Entrevista con Patricio Azcárate
Hace 3 años se realizó la 10ª Marcha Memorial del Jarama que todos los años ha venido organizando la AABI. Ese año se celebraba el 80º aniversario de aquella heroica batalla contra el fascismo y con tal motivo vinieron delegaciones de muy diversos países (Reino Unido, Irlanda, Alemania, Estados Unidos, Italia…) y también vino un veterano, Patricio Azcárate, entonces un joven de 17 años, hijo del Embajador de la República Española en el Reino Unido. Pueden ver una crónica y vídeo de aquella marcha en este enlace.
Meses más tarde, en septiembre de ese año, nuestro compañero Juan de Dios Llorens marchó a Alicante para hacer una larga entrevista de dos horas a este superviviente de aquellas Brigadas Internacionales. Patricio murió al año siguiente, el 15 de junio de 2018, dejando hasta el final de su vida una estela de coherencia con los valores e ideales que había defendido en su juventud. Su testimonio nos compromete a todos, y sobre todo a los jóvenes, que tienen que comprometerse a luchar por un mundo más libre, justo e igualitario.
Patricio: Nací en Inglaterra, en Londres, porque a mi padre le habían concedido una beca para estudiar la reorganización de los ferrocarriles en Inglaterra después de la guerra. Él era profesor de la Universidad de Granada. Era muy amigo de Fernando de los Ríos, que también era profesor de la Universidad de Granada. Le ofrecieron un puesto en la Sociedad de Naciones. Había sido diputado por León, pero siempre le había interesado más la política internacional. No lo he visto escrito, pero tengo el recuerdo (supongo que mi padre me lo habrá contado) de que fue Madariaga quien le ofreció un puesto en la Sección de minorías de la Sociedad de Naciones. Entonces Madariaga y él eran muy amigos, aunque después acabaron siendo enemigos a muerte.
Madariaga era entonces la personalidad española en el ámbito internacional. Era una persona brillante, hablaba muy bien y era oportuno y divertido. Cuando había reuniones o comidas siempre lo llamaban a él para amenizarlas. Mi padre aceptó enseguida y nos trasladamos a Ginebra. Tenía yo dos años. Por eso mis primeros recuerdos son de Ginebra, no son de Madrid. Ginebra era entonces una ciudad ideal, porque era muy cosmopolita, estaba allí la Sociedad de Naciones, la Oficina Internacional del Trabajo, la Cruz Roja Internacional; había muchos organismos internacionales que se instalaron en Ginebra después de la Primera Guerra Mundial. Era además una ciudad muy bonita, muy tranquila, al final del lago Leman, y con los Alpes muy cerca. Con lo cual, mi padre, que era muy deportista, era de los que iba a esquiar. Todos los fines de semana nos íbamos a esquiar o bien al Jura o bien a Chamonix.
En fin, Ginebra entonces era una ciudad muy agradable, muy interesante, y yo me pasé los 16, casi 17, primeros años de mi vida de una forma difícilmente mejorable. Porque, además a nivel familiar me iba muy bien; mi madre era encantadora, tenía dos hermanos mayores, un hermano y una hermana. Iba al Colegio internacional, probablemente el mejor colegio de Suiza, el que se creó para la Sociedad de Naciones. Como había mucha inmigración intelectual que vino de Alemania o de Austria, y mucha también económica, en el colegio había un poco de todo. Era un colegio evidentemente caro (nunca me preocupé por saber cuánto les costaba a mis padres, pero era evidente), al estilo americano, con instalaciones para deportes como fútbol, tenis; donde había alumnos de todo el mundo, chicas americanas muy guapas, chinos, alemanes bastantes, que habían huido de Alemania. Entonces había un ambiente muy cosmopolita, muy interesante. Y el profesorado era francés, pero de mucha categoría.
El que nos daba clase de geografía e historia, Paul Dupuy, era toda una personalidad en Francia, Supervisor general de la Escuela normal superior. La directora, Marie-Thérèse Maurette, que era hija suya, era también una mujer muy inteligente y muy simpática y cariñosa. Pero es curioso que a pesar de ser un colegio evidentemente muy elitista, era muy de izquierdas. El hijo de Mdme. Maurette me contó muchos años después que su madre había muerto con el carnet del Partido comunista y que no le gustaba nada que se criticara a la Unión soviética. Demasiado, claro. Ella había entrado en el Partido cuando la Unión soviética estaba en su auge.
Entrevistador: Sobre el impacto de la Revolución rusa y el prestigio de la Unión soviética recuerdo que una entonces jovencísima militante socialista, Dolores Ibárruri, dijo: “Ya no me sentía triste, ya no me sentía sola. Nuestra revolución, la revolución que todavía el día anterior la considerábamos lejana e inaccesible, era una realidad en la sexta parte del mundo.” Tenía un significado tremendo.
Patricio: Una pena. Lo de la Unión soviética es una tragedia. Le tenía mucha simpatía. Luego acabó muy mal. Acabó muy mal y hay cosas que son difíciles de entender, porque había una juventud ligada a la Unión soviética, a la mentalidad soviética, y luego al final no dejó nada. Ahora es horrible, incluso son lo peor.
Entrevistador: Sí, son nacionalistas. El internacionalismo proletario desde luego se ha esfumado.
Patricio: ¡Fíjate! En fin, que mis primeros 16 años en Ginebra fueron maravillosos. Mi hermano Manolo, que tenía cuatro años más que yo (murió ya hace años), cuando tenía 16 años, yo tenía 12, él ya era comunista. Él se decía comunista y yo lo seguía, mi referencia era mi hermano para todo. A mi hermano mi madre lo tuvo que enviar a Madrid porque todos los días volvía a casa ensangrentado porque le habían pegado los estudiantes fascistas. Entonces entre los estudiantes el fascismo en Ginebra tenía mucha fuerza. Le esperaban en un quiosco a donde iba a comprar L’Humanité y le zumbaban. Un día, consecuencia de unos puñetazos, le habían cortado la lengua. Venía sangrando y mi madre dijo no, aquí no puedes seguir. Entonces tendría 16 años y lo mandaron a Madrid. En cuanto llegó a Madrid se unió a Tuñón de Lara y a toda esa gente que ya era de las Juventudes comunistas y poco después empezó la guerra.
Entrevistador: ¿Qué vino, en el 34?
Patricio: Antes del 34. En el 34 tenía ya 18 años. Hizo el bachillerato en Madrid. El hecho es que ya se metió en las Juventudes comunistas, con Trifón Medrano. Entonces Santiago Carrillo era socialista, pero, bueno, eran muy amigos. El hecho es que yo entonces estaba en Ginebra y teníamos la costumbre de venir a España en las vacaciones de verano. Pero ese año, el año 36, la situación internacional estaba muy agitada y mi padre nos dijo que lo sentía pero que ese año no íbamos a ir a España. Entonces estábamos veraneando en […], teníamos entonces una casa muy buena a las afueras de Ginebra. Vino mi primo.
Entrevistador: Tu primo, ¿cuál, Luis?
Patricio: Mi primo Luis. También había venido a casa Fernando de los Ríos a descansar unos días con nosotros. Ya entonces estaba el Frente Popular. Una mañana Luis y yo habíamos estado jugando al ping-pong y Fernando estaba leyendo el periódico cuando llaman por teléfono y mi madre exclama: “Fernando, Fernando, están llamando de Madrid”. Las conferencias entonces no eran como ahora. Una conferencia desde Madrid era algo muy serio y muy caro. “Te llaman”. Y Fernando, que era un hombre corpulento, con dificultad logró salir de la butaca, es que le estoy viendo, y se precipitó al teléfono. Entonces se oyeron gritos: “!¿Qué?!”, “¡No es posible!”, “¡Qué sí!”, “¡Qué sí!”, “¡Que han desembarcado!” Fernando le dijo a mi madre, que estaba al lado, una de esas frases: “Niña, niña, están ocurriendo acontecimientos históricos.”
A Fernando le gustaban mucho las frases rimbombantes. Era todo lo contrario de mi padre. Fernando cogió el teléfono y llamó a mi padre, que estaba en la oficina, y le dijo: “Pablo, Pablo, tenemos que ver qué hacemos. El Ejército se ha sublevado en Marruecos, están desembarcando en Andalucía…” Y le contó lo que le habían contado. Y mi padre dijo: “Habrá que ver qué es lo que pasa, no te precipites, tranquilo, vamos a ver qué es lo que pasa.” Poco después ya le avisaron de que el gobierno que se formó esa misma noche tenía el problema de enviar un embajador a Londres. Porque habían enviado ya a tres y el gobierno inglés los había rechazado alegando que no querían tener embajadores de países revolucionarios.
