría muchas pérdidas. Pido autorización al comandante Julien para poner mis piezas en batería sobre la carretera de Chinchón de cara al supuesto frente y lo consigo.
Marchal hace lo mismo y la 2ª compañía toma posición a mi izquierda. Creo que mi idea fue buena, ya que poco tiempo después cae un obús justo en la casa donde se encontraba mi sección. Llega el General. Poco tiempo después me dicen que las tropas y la caballería que se encuentran en la colina de enfrente ¡son fascistas!
La batería antitanque viene a tomar posición al lado de mi sección; esta batería tiene un telémetro y hago comprobar las distancias exactas para abrir fuego por parte de una de mis piezas. Con los prismáticos veo cómo a 1.200 metros los fascistas se desploman. ¡Bravo! ¡Recibo la orden de parar el fuego! No hay que dejarse identificar. Tengo la certeza de que hemos visto a los fascistas y que ellos también nos han visto. Finalmente cumplo la orden.
La batería Thälmann toma posición en la mitad de la carretera y abre fuego. Caen hombres y caballos. Los fascistas desaparecen de la colina. La batería Thälmann se aleja. La respuesta no tarda en llegar. Una batería fascista abre fuego y ahora es realmente el momento de esconderse. Durante dos días no se detiene el fuego. Las casas han quedado casi completamente destruidas. A la mañana del tercer día nos releva el batallón Garibaldi. Vamos a situarnos en una nueva posición detrás de la 1ª compañía, sobre una colina a 3 km de Arganda y delante de la carretera de Chinchón. Cuando partimos es todavía de noche.
La marcha es larga. En cierto momento (madrugada del día 11) suena un tiroteo abundante que viene del puente que vigila la 1ª compañía. Retumban las granadas y los morteros, que provocan reflejos desagradables en el río. Una explosión más violenta que las otras, hace saltar el puente. Lamentablemente, como luego pudimos constatar, salta de forma incompleta. Siguen los fuegos. Después, a medida que el día avanza, se extiende el tiroteo.
Llegamos a la colina que debemos ocupar. Boursier está en vanguardia, sobre la colina; desciende a toda velocidad y nos anuncia que los fascistas avanzan. Nos cuesta tomar posición en la colina debido al peso de las ametralladoras. Vemos que muchas tropas cruzan el puente, lo que prueba que no ha saltado completamente. En un caserío que hay delante de nosotros [las casas de Pajares] resisten heroicamente algunos camaradas de la 1ª compañía. Más de 500 moros lo atacan y lo toman; sin duda matan a todos los camaradas. Seguimos en la posición.
Al menos mil jinetes se presentan delante de nosotros. Somos 114 camaradas en la colina y no tenemos muchas municiones; además, no está asegurado el abastecimiento (Arganda está a 3 km por detrás de nosotros). Pero vamos a resistir. La caballería carga con gritos salvajes. Me coloco con tres camaradas en el extremo derecho de la colina para vigilar. Unos veinte jinetes vienen hacia nosotros. Yo tengo mi fusil, mi pistola y los cargadores. Dejo que se acerquen a 200 metros y hago cinco disparos de fusil; creo que soy un tirador bastante bueno porque 5 jinetes caen y no vuelven a levantarse.
Los otros compañeros también disparan. Recargo mi fusil, tiro y caen dos más. Los compañeros están contentos. La carga ha sido completamente rota y los jinetes huyen en desorden. Cargan dos veces más, pero son rechazados con pérdidas enormes. Mis Maxim hicieron mucho daño, la llanura está sembrada de caballos y cadáveres.
Durante ese tiempo avanzan tres olas de asalto en masa compacta (sistema alemán). Estimo que hay entre 5 y 6 mil hombres. La primera ola está compuesta por marroquíes, moros; se los distingue bien y sus gritos salvajes embrutecen a todos. Al mismo tiempo, cuatro baterías fascistas, que distinguimos claramente, tiran a mansalva y nos machacan sin parar. Hay muchos heridos entre los camaradas. Un obús estalla delante de mí y caigo sentado; llega un segundo y echo a volar. Creo que me han fracturado las piernas. No; me levanto, pero estoy atontado por la explosión. Voy hacia una de mis piezas, los fascistas avanzan a la carrera gritando como poseídos; el camarada a cargo de la pieza abate seguramente un centenar y hace un curioso boquete en sus filas.
Los camaradas están maravillados. Los fascistas tiran de flanco desde el caserío. Los camaradas, de pie, disparan sin parar a pesar de tener la certeza de que pronto morirán. Pese a todo están contentos, porque a 100 metros, donde están los fascistas, llegan bien los tiros de fusil. Lamentablemente muchos de los nuestros caen heridos y no es posible evacuarlos. Empiezan a faltar los cargadores de balas. Es terrible. Los moros van subiendo la cuesta a rastras y nos lanzan granadas. Uno se yergue ante de una de mis piezas, lanza una granada que cae delante del escudo antibalas y destruye la Maxim; el moro quiere matar al compañero de la pieza que no ha salido indemne, pero el compañero recoge un fusil de un camarada caído a su lado y dispara a quemarropa; el moro cae. ¡Qué suerte! Pero es el fin.
Nuestros siete tanques intentan salvarnos. Un intenso fuego de barrera detiene a dos de nuestros tanques y hace retroceder a los restantes. Nuestra aviación intenta acercarse a ras de tierra, pero las baterías antiaéreas fascistas [los cañones alemanes de 88 mm] están allí y abaten dos aviones. El avance del batallón Garibaldi, que llega por nuestra derecha, es frenado por el fuego de barrera.
Es el fin, ya no quedan municiones. Estoy casi embrutecido, me duelen las piernas. Todavía disparo a 40 ó 50 metros sobre los moros las pocas balas que tengo. Los camaradas que quedan se van, pues ya no tienen municiones. Yo me alejo también. No puedo correr, las balas silban por todas partes y se clavan en la tierra a mi alrededor. Marcho a Arganda. El cañón sigue disparando. Quizás estoy medio loco… Al fin llego a Arganda. Todavía me pregunto cómo he podido llegar. Me evacuan de Arganda y me llevan a un hospital.
He terminado. No tengo noticias de mi batallón. Se puede decir que la 1ª compañía ha sido reducida a la nada. De los 80 que éramos en la compañía de ametralladoras, quedamos 28. En todo el batallón, de los aproximadamente 350, quedamos 130. Hemos perdido las 8 ametralladoras, seguro que están en manos de los fascistas.
Semanas más tarde
El esfuerzo del batallón franco-belga fue decisivo y heroico, como señalaría años más tarde Gustav Regler, comisario de guerra de la XII BI:
Luchando hasta gastar hasta la última cinta de ametralladora, el batallón permaneció en su puesto, luchando cuerpo a cuerpo contra los moros que surgían con cuchillos entre los dientes. Sabiendo que el enemigo pretendía cortar la carretera de Valencia, se clavaron al terreno dispuestos a vender caras sus vidas.
Regler mostró una gran empatía con este batallón destrozado y desmoralizado. Cierto día, ya al final de la batalla, encomendó a Hemingway la tarea de elevar su moral:
Conseguí reunir a los restos del diezmado batallón André Marty que andaban por la calles de Arganda. Era una ciudad vinatera y los soldados andaban de bodega en bodega abordando las barricas donde ahogar su profundo dolor… Cuando entramos en el Ayuntamiento le pedí a Hemingway que les hablase a aquellos hombres desmoralizados. Estos le reconocieron como uno de los suyos.
El escritor les pidió que le contasen sus experiencias en la batalla. Fue terapéutico. Los hombres comenzaron a animarse y terminaron repitiendo: “Nos defendimos, eh?”
Ebrios ahora de orgullo, más que de vino, aquellos hombres marcharon al puente del Jarama y se hicieron aquella foto que pasó a la posteridad.
Comisión histórica de la AABI