En esos primeros días la República, a nivel internacional, era peor que Franco porque, claro, contaban las barbaridades que se cometían en Madrid, que muchas se cometían. Pero, claro, había que contar las cosas como se producían. El gobierno se quedó prácticamente sin policía y sin ejército. Con la seguridad pública en manos de milicias formadas por los sindicatos, por los partidos. Y, claro, en una ciudad como Madrid, cuando se quita la policía, el poder, surge todo lo peor. Entonces, efectivamente, en esos primeros días se cometieron verdaderas barbaridades. Además, hacer eso implica que la situación ya ardía para que la Junta de Defensa [de Madrid] que se formó allí nombre a Santiago Carrillo, que era un chaval entonces (Santiago tenía la edad de mi hermano, entonces tenía cuatro años más que yo, 20 años o un poco más), responsable de la seguridad en Madrid. Con la Quinta Columna en el Cuartel de la montaña diciendo que se va a sublevar y prácticamente teniendo que contar con unos milicianos que casi no habían visto un fusil en su vida y una parte de la Guardia de Asalto que se había mantenido fiel […] y los oficiales del Cuartel de la Montaña.
En fin, en eso es que a varias personas que el Gobierno había enviado de embajador a Londres el gobierno inglés no los había aceptado. Entonces recurrieron a mi padre. A mi padre sabían que no podían rechazarlo porque era una personalidad internacional. Entonces ya era Secretario general adjunto de la Sociedad de Naciones, el segundo de la Sociedad de Naciones. Además tenía mucho prestigio, era un hombre muy apreciado allí en la Sociedad de Naciones. Y a mi padre se le planteó una situación terrible, porque no se sabía qué iba a pasar con el gobierno de la República; pero vamos, las perspectivas no eran así como para estar muy satisfecho. Entonces el puesto de embajador en Londres sí, muy bonito, muy bueno, pero igual duraba una semana. Por otra parte, el puesto en la Sociedad de Naciones era muy bueno. Era el segundo de abordo allí y tenía que sacrificar eso para conseguir algo que…
En fin, el hecho es que como era republicano de una familia con una vieja tradición republicana hubiera sido una traición a todo su pasado el no aceptar, y nos fuimos a Londres. Estuve allí un año. El primer año de la Guerra lo pasé en Londres, pero no me gustaba nada. Primero porque, claro, entre el Liceo francés de Londres y la escuela de Ginebra había una línea. Segundo porque la mayor parte de los alumnos del Liceo de Londres eran hijos de funcionarios de la Embajada francesa y, por lo tanto, franquistas. Los profesores, muchos de ellos, también. Estaba allí entonces con Luis. Íbamos los dos. El vino con nosotros a Londres. Un ambiente muy poco agradable.
Yo le dije a mi padre: “Mira yo aquí…, yo me voy a España. Y si no puedo ir a España con mi hermano, entonces me vuelvo a Ginebra”. Me quedaba un año para terminar el bachillerato. Hago el bachillerato en Ginebra y luego ya me voy para España. Mi padre dijo: “Bueno, cuando tengas el bachillerato ya haces lo que quieras. Al cabo de un año de estar en Londres, Luis se vino a España. Su padre era teniente coronel, un alto oficial del Ejército popular de la República. [Estaba destinado como jefe de ingenieros en el Estado mayor central del E.P.R. Durante la guerra sería ascendido a coronel]. Y yo me fui interno a Ginebra a casa de unos amigos. Era el último año, el 37. El bachillerato francés eran dos años, el primero general y en el segundo eliges entre matemáticas o filosofía. Yo pasé el de matemáticas y le dije a mi padre que me iba a España, y me vine a Barcelona. Mi hermano, había estado de comisario con Líster en la batalla de Teruel. Yo había ido con mi padre a visitarlo ese invierno. Entonces ya lo habían retirado del Ejército y estaba en la dirección de la JSU allí en el hotel Colón. Allí estaba la sede de la JSU. La JSU entonces era una organización de mucho cuidado.
Entrevistador: Bueno, fue uno de los dos grandes éxitos del Partido comunista en la captación de socialistas: la JSU y el PSUC.
Patricio: Claro. La JSU se formó por un acuerdo entre Santiago Carrillo y Trifón Medrano en la cárcel después de febrero. Pero, claro, la gran masa del ejército son chavales, son jóvenes. Entonces en el ejército la JSU tenía una fuerza enorme. Estaba muy unida al Partido pero tenía una organización muy fuerte. Entonces cuando llegué a Barcelona me fui a ver a mi hermano y mi hermano me dijo: “¿Qué vas a hacer aquí?” Para él, para mi hermano, yo era un chavalín, el niño pequeño. Además, durante diez años había sido el niño mimado de la familia. Mi hermana, la última, vino cuando yo tenía diez años. Yo le dije a Manolo: “Mira, yo vengo aquí y vosotros veréis lo que hacéis.” Y entonces me dijo: “Bueno, vamos a ver, voy a ver a Santiago Carrillo.” Y fuimos al piso de arriba, donde estaba su despacho. Yo era la segunda vez que lo veía. Lo había visto ya en la batalla del Ebro [¿Teruel?].
Me recibió como era él, muy simpático, muy cariñoso. Y entonces me dijo: “Hombre, pues voy a pensar en qué te podemos emplear.” Era una semana antes de iniciarse la batalla del Ebro. Entonces todo el aparato del Partido y de la JSU estaba en la preparación de la batalla. Me dijo: “Espera dos días y ya te avisaremos.” Al cabo de dos días, en casa de mi tío, el coronel, me llama por teléfono y me dice: “Ven a verme, tengo una noticia para ti.” Fui a verle y me dijo: “He estado hablado con el Jefe del Estado mayor del Ejército y, claro, tú lo único en que puedes ayudarnos es en los idiomas (yo tenía entonces los cuatro idiomas: español, francés, inglés y alemán) porque tenemos problemas a veces con los jefes de las Brigadas Internacionales.”
En el Ejército del Ebro lo que quedaba de las Brigadas estaba en los dos cuerpos, el de Líster y el de Tagüeña. Aparte de que había muchos jefes de unidades en las propias Brigadas Internacionales, muchos de los que habían venido al principio, que tenían ya varios años de experiencia, estaban ya de jefes de unidades españolas. Por lo cual, la relación con brigadistas internacionales no se limitaba a las Brigadas Internacionales, sino que se extendía prácticamente a todo el Ejército. Y me dijo Santiago: “He estado hablando con Santiago Rodríguez [se refiere al coronel José Sánchez Rodríguez, Jefe del Estado mayor del Ejército del Ebro] y le ha parecido estupendo que vayas allí y que te quedes en el Estado mayor. Le acogeré allí como si fuera un hijo mío, me ha dicho.” Yo era el hijo del embajador en Londres, así que tenía un trato un poco especial. La verdad es que me trataron maravillosamente bien. Y eso a pesar del cambio tan brusco que suponía pasar de Ginebra a la batalla. Porque acababa de llegar y ya cruzábamos el Ebro. Entonces era completamente nuevo todo. Todo, no solamente el ejército, sino España. Para mí España era nueva. Prácticamente no había estado en España más que durante las vacaciones.
Entonces incluso la forma de hablar de la gente, de los soldados, no era la forma en que yo hablaba. Que yo hablaba en […]. Pero, vamos, ese cambio no me supuso un trauma. Podía haberme traumatizado. Ten en cuenta que […] los primeros días de la batalla. Pero bueno, la verdad es que yo no tengo un mal recuerdo de aquellos meses, al contrario, yo estaba entusiasmado. Además, […], el Jefe de Estado mayor, era un militar profesional. Pero era el tipo ese de militar de campo, no era de oficina. El todos los días me cogía y me llevaba, y nos íbamos a visitar los frentes. Primero nos íbamos a visitar a Modesto, el Jefe del Ejército [del Ebro], y luego ya nos íbamos al frente que estuviese más activo. Él quería ver las cosas personalmente. Entonces tuve la suerte de que sin tener que pegar un tiro, pues estuve muy cerca de las primeras líneas. O sea, estuve realmente viendo la batalla, pero sin tener que participar directamente en ella.
La verdad es que entonces me di cuenta de que la cosa era una bestialidad. La guerra es un horror. Yo me acuerdo allí de la sierra Pandols, en las posiciones más próximas a Gandesa que ocupamos, según me contaban; porque yo hablaba mucho con los brigadistas, con los ingleses, con los americanos, y tal…, mientras mi jefe estaba tratando de temas de estrategia, hablaba con ellos; me contaban un poco su vida, lo que hacían, de dónde venían y tal; me relataban entonces lo que suponía pasar un día en primera línea, bajo el bombardeo de la artillería sobre todo. Y él me decía: “Lo peor es la artillería, la artillería pesada era lo peor, porque […]. Las bombas de aviación es muy distinto.” Y luego tenían que estar todo el día aguantando allí, tratando de mantener las posiciones. Pero luego al final del día tener que replegarse y la noche siguiente, por la noche luego volver a tratar de ocupar las posiciones, sabiendo que las probabilidades de que caigas son altísimas. Pero la verdad, cuando un chaval, un estudiante de Cambridge […] Luego tuve ocasión de visitar a su familia. El murió allí. Pero cuando yo estuve más tarde ya, en la Liberación, que estuve en Inglaterra, estuve en Cambridge, pues fui a visitar al padre y a las hermanas. Durante los tres meses de guerra, prácticamente, estábamos visitando los frentes constantemente. Y, además, porque hay frentes y frentes, hay frentes donde están los soldados ahí tranquilamente, incluso jugando al fútbol; pero eso en el Ebro no. En Levante, en Aragón sí había habido casos. Pero cuando yo iba a visitar un frente era porque en ese frente se estaba jugando la situación, o sea que fue duro. Y luego, claro, con los bombardeos.
La masía donde estaba el Estado Mayor estaba a unos 3 Km del puente de Mora, uno de los tres puentes importantes que había, porque luego había pontones por donde podía pasar el armamento, la artillería y eso. Había tres y el más importante, quizá, fuese el de Mora. Entonces la aviación franquista todas las noches venía a destruirlo. Lo destruían y luego por la mañana lo reconstruían como podían para poder pasar los convoyes porque, claro, no era solamente el armamento, era la comida. Entonces había un tráfico constante por ese puente. Y ese puente lo bombardeaban todas las tardes, hacia las siete de la tarde ya se sabía. Y estaban los bombarderos y luego los cazas de protección. Y esos eran o bien Fiat italianos o Messerschmitt alemanes, esos los de ellos, que eran mucho más numerosos que los nuestros; nosotros teníamos los “Chatos” y los “Moscas”. El “Mosca” que era el más parecido al Messerschmitt y el “Chato” que era más parecido al Fiat. Y es curioso porque siempre entraban en batalla, y siempre entraban en batalla los Messerschmitt y los “Moscas” a más altura y más bajos los “Chatos” y los Fiat. Y eso era casi todas las tardes, ya se sabía. Y caían muchos. De los nuestros caían muchos más. Había muchos más cazas italianos y alemanes que los españoles. También había pilotos rusos. Entonces cuando caían un avión solía caer bastante cerca de la masía donde estábamos. Si había podido saltar en paracaídas pues muy bien, igual se salvaba, pero normalmente o no les daba tiempo o ya los habían matado, los ametrallaban durante la caída. Era muy duro.
Entonces durante esos meses también tuve la suerte de conocer a Negrín. El venía, vino dos o tres veces, a visitar el frente y cuando llegaba él iba al Estado Mayor, le recibían, y luego nos íbamos a ver a Modesto a su puesto de mando bastante cerca del nuestro. Íbamos a ver a Modesto o a Líster. O sea que gracias a esa posición que tuve pues tuve la oportunidad de conocerles personalmente. Yo era un chaval, pero estaba ahí escuchándoles, y conocí a Negrín y a todos los altos jefes. Me acuerdo que la primera vez que fui a ver al puesto de mando de Líster, estaban Líster y mi jefe hablando de temas de ellos y yo estaba en un fortín que había bastante cerca de las primeras líneas, porque Líster también era de los que se acercaba mucho, bastante cerca. Y de repente oí un ruido [onomatopeya de rugido] y yo por instinto me tiré al suelo y veo que Modesto [¿Líster?] y mi jefe seguían hablando como si nada. Luego ya cuando me levanto y tal […]. Líster luego me lo recordaba cuando volvía en la emigración y me decía: “Menudo susto te pegaste”. Y es que no era para menos. Era la artillería nuestra. Estaban detrás, pasó por encima. ¿Pero yo cómo iba a saber dónde iba el obús? Eso fue el segundo o tercer día. Luego ya me acostumbré a ponerme un palo en la boca. Ese era el primer consejo que daban: llevar siempre un palo en la boca porque es que si cae una bomba cerca, la onda expansiva crea un desequilibrio entre el interior del cuerpo y fuera y entonces, si no tienes nada, por instinto cierras la boca y lo que te conviene es tenerla abierta. Yo andaba siempre con mi palo en la boca.
Bueno, así pasamos los meses hasta que la cosa empezó a ponerse fea; nos faltaba material sobre todo. Además, es que estábamos engañados. Lo más indignante era eso. Todo el tiempo estábamos con la idea: no, no, si nos va a llegar el material, el material ruso. Porque los rusos, la Unión Soviética había enviado gran cantidad de material después de una gestión que hizo el jefe de la Aviación, Hidalgo de Cisneros, que estuvo hablando con Stalin y le convenció, y enviaron bastante material. Pero, claro, no podían enviarlo por el Mediterráneo porque estaba en manos de los italianos. Entonces tenían que enviarlo, dando la vuelta, a un puerto francés, y estos [¿cabrones?] de los franceses bloquearon los puertos. Entonces estaba el material ahí, y sabíamos que estaba, pero no nos llegaba, no llegaba, no llegaba, no llegaba.
Entonces había un […], sobre todo aviación y artillería pesada había una diferencia enorme entre lo que tenían ellos y lo que teníamos nosotros. En cambio, eso lo dicen todos los libros de los militares que conocieron la Guerra, todos reconocen que a falta de material, el espíritu de lucha no había comparación. Lo cual es bastante natural porque nosotros, no te digo que todos, pero, en fin, la mayor parte de los soldados, de los que combatíamos allí, sabíamos a lo que estábamos, estábamos luchando […], pero del otro lado no sabían ni donde estaban. Y hubo italianos que cuando caían prisioneros, como yo estuve también de intérprete en los interrogatorios y casi te daban pena porque […] y era la verdad. Entonces, claro, la combatividad que tenían nuestras unidades comparada con la de ellos […]. Pero no teníamos material, no teníamos cañones. A pesar de todo, pues, en realidad, resistimos durante cuatro meses; porque la Batalla del Ebro fue una batalla de resistencia.
Cruzamos el Ebro sin grandes problemas porque conseguimos, eso fue una hazaña importante, formar el ejército y cruzar el Ebro sin que se enteraran. Pero, claro, en cuanto se enteraron, Franco se dio cuenta, porque estratégicamente […]. Si llegamos a cortar, a ocupar Gandesa y meternos por el flanco derecho del ejército franquista que iba hacia Valencia les hubiéramos copado entre el mar y […]. Entonces Franco envió enseguida a lo mejor que tenía, lo sacó de la costa y lo metió allí para […] y, claro, ganó la batalla. Las cosas como son. Tuvimos que volver a cruzar el río, y entonces volví al puesto de mando que había en Espluga de Francolí, al lado del monasterio de Poblet.
Estábamos ahí y se organizó un gran mitin con las Brigadas Internacionales, porque es que entonces, claro, no te lo he dicho, entonces en la Sociedad de Naciones, el propio Negrín, yo creo que en un acto que seguramente que sería muy inteligente pero aparentemente un poco quijotesco, propuso retirar todas las tropas extranjeras, tanto de un bando como del otro. Franco en seguida dijo que sí y firmó todos los papeles que le daban, pero no retiró un solo soldado, y nosotros, en cambio […] Se formó una comisión que estaba en Barcelona, dirigida por un general sueco [finlandés] y un coronel francés y estuvimos controlando la retirada de todos; vamos, todos los que pudimos, porque era un proceso un poco largo y [ …] salir por Cataluña, no todos estaban ahí. Buena parte de las Brigadas Internacionales, de lo que quedaba, murieron muchísimos […]. En Belchite y en Guadalajara y en Brunete […] Todavía quedaban unos 20 a 30 mil hombres [poco más de 12.000]. Pues eso, se retiró. Y la Comisión que se formó entonces en Barcelona, evidentemente por influencia de mi padre […], pero a mí me pusieron de chupatintas a rellenar las listas. A mí me hizo poquísima gracia, porque además yo era consciente de que eso era para sacarme del Ejército, un puestecillo allí. Pero esto fue un mes o así prácticamente. Luego salimos, cuando ya el ejército franquista se acercaba a Barcelona y ganó la primera batalla […] y la comisión esta se fue a Perpignan.
Es curioso porque yo no tengo ningún recuerdo de la salida de España. No sé si salimos en avión, si salimos en una comitiva de coches, no, no tengo ningún recuerdo. Así como hay cosas que se te quedan grabadas… Lo que recuerdo es que estaba en Perpignan y que casi todos los días íbamos a visitar los campos, campo de Argeles, de Gurs, que es donde estaban la mayor parte de los brigadistas, íbamos allí pues para controlar que estaban saliendo y ver un poco también qué se hacía con ellos. Allí terminé yo mi participación, mi “heroica” participación.
A mi padre, entonces, le habían nombrado presidente del SERE [Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles], que era un organismo que se creó entonces para ayudar a los refugiados. Llevarles a América a los que pudiéramos, y a Inglaterra; y el Partido ya se encargó de los del Partido, que fueron a la Unión Soviética. Y mientras tanto estuve en Francia hasta que Negrín le dijo a mi padre que debía volver a Inglaterra, a pesar de que teníamos perdida la Guerra, porque el Gobierno seguía existiendo y la República internacionalmente seguía vigente y que él debía estar en Londres como representante del Gobierno de la República. Mi padre alquiló una oficina allí en el centro de Londres y una casa, una casita, a unos 30 Km al oeste y ahí es donde pasamos la Segunda guerra mundial. [ …] En fin, mi familia se instaló allí.
Yo entonces me inscribí en la Universidad de Londres. Quería ser ingeniero […] yo quería ser piloto pero, en fin, eso no podía ser. Allí en Inglaterra no podía. Además estaba Inglaterra totalmente militarizada. Pero un colombiano amigo de la Embajada, que había estado ayudándonos mucho durante la Guerra y que era muy amigo de mi padre (era profesor de un College de la Universidad de Londres) convenció a mi padre de que para mí lo mejor, el mejor College estaba en Londres y era el Queen Mary College donde él daba clases de español, y mi padre dijo bueno, pues muy bien, y entonces yo me apunté en ese college que no era en realidad especialmente apropiado para […] Pero tenía dos profesores muy buenos, no, un profesor muy bueno y otro muy malo, malo porque no le entendía [ …] Enseñaba pues mecánica, aeronáutica, etc., y el otro, que yo creo, nunca me lo dijo, que debía ser de izquierda […] que daba clases de matemáticas y de electricidad. Entonces yo estudié eso y acabé ingeniero […] acabé tres años. Eran tres años de universidad y un año de investigación. Lo malo era que el laboratorio del College este estaba en Londres, y además en la parte este de Londres, en la peor.
Entonces a mí todos los bombardeos, los primeros bombardeos de Londres, lo que llaman la Batalla de Londres [¿Inglaterra?] me afectó poco. Vivía a unos 30 Km y a pesar de que estábamos casi siempre en reuniones de la JSU ahí en Londres, pero a mí no me cogió ningún bombardeo, mejor dicho, no en Londres. Además, Londres está lleno de estaciones de metro y, claro, todos los londinenses lo que hacían era meterse en el metro, a partir de las 6 de la tarde se iban al metro y ahí se organizaban y jugábamos unas partidas. Pero luego ya, al final de la Guerra es cuando empezaron los alemanes a bombardear con las V-1 y las V-2 y entonces ahí sí que no podías hacer nada porque lanzaban la bomba […] una V-1 era una avioneta cargada de explosivo que lanzaban con una cantidad de gasolina limitada que cuando se acababa la gasolina caía y estallaba. Entonces V-1 estaban constantemente enviándonos. Cada media hora había una, porque era además muy barato. Eran aviones que lo único que tenían que hacer era desde el aeropuerto alemán hasta Londres, y ya fuera. Pero, claro, eso cada media hora, una bomba, que no sabías dónde ni cuándo iba […]. Lo único es que oías el ruido del motor. Además, yo creo que lo hicieron con toda la intención. Al tener un motor bastante ruidoso, así todo Londres, cada uno que lanzaban, pues la mayor parte de la población de Londres se enteraba. Claro, en cuanto te enterabas de que había un avión de estos pues te acojonabas porque no sabías a dónde iba ni cuando iba a explotar. Y lo hacían de día y de noche.
De noche no había quien durmiese. Cuando pensabas que lo ibas a conseguir empezabas a oír el ruidito ese del motor. Lo estoy oyendo yo todavía. Entonces era que siga, que siga, que siga, que pase de largo […] y luego ya ¡Bomba! Y te dabas la vuelta y ahora ya a ver si consigo dormir. Entonces los londinenses no dormían y se notaba. Estaba la gente nerviosa y de mal humor. Eso es la V-1. El V-2, eso ya no era un avión, era un misil. Lo lanzaban [silbido] y caía donde fuese. Y con una potencia explosiva mucho más fuerte que la otra. O sea que cuando caía una V-2 se veía un edificio venirse abajo. Como no se veía, tampoco le oías.
Me acuerdo una vez estando en el autobús tranquilamente, de repente [onomatopeya] una casa a cien metros de mí [onomatopeya]. Eso […] menos mal que eso fue al final de la Guerra. La gente sabía ya que la Guerra estaba ganada y lo aguantaban mucho mejor. Además para eso lo ingleses son, son un caso. En Londres, después de una noche del bombardeo de Londres, había un día una casa, y delante de la casa, ya había un tenderete con las cuatro lechugas y los tomates, y un cartel que ponía “Business as usual”. Los ingleses son muy especiales. Yo me acuerdo también una vez en el autobús y había unas señoras de estas típicas londinenses hablando entre ellas y tal, y entonces, se había descubierto lo de los campos de concentración [¿exterminio?] alemanes y estaban comentándolo, y una de ellas le decía a la otra que no había que preocuparse que “After all, we are British”. Eso es muy típico de ellos. Nosotros no somos [¿animales/alemanes?] de esos, con nosotros no puede ocurrir eso.
Bueno, termina la guerra. Ah, bueno, el último año fue jodido porque yo entonces tenía que hacer para terminar la tesis tenía que hacer un estudio en el laboratorio de alta tensión que estaba allí, en la parte peor de Londres. Tenía que ir allí, eso fue cuando las V-1 y los V-2. Tenía que ir con el tres allí, cruzar todo Londres, para poder hacer un trabajo de laboratorio que luego no sirvió para nada. Pero estuve un año allí haciéndolo. Estudiando ahí los “[…] breakers”, los interruptores de alta potencia. Fue un año desagradable. Yo le dije a mi padre que yo no aguantaba más. “¿Pero no has terminado tu tesis?” “La tesis se va a ir a hacer puñetas.” “Mira me voy a Paris.” Porque me […], mi hermano estaba en París, el Partido ya tenía actividad, la JSU tenía una organización allí y había unos 10 ó 12 chavales de la JSU emigrados en Londres, que eran los amigos míos y se iban también a París. “Me voy, no me voy a quedar aquí.”
Y me fui a París. Y llegué a París sin mi título, con el título del […], el primer título de la universidad. Luego puedes hacer el doctorado, puedes hacer el máster o el doctorado. Entonces a no ser que tu intención sea trabajar como ingeniero en una fábrica, para eso no se necesita más que el […]. Ahora, si quieres hacer investigaciones, o quieres ser profesor, tienes que tener el doctorado. Yo llegué allí con […] pelao a París. Cuando me presenté a una empresa me dijeron: “No, este título aquí no está reconocido.” Y es verdad. ¿O ser qué, entonces de qué puedo trabajar? Y menos mal que fue un periodo en el cual el Partido Comunista francés participaba en el gobierno, justo después del Guerra, de la Liberación; y el ministro de aviación, Charles Tillon, era del Partido y por tanto tenía buena relación con los dirigentes nuestros. Entonces se ve que mi hermano o Santiago tuvo la ocasión de hablar con él y le dijo: “Mira, tengo a mi hermano aquí sin trabajo y a ver si le encontráis algo”. […] “Pues bueno, pues que venga. Que vaya a hablar con el director de la SNECMA (que también era del Partido).” La SNECMA era la gran fábrica nacionalizada de motorización de aviones, allí en París. Me presenté allí y me dijeron: “Bueno de ingeniero no, pero, vamos, puedes trabajar de delineante, si quieres”. Yo de delineante era un desastre. “En fin, bueno, pues vale ¿Cuánto me van a pagar?” Estuve entonces un año o más trabajando de delineante allí en la SNECMA. Había un ambiente estupendo porque allí los jefes, casi todos, eran del Partido. Y conmigo, a mí me trataban muy bien. Total, estuve bien. Desde el punto de vista del trabajo fatal, pero desde el punto de vista social, digamos.
Ahora, llega el Plan Marshall, cambia el gobierno francés y todos los ministros comunistas fuera. […] el tema de los aviones, las fábricas y todo eso, era un anticomunista de […]. Lo primero que hizo fue, la SNECMA de momento se cierra y ya veremos qué hacemos con ella. Era una fábrica importante. Yo creo que del orden de 4.000 obreros tenía. Se cierra, nos quedamos con nada, con el paro. Y entonces yo me pongo a buscar trabajo y, claro, entre que no era francés, era español, segundo, que era un expulsado de la SNECMA, porque, claro, la expulsión de la SNECMA y las manifestaciones que organizábamos callejeras en protesta, todo eso […] en toda la prensa […] todo el mundo lo sabía. Entonces cuando te preguntaban “¿De dónde vienes?” “De la SNECMA” “Aquí necesitamos ingenieros, técnicos, pero agitadores nos sobran.” Y estuve así dos meses o tres buscando trabajo pero tontamente, ya sabía que no iba a encontrar.
Y, entonces, resulta que la Red sindical mundial [¿Federación Sindical Mundial, FSM?] había un congreso que había tenido y le habían encargado a la Federación de la construcción de la CGT francesa encargase de la federación de construcción de la FSM, o sea, internacional. Y el secretario general de la francesa era un obrero de la construcción que de idiomas nada. Y entonces, […] “Mira, nuestro Patricio puede ir allí y trabajar y encargarse de la correspondencia con los extranjeros y todo esto”. Y así fue, y estuve allí cuatro años más o menos. Estaba bien, un sueldo […] “bueno”. Entonces es cuando me casé y tal. Estaba ya con toda la familia, con mi hermano, con mi prima, con todos […] Toda la familia era del Partido. Fue uno de los años de los cuales tengo mejor recuerdo. Mi padre había alquilado la casa, una mansión en realidad, a unos dos, tres kilómetros de […]. Y ahí vivíamos todos. Estaba mi hermano con su mujer, estaba Teresa, con su marido, estaba Luis, con su […] entonces no estaba casado, estaban mis dos hermanas, estaba mi tío, estábamos todos allí. Y luego era un poco un centro social del Partido […], o sea, constantemente venían a vernos. Venían a pasar el fin de semana allí. Y ahí vino Dolores, estuvo con nosotros, […] simpática y tal. Mi padre estaba por Egipto, estaba ya de funcionario de la ONU. Y lo pasamos bien, pero llegó un momento en que el gobierno tomó una decisión de expulsar a los dirigentes del Partido comunista español y tal. Entonces […] se fue un poco al otro lado. A Luis, por ejemplo, lo enviaron a Alemania.
Yo entonces estaba ya trabajando no en la CGT sino en la Federación Sindical Mundial. Me habían mandado a la Federación Sindical Mundial para encargarme de la revista que tenía, la revista que publicaba la Federación en diferentes idiomas. Entonces me enviaron allí, primero a Viena, porque la redacción estaba entonces instalada en Viena. Pero en Viena en la zona soviética de Viena. Viena estaba dividida. Estuve allí ya con mi mujer y un hijo. La verdad es que en Viena lo pasamos bien. Y me gustó mucho aquello. Pero el gobierno austriaco expulsa a la FSM. Nos expulsa, y entonces a Praga. En Praga nos acogieron en uno de los buenos hoteles de Praga de entonces. La Praga de ahora no tiene nada que ver con la de entonces. Según me han contado, no he vuelto. Ese hotel que entonces era uno de los mejores parece que ya ni siquiera existe. Entonces estábamos allí en el hotel, todos los gastos pagados y tal. La verdad es que estaba bien. Me casé con mi segunda mujer. Me divorcié de la primera y me casé con la que tengo ahora. Y tuve un primer hijo allí. Y la verdad es que fueron unos años agradables. Praga es una ciudad muy bonita y vivía bien. Claro, era la Praga socialista. De lujo y eso nada. Pero vamos, yo siempre digo, pero si es que no hace falta. Ese lujo no lo necesito. El frío […] había noches en invierno que la temperatura bajaba a veinte bajo cero. Pero claro, entre que las casas estaban bien calientes y que luego iba muy abrigado con abrigos de estos de piel, en el […] no tenía frío. Pero ya, al cabo de un par de años recibo una carta de la embajada de España en Viena informándome de que… yo había solicitado el pasaporte, todos habíamos solicitado el pasaporte. La consigna del Partido entonces era la lucha se hace en España. Y a Luis también, a los dos nos habían concedido el pasaporte. O sea que podíamos volver a España. Y entonces Luis y yo habíamos dicho pues nos vamos para allá. Pero vamos a hacer un primer viaje para ver cómo está el panorama.
Entrevistador: Porque estamos hablando de los años cincuenta, ¿no?
Patricio: Sí, más o menos. Y fui, vinimos a Madrid. […] y no encontraba nada. Ni me gustó ni encontraba nada y digo yo me vuelvo a Praga. Y me volví a Praga y Luis se quedó. Y al mes de haber vuelto recibo, no sé si un telegrama o qué, de Luis diciéndome que ha visto en un periódico de Córdoba que están buscando, están solicitando, están buscando a ingenieros que hablen inglés porque EMEMESCO [No estoy seguro de entender el nombre], se llamaba la empresa, está construyendo una fábrica de aparellaje, de motores y de transformadores y tal, con una empresa americana y hay dos ingenieros americanos que están ahí pero que no los entiende nadie y entonces que necesitan un ingeniero que hable español bien.
Me vine a Madrid y fui a Córdoba a ver al director. Tenía gracia, porque yo iba pero no tenía nada. Tenía un papel de […] de la Universidad de Londres, pero, vamos, […] comparado con el de los ingenieros españoles, de aquí de España. Imagínate, están siete años estudiando, ya había estado prácticamente dos estudiando y un año de laboratorio. Pero, en fin, yo me presenté allí y el tío: “¡Oh, eres nuestro hombre!”, y tal. Era un americano de estos típicos altos. “Cuéntame y tal y cual” en un plan como de amigo, ¿no? “¿Estás dispuesto a venirte?” “Sí”. “Pues nada. Estupendo. Mañana empiezas.” “¿Y con qué categoría?” “Ingeniero”. “¿Pero ingeniero…?” “Ingeniero superior, qué tontería.” Llama al jefe de personal (lo estoy viendo, de esas imágenes […]) venía el jefe de personal que era un tipo así muy estirado con su corbata y tal. El americano iba en mangas de camisa y tal. Y le dice: “Haga el favor de inscribir a Patricio Azcárate Diz y tal”. “Sí, pero ¿Con qué categoría?” “Ingeniero superior, por supuesto”. “[…] no es así, este título”. “No me hable de títulos. Inscríbalo, inscríbalo”
Entonces en España un ingeniero superior era una categoría, eras ya un personaje. Estaba el ingeniero, que no lo llamaban ingeniero, lo llamaban perito, y luego estaba el ingeniero. Pero entraban por una puerta distinta a la fábrica. Yo me encuentro que de repente veo que estoy con unos cuantos señoritos que serían de Córdoba, supongo, que me miraban así con un aire como diciendo: ¿Este tío? Y yo, que no tenía ninguna experiencia, en realidad no había trabajado de ingeniero nunca, digo: “¿Y yo cómo me defiendo ahora aquí?” Y enseguida me di cuenta de que ahí quienes realmente sabían no eran […] Los ingenieros sabían mucha teoría, pero luego en la práctica lo que se estaba haciendo allí, que era montar aparatos, máquinas de aparellaje que venían de América y tal, que había que acoplarlos. Entonces de eso ellos no sabían nada. Los que sabían eran los peritos. Entonces aquí lo que hay que hacer es acercarse a los peritos. Y además, claro, había mucha diferencia entre el trato que me dieron los peritos al de los ingenieros. Los ingenieros me daban […] sin ninguna gracia, claro. En cambio en seguida me hice amigo con uno que sigue en Córdoba y sigo en relación con él. Era un delineante poli… […] un tío […]
Y ya a los pocos meses teníamos ya en el grupo ahí del Partido. No se llamaba del Partido, pero prácticamente éramos del Partido. Nos reuníamos en la parroquia de un cura vasco. Un tipo que a mí me caía muy bien. Era un tipo muy simpático y ya empezábamos a tener actividad, hasta que un día se ponen en huelga los obreros agrícolas de una finca que había cerca de Córdoba, en Puente Genil. Y entonces nosotros, nosotros tenemos que […] no podemos ser simplemente para reunirnos y hablar y tal, no […] tenemos que hacer algo. Entonces decidimos recoger dinero en Córdoba […] la gente nos daba, nos recibía bien y tal. Y luego el que nos ayudó mucho fue un psiquiatra pero muy famoso en España cordobés que se llamaba… [Carlos Castilla del Pino] que era un tipo conocido que tiene libros y tal y que era un simpatizante nuestro y tal. Y entonces lo organizamos de forma que el dinero se lo entregábamos a él, y él, en la consulta que tenía, se lo daba a las mujeres de los huelguistas. Se la jugaba, eh. ¿Cómo se llamaba? Se ha muerto hace unos años.
Bueno, y luego ya un día me llama el director de la fábrica y me dice: “Mira, Patricio, yo no tengo nada contra ti (pero la verdad es que me porté con mucho cuidado), pero ayer estuvo aquí uno de la Social y me ha dicho: “Usted tiene de ingeniero en la fábrica a un comunista, viene de Praga (sabía todo), hermano de uno de los dirigentes del Partido, usted verá lo que hace. Nosotros eso no lo aceptamos”. “La verdad es que yo con ese señor tengo muy buenas relaciones, es muy agradable, culto, educado, nunca me ha provocado ningún problema en la fábrica […], o sea que yo por mi parte (y eso que era falangista el tío) yo no voy a hacer nada, no tengo motivo para hacer nada, por lo tanto…” El tío le dice: “Bueno, bueno, usted verá, usted verá, pero por lo menos no podrá decir que no le he avisado de que tenía un comunista peligroso.” Pero al día siguiente me llamó el director y me lo contó: “Mira, la cosa está así”. Yo entonces tenía mi mujer y tenía los hijos, y me dijo: “Haz lo que quieras, pero te aconsejo que no sigas aquí porque te van a comer”. Y le dije: “Bueno, pues nada, si es así me voy a Madrid.”
Yo tenía en Francia un amigo de Ginebra que estaba de director comercial de una empresa importante también de material eléctrico con el cual estaba en relación. Le escribí una carta y le dije: “Mira, esto es lo que hay. Si puedo ir, si me pueden encontrar un trabajo aquí, en Madrid, mejor.” La empresa esa tenía una delegación en Madrid. “Si me puedes encontrar algo en Madrid mejor, y si no, pues…” Y me contestó: “Pues sí, tenemos un taller allí, en Legazpi, y puedes integrarte ahí de ingeniero o de los que sea. Vete a hablar con el director y a ver si puedes resolver el problema.” Entonces me vine a Madrid, voy a hablar con el director y me encuentro con que el director es un familiar lejano mío. Su mujer es la hermana de un tío mío. Y que es un falangista […]. Entonces me dijo: “Bien, de acuerdo, puedes trabajar aquí.”
Pero era un trabajo, el peor trabajo que te puedes imaginar, no tenía nada que ver con mi título, muy mal pagado, en unas condiciones, y él era un tipo odioso. Entonces yo estuve ahí aguantando, pero aguantando de verdad, pero qué va, la verdad es que lo pasaba fatal. En el trabajo nada, no conseguía nada, porque era un trabajo comercial, ir a visitar empresas para ofrecerles un sistema, no me acuerdo, algo que rechazaban todas. Entonces no conseguía nada y el director cada vez más odioso y ya me dije, mira no, yo aquí no sigo más. Entonces vi en una revista que se había creado una empresa americana para modernizar a las empresas españolas. Era un periodo en el cual los americanos llegaron a España y se encontraron con un desastre de industria […], las empresas muy mal llevadas, muy mal dirigidas; entonces salieron como setas pequeñas empresas que se dedicaban a eso, a mecanizar, a […]; pero esto era ya una empresa bastante grande. Y habían publicado en un periódico que necesitaban ingenieros, preferentemente hablando inglés, la perspectiva era odiosa, tú ganabas la comisión, por supuesto, pero lo que vendías… el sistema era el siguiente: tú te presentabas en una empresa que tenía problemas, cualquier tipo de problemas, técnico, comercial, lo que fuese, y te presentabas con el nombre de esta empresa: “Somos […], trabajamos mucho en Estados Unidos y tal, hacemos esto y tal, a las empresas que tienen dificultades y tal les ayudamos a salir del hoyo, además cobramos muy poco. Nosotros somos como el médico, el médico viene a la empresa, hace un estudio de la empresa y hace un diagnóstico. Entonces si la empresa acepta el diagnóstico, entonces ya el trabajo es de […] de remodelación, de arreglo de la empresa, […] eso ya puede ser caro, todo depende de lo que sea. Pero a ti te pagan por contrato por contrato, digamos, no por el trabajo, por el primer contacto, si tu consigues una empresa, entonces […] te damos una buena comisión. Y además, vas a estar […] en la empresa, en el cliente. El cliente se compromete a darte todas las facilidades. O sea, tú puedes hablar con quien quieras. Tendrás un despacho al lado del director. Puedes pedir todos los papeles, todos los documentos, todo lo que quieras te lo tienen que dar para que puedas hacer un estudio a fondo […]”. “Sí, pero yo vivo en Madrid”. “No te preocupes porque en Madrid hay mucha industria, hay muchas fábricas. Lo más probable es que te toque una fábrica de aquí, una empresa madrileña.” Digo bien, bueno.
Primera semana, me envían a un pueblecito que son cuatro casas, un tío que tiene una máquina de asfaltar. Yo me presento allí con unas ilusiones, con unas ideas. “El director dónde está”. “¿Ves ahí la puerta esta?” Me encuentro con el director y el director era un campesino que no sabía nada de nada. “¿Usted qué es lo que le pasa?” “Pues mire usted, tengo problemas con la contabilidad.” Y digo, “Pero bueno, yo he venido como ingeniero, no como contable.” “Ah, a mí me han dicho que usted venía a arreglarlo todo. Lo otro es una máquina de asfaltar. Ahí no tengo problema. No, el problema mío es la contabilidad.” Y le digo: “Bueno, pues muy bien, pues deme el libro de contabilidad.” “No… ¿Eso qué es?” Y se pone a buscar y empieza a sacar papeles. Yo, que soy un desorganizado, para eso soy un desastre y me encuentro con […]. ¿Qué hago yo con esto? Pero, claro, tenía que estar allí unos 15 días.
15 días allí. Rellené ahí un par de cuartillas y claro me pagaron muy poco. De curar la enfermedad nada, de eso nada. “Pero bueno, yo con esto.” “Bueno, no, pero vendrán otras. No tuviste suerte esta vez.” Digo: “Bueno, bueno, veremos a ver.” Y yo con mi mujer y con mis hijos. Es no puedo cubrir los gastos. Y a la siguiente, eso ya peor todavía. Esa tenía que ir a visitar empresas para ofrecerles un sistema italiano para hacer […] un engaño de esos evidente. El primero ya me dijo: “No, esto, mire usted, esto no nos inspira mucha confianza.” “Oye, pues es muy bueno”. A la segunda visita que hice ya […] pero ¿qué hago? La única posibilidad que tenía era volver a ver al anterior y decirle: “Mira, me han engañado. Me he dejado engañar. Ahora estoy sin nada.” Y el tío me dice: “Bueno, teniendo en cuenta que es usted familiar voy a hacer un esfuerzo y tal. Pero, claro, el grado de que confianza que tenía en usted ya no es el mismo. ¿Cuánto le pagaban?” Entonces eran mil pesetas. “Más de siete mil no le puedo pagar.”
Yo tuve que aguantar. Durante un tiempo. Después ya tuve suerte y la verdad es que a partir de entonces todo me fue de maravilla. Pero todo gracias al inglés, sabes. Primero con una empresa que instala, que había firmado un contrato con una empresa inglesa para introducir en las minas un método de mantenimiento preventivo que estaba dando muy buenos resultados en Inglaterra y que aquí en España también. Me pagaban bien e iba acompañado de un ingeniero inglés, porque yo de minas no sabía nada, acompañado de un ingeniero de minas inglés visitando prácticamente todas las minas, todos los centros mineros en España, en el País Vasco, en Galicia, luego en Linares, estuve en Cartagena y en la Unión, entonces era […] A mí me interesaba mucho porque […] Ya me di cuenta de lo que es una mina y de lo que es el trabajo del minero. Muy interesante. El tipo era un inglés simpático, un tío muy majo. Lo que pasa es que las relaciones entre la empresa mía y la de los ingleses empezaron a complicarse porque si tal, que si no habían pagado que si, en fin, el típico problema de estos entre empresas y se rompieron las relaciones […] y ya yo me quedé en el aire. Pero […] otro ingeniero que había conocido en Córdoba, le expliqué la situación y tal y me dijo: “Ah, pues no te preocupes.”
Estuve con él durante otro año […] y entonces, fíjate lo que son las cosas, a partir de entonces, al cabo de unos cuantos años en los que me iba defendiendo bien, me llaman por teléfono y tío y me dice: “¿Usted es Patricio Azcárate?” “Sí”. “¡Ay! Por fin le encuentro y tal. Yo trabajo en el puerto de embarque en el puerto de Liberia de mineral de hierro y el director del puerto me ha dicho, yo estoy casado con una madrileña, que si iba a Madrid que no dejara de mirar en la guía de teléfonos a ver si encontraba a un tal Patricio Azcárate porque había sido íntimo amigo mío en Ginebra. Era un armenio, uno de los refugiados armenios de los que huyeron de Turquía. Era un tipo estupendo […] Y él ya me escribió y cuando vino a Madrid pues estuvimos juntos y tal. Y él, este, el que me había llamado, me dijo: “Yo estoy ahora tratando con una empresa pequeña que se dedica a conseguir créditos españoles para países del cupo de crédito […]” O sea, España tiene un límite de crédito para estos países de África. Por ejemplo, Gabón, para Gabón España tiene un tope de crédito. Entonces esta empresa lo que hace es conseguir el crédito para pasárselo al país y quedarse con la comisión. Entonces necesitan a gente y les he hablado de ti y tal. Y yo, pues bien. Y allí terminó […] Luego terminó porque la empresa había concedido un crédito a Indonesia para una fábrica de cemento que estaban construyendo con tecnología alemana. Allí había que hablar inglés, había ingleses también, ingenieros. Y necesitaban un representante en París. O sea, la empresa era alemana, la tecnología era alemana, la financiación era española y el centro, digamos, estaba en París.
Entrevistador: Tú tenías todos los idiomas.
Patricio: Y así estuve tres años, los últimos tres años de mi vida profesional fue en París con todo pagado, un piso estupendo, me llevé allí a dos de mis hijos y, claro, yo en París tenía muchos amigos, así que lo pasé muy bien. Luego ya volví, me jubilé, se acabó. Luego me dediqué a tonterías, a negocios que no salieron. A veces lo pienso y digo: ¿Y por qué no me salió bien, si tenía por qué salir bien? Estuve en el Salón Náutico en París y vi un velero deportivo pequeño, pero que era como un catamarán. Era pequeño, pero doble. Entonces, claro, la vela era muy grande e iba muy rápido, y ya me puse en contacto con los franceses y estuve negociando, estuve en Francia viendo cómo funcionaba y tal. Lo estaban desarrollando, no lo tenían todavía desarrollado. Luego al probarlo, qué desastre. El barco iba muy bien cuando tenía el viento por detrás, pero no había manera de hacerlo girar. Menos mal que todo eso eran negocios virtuales. No puse nunca jamás ni un céntimo. […]
También compré, con la cantidad que me dieron en la empresa, como se suele hacer; con esa cantidad compré una casita cerca de Talavera con un terreno. Ahí tenía perros, durante un tiempo con mi hija nos dedicamos a criar perros. Luego se me ocurrió, viendo una revista, y luego me lo ha confirmado mi hijo, que lo mejor que puedes darle a las plantas es […] de los gusanos, gusanos de California, se llama. El sistema es que tú colocas un manto así lleno de gusanos de estos con estiércol. El gusano se come el estiércol y caga, y esas cacas quedan en el fondo, y es el mejor estiércol que te puedas imaginar. Eso lo hacen en Estados Unidos, por eso lo llaman de California, porque parece ser que es muy barato. Lo único que tienes que hacer es comprar los gusanos y lo otro es estiércol […] Se me ocurrió comprar esto y dedicar parte del terreno a esto, pero luego fui a visitar a uno que lo había hecho y me di cuenta de que los campesinos no lo quieren, porque no lo conocen, porque tal. Si lo utilizaran sacarían unas cosechas muy buenas […] Se acabó.
Luego ya me vine a Alicante. Y en Alicante me dediqué a dar clases de inglés. Monté una academia. Me fue muy bien durante unos años. Pero luego empezaron a llegar academias de estas a lo bestia, con dinero, con viajes a Inglaterra, muy caras; y ya no era rentable, ya la cerré. Y así estoy. Esta es mi vida. O sea, tengo como dos vidas, una hasta los cuarenta y otra a partir de los cuarenta. A partir de los cuarenta no tiene ningún interés. La primera parte por la Guerra, nada más.
Entrevistador: Sobrevivir en la España franquista tampoco debió de ser fácil. Has comentado que el mundo este ginebrino previo a la Segunda guerra mundial me ha parecido deducir que la juventud estaba muy polarizada. Como era, supongo, una ciudad bastante rica el fascismo tendría, me imagino, mucho atractivo entre una parte de la juventud, y en otra parte de la juventud el comunismo, es decir, el ejemplo inspirador que era la Unión Soviética. ¿Era un poco así?
Patricio: La juventud estaba mucho más polarizada que ahora. No se concebía una izquierda que no fuese comunista. Socialistas había muy pocos. Yo, por ejemplo, socialista no tenía ningún amigo. Tenía cantidad de amigos, franceses también. Todos eran del Partido. Y éramos de un sectarismo increíble. Yo cuando tenía 16, 17 años, antes de la Guerra, ni siquiera pensaba en tener amigos fuera del Partido. Y pasaba lo mismo […] Los falangistas eran falangistas. Y eso hacía que, claro, cuando estalló la Guerra, la cosa se puso muy fea.
Entrevistador: Por eso notaste un cambio muy gordo cuando te mudaste de Ginebra a Inglaterra. Porque en Ginebra estabas en un colegio donde te encontrabas en tu medio y en cambio en Inglaterra no era así.
Patricio: Es que la escuela de Ginebra era muy especial. Los profesores, intelectuales, ahora no te podrías imaginar que fueran comunistas. Serían eso, intelectuales de izquierda, progresistas, pero comunistas, comunistas, no. Entonces, en cambio, había […] escritores franceses muy famosos, eran comunistas. El ser comunista no era […], tú entonces podías decir “soy comunista” y no pasaba nada. Ahora no.
Entrevistador: Sí, el anticomunismo como cultura ha triunfado.
Patricio: La verdad es que yo ahora cuando pienso me doy cuenta de que cometíamos muchos errores. Éramos muy sectarios. […] A mí ahora mismo, si me llega, bueno, un fascista no, uno que entonces lo habría considerado como…, un anarquista, por ejemplo, entonces era un enemigo, ¡Ahora no! […] Es un defecto muy grande que tuvimos.
Entrevistador: Ahora nos hemos dado cuenta de que el verdadero enemigo está enfrente, y que es muy poderoso. Pero que una escuela, la escuela de los niños de los diplomáticos de Ginebra hubiera un caldo de cultivo tan…
Patricio: Había profesores como monsieur Dupuy, que nos daba clases de historia y de geografía (me hace gracia porque siempre que hablaba del lago Titicaca decía “Tened mucho cuidado, no os equivoquéis, no es Pipicacá”). Era un tipo muy simpático. Pues ese no […] Pero ese todos los sábados, antes de empezar, nos reunía en el comedor y durante una hora u hora y media nos hablaba de la situación mundial. Entonces, como la Guerra de Abisinia. Entonces, claro, había un antifascismo que no veas. Y además muy simpatizante con la Unión Soviética.
Entrevistador: Claro, entonces la Unión Soviética no tenía de 20 años de historia.
Patricio: Es que la Unión Soviética tenía mucho que admirar y de lo mucho que también tenía condenable no se hablaba. Del Gulag no se hablaba.
Entrevistador: Como has indicado tú, ahora, dada la fuerza del enemigo, cualquier izquierda, somos hermanos. Vamos, que tenemos enemigo para todos. No es para dividirse. Pero en cualquier caso, yo creo que sí, que la Unión Soviética hay que reconocerla como una gran experiencia dentro de la historia de la lucha emancipatoria. No es la única, pero es una gran experiencia. Y, desde luego, ha sido el único estado, bueno, luego hubo más estados a raíz de la Unión Soviética, pero en aquella época, el único estado donde se había echado a las clases dominantes. Y el gobierno de las clases dominantes había sustituido por otro que trataba de construir un mundo distinto.
Patricio: Sí, sí, sí.
Entrevistador: Y en aquella época, la Unión Soviética era un estado asediado. Después de que habían fracasado las revoluciones en Alemania, en Finlandia, en Hungría, en tantos sitios, estaba acosado; Y, de hecho, el fascismo claramente su vocación es anticomunista. O sea que realmente se producía una polarización que llevaba a que eras prosoviético o anticomunista. No había muchas posibilidades entre medias.
Patricio: Yo siempre digo, que la Unión Soviética habrá tenido todos los defectos que quieras. Yo en eso ni siquiera me quiero meter. Pero ahora hay ciertos hechos, por ejemplo, ningún otro régimen hubiera conseguido de un país como era Rusia, prácticamente un estado feudal, hubiera podido resistir y vencer a países como Alemania, como Inglaterra, como tal, y no solo vencerlos, sino recuperarse y colocarse a la cabeza. ¿Qué otro régimen hubiese hecho eso? […] una dictadura, todo eso es cierto. Pero lo que lograron no lo habría logrado ningún otro, con mucha democracia, con mucha libertad, mucho tal.
Entrevistador: De hecho supongo que estarás de acuerdo conmigo en que una grandísima injusticia histórica es que a raíz de la Guerra fría no se haya agradecido nunca a la Unión Soviética el sacrificio que hizo para liberar al mundo del fascismo. Al 80% de la Wehrmacht la destruyó la Unión Soviética y eso no se le ha agradecido. Y son muchísimos muertos y nada, parece que da igual. Parece que con todo el mérito y admiración que merecen, hubieran sido los chicos de Alabama que desembarcaron en Normandía, que es muy admirable. Pero nadie se acuerda de los millones de chicos, y chicas, que murieron en la Unión Soviética. Sí, de hecho, además, otro lugar común es decir que aquello era un régimen económicamente ineficiente, sin embargo, como tú muy bien dices, convirtieron un país que era agrícola y retrasado en un país industrializado hasta el extremo de ser capaz de ganar una guerra industrial. Que, como lo que has contado tú respecto a la batalla del Ebro, con todo el coraje que tuvieron los soldados soviéticos, sin las armas que producían no lo habrían logrado. Y lo hicieron en muy poco tiempo, porque apenas había habido dos planes quinquenales.
Patricio: Y con todo el resto del mundo en contra. Yo estuve en Stalingrado y es bastante impresionante.
Entrevistador: ¿Cuándo estuviste en Stalingrado?
Patricio: Después ya de emigrado, cuando estaba en Praga. Como tengo lo de los idiomas, que ha sido fundamental. Si no hubiera sabido inglés y francés. Entonces pues conferencias internacionales que había. [1:55 …] En Pekín estuve una vez. Luego en Moscú he estado varias veces. He estado en Varsovia. He estado en muchos sitios, pero no como turista… Y era bastante impresionante. Porque por Rusia, la primera vez que fui a Rusia, que pasé por Moscú cuando fuimos a la conferencia de Pekín. Moscú, Smolensk, … porque entonces los aviones no tenían tanta autonomía. Cada tres horas o cuatro aterrizábamos, nos bajábamos a comer. Claro, cada vez que bajábamos te encontrabas una ciudad industrial, impresionante. Y entre una y otra, nada, la taiga, bosque y bosque y bosque. ¿Cómo han podido construir esto?
Entrevistador: Y eso lo hizo un estado socialista, no un estado capitalista.
Patricio: Por eso a mí me da rabia cuando los turistas que van a los países ex-soviéticos y te dicen qué calles más feas, esos edificios soviéticos soviéticos qué feos. Y no se dan cuenta que construyeron viviendas para millones de personas. ¿Qué iban a hacer?, ¿casitas allí? No son conscientes.
Entrevistador: En mi opinión, que aún hoy, más de veinte, casi treinta años desde el hundimiento de la Unión Soviética siga habiendo tanta propaganda anticomunista me da a mí la impresión de que todavía le tienen miedo. Desde luego ha sido quien más miedo le ha metido en el cuerpo al capitalismo.
Patricio: Sí, sí, sí.
Entrevistador: A las clases dominantes, en general. Y por eso el anticomunismo ha estado en todas partes y mártires comunistas hay por todo el planeta, desde Omán a Centroamérica, a indonesia, en cualquier sitio los comunistas han sido asesinados a miles.
Patricio: Una de las cosas que a mí me indignan es lo de Venezuela. He hecho el esfuerzo de estudiar el caso. Cuando estudias el caso te das cuenta de la vergüenza de lo que hace con esta gente, porque en realidad, si no es por la caída del precio del petróleo… En todos los años en que el petróleo estaba a su precio, no había nada. Ha caído el petróleo y, claro, la oposición ha aprovechado. La burguesía y los ricachones se han aprovechado para tratar de hundir al régimen con la ayuda de Estados Unidos, con la ayuda de otros países. Pero y ni siquiera la gente de izquierdas. Aquí […]
Entrevistador: Porque hay un predominio cultural. Han conseguido que el relato que está en la gente sea tan fuerte que si estás peleando por otras cosas más inmediatas, eso lo tienes que dejar de lado porque si no ya te borran, es como lo que comentabas tú, decir que eres comunista o simpatizante de los comunistas y ya no te escuchan, ya a partir de ahí han cerrado los oídos. Y si te pones a hablar de los méritos de la Unión Soviética, desde los económicos incluso a, leí un libro de Moshe Lewin, incluso en la talla corporal se había notado un crecimiento brutal, y todo eso en una circunstancia de acoso, de guerras, lo que sufrió la Unión Soviética en la Segunda guerra mundial eso no lo ha sufrido ningún país del mundo. Me gustaría a mí saber cómo habría aguantado Estados Unidos o Francia o…, una invasión así. No solo por la capacidad de destruir que tenía entonces el Ejército alemán, que tenía toda Europa, sino por la saña de la ideología racista que llegaba a considerar infrahumanos a los rusos.
Patricio: Ese odio era por el miedo a que pudiera ocurrir lo que ocurrió allí. Yo estuve viviendo en Praga y encantado. Estuve en Cuba también y ves en los barrios los niños que van todos al colegio felices. En cambio en los barrios pobres de los países capitalistas ves a los niños en la calle desamparados.
Entrevistador: Y luego, además, la miseria moral que es la ideología del individualismo. Del tú ve a lo tuyo, sálvate tú. Y el que no se ha salvado y es pobre es porque se lo merece. Un argumento que se desbarata muy fácilmente preguntado si los hijos de los pobres ya nacen culpables también. Yo por eso siento una admiración por el esfuerzo soviético, me parece que fue impresionante.
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https://www.publico.es/politica/batalla-del-ebro-no-habria.